Un grupo de alumnos de un colegio católico, en lugar de acudir a la fiesta de Halloween de su escuela, se escapan a Hull House para festejar su propia noche de difuntos, haciendo caso omiso a las leyendas que circulan sobre el lugar y lo sitúan como un referente de fenómenos misteriosos.
Una secuela que hace los deberes y recupera toda la esencia de la película estrenada seis años atrás, reformulando de alguna manera las ideas vistas en el título de Kevin Tenney y adaptándolos a esos mediados de los noventa en los que se estrenó la cinta en el circuito del alquiler de videoclub, constituyendo una nueva obra de culto dentro del cine de terror de serie B noventero, y que nada tiene que envidiar a la película iniciática de la saga, formando de hecho junto a la misma un díptico muy recomendable para una sesión de cine golfo entre amigos.
Si la primera entrega la dirigía un habitual dentro del circuito de serie B, lo mismo sucede con una secuela cuyo máximo responsable es Brian Trenchard-Smith, uno de esos directores todoterreno y experto en rodajes rápidos y de bajo presupuesto. Dentro del género de terror, además de por esta secuela, es conocido por ser responsable de varias de las continuaciones de la longeva saga Leprechaun, en concreto de la tercera y cuarta entregas. Pero por encima de todo, este director de origen australiano es conocido por haber dirigido en 1983 Los bicivoladores, un título de culto no solo por dar todo el protagonismo a las míticas bicicletas BMX, sino por suponer el debut como actriz de una pecosa y pelirroja Nicole Kidman. Trenchard-Smith ofrece en esta segunda parte de La noche de los demonios un título que sigue los postulados estéticos y narrativos ya marcados en la primera película, con la incorporación de recursos visuales y especialmente estéticos propios de la nueva década, con los consabidos cambios en la forma de vestir, peinarse y maquillarse de los protagonistas, nuevamente un grupo de incautos jóvenes que volverá a sufrir las consecuencias de sus descerebradas acciones.
La película se inicia con un prologo que deja claras las intenciones de la película, conjugar la comedia negra con el cine de terror más visceral y menos sutil, y con el gore como una de las marcas de agua presentes en el propio celuloide. Así, durante su primer acto la película prácticamente se presenta como una comedia juvenil al uso, con exceso de desnudos, tramas simples de tonteos entre chicos y chicas y un colegio católico como forma de contraponer la libidinosa y desinhibida actitud de los protagonistas con la recatada normativa del centro educativo donde tiene lugar la acción. Una vez la película se adentra en la trama más terrorífica, aunque siempre sin perder de vista el tono gamberro y desinhibido, vuelve a jugar a lo ya visto seis años atrás, poseer a los diferentes protagonistas, quienes de uno en uno y en riguroso orden de peso protagónico, van cayendo en las garras de una Angela convertida ya en la protagonista absoluta, la reina de la fiesta, presente ya de manera consciente la idea de presentarla como uno de esos íconos del terror con Freddy Krueguer, Jason Voorhes o Michael Myers como referentes principales pero no únicos, siendo lo más destacable en este aspecto lo valiente de otorgar dicho rol a un personaje femenino en un mundo de psicokillers eminentemente masculinos. Es por ello que se acentúa su estética de novia gótica, se perfecciona su demoniaco maquillaje y se le da mayor peso con frases con las que poder lucirse en esa mezcolanza entre terror y humor.
Esta segunda entrega juega a los homenajes respecto a la película estrenada varios años atrás, y nuevamente un baile del personaje de Angela sirve como punto de inicio y catalizador de toda una vorágine de muertes y posesiones, caracterizadas frente al uso de protésicos y efectos físicos de la película de 1988, por unos repulsivos efectos plagados de mezclas de fluidos, sangre y babas, contando nuevamente con un destacado equipo dentro del apartado de maquillajes y efectos visuales, incluyendo en la escena de cierre un momento de arcaica infografía digital que nos recuerda estamos casi a mediados de los noventa. La película volvería a contar con Steve Johnson como uno de los máximos responsables en el área de efectos de la película, manteniendo la estética en los endemoniados y doblando la jugada respecto a la primera entrega con criaturas decapitadas, unos pechos mutados repentinamente en garras o una Angela transmutada en enorme serpiente demoniaca como enemigo final, y cuyo maquillaje recuerda a la iconografía de los vampiros que un par de años más tarde protagonizarían Abierto hasta el amanecer. Destacar la secuencia en la que Angela está presente mediante la utilización de su sombra, copiando de alguna manera los postulados utilizados en el Nosferatu de Murnau y recuperados en el Drácula de Coppola. Igualmente la película recupera la barra de labios como elemento icónico que vuelve a ser usado de la forma más sexual y lasciva posible, y que incluso sirve como guiño final de la película. Pero igual que mantiene algunos de los referentes más exitosos de la primera parte, rompe las reglas permitiendo salir a los demonios del recinto de la casa de Hull House donde por el contrario se desarrollaron en exclusiva los acontecimientos narrados en la película estrenada en 1988. En este caso los sucesos tienen lugar tanto en la propia funeraria como en el colegio católico donde estudian los alumnos protagonistas. Además trata de hacer avanzar la trama incluyendo como uno de los personajes centrales a la hermana pequeña de Angela, lo que propicia dotar de continuidad a la historia además de permitir implementar una nueva subtrama en el argumento, mínimo por otra parte como suele ser habitual en este tipo de películas.
La película vuelve a contar con un grupo de absolutos desconocidos como incauta carne de cañón de cara a que los demonios puedan llevar a cabo sus desmanes. Eso sí, se cumple con el canon de belleza para con los intérpretes principales, ellas preciosas y esbeltas y ellos guapetes y fornidos, quienes al menos no ofrecen interpretaciones desastrosas y salen airosos, unos más que otros, ofreciendo lo que se espera de ellos en un título de esta características. Y es que es Amelia Kinkade, en la que se nota el paso de los seis años transcurridos entre película y película, quien ejerce como reclamo principal, convertida esta vez ya de manera consciente en la auténtica alma mater de la saga.
Una
muy estimable secuela que se sacude todo atisbo de seriedad de un plumazo y
hace el juego a quienes disfrutaron del sinsentido argumental de la primera
parte, manteniendo de manera equilibrada la mezcla de horror y humor que han
hecho de esta película uno de los títulos noventeros del terror de bajo
presupuesto más reconocibles por los aficionados al género. Unos demonios con un
tétrico sentido del humor, monjas entrenadas en la nobles artes del combate
cuerpo a cuerpo, estudiantes con dotes para la magia, agua bendita como arma
principal para combatir al enemigo y unos protagonistas con tendencia a hacer
lo contrario a lo coherente. Un ejercicio de puro splatter cuyo tono de
constante jocosidad lo convierte en el título perfecto para una entretenida
tarde de terror sin la amalgama de mal rollo de otros títulos igualmente
potentes en lo visual pero con un trasfondo más perturbador.