Un grupo de amigos viajan hasta la remota localidad de Harlow, situada en Texas y en medio de la nada, tratando de dar una nueva vida a un pueblo que ha acabado siendo abandonado por quienes una vez vivieron allí. Una vez llegan, y en lo que era el antiguo hospicio, se encuentran con que una anciana y su enorme y algo retrasado hijo se niegan a abandonar el lugar.
Un lustro más tarde de estrenada la última de las entregas de una longeva saga que con esta llega a las nueve películas, y que está considerada como una de las incunables dentro del cine de terror contemporáneo gracias a la presencia de un Leatherface convertido, junto a los Krueguer, Myers o Voorhees en tótem del género, se estrena una nueva continuación que se presenta a sí misma como secuela directa de la película estrenada por Tobe Hooper allá por el lejano 1974, y que se erigiría como uno de los títulos de cabecera a la hora de reformular el género de terror de las últimas décadas. Así, nos encontramos ante un título que da una cal de y otra de arena, pudiendo defraudar a los más puristas seguidores de la franquicia, pero sirviendo como un simpático, correcto y sanguinolento slasher al uso, ideas ambas que argumentaremos más adelante.
Lo primero es tratar de desentrañar quienes se encuentran detrás de la película. Así, su director es un desconocido David Blue García, siendo este su segundo título detrás de las cámaras, y quien de hecho se ha curtido como director de fotografía, quedando esta faceta patente en una cuidada iluminación de la película, rol que no ejerce el propio director y que es delegado sin embargo en otro responsable, un Ricardo Díaz que ha trabajado en la televisiva Stranger things. Y dado que como director nos encontramos con un nombre poco relevante en el género, ponemos nuestras miras en otros tres nombres detrás de la gestación de esta secuela. De una parte, Fede Álvarez, productor de la película y responsable de la historia que el desconocido Chris Thomas Devlin se encargaría de guionizar, y quien se ha convertido en nombre de cierta relevancia en el género gracias a títulos como Posesión infernal, estrenado en 2013 y que servía como remake a su vez de otro de los títulos de cabecera dentro del terror contemporáneo, con la película del mismo título dirigida por Sam Raimi en 1982. También es suya No respires, consagrándose de esta manera como un estupendo generador de ambientes opresivos en su filmografía. Le acompaña en tareas de escritura de la historia, así como de producción, su colaborador habitual Rodo Sayagues, quien debutaría como director precisamente encargándose de la secuela de aquella cinta enmarcada en el género del home invasión protagonizado por Stephen Lang. El otro gran nombre a destacar, y que participa como productor de la cinta, es Kim Henkel, el cincuenta por ciento de La matanza de Texas primigenia, ya que se encargaría de escribir el guion original junto a Tobe Hooper, además de coproducir la película. Henkel se lanzaría a la dirección encargándose de la cuarta entrega de la saga, para desgracia de los seguidores de Leatherface la peor de todas continuaciones estrenadas en este medio siglo de vida de la franquicia, siendo de hecho la única película detrás de las cámaras de Henkel.
Como apuntábamos de inicio, la película se postula como secuela directa de La matanza de Texas de 1974, declarándose como tal con unas primeras secuencias que recogen varios de los fotogramas más icónicos de la película estrenada en los setenta y a los que acompaña la voz como narrador de John Larroquete, que es quien ejerciera esa misma función cuarenta y ocho años atrás. Recordar que Larroquete es conocido principalmente por dar vida durante nueve temporadas al fiscal Reinhold Fielding Elmore en la divertida sitcom Juzgado de Guardia. No tarda sin embargo la película en romper ese nexo para presentarnos al consabido nuevo grupo de jóvenes protagonistas y víctimas potenciales de la motosierra de Leatherface, y donde destaca el hecho de que una de las protagonistas ha sobrevivido a un tiroteo en su instituto, una idea que sirve para confrontar su reticencia inicial a las armas de fuego en medio de un Estado como es Texas, tan proclive a defender la segunda enmienda, con la posterior necesidad de usar ella misma la violencia si quiere sobrevivir a una jornada de sangre y muerte. Sin embargo, como sucede con el resto de personajes y situaciones planteadas, no hay un desarrollo consistente de los mismos, fijando la película su interés en el aspecto más gráfico y visceral de la violencia de un Leatherface más letal que nunca. Respecto a lo que concierne a los protagonistas, frente a un nada interesante grupo principal, con quien en ningún momento se llega a empatizar, cabe destacar la recuperación del personaje de Sally Hardesty, la final girl y única superviviente de la primera matanza. y a quien da vida Olwen Fouéré dada la imposibilidad que la fallecida Marilyn Burns recuperase su personaje más recordado. Su presentación y desarrollo va totalmente en línea con lo hecho en la secuela de Halloween estrenada en 2018 con el personaje de Laurie Strode al que diera vida Jamie Lee Curtis, presentando a una combativa y vengativa mujer que pasa de esta manera de víctima a verdugo. Pero como sucede con el resto de elementos presentados, y tal como apuntábamos con anterioridad en este mismo párrafo, vemos diluirse una de inicio buena idea con un uso del personaje totalmente desaprovechado. Por último no podemos obviar al personaje de Leatherface, quien de inicio se presenta como un ser atormentado y lleno de sufrimiento para, nuevamente, desechar todo el calado psicológico del personaje y convertirlo rápidamente en una máquina de matar con ciertas ínfulas de un Michael Myers deshumanizado conforme avanzaban las secuelas, y convertido casi en un ser inmortal, en un hombre del saco al que es imposible derrotar. Aquí sucede lo mismo, dándose además uno de los errores más destacables de una película que trata de ser lineal, y es que en ningún momento vemos a un Leatherface de entre setenta y ochenta años, que debiera ser su edad en base a esa linealidad del relato, y quien de hecho aún tiene madre en el momento en que se inicia la película y que además debiera cojear en base a lo sucedido en la película de 1974. Así, mientras que el personaje de Sally si ha envejecido, no vemos el mismo efecto en un atlético y fornido villano en el que si merece la pena destacar su caracterización, máscara y estética incluidos, y a quien la fisicidad de Mark Burnham le sienta realmente bien si desechados la idea ya planteada de que estamos hablando de un tipo que ha superado con creces los setenta.
Como ya hemos insistido en apuntar, esta entrega no fija su interés en resultar opresiva, a pesar que en algunos momentos sí que logramos atisbar esa sensación de suciedad y degradación en la cinta, tanto en algunos planos que nos muestran la desvencijada ciudad de Harlow como en momentos esporádicos de la persecución de las víctimas finales a manos de un Leatherface que, mientras no tiene oposición a la hora de acabar con varias decenas de víctimas, acabará claudicando, como buen exponente del slasher, ante la pareja de débiles hermanas protagonistas. Al menos aparentemente. La película, por el contrario, lo apuesta toda a una violencia descarnada, brutal y directa, donde no hay reparos a la hora de mostrar cabezas cercenadas, piernas quebradas, cuerpos partidos en dos, cráneos aplastados o todo tipo de amputaciones. Esta violencia en pantalla va de menos a más, y se inicia con la muerte de uno de los protagonistas en franco homenaje al primero de los asesinatos de la película de 1974, haciéndose cada vez más gráfica para culminar en una auténtica orgía de sangre en un autobús convertido en un mar de cadáveres, masacre que se inicia además con una divertida, aunque anacrónica para el tono de la cinta, sorna a costa de nuestra obsesión por las redes sociales. La película además tiene el acierto de condensar la trama en apenas hora y tres cuartos, incluyendo además un par de escenas de cierre, lo que evita que su visionado llegue a resultar cansino, yendo directa al grano tras unos primeros minutos de obligada presentación de la situación. Y es en ese aspecto, como un desprejuiciado slasher con un uso desaforado del gore y la sangre como principal estandarte, donde la película halla su sitio, aunque por el camino deje de lado el estilo conferido por Hooper a su título más representativo.
En
resumidas cuentas, una secuela de la opresiva y angustiosa cinta de 1974 La
matanza de Texas que abandona estas marcas identitarias para ofrecerse como un
entretenido y salvaje slasher heredero natural de las películas que dicho
género ofreciese en la década de los ochenta. Dejando de lado un guion lleno de
preguntas sin respuesta e ideas y personajes desdibujados, esta oda al exceso
tiene en el brutal personaje de Leatherface su principal baza frente a unas
protagonistas anodinas y un desaprovechado regreso que podía haber dado mucho
más de sí. La motosierra vuelve a rugir en el estado de Texas.