Tras evidenciar el fraude llevado a cabo por
dos falsos videntes en la casa de Amityville, el periodista John Baxter decide
adquirir la propiedad para tratar de iniciar una nueva vida tras su separación
matrimonial. En el lugar y de manera accidental dará con un pozo excavado en los
mismos sótanos de la mansión, hallazgo que desencadenará toda una serie de
misteriosos y trágicos acontecimientos.
Apenas un año después de estrenarse la
segunda entrega de la saga ya estaría lista esta tercera, cuyo mayor reclamo
fue el haberse filmado con el, por aquel entonces, novedoso sistema de 3-D, de
moda durante la década de los ochenta como veríamos en otras franquicias de
terror del tipo Viernes 13 o Tiburon. La película contaría nada menos que con
Richard Fleischer como director, todo un referente dentro del cine de aventuras
con producciones como Veinte mil lenguas de viaje submarino o Los vikingos,
quien volvería con esta tercera continuación a un estilo reposado y más apoyado
en el suspense, aunque con sus contadas secuencias de corte más terrorífico.
El habitualmente secundario Tony Roberts
(visto en algunos títulos de la filmografía de Woody Allen), Tess Harper y
Candy Clark protagonizan la película, con la estimable aportación como
secundario de Robert Joy, conocido por encarnar al forense Sid Hammerback en
CSI Nueva York y visto en el remake de Las colinas tienen ojos o en La tierra
de los muertos vivientes, película en la que aparece con la mitad de su rostro
quemado, con lo que podemos ver cierta conexión con el presente título por la
forma en que acaba su personaje. Sin embargo lo más curioso a nivel de reparto
de la cinta lo encontramos en los personajes de las jóvenes Susan y Lisa, ya
que están interpretados respectivamente por Lori Loughlin, conocida por su
papel en la serie televisiva Padres forzosos, y muy especialmente por Meg Ryan
en uno de sus primeros papeles antes de convertirse en la reina de la comedia
romántica durante finales de los ochenta y noventa.
La película, como decíamos previamente, se
aleja del aparataje visto en la primera secuela y vuelve sus pasos en la
construcción de un ambiente malsano y enfermizo hasta llegar a un clímax final
que acaba por chirriar dentro de lo presentado hasta ese momento, con criatura
avernal incluida. Fleischer juega constantemente con la dualidad entre
escepticismo y creencia, algo que vemos desde la escena de arranque, donde queda
desmontado el negocio fraudulento de dos timadores en torno a la leyenda negra
de la casa de Amityville, para a continuación mostrarnos a dos personajes
enfrentados en su manera de entender los extraños fenómenos que comienzan a
sucederse. El hecho que el protagonista sea totalmente agnóstico en cuanto a
los fenómenos paranormales se refiere, lleva a pensar que si la primera entrega
abordaba la historia de los Lutz y la segunda de manera indisimulada la de los
DeFeo, en este cierre de trilogía inicial, los parecidos entre este
protagonista y el auténtico Stephen Kaplan, parapsicólogo totalmente convencido
de que la leyenda de Amytiville era por completo falsa, hacen que el foco de la
historia se centre de manera ficticia en su figura, al menos en parte.
Si bien las dos primeras entregas de la saga
volvían su mirada al clásico de 1973 El exorcista, en este caso son obvias las
influencias de dos películas tan míticas como La profecía, en el recurso por el
cual las víctimas de la casa aparecen con extrañas y siniestras anomalías a la
hora de ser fotografiadas, y más evidentemente con Poltergeist, estrenada
apenas un año antes, y con la que comparte ese final caótico y efectista hasta
la extenuación.
Sorprende que tratándose de un trabajo de
Fleischer, autor que ya había dado sobradas muestras de talento en el manejo
del suspense con su dupla de películas sobre estranguladores con Tony Curtis y
Richard Attenborough como respectivos protagonistas, la cinta adolece en
ciertos momentos de un ritmo aburrido y excesivamente lento para lo que la película
necesita, algo que se entiende si decimos que el presente título se engloba
dentro de la etapa más mediocre de su director, donde además de este Amytiville
3-D se encargaría de filmar otros títulos de corte netamente alimenticio como
Conan el destructor o El guerrero rojo. Esto hace que, si bien en estilo e
intenciones, se acerca más a la primera entrega que a la secuela rodada poco
tiempo antes, no logre los resultados de la película de 1979, a pesar de remontar
en parte tras un acto intermedio que es lo peor de la película.
Como no podía ser de otra manera en un título
filmado con el sistema de 3-D la película contiene numerosas secuencias creadas
ex profeso para sacar partido a este juego visual, con lo que podemos ver
moscas acercándose al espectador, tuberías atravesando cristales hasta casi
golpearnos o ramas movidas por el viento que casi parecen rozarnos, en un
atinado intento de generar una novedad que supusiera un aliciente para un
espectador que se encontraba con la tercera película sobre Amityville en cuatro
años.
Última entrega rodada en la casa de Toms
River que había hecho las veces de la auténtica casona de Amytiville, esta secuela
es bastante inferior a lo visto hasta entonces aunque, sabiendo lo que vendría
más adelante, se encuentra dentro de lo más recomendado de una franquicia que
llegaría a ser tan larga como la propia leyenda de la propiedad ubicada en el
112 de Ocean Avenue.
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