El matrimonio formado por Bill y Claire,
junto a los hijos que ambos tuvieron en sus anteriores relaciones, se trasladan
hasta una nueva y solitaria casa que el propio padre de familia se ha encargado
de construir partiendo de las ruinas de una mansión anterior que fue calcinada
por las llamas en un incendio. En un viejo trastero contiguo a la casona Bill
encuentra una casa de muñecas que decide regalar a su hija pequeña en el día de
su cumpleaños. Pero pronto esta, en aparente inofensiva maqueta, comienza a
manifestar extraños fenómenos que acaban por afectar a todos los miembros
familiares.
Tras haber producido las tres anteriores
entregas de la saga, Steve White decidió lanzarse a dirigir esta nueva película
amparada en la leyenda de Amityville en la que sería su única incursión detrás
de las cámaras hasta la fecha, saliendo airoso de este nuevo reto que
nuevamente tendría un lanzamiento directo a video, y ofreciendo una entretenida
muestra de cine de terror de serie B, máxime tras el tedio que la última de las entregas de la franquicia había supuesto.
La película cuenta con un desconocido pero
solvente grupo de actores dando vida a una familia que, como suele ser habitual
en la saga, presenta alguna fragmentación entre sus miembros, de manera que sea
más fácil para la historia desarrollar esos conflictos a posteriori con la
incursión de una maldad intangible en el ambiente. De esta manera Robin Andrews
y Starr Andreeff dan vida a la pareja protagonista, mientras que los jóvenes
Allen Cutler, Rachel Duncan y Jarrett Lennon interpretan, sin caer en el
histrionismo propio de los actores infantiles o juveniles, a los hijos de ambos.
Rescatar la participación de Lisa Robin Kelly como novia del hijo mayor, quien
además de protagonizar una escena subida de tono y que acaba con un coitus
interruptus, y conocida por su participación en la sitcom Aquellos maravillosos
70, fue noticia por su trágico fallecimiento víctima de una sobredosis con tan
solo cuarenta y tres años de edad.
Como apuntábamos con anterioridad, esta octava
entrega nos devuelve el tono ligero y de pura serie B ya apuntado en la sexta
parte, y donde se evidencia el estilo deudor del género en los noventa, no solo
a nivel estético, sino de trama, donde las ideas más disparatadas tenían cabida
sin necesidad de sesudas explicaciones posteriores. Así ocurre con una casa de
muñecas que nos permite volver a recorrer las estancias y disfrutar de la arquitectura de la casa de
Amityville primigenia, algo que es de agradecer por el espectador, quien había
quedado prácticamente desligado de la mansión primigenia a raíz de unas continuaciones que
dejaban de lado a esta para centrarse en objetos poseídos por algún tipo de mal
sin definir.
La película no adolece demasiado para
tratarse de una ópera prima y de hecho es muy disfrutable, siempre y cuándo se
tenga en cuenta el tipo de título al que nos estamos enfrentando, siendo su
mayor pero un acto final caótico y con un exceso pirotécnico perfectamente
refrendado en la explosión final. Apunta además interesantes ideas como el de
esa intercomunicación entre la casa de muñecas y la vivienda de los
protagonistas, que hace que lo que sucede en la maqueta se traslade al edificio
real. En esta ocasión además, todos los miembros de la familia, de una u otra
manera, sufren en su estado físico o psicológico la injerencia de la presencia
que ha desestabilizado su hogar, siendo lo más llamativo a este respecto como
en el caso de Claire esta comienza a sentirse tremendamente atraída sexualmente
por su hijastro, algo que nos devuelve esa idea del incesto que ya se había
presentado y desarrollado en la segunda entrega de la serie, y que por su
propia naturaleza, potencia los aspectos más viles y enfermizos de esta especia
de posesión múltiple. Llamativa también la aparición en escena del padre
fallecido de Jimmy, y antiguo esposo de la propia Claire, debiendo destacarse
la labor de un maquillaje que va degradando con cada nueva aparición el aspecto
de este zombie del otro lado, y que nos recuerda indefectiblemente al personaje
zombificado de Un hombre lobo americano en Londres o más coetáneo con el
presente título al de Cementerio de animales, aunque en este caso y
contrariamente a lo que sucedía con los ejemplos citados, este ser tiene una
presencia negativa y maligna.
En resumen, una nueva aportación a una saga
que hacía tiempo que no ofrecía ninguna novedad, pero que al menos logra
ofrecer un entretenimiento de hora y media, independientemente de algunos
momentos de absurdos en la trama, que ya es bastante teniendo en cuenta la
media de calidad dentro de la franquicia. Y con la recuperación de la icónica
mansión del 112 de Ocean´s Avenue, aunque solo sea en formato de casa de
muñecas.
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