lunes, 13 de diciembre de 2021

IT FOLLOWS (IT FOLLOWS, 2014) 103´

 

La joven Jay Height lleva unos días saliendo con un chico. Una noche, tras mantener relaciones sexuales por primera vez en la parte trasera del coche de él, este le cuenta que le ha transmitido una maldición por la cual un ser la acosará y matará, a no ser que ahora sea ella quien se acueste con otra persona, pasándole de esta manera el mal a esta, tal y como él ha hecho con ella.

Entre mediados de la década de los ochenta y la primera mitad de los noventa, el SIDA, una enfermedad en aquellos años incurable y letal, y una de cuyas principales fuentes de transmisión eran las relaciones sexuales, aparecería en nuestras vidas para generar un momento de inflexión a la hora de abordar la promiscuidad sexual, con ingentes campañas a favor del uso del preservativo, e incluso con alegatos que abordaban esta enfermedad como un castigo cuasi divino contra un momento en el que la liberación sexual había llegado a sus más altas cotas, apoyados además estos discursos de tinte retrógrado y aleccionador en el hecho de que la comunidad homosexual fuera uno de los primeros epicentros entre los que esta enfermedad provocaría verdaderos estragos. Actualmente, treinta años más tarde, las cosas han cambiado, el miedo a esta y otras enfermedades de transmisión sexual ha desaparecido, y volvemos a vivir un momento de gran liberación en el terreno del sexo, especialmente entre los más jóvenes, encargándose el título presente de acicate contra esta nueva ola de promiscuidad a manera de evidente metáfora por la cual practicar sexo equivale a una condena a muerte. Pero abordar It follows como una causalidad entre sexo y muerte sería dejarnos en el tintero buena parte del mensaje que su máximo responsable quiere transmitir con su obra.

Y es que su director y guionista, David Robert Mitchell, ya había abordado de alguna manera el mismo tema que preside esta cinta de terror en su primera película, El mito de la adolescencia, donde habla de los primeros amores así como de unos iniciáticos escarceos sexuales, y de lo que supone el paso de la adolescencia a la madurez. Y en este caso It follows aborda estas mismas ideas, pasándolas, eso sí, por el tamiz del horror, y ejemplificando este en un ser capaz de asediarte hasta acabar contigo, y es que, como bien explica el personaje de Hugh tras acostarse con la joven protagonista y de esta forma transmitirle este mal,  “es muy lenta pero no es tonta”, con lo que podemos aplicar a este siniestro personaje ese apelativo tan propio del género como el de “puedes correr pero no puedes huir”. Y es que el director utiliza este recurso narrativo para abordar el paso a una madurez de la que no puedes escapar, y que más tarde o más pronto te alcanzará. No es baladí que todos los personajes protagonistas se encuentren en esa misma franja de edad en la que deben empezar a abandonar la adolescencia y entrar en la edad adulta, siendo sintomático de esta misma idea el hecho de que entre los personajes con cierto peso en la trama no haya ni un solo adulto, ejerciendo de hecho estos el mismo papel que hacía Nany en la serie de dibujos animados de la década de los ochenta Los pequeñecos, y que recordamos porque únicamente aparecía representada por unas piernas, siendo las pequeñas representaciones de los conocidos teleñecos únicos protagonistas de un mundo propio donde los adultos no tienen cabida. Algo parecido sucede en esta ocasión.

La película denota, en base a esta idea, una gran preocupación a la hora de retratar a los jóvenes protagonistas, presentando a un grupo de amigos totalmente creíbles y cercanos en su forma de comportarse y relacionarse entre ellos, algo que queda claro desde la escena en la que los amigos de la protagonista ven la televisión en casa de esta, abordada desde la naturalidad en su comportamiento. A este respecto estos personajes se mueven en las antípodas de protagonistas de películas más convencionales dentro del terror juvenil, y que son dibujados a base de estereotipos o de rasgos mucho más vagos y genéricos. No es este el caso, donde todos y cada uno de los personajes que pueblan la historia ha sido desarrollado partiendo de la propia complejidad humana, sin definir entre buenos o malos y usando la paleta de grises a la hora de presentárnoslos. Así sucede en el caso de Hugh, quien se comporta como lo hace justificadamente, todos haríamos lo mismo, no es un villano al uso, y de hecho trata de dar a entender a Jay lo que le va a suceder, ayudándose a si mismo pero también tratando de ayudar a la protagonista. Pero es que la propia Jay acabará actuando como este mismo personaje, con lo que no hay lugar para las heroicidades, sino para un grupo de jóvenes asustados y perdidos ante lo que les está sucediendo, el cambio, y que tratan de abordarlo desde su inexperiencia vital.

Analizando la película ya en su vertiente más técnica y menos metafórica, hay que destacar como su director, quien igualmente es el autor del guion, no lo olvidemos, logra mantener en todo momento la tensión de una historia que bien podría haber caído en la monotonía una vez presentada su sorprendente trama central, limitándose por inercia a ser un slasher al uso con la joven protagonista huyendo de un ser cuya única finalidad es la de acabar con su vida. Nada más lejos de la realidad, y es que It follows se construye en base a una serie de situaciones o set pìeces en las cuales el personaje central, siempre en compañía de su grupo de amigos, trata de dar esquinazo a un acosador que el director tiene el acierto de presentar bajo formas muy diferentes, logrando con este guiño a títulos como La invasión de los ladrones de cuerpos o Hidden, lo oculto, jugar a mantener la tensión al no saber de antemano cual será el siguiente disfraz corpóreo escogido por esta letal presencia. El hecho de presentar en ocasiones a este personaje desnudo o semidesnudo acrecienta la sensación de incomodidad del espectador ante su aparición, por la manera en que la desnudez es uno de los tabús a derribar, especialmente en una sociedad tan puritana en ese aspecto como la norteamericana. Además, la película tiene el acierto de no dar explicaciones al porque de esta situación, siendo suficiente con esa idea vaga de transmitir la maldición, la enfermedad, si te acuestas con otra persona. El uso de una música desasosegante y un posicionamiento de la cámara en muchas ocasiones enfocando a este ser desde planos lejanos y algo desenfocados, que captan a una presencia a la que asemejar a un zombie por su lento deambular y constante determinación, termina por dibujar en el espectador, al igual que sucede en los protagonistas, una enorme desazón ante su sola presencia.

Evidenciar asimismo como la película presenta una pátina de indefinición visual que la ubica en un contexto general, y que por momentos, tanto a nivel estético, como de iluminación o filtros, podría tratarse de un título filmado en los setenta, pero también en los ochenta, noventa o dos mil, y es que es tremendamente inteligente como la película no se ubica en un momento o lugar perfectamente definido, volviendo a quedar patente que esa idea de la que Robert Mitchell nos habla a través de la película, el paso a la vida adulta, no es exclusiva de unos protagonistas determinados y concretos, sino que sucede  en todas y cada una de las diferentes generaciones que, antes o después,  han de dejar de lado la despreocupación de sus vidas, como perfectamente queda reflejado en la presentación de una protagonista bañándose relajadamente en la piscina de su casa, ajena a todo, y con un bañador de una pieza que contiene ecos de la niña que todavía es, y que, un personaje que una vez comienza a comportarse como una adulta, en este caso acostándose con el chico al que está conociendo, debe acabar tomando decisiones, arriesgado, tomando las riendas de su vida.

Un título que como película de terror funciona con total precisión, sin necesidad además de indagar en el gore de los momentos más truculentos, de hecho no mostrándose estos de manera directa y teniendo lugar buena pare de la violencia de la película fuera de cámara. Y es que no es ese el juego al que su director quiere apuntarse, más interesado en crear una atmósfera que nos haga tomar conciencia de que la protagonista no puede escapar de una presencia que la perseguirá hasta acabar con ella, independientemente del número de personas que, como si de una cadena de favores perversa se tratara, vayan siendo maldecidas. Luego está el mensaje metafórico que esta idea encierra, y que hace aún más potente la película. Pero incluso, si dejamos de lado segundas intenciones o mensajes ocultos, It follows sorprenderá como una estupenda película de terror con personalidad propia. Es por ello que se trata de un título sumamente interesante, tanto si nos quedamos en la superficialidad de su propuesta de terror como si tratamos de indagar en todas las ideas implementadas por su director a través de su trama, siendo una perfecto ejemplo de cinta a revisionar en varias ocasiones para disfrutar en todo su esplendor. Aún a expensas del sufrimiento de la pobre Jay.

jueves, 2 de diciembre de 2021

MIDSOMMAR (MIDSOMMAR, 2019) 141´


Para tratar de superar una tragedia familiar, Dani decide acompañar a su novio Christian y los amigos de este a Suecia, para conocer a la comuna de la que uno de los jóvenes es miembro, y celebrar junto a esta el Midsommar, una fiesta pagana que festeja el solsticio de verano.

Tras ver Midsommar cuesta creer que sea el segundo largometraje de su director y guionista, un Ari Aster que ya había dado mucho que hablar con su opera prima, Hereditary, y que manifiesta una madurez narrativa y artística que es digna de mención, máxime si tenemos en cuenta los apenas treinta y tres años del autor en el momento de filmar un título cuya precisión técnica va pareja a una historia de trazado perfectamente definido, tempo narrativo siempre bajo control a pesar de un metraje de dos horas veinte minutos, y un manejo del suspense que logra generar en el espectador una sensación de tensa angustia desde el mismo momento en que los jóvenes protagonistas llegan hasta la idílica comuna donde se desarrolla el grueso de la historia.

De esta forma la película se engloba dentro de lo que podemos denominar terror folk, precisamente por el uso tan importante que tiene para la historia un elemento como es el folklore que preside al grupo de miembros de una comunidad que recibe a sus invitados con una hospitalidad que no impide que, como espectador, te encuentres en una incomodidad permanente durante el visionado de la película. De esta forma, las tradiciones y ritos mostrados a lo largo de la película, y que van tornándose más oscuros y salvajes según avanza la trama, son vistas por los miembros externos a la comuna como algo irreal, fuera de toda lógica, mientras que estas mismas ideas son defendidas por los miembros de la comunidad, en algún caso con argumentos incluso coherentes, como sucede tras el abrupto final del ritual protagonizado por la pareja de ancianos, primero de los avisos por parte del director de lo que está por llegar. Esa idea central hace inevitable el recordar un título seminal dentro de este subgénero englobado en el terror como es El hombre de mimbre, de la que es evidente que Aster toma numerosos elementos a la hora de construir su propia historia, centrando básicamente esta idea en la presentación de un grupo de lugareños que, una vez más, y como sucede en la menos terrorífica y más visceral Perros de paja, estrenada al igual que el título anteriormente citado en unos convulsos años setenta, confronta a unos urbanitas de pro y con cierta tendencia natural a creerse superiores per se, a unos lugareños capaces de defender su estilo de vida con cualquiera que sea el método a utilizar. Un último título a recordar sería la más irreverente y menos densa 2000 maniacos, que curiosamente se estrenaría a mediados de la década de los sesenta, años mucho más divertidos y desinhibidos a nivel social, siendo este un título que se constituye como uno de los padres fundacionales del gore, y con un divertido remake estrenado cuatro décadas más tarde. Junto a esta idea de confrontar estilos y formas de vida opuestos se hace un hueco uno de nuestros principales terrores, que es el miedo a lo desconocido, ubicando la historia prácticamente en las antípodas de una Nueva York donde se inicia la película, en un continente diferente y un país extraño, cuyo  estilo de vida y tradiciones, aunque son pervertidas en la película, tienen su origen en una celebración real de origen celta. Arter hace algo parecido a lo que en su día y de forma menos sutil construyera Eli Roth con Hostel, partir de un mundo de leyendas urbanas y conjeturas ante una situación que por desconocida no controlamos para crear una fuente de terror puro.

Dentro del género de terror en el que se mueve la película, su director juega a presentarnos, al menos de inicio, a los arquetipos habituales dentro de este tipo de cine, con la final girl de turno, el novio siempre comprensible y leal, el amigo irreverente y gracioso y el personaje con un carácter concebido para generar rechazo por parte del espectador. Y sin embargo el director y guionista dibuja unos personajes mucho mejor definidos y desarrollados a lo que viene siendo habitual, especialmente en el caso de la pareja de novios, Dani y Christian, protagonistas sobre los que pivota la historia y a través de los cuales arma Aster toda su intención final a la hora de redactar el libreto, que no es otra que llevar a cabo un ejercicio de catarsis personal, ya que la película fue concebida tras un fracaso amoroso de su responsable, es por ello que cobra todo el sentido del mundo esa relación de total dependencia por parte del personaje de ella y un compromiso forzado por parte de el, y lejos de cualquier afecto amoroso, manteniendo este la relación por qué es lo que tiene que hacer más que por que sea lo que el quiere. Esta idea de una relación insana en ambas direcciones es perfectamente reflejada en la película en su primer acto, tanto mediante las conversaciones de Christian con sus amigos como en el momento en que Dani trata de mantener una conversación a la fuerza con su pareja tras descubrir su intención de viajar a Europa, donde queda de manifiesto su absoluta dependencia hacía su pareja. Es importante reseñar esta idea, ya que ese final metafórico de la protagonista escogiendo dejar la relación, aunque de la manera más atroz posible, pudiendo de alguna manera liberarse de su dependencia y por ende de un reciente pasado traumático, es toda una declaración de intenciones de su director, quien recordemos una vez más, venía de una ruptura sentimental a la hora de escribir el guion de la película.

Midsommar nos demuestra además que no hace falta recurrir a las secuencias a oscuras, los juegos de luces y sombras o la inclusión de jump scares para armar el terror de una película, ya que en este caso esta es capaz de incomodar tremendamente durante todo su visionado, independientemente estemos siendo testigos de un acto atroz como si lo que se muestra es una tranquila comida colectiva. Y todo ello lo hace a plena luz del día, idea que la propia película insiste en remarcar en varios momentos, pervirtiendo de esta manera varios de los tics más característicos dentro del cine de terror. Y sin embargo, llegado el momento, la película no huye de la explicitud, mostrando una violencia visceral, directa y abrupta, pero además con una enorme personalidad propia en la forma en que esta es representarla en pantalla, y que se conjuga a la perfección con esa otra violencia más psicológica e intangible, y que puebla buena parte del metraje.

Y a pesar de esa explicitud en determinadas secuencias, la película posee una elegancia formal fuera de toda duda, una estética cuidada hasta el más mínimo detalle, con momentos como el cuadro del oso que preside la habitación de la protagonista y que cobrará gran sentido en la escena de cierre de la película. El diseño de vestuario de los miembros de la comunidad, la geometría de las grecas que decoran las diferentes estancias, los frisos, toda la estética de la película conjuga la belleza formal con la desazón a la hora de mirar, en un juego con el espectador que nos recuerda a lo que ya hiciera Stanley Kubrick en El resplandor con la estética del hotel Overlook, y que el director maneja con solvencia de veterano.

Como comentábamos con anterioridad, los grandes protagonistas de la película son la pareja formada por Dani y Christian. Así, en la primera secuencia de la cinta, en la que el director se encarga de romper psicológica y emocionalmente al personaje de ella, fragmentándola en mil pedazos, la joven Florence Pugh, bragada en cine histórico con títulos como Lady Macbeth, Mujercitas o El rey proscrito, deja de manifiesto su capacidad para crear un personaje que parte de la involución tras el terrible arranque de la película para ir adoptando un nuevo rol una vez llegan a la comuna donde tiene lugar la trama central, una idea que queda perfectamente patente en la escena del concurso de baile, donde vemos como el rostro de la actriz va mutando para reflejarnos a la nueva Dani, la reina del festival del Midsommar. Le acompaña como pareja cinematográfica Jack Reynor, quien se limita a ejercer un papel comedido y controlado, aunque lejos de la exigencia emocional de su compañera de reparto, y quien tiene su momento de lucimiento en la tensa secuencia de sexo, tan hipnótica como sobrecogedora, tan contenida como explosiva, y durante la cual el joven actor puede, al igual que su compañera de reparto, mostrar a través de la composición de su mirada, de su expresión, todo el cúmulo de sensaciones acumuladas.

Una película que se aparta conscientemente del terror más convencional, tanto por estética, desarrollo y trasfondo, y que se ha convertido por derecho propio en uno de los títulos de referencia dentro del horror psicológico de los últimos años, con una historia que en el fondo es un ensayo sobre la pareja, y como en muchos casos una relación puede acabar resultando más perjudicial para el desarrollo del propio individuo que beneficiosa, y es que hay casos en los que, en lugar de sumar, tu pareja puede llegar a restar. Ari Aster nos lo enseña por las malas, pero es que el guion fue redactado en un momento en el que el director no tenía demasiada fe en el amor. Y qué decir del uso que se da a lo floral en la cinta, se te quitaran las ganas de volver a regalar un ramo de flores.      

domingo, 28 de noviembre de 2021

CISNE NEGRO (BLACK SWAN, 2013) 108´


Nina, miembro de una prestigiosa compañía de danza de Nueva York,  está obsesionada con protagonizar El lago de los cisnes. Por ello, cuando es elegida como primera bailarina para la conocida obra de Chaikovski, inicia, en la búsqueda de la perfección artística, una metamorfosis personal hasta lograr dar con su lado más oscuro.

El realizador Darren Aronofsky, tras sorprender con la surrealista y matemática Pi, fe en el caos, abordar el mundo de las adicciones con Requiem por un sueño y hablar del ocaso tras el éxito con El luchador, nos propone en esta ocasión un descenso a los infiernos de la locura de la mano del personaje central de una película que acaba pervirtiendo el mundo de las artes, en este caso utilizando una disciplina tan dura y competitiva como es el baile clásico. Es por ello que no podemos evitar que la película nos traiga ecos del Suspiria de Dario Argento, en tanto ambas películas utilizan como trasfondo el mundo de la danza como escenario central en el cual se va gestando una pesadilla, siendo la principal y más obvia diferencia entre ambos títulos en que, mientras que en el caso del clásico de 1977 el elemento subversivo y aterrador tiene lugar externamente a la protagonista, ejemplificado en una presencia malsana que va provocando ese aura maligno que puebla la historia, en esta ocasión esta perversión de la realidad tiene lugar en el propio interior del personaje de Nina Sayers, la gran protagonista de Cisne negro. Sin embargo, sí que ambos trabajos coinciden en contraponer esa degradación progresiva de la normalidad con una presentación visual llena de belleza, en el caso de la obra de Argento mediante el uso de una saturación en la utilización de los colores, mientras que Aronofsky juega a presentar una elegancia formal propia del mundo en el que se desarrolla la trama, demostrando su realizador un portentoso manejo de la cámara, a la que en no pocas secuencias involucra en las secuencias de danza presentes en la película, introduciéndola de hecho dentro del propio baile, logrando de esta manera la inmersión del espectador en los números musicales, tanto en los ensayados como en los representados a lo largo de la película.

En ese viaje a la peor de las caras del ser humano la película contiene ecos de dos clásicos literarios como son El extraño caso del doctor Jeckyll y el señor Hyde y El retrato de Dorian Grey. De la historia de Robert Louis Stevenson se apropia de la idea de la existencia de una dualidad en las personas, esa doble cara que pugna por definirnos, y donde por lo general nuestros más bajos instintos acaban subyaciendo frente a una personalidad más controlable y sociable. Por su parte, de la obra de Oscar Wilde toma prestada esa idea representada por la frase «lo único que vale la pena en la vida es la belleza, y la satisfacción de los sentidos», y así, mientras el personaje central trata de manera denodada de alcanzar la perfección artística, va pervirtiendo cada vez más su propia psique, llegando a un estado de locura incontrolable. Mientras que en la obra de Wilde era el citado cuadro quien iba reflejando la degradación del protagonista, en este caso el director utiliza en varias ocasiones los espejos como fuente de reflejo de una nueva persona que pugna por hacerse con el control del personaje de Nina, en lo que acaba resultando un proceso de metamorfosis inverso, en este caso de mariposa a oruga, más concretamente, de cisne blanco a cisne negro.

Pero esta transmutación tan progresiva como radical no tiene lugar únicamente por la propia actuación interna de una protagonista que va siendo poco a poco poseída por su otro yo, sino que esta es empujada de alguna manera por los diferentes personajes que pueblan la historia y que, de una manera u otra, son partícipes directos o indirectos de esta caída a un abismo de locura. Llegados a este momento no podemos dejar de alabar la interpretación de una Natalie Portman hipnóticamente brillante y tremendamente desgarradora, gracias a la cual logramos ver la evolución de su personaje, la cual tiene lugar en consonancia con el desarrollo de los ensayos de la obra musical sobre la que pivota toda la  película, pudiendo vislumbrar tanto a nivel físico como emocional como la actriz, quien ya nos enamorara con su debut en El profesional, se metamorfosea de cisne blanco, cándido, perdido y débil en un mundo plagado de celos y exigencias profesionales llevadas al límite de lo soportable tanto física como emocionalmente, en un cisne negro que saca del personaje al que da vida Portman todo su lado más tétrico y reprimido. La actuación de la intérprete israelí se apoya en la propia fisicidad del personaje, así como en un uso gestual y de miradas que van llevándonos hacía ese otro yo que lucha por ganar la partida, siendo tremendamente loable además el esfuerzo de la intérprete a la hora de filmar ella misma la mayor cantidad posible de secuencias de baile, polémicas inútiles aparte basadas en el número de planos en los que una doble se encargaría de filmar los más complicados movimientos de danza vistos en pantalla, y que no restan un ápice de una meritoria interpretación, y totalmente merecedora del Oscar con el que la actriz sería galardonada. Le acompañan  en este viaje a la locura una Mila Kunis a quien muchos descubriríamos en la prescindible American Psycho 2, tratando de dar la réplica y sustituyendo a un Patrick Bateman consagrado gracias  a la interpretación de Christian Bale, y que en esta ocasión nos brinda una estupenda interpretación como ese personaje contrapuesto al de Nina, que hibrida entre cómplice y némesis de la protagonista, y detonante del viaje que el personaje de Portman inicia para dar con su yo más oscuro, recordándonos su papel por momentos al Tyler Durden de El club de la lucha, sintiéndola como una alocada y decidida contrapartida de una protagonista apocada y reprimida. Por su parte, el francés Vincent Cassel da vida a un narcisista, ególatra, algo misógino y repulsivo director de la compañía de danza, otro de los grandes responsables de abocar a la protagonista, dentro de la exigencia artística llevada al límite, a un camino de no retorno. Por último remarcar que una Nina convertido en un animal herido no logra encontrar consuelo dentro de casa, donde le espera la figura de una madre que ve en el talento de su hija para la danza una esperanza de redención propia, tras tener ella misma que dejar ese mundo precisamente para criar a Nina. Dicho papel recae en una Bárbara Hershey, protagonista de la angustiosa El ente, cuya relación madre-hija presidida por cierto componente enfermizo y controlador, nos hace por momentos recordar a la pareja formada por Sissy Spacek y Piper Laurie en Carrie, una película que también abordaba el viaje hasta la locura de su protagonista. Aunque manifestar en defensa del personaje de Hershey, que es quien finalmente trata de ayudar a la protagonista, aunque desgraciadamente ya sea demasiado tarde. Por último, y referente al apartado interpretativo, hay que reconocer tremendamente acertado la colaboración de Winona Ryder como anterior primera figura del ballet al que pertenece el personaje de Nina, quien ha venido a sustituir a una ex bailarina incapaz de asumir su nuevo rol lejos de los focos. Y es que el parecido físico entre estas dos actrices posibilita el jugar a la idea de que ambas se vean representadas en la otra, el personaje de Winona viendo en el de Natalie esa estrella en ciernes que ella llegó a ser, mientras que  Portman ve en una Ryder anulada física y mentalmente su propio futuro.

Destacar como la película consigue incomodar, no solo en el terreno más psicológico, con ese juego de confusión, reflejos y momentos que no sabemos si son reales o creados en la mente de la protagonista, sino que, igualmente, genera una desazón de tipo físico. Y es que su director se encarga de hacernos encoger en la butaca por la dentera que nos produce ver el límite al que es llevado el cuerpo a la hora de tratar de ejecutar con precisión quirúrgica los más complicados movimientos de baile, idea reforzada además por las lesiones auto infringidas por Nina tratando precisamente de huir del dolor físico producido por unos ensayos llevados hasta el confín de la exigencia.

Un título que es un perfecto ensayo sobre la locura a través de la mirada de quien acaba resultando una niña asustada que, en aras de dar lo mejor de sí misma y en un mundo tremendamente exigente, competitivo y narcisista, es empujada a dar con yo más autodestructivo. Esa última mirada de la bailarina ya como cisne negro constituye el mejor resumen de un viaje a la demencia que, por desgracia, no queda limitado a ser mero género dentro del terror de una sala de cine.

martes, 27 de julio de 2021

LA CALLE DEL TERROR (FEAR STREET, 2021) 330´

 

El pueblo de Shadyside está marcado a fuego como uno de los lugares con la tasa de criminalidad más alta de Estados Unidos debido a las diferentes matanzas perpetradas en la localidad a lo largo de generaciones, pero lo que parece una funesta concatenación de macabras casualidades puede tener un origen mucho más terrorífico de lo que ya es per se.

La calle del terror es una muy grata sorpresa dentro del género, y que, estrenada en la plataforma Netflix como tres películas independientes aunque consecutivas, ha de abordarse como un único título, tal como ocurre con otras trilogías cinematográficas, encabezadas como no puede ser de otra manera por El señor de los anillos, ya que han sido pensadas, escritas y filmadas como una única historia. Historia que bebe de la serie de relatos del mismo título obra del afamado escritor de terror juvenil R. L. Stine, creador de Pesadillas y que, en este caso, si bien sigue abonado a un terror protagonizado por jóvenes, presenta un trasfondo mucho más adulto que el de su saga literaria más conocida, tanto por el mayor nivel de violencia presente en La calle del terror como por presentar unas tramas con un poso más adulto y tenebroso. Trasladar estas novelas a la gran pantalla ha sido un proyecto largamente acariciado desde el éxito de la serie para televisión Pesadillas emitida a mediados de los noventa, y que incluso llevaría a tratar de estrenar en cines las tres películas de la saga de manera consecutiva. Finalmente estas han encontrado su sitio en la plataforma Netflix, resultando un acontecimiento más que disfrutable para el aficionado al género de terror, y una muy recomendable opción tanto a la hora de dar el salto de los títulos más juveniles y menos densos dentro del terror a un cine de género más potente visual y narrativamente hablando, como para descubrir este a un público poco familiarizado con el miedo en el cine.

Las tres películas están dirigidas por Leigh Janiak, una directora con una filmografía escasa (un único largo anterior), pero siempre volcada en el género de terror. Debutaría en 2014 con Honeymoon para foguearse en series como Outcast, Scream o Panic, siendo La calle del terror su confirmación como uno de los nombres a tener en cuenta dentro del género, habida cuenta del buen trabajo que realiza en esta ocasión. La directora logra ofrecer un trabajo muy competente a nivel técnico, con muy buenos usos de la cámara, una medida planificación de las secuencias, un montaje trabajado, acertados flashbacks para tratar de agilizar la historia y secuencias en paralelo muy bien editadas. Pero además del mimo presente en la forma de envolver la propuesta, cabe destacar igualmente como Janiak no se amilana a la hora de abordar la trilogía con un tono que balancea, y de manera tremendamente atinada, entre el tono juvenil, el terror puro con algún momento francamente duro y el gore más desinhibido. El resultado es el merecido ante este trabajo detrás de las cámaras, una delicia para el gourmet del cine de terror al que la propia trilogía aprovecha para homenajear.

De esta manera cada película tiene un marcado trasfondo de reconocimiento de una manera de abordar el cine de terror a lo largo de las décadas. La primera entrega, subtitulada 1994 se inspira en sagas como Scream, se lo que hicisteis el último verano o Leyenda urbana, en tanto se inicia como si de una nueva entrega de la saga protagonizada por Ghostface se tratara, homenaje al propio asesino incluido. Esa reinvención del slasher orquestada desde el éxito de la película dirigida por Wes Craven y escrita por Kevin Williamson está presente en la propia estética de una historia ambientada a mediados de la década de los noventa, pero también en varios momentos muy reconocibles. La muerte inicial es todo un decálogo de los resortes utilizados en aquellos años en el género para generar desazón en el espectador, con falsos sustos, jumpscares traicioneros y alargando la secuencia hasta la extenuación tratando de que la agonía de la víctima se traslade a los espectadores. Y una vez se presenta la trama seguimos reconociendo guiños a ese cine noventero en varios de los personajes, en el uso de la música de éxito de aquellos años como forma de conectar con el público potencial de este tipo de películas, o el protagonismo de una Scream Queen de fuerte carácter que recuperaba la figura inmortalizada por John Carpenter en La noche de Halloween a través del personaje interpretado por Jamie Lee Curtis y que se convertiría en un prototípico icónico dentro del cine de terror. En el caso de la segunda entrega de la trilogía, remarcada como 1978, el homenaje está claro, siendo Viernes 13 y sus secuelas el espejo central en el que vuelca sus guiños la película, incluyendo un asesino con un saco cubriendo su rostro, tal como sucediera en la primera secuela de la cinta de Sean S. Cunningham, antes que el bueno de Jason se hiciera con su icónica máscara de hockey, algo que sucedería en la tercera entrega de la franquicia. Siendo fiel al estilo marcado por Viernes 13 y la retahíla de imitaciones que vendrían después, este episodio es el más visceral en cuanto a violencia se refiere, con decapitaciones y apuñalamientos explícitos incluidos, aunque curiosamente el momento más duro de la película en el terreno de la violencia lo consigue la directora sacando el asesinato de plano. Al igual que sucede con la violencia, esta segunda entrega es la más directa en la forma de mostrar el sexo, una vez más guiándonos por los esquemas argumentales de los títulos homenajeados, y es que mientras en las otras dos películas estos momentos tienen un carácter mucho más intimista, en este caso su utilización es totalmente desinhiba e incluso innecesaria, tal como sucedía en todo slasher ochentero que se precie. Y si en el caso de la primera parte hablábamos de su música como forma de conectar con la década de los noventa en la cual tiene lugar la historia, lo de esta segunda entrega es de auténtico lujo gracias a un primer acto que en ningún momento deja de bombardearnos con temas musicales como Brother love´s travelling salvation show (incorporado igualmente a Erase una vez en Hollywood), Love will keep us together,  Cherry bomb, The first cup is the deepest o Carry on wayward, solo por citar únicamente unos pocos ejemplos de la delicatesen musical que nos espera antes que el terror haga su aparición en escena. Finalmente,  la saga se cierra con un sugerente 1666, abordando la historia de inicio de los terribles acontecimientos que han acompañado al pueblo de Shadyside desde hace casi cuatro siglos. En este caso el homenaje es menos evidente pero el reciente éxito de La bruja pesa sobre una película mucho más construida sobre los cimientos de un terror sugerido y basado en miedos atávicos (la utilización de la religiosidad enfervorecida de la comunidad donde se desarrolla la película es evidente) que en el uso de unos terrores más explícitos y directos fomentados por un asesino físico. En este caso el miedo es incorpóreo y bebe de acuerdos con el demonio o castigos divinos, lo que lo hace más cercano a nuestra propia realidad, y por ende más reconocibles. Como cierre de la historia, el último acto nos traslada nuevamente a 1994, donde todo empezó, para abordar un fin de fiesta a la altura de todo lo visto hasta entonces.

Pero no piensen en La calle del terror como una película homenaje anclada en los guiños que va mostrando en cada una de sus entregas, sino que parte de una excelente historia que se desarrolla de manera magistral a lo largo de las tres películas, sorprendiendo al espectador en cada nueva entrega, y es que se agradece en ese sentido que nos pille varias veces con la guardia baja, y conformando un todo que encaja a la perfección. Es evidente el cuidado que se ha puesto a la hora de escribir y reescribir las tres películas para que todo quede hilvanado de manera casi perfecta, y es que si obviamos apenas un par de agujeros en el guion casi imperceptibles, el puzzle confeccionado por la propia Leigh Janiak junto a Phil Graziadei, colaborador de la directora desde su opera prima Honeymoon, está pensado y medido de manera excelente. La historia construida te atrapa desde el arranque de 1994 para no soltarte hasta los títulos de crédito de un cierre que además te guiña el ojo una última vez durante los títulos de crédito finales, en una sesión de seis horas que es todo un deleite tanto para el aficionado más curtido en el género como para el más neófito. Sin querer entrar en la propia historia que las películas narran, si que debemos hacer hincapié en como presenta una trama amorosa totalmente creíble y nada forzada, sirviendo esta idea como perfecto exponente de la manera en que está escrita la película, sin la incorporación de elementos superfluos o poco creíbles, más allá del trasfondo de la propia historia sobrenatural, con reacciones humanas, situaciones en las que te ves reflejado y momentos que serían los que sucederían si lo narrado en pantalla se extrapolara nuestra realidad.

La construcción de personajes es igualmente uno de los puntales sobre los que se cimenta el estupendo resultado de la trilogía, ya que todos y cada uno de ellos resulta interesante y necesario, está bien construido, tiene su momento en alguna de las entregas y muy especialmente, tiene un trasfondo creíble y que te lleva a empatizar con  los diferentes protagonistas. La historia pivota principalmente en el personaje de Deena, a quien da vida una sobresaliente Kiana Madeira, vista básicamente en películas para televisión o series para el mismo medio. Este personaje, como ya apuntábamos con anterioridad, si bien tiene ciertas características de las scream queens al uso, presenta una personalidad propia muy marcada y que la aleja a su vez de prototipos mucho más anclados en la inocencia o inicial debilidad, caso de la propia Laurie Strode (La noche de Halloween) o más recientemente de  Sydney Prescott (Scream). Junto a Kiana no podemos obviar nombres como los de Sadie Sink (Stranger things), Emily Rudd, Ryan Simpkins, McCabe Slye, Benjamin Flores Jr, Ted Shuterland, Olivia Scott Welch (vista en Modern familiy), Julia Rehwald o Maya Hawke (Erase una vez en Hollywood) por citar solo a varios de los, en la mayoría de los casos, jóvenes actores que, aunque desconocidos para el gran público, ofrecen unas interpretaciones muy notables. El hecho de que la mayoría de protagonistas sean mujeres y lo bien que están escritos estos personajes es otro de los puntos a destacar, ya que si bien en la mayoría de slashers al uso estos personajes son una suma de estereotipos, en este caso tienen una complejidad que, además de aportar al personaje y ayudar al intérprete a darle vida, favorecen la creación de un vínculo de este con el espectador, y por lo tanto un mayor sufrimiento del mismo ante lo que acontece en pantalla.

No podemos hablar de La calle del terror sin abordar la colección de psycokillers que aparecen en pantalla, y es que si bien la historia narrada aborda diversos géneros dentro del terror, es evidente que el slasher tiene un peso considerable dentro de la trama. Es por ello que en las tres películas hacen acto de presencia una serie de villanos con una potencia no solo visual, sino conceptual merecedora de la creación de una película propia por cada uno de estos personajes, aunque en el caso del asesino del campamento Nightwing si que ostenta dicho honor, protagonizando prácticamente en solitario toda la segunda entrega. Asesinos como Ryan Torres, Ruby Lane, El lechero, Billy Barker, El estafador o Cyrus Miller, son creaciones muy por encima de otros personajes dentro de títulos dentro del género, algo que demuestra nuevamente el mimo puesto a la hora de crear una historia que incluso se ha molestado en dar un trasfondo a  todos y cada uno de estos personajes. Asimismo es de agradecer el uso que a lo largo de las tres películas se hace de un personaje tan relevante como el de Sarah Fier, mostrado en pantalla mediante fogonazos y con una historia que va desgranándose retazo a retazo hasta llegar a una tercera y última parte que dedica dos terceras parte de su metraje a abordar por completo al mismo, origen de toda la leyenda negra de Shadyside.

Llegados a este punto únicamente queda recomendar una película construida como trilogía pero que hay que ver prácticamente de seguido para disfrutar de un guion con engranaje de reloj, unos personajes para el recuerdo, una historia con una fuerza evidente pero que además ha sido filmada para mantenerte aferrado a la butaca de inicio a fin. Un título para visionar con la menor información posible al respecto para que de esta manera logre llevarte por el camino marcado por una Leigh Janiak que ya puesto de manifiesto su interés por seguir alimentando la saga con nuevos títulos. Algo que servidor agradecería.

jueves, 3 de junio de 2021

EL EJÉRCITO DE LOS MUERTOS (ARMY OF THE DEAD, 2021) 148´


Tras una epidemia zombie en Las Vegas que ha obligado a sellar la ciudad y aislarla del resto del mundo, un grupo de mercenarios son requeridos por un millonario para hacerse con el dinero que este guarda en una cámara acorazada en uno de los casinos de la ciudad.

Cerca de dos décadas después de su primera película, la celebrada Amanecer de los muertos, por cierto uno de los títulos de referencia, junto a 28 días después, a la hora de citar las responsables del boom zombie a todos los niveles de entretenimiento (comics, libros, series, películas, videojuegos…) iniciado a comienzos de los dos mil, Zack Snyder regresaba al género que le vio nacer como cineasta con un título que conviene analizar de manera pausada y sin dejarnos llevar ni por fanatismos ciegos ni por enconados odios tanto hacía el género como al propio director, y que invalide el señalamiento tanto de los defectos de la película, así como del reconocimiento de sus virtudes.

Lo primero que conviene señalar es que se trata de la primera película de Zack Snyder tras un tiempo de convulsión y retiro de este director tanto por motivos personales, el fallecimiento de una de sus hijas, como profesionales, con ese traumático remontaje y con ello la pérdida total de la identidad otorgada por Snyder a su anterior estreno, La liga de la justicia, y que el propio cineasta pudo resarcir con la nueva versión recientemente estrenada en HBO. Es por ello que El ejército de los muertos denota la necesidad de su máximo responsable, ya que además de director Snyder es el autor de de la historia, coguionista de la película, productor y director de fotografía, de disfrutar de nuevo con su trabajo, dejando de lado grandes y complejas historias y rodajes tortuosos para enfrentarse a una filmación donde ha podido disfrutar de un control creativo absoluto (una de las ventajas de trabajar con las nuevas plataformas de entretenimiento, en este caso Netflix, frente al mayor control de las major tradicionales), lo que se ha transmitido, y la película así lo hace, en un trabajo dinámico, cómodo y divertido (todo lo cómodo y divertido que suelen ser los rodajes de producciones de unos ochenta millones de presupuesto), donde el disfrute de sus responsables traspasa la pantalla ofreciendo un entretenimiento honesto y totalmente disfrutable, donde ni siquiera una duración cercana a las dos horas y media hace mella en el resultado final, no habiendo lugar en ningún momento para el aburrimiento y de hecho, dando la sensación de que la película es más corta de lo que marca en metraje.

Frente a una de arena una de cal, y es que la historia como tal acaba resultando vacua y sin apenas un desarrollo más allá de la creación de una trama mínima para poder contar con una película que abarque los diferentes elementos que de inicio parece querer abordar. Al final la trama puede resumirse como un gran asalto a una, en principio irreductible cámara acorazada, en medio de una amenaza zombie, sin ni siquiera contar con los engranajes narrativos que traten de armar de manera consistente lo que sucede en pantalla, lo que como espectador nos lleva a sorprendernos por la manera en que actúan los protagonistas, hallándose además por el camino evidentes agujeros de guion, o cuando menos, resoluciones de situaciones poco esmeradas y trabajadas.  Ese es otro elemento donde Snyder no ha afinado su trabajo como guionista y autor de la historia original, y es que los personajes, a pesar de resultar tremendamente atractivos como mercenarios al uso, carecen de interés dramático, pesando más en la película su estética y fisicidad que sus intereses personales o desarrollo dramático. Son, ese sentido, personajes secundarios de un videojuego de acción, con una potente  presencia en pantalla pero sin alma suficiente como alguien con quien empatizar. Ni siquiera el intento de introducir una sub trama dramática entre padre e hija resulta mínimamente interesante como espectador, ya que por otra parte la propia película se encarga de manera insistente en hacerte ver que los tiros, nunca mejor dicho, van por otro lado.

Y es que, y volvemos nuevamente a loar la capacidad de Snyder como cineasta, la película es un soberbio espectáculo de acción que además sabe manejar con solvencia contrastada los momentos de mayor tensión, como ese pasillo de zombies adormilados.  No es nueva la capacidad de su director a la hora de dirigir cine de acción, pero en este caso se une el hecho de haber prescindido en mayor medida que en títulos anteriores del uso del chroma key, aumentando exponencialmente la utilización de decorados y elementos físicos presentes en el set a la hora de filmar. Y sin embargo no se nota el cambio, ya que Snyder es buen director con o sin pantalla verde, siendo un virtuoso en el uso de la cámara, eso es algo que no se le puede negar, y en la forma en que filma y monta las secuencias de acción en sus películas, no faltando tampoco en esta ocasión el uso de la cámara lenta, una de sus marcas de la casa. Y si hablamos de constantes en el cine de Snyder tampoco fallan unos títulos de crédito introductorios que son de lo mejor de la película, como ya hiciera desde su opera prima, la citada Amanecer de los muertos, y llevara a su máxima expresión con unos títulos de crédito de arranque en Watchmen que son directamente magistrales. En esta ocasión el director utiliza unos tonos saturados, una cámara súper lenta y el tema mundialmente popularizado por Elvis Presley (no podía ser otro) Viva Las Vegas, debidamente adaptado para la ocasión, para narrar en seis minutos pletóricos todo el desarrollo que tiene lugar en la ciudad donde tiene lugar la película (otra elección totalmente acertada el contar con “la ciudad del pecado” como escenario), desde que irrumpen los primeros zombies hasta que se logra contener a lo que ya es una horda irreductible dentro de una ciudad sellada, aprovechando además la ocasión el director para presentar a varios de los protagonistas de la película.

En cuanto a los actores principales, la película cuenta con un puñado de intérpretes poco conocidos para dar vida a los mercenarios protagonistas, aunque como apuntábamos con anterioridad su mayor interés es el aspecto visual que estos aportan a sus personajes, más allá de cualquier desarrollo dramático que, aunque en algún caso se plantea de soslayo, apenas es un elemento que se haya trabajado. El antiguo luchador profesional dentro del circuito de la WWF y actor en películas como Guardianes de la galaxia, Spectre o Blade runner 2049, Dave Bautista, es quien comanda al grupo de mercenarios y la propia película, que sin embargo se erige como un título bastante coral y donde todos los personajes tienen su momento para el lucimiento. Así podemos encontrarnos entre otros con una aparentemente cándida pero decidida Ella Purnell (El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares), un imponente Omari Hardwick (Kick ass), una Ana de la Reguera vista en Narcos y que dobla su papel tanto en ingles como en castellano, un Garret Dillahunt visto en las películas No es país para viejos o 12 años de esclavitud como un villano sin pegada y al que se ve venir de lejos, o al alemán Matthias Schweighöfer, quien se hace con uno de los papeles más celebrados y disfrutables. No podemos olvidar a Richard Cetrone y su más de metro noventa, quien interpreta al líder de los zombies y que es uno de esos especialistas de acción imprescindibles hoy en día y con un curriculum como tal donde figuran películas como El club de la lucha, Amanecer de los muertos, Constantine, Sr y Sra Smith, 300, Iron man, Watchmen, La cabaña en el bosque, Batman y Superman o La liga de la justicia por citar solo unos ejemplos. Además ha dado el paso natural a trabajar como actor en títulos como Sucker Punch, Underworld, El hombre de acero o Fantasmas de Marte, repitiendo en cierta manera en El ejército de los muertos el personaje al que diera vida en la película de John Carpenter. Por último, y pese a que, tal como indicábamos anteriormente la película había servido como terapia para su director a la hora de dejar de lado las malas experiencias tras el rodaje de su anterior película, en esta ocasión también tuvo que trabajar de manera forzosa una vez filmada completamente la película, en este caso para integrar en lo ya rodado al personaje de Tig Notaro, la piloto del helicóptero. Y todo para sustituir al actor Chris D´Elia, que es quien inicialmente grabó toda la película junto al resto de intérpretes, y a quien se decidió fusilar de la cinta tras las denuncias por acoso sexual a menores recibidas por este intérprete y comediante.

Respecto al género en el que se ubica la película, ese puede ser otro punto en contra que los aficionados al terror pueden esgrimir para tratar de defenestrar la propuesta de Snyder, y es que, frente a un Amanecer de los muertos que siempre se movía dentro del género de terror, en esta ocasión el director, dentro de esa idea de locura controlada que es El ejército de los muertos, no duda en combinar la acción adrenalítica con pequeñas notas de comedia negra y por supuesto el terror, en un coctel disfrutable una vez uno es consciente de por dónde ha llevado Snyder su propuesta. La película además, dentro de que aborda el subgénero zombie, lo hace con unas particularidades propias a la hora de sugerir el inicio de la plaga de muertos vivientes, incluyendo además en la ecuación unas categorías de zombies que desarrollan la idea que el padre del género Romero ya diera a entender en su última gran película sobre el tema, La tierra de los muertos vivientes, con unos seres capaces de actuar como grupo organizado, añadiendo en este caso la figura de unos émulos de rey y reina zombies. Snyder aborda la película desde la sobredosis de acción y brutalidad, no habiendo ningún tipo de recato a la hora de mostrar de manera explícita la capacidad de destrucción de los propios zombies pero también de los humanos protagonistas. Y ahí es donde hace su entrada el departamento de efectos especiales, echándose en falta el uso de efectos protésicos y físicos, algo que si hiciera el director, y además de manera consciente, en su primer acercamiento al mundo zombie con Amanecer de los muertos, siendo en esta ocasión predominante la utilización de los efectos visuales en postproducción para la simulación de los impactos de bala y detonaciones corporales de todo tipo.

Por último no podemos dejar de abordar El ejército de los muertos como una enorme caja de sorpresas plagada de huevos de Pascua y homenajes que el director ha ido depositando a lo largo de la película, idea que va en consonancia con el hecho de tratar este trabajo como la válvula de escape a través de la cual Zack Snyder ha combatido todos sus fantasmas del pasado reciente, tratando de recuperar no solo la pasión por su trabajo, sino la confianza en la propia industria. Esta idea apuntala la necesidad de revisionados que permitan abordar toda la recua de guiños, puyas y homenajes incluidos a lo largo de la película, y que tienen por ejemplo sus miras en películas como Aliens el regreso, Fantasmas de Marte, El ejército de las tinieblas, Amanecer de los muertos, El señor de las bestias o la propia Liga de la justicia entre otros. La idea además de que esta película se constituya como el punto de partida para una serie de animación que está por venir o algún spin off que aborde y aumente las explicaciones sobre el origen de unos zombies que, según algunas teorías, ya se visualizan como cyborgs o alienígenas, da buena idea de la enorme broma que su director y principal responsable ha postulado con su vuelta a la primera línea de fuego de la industria del cine. Algo que siempre se agradece tratándose de directores tan particulares, para bien o para mal, como es el caso de Zack Snyder. Es por ello que lo mejor, al menos de inicio, es disfrutar de un primer visionado de El ejército de los muertos dejando de lado teorías que abordan la película como una alegoría sobre la relación entre el director y la productora Warner o la polémica con los pixeles muertos, y dejar estas polémicas para posteriores ocasiones. Disfruten de la orgia de muertos vivientes y acción adrenalítica y dejen de lado los razonamientos lógicos para más adelante, les merecerá la pena.

miércoles, 12 de mayo de 2021

LA BRUJA (THE WITCH, 2015) 93´

En la Nueva Inglaterra del siglo XVII una familia de puritanos es expulsada de la colonia en la que viven, trasladándose hasta un páramo donde construirán una granja. Pero la maldad que mora en el bosque cercano a su nuevo hogar no  tardará en adentrarse entre los frágiles muros familiares.

Un título muy valiente que no se deja influenciar por el estilo predominante hoy en día en el género en líneas generales, y que aborda este desde una estética, historia y narrativa totalmente personales, dejando claro desde su propio subtítulo, a New England folktale, el estilo visual pero también conceptual a adoptar, tratándose efectivamente y en definitiva de un cuento de terror propio del folklore popular más arraigado, con el miedo a las brujas pero también al propio Dios como elemento catalizador de los propios terrores y con ello de la historia narrada.

La película está dirigida y escrita por el debutante Robert Eggers, quien tras presentar varios cortometrajes que ya apuntalaban cuales eran los temas favoritos de su realizador, siendo de hecho una traslación del cuento de Hansel y Gretel, sin olvidar a la bruja de la historia, su primer trabajo profesional en formato de cortometraje, vuelca en esta, su opera prima, muchas de sus fijaciones, ya vistas en trabajos anteriores, como las relaciones familiares, la religión y, cómo no, los mitos y leyendas populares, siendo de hecho el propio Eggers oriundo de Nueva Inglaterra, con lo que es obvio que es un tema que siempre ha tenido cercano por orígenes.

La película está filmada con una sobriedad y una veracidad que se convierten en su principal marca, llevando hasta el final este estilo que, por ejemplo, nos deleita con una filmación en parajes totalmente naturales o un uso exclusivo de la luz natural como fuente de iluminación, sin recurrir a una fotografía sustentada por ningún tipo de apoyo artificial, lo cual confiere a varias de las secuencias presentadas cierta iconografía pictórica, siendo auténticos cuadros en pantalla, potenciados por el hieratismo de los personajes en las propias escenas, sirviendo de perfecto ejemplo de esta idea el momento en que la familia está velando al hijo enfermo. Incluso el vestuario utilizado fue creado de manera artesanal, pudiéndose decir lo mismo de la utilización del dialecto de la época, todo en aras de trasladarnos hasta el momento, no solo histórico, sino cultural y de creencias en los que se ubica la película, algo que se consigue desde la propia escena introductoria que narra la expulsión de la familia protagonista, precisamente por una disputa de tintes religiosos, dentro de la comunidad puritana de colonos de la que formaban parte. Es evidente el interés por parte de Eggers de hacer que el espectador sea abstraído por la película desde su belleza formal, de ahí ese buscado estilo de sobriedad narrativa, sin grandes alardes técnicos pero con una firmeza en la forma en que están filmadas las secuencias que acaban por generar un título muy consistente en ritmo y narrativa, tratándose como es La bruja de un título con un tempo pausado y sin acelerones por tratar de desenmascarar el misterio que envuelve a la película.

La manera en la que la película nos adentra en el terror es mediante una buscada generación progresiva de un ambiente opresivo que poco a poco, pero de forma casi inmediata, una vez desaparece el hijo menor de la familia protagonista, vaya haciendo mella en el espectador, casi en paralelo a la propia degradación moral y familiar de los protagonistas de la historia. Hay mucho de sugestión en La bruja, alejándola de esta manera de un formato de cine mucho más explícito y visceral y, aunque no evade la violencia de la situación que se va narrando, sabe que no es ese su territorio, focalizando su interés, como bien decíamos con anterioridad, en crear sensaciones y desasosegando al espectador. Y lo hace prácticamente sin golpes de efecto, estudiados jumpscares,  juegos con la banda sonora o la contraposición de imágenes tratando de asustar. Tampoco le hace falta, ya que la desazón que va manando conforme avanza esta historia de trágico e inexorable final es su principal valía como elemento terrorífico.

Es interesante remarcar como la película utiliza el tema de la religión como eje principal, ubicando además la trama de manera consciente en un momento histórico y geográfico totalmente buscado, en plena migración de los puritanos a Nueva Inglaterra, algo que hace totalmente creíble la manera de actuar de la familia protagonista. Esto plantea un tema interesante dentro de la propia película, y es el poder divergir entre dos teorías, si lo que sucede tiene tintes realmente demoniacos o es simplemente la propia paranoia religiosa de los protagonistas la que les lleva a pensar que su desgracia inicial con la pérdida del hijo menor es fruto de sus propios actos pecadores, lo que les lleva a tomar una serie de decisiones fatídicas presas de un estado paranoico propiciado por la valoración religiosa que hacen de cada uno de los acontecimientos de su vida. Y es que si bien el director muestra en pantalla a la propia bruja, e incluso cierra con un aquelarre en mitad del bosque, refrendando la idea de la presencia de las fuerzas del mal como eje de la fatalidad, es este un elemento interesante que planea sobre la película y que de alguna manera sirve de acicate contra la propia utilización sesgada y torticera de los preceptos religiosos.

Mención especial merece un elenco de actores sobre cuya actuación se carga buena parte de la responsabilidad de que la película funcione, ya que al apostarse por la afección emocional del espectador con las vivencias de la familia protagonista, es de vital importancia no solo hacer creíbles a estos personajes, sino lograr que su sufrimiento, independientemente estés de acuerdo con sus creencias radicales o no, y por lo tanto con la forma en que abordan los acontecimientos que les están llevando al abismo como comunidad familiar,  haga mella en uno como espectador. En ese sentido se trata además de una película de apenas unos pocos personajes, potenciándose ese aire de teatralidad de la cinta, a lo que se une su desarrollo en prácticamente un único escenario, la casona familiar, siendo el bosque colindante el otro marco donde tiene lugar la historia. Destacar como el director ha apostado por intérpretes muy solventes en lo profesional pero desconocidos para el gran público, una vez más una decisión tomada en aras de buscar potenciar el aire de veracidad de la historia contada. En ese sentido podemos de una parte citar a los dos intérpretes adultos, Ralph Ineson, visto en infinidad de series y películas, y que da vida con una convicción absoluta a un patriarca cuyas creencias religiosas extremistas son las causantes de llevar a su familia hasta una situación insostenible, provocando primero la expulsión de su propia comunidad y más tarde una huida hacia adelante que acabará resultando trágica. Katie Dickie, otra actriz muy fogueada en la televisión, encarna a la madre de familia que, aunque al igual que el personaje de Ineson, está totalmente sometida a sus propias creencias religiosas, supone un elemento más racional en la pareja, y que incluso llega a plantear su equivocación por haber abandonado su hogar oriundo. Por otra parte hay que destacar a un grupo de jóvenes intérpretes que logran algo muy complicado en un título de estas características, y máxime tratándose de actores tan jóvenes y neófitos dentro de la interpretación, siendo para todos su primera o uno de sus primeras actuaciones delante de las cámaras, de hecho y a excepción de Anya Taylor-Joy, el resto de actores infantiles apenas han trabajado como intérpretes posteriormente. En este aspecto los cuatro jóvenes ejercen un trabajo creíble, lleno de frescura en la forma de actuar y con el aliciente de tratarse de unos roles tan dramáticos, logrando sin embargo impregnar de esa madurez que, por fuerza, los muchachos de su edad debían tener en la época en la que se desarrollan los acontecimientos, a su propia interpretación. Destacar a la actriz de diecinueve años en el momento de estrenar la película Anya Taylor-Joy, quien carga con el papel más complejo de toda la película, donde evoluciona de niña asustadiza a lolita involuntaria finalizando en el extremo opuesto de de cómo inicia la película, siendo de hecho un plano de su rostro el arranque de la historia. La joven intérprete demostró de esta manera con esta, su primera película, unas tablas y una predisposición para la actuación que ha refrendado en títulos posteriores como Múltiple, Los nuevos mutantes o la televisiva Gámbito de dama.

La bruja se erige desde una posición de valentía y absoluta creencia por parte de su director y máximo responsable hacía el proyecto que tenía entre manos, como una rara avis dentro del cine de terror actual, cercana en ideas, concepto y forma a películas tan extrañas y personales como El hombre de mimbre o la más reciente Lords of Salem Frente a un tipo de cine de terror  que, aunque ha recuperado las formas de la escuela más clásica gracias al comercial James Wan y una filmografía que apuesta por la vertiente más psicológica y sugestiva del miedo, se apoya en demasiadas ocasiones en una visión explícita, salvaje y que busca incomodar al espectador desde un bombardeo de imágenes repulsivas e impactantes, en esta caso se busca dentro de los propios miedos atávicos del espectador el elemento con el que juega la película, no solo para incomodar durante su visionado, sino para dejar un poso de amargura una vez finaliza la historia, recordémosla, propia del folklore tradicional que todos los países  y culturas, de una forma u otra, tienen, adaptada a la propia idiosincrasia del lugar en el que surgen. Y es que recordemos que aquí también, “haberlas haylas”.