Tras ser acribillados
a balazos por la policía, el trío de desalmados asesinos formado por Baby, Otis
y Spaulding logra sobrevivir milagrosamente, dando sin embargo con sus huesos
en prisión. Spaulding llegará a ser ejecutado mediante inyección letal, sin
embargo la pareja de hermanos logrará huir y, en compañía de otro miembro del desastrado
clan familiar, proseguirá con su vorágine de muerte y degradación en una huida
hacia adelante sin más opción que la de matar antes de morir.
Tras
los mediocres resultados de su anterior película, la fallida 31, Rob Zombie
trataba de reflotar su carrera como director tras un prometedor comienzo iniciado
con el estreno en 2003 de La casa de los 1000 cadáveres, y reafirmado
posteriormente con conseguidas películas dentro del género de terror como Los
renegados del diablo o Halloween, el origen, confiando esta nueva baza en sus
personajes más icónicos, esa familia Firefly presentada ya en su opera prima y
elevada a los altares del género con la estupenda Los renegados del diablo. Sin
embargo, en esta tercera entrega de sus andanzas, Zombie no se acerca a los interesantes niveles
presentados en los dos títulos anteriores, certificándose de esta forma el
ocaso de este director que, al menos de momento, se encuentra lejos de ser ese
referente dentro del género que si ostento en sus primeros trabajos, siendo la
excesiva reiteración en sus tramas y modus operandi a la hora de filmar, así
como la falta de nuevas ideas, las principales causas de este encasillamiento
que amenaza con lastrar la carrera cinematográfica del prolífico músico y
director.
La
película se formula en varios actos, siendo claramente identificables tres
partes principales. La primera de ellas versa sobre el encarcelamiento de los
tres asesinos supervivientes dentro del diezmado clan familiar,
presentándonoslos la voz en off de Barry Bostwick (The rocky horror picture
show) como unos émulos de auténticos asesinos en serie de la talla de Ted Bundy
o Charles Manson, convertidos en héroes de masas a pesar de lo truculento y
deplorable de los actos cometidos por estos. Zombie juega con el atractivo que
este tipo de personajes provoca en cierta parte de la sociedad, y lo hace mediante
la inserción de entrevistas a los propios reos, noticiarios u opiniones de ciudadanos
anónimos, dotando a esta parte de metraje de cierto aire semi documental. Es
durante este primer tramo que asistimos a la despedida de un personaje icónico
dentro de esta serie de películas, el capitán Spaulding, ya que el actor que
diera vida a este payaso asesino (que nuevamente podemos decir que bebe, al
menos en lo visual, de un serial killer real, en este caso de John Wayne Gacy),
Sid Haig, se encontraba muy enfermo en
el momento de filmar la película, tal y como se atestigua en el demacrado
aspecto físico del intérprete, quien de hecho fallecería apenas una semana
después de estrenarse su último trabajo. Es por ello que un personaje del peso y
carisma de Spaulding apenas aparece en un par de escenas para acabar siendo
ajusticiado por la pena capital en la trama, justificándose de esta manera su
salida de la película. Posteriormente asistimos a la huida de los dos hermanos
supervivientes, Otis y Baby, a quienes se unirá un nuevo hermano bastardo,
apodado Foxy e igual de despiadado y criminal que el resto de familia, supliéndose de esta
manera la inesperada salida de Sid Haig y su venerado personaje del capitán
Spaulding. Finalmente la trama se traslada a México para un último acto final de
ínfulas a lo Peckinpah, aunque lejos de derrochar el talento del director de
Grupo salvaje, donde estos tres personajes surgidos del mismísimo infierno
deberán enfrentarse a una banda de peligrosos criminales deseosos de cobrarse
venganza por una de las muertes obra de Otis.
Zombie
plantea una historia banal, que insiste en lo ya visto no tanto en La casa de
los 1000 cadáveres como especialmente en Los renegados del diablo, película
que, con cierta factura de western árido y oscuro, incidía en los tres
personajes principales ya aparecidos en la opera prima de Zombie pero siendo mejor
desarrollados en esta segunda aparición. Sin embargo en esta ocasión, al no
haber espacio para una mayor evolución psicológica de estos protagonistas tan
atípicos, lo que hace el director es retorcerlos en un tour de forcé que los
lleva a la auto parodia, algo especialmente evidente en una Sheri Moon Zombie
totalmente pasada de frenada en la forma en que interpreta en esta ocasión al
personaje de Baby. La intérprete y musa
de Zombie es, con diferencia, la que peor parada sale en el apartado
interpretativo, ya que tanto Bill Moseley, nuevamente dando vida a Otis, como
la nueva incorporación, Richard Brake, a quien ya habíamos visto en la fallida
31, siendo como son mejores actores, saben parar a tiempo esa sobreactuación en
sus personajes, a pesar de que, al tratarse 3 from hell de toda una oda al
exceso, esta idea se traslada igualmente a la forma en que están abordadas los
comportamientos de todos y cada uno de los actores que aparecen en pantalla. Junto
a estos protagonistas principales, podemos descubrir en pantalla a varios
actores que repiten con Rob Zombie, caso de Jeff Daniel Philips (The lords of
Salem, 31), Kevin Jackson (31), Pancho Moler (31), Dee Wallace (The lords of
Salem) o Danny Trejo (Halloween, el origen, Los renegados del diablo),
constatándose la querencia de este director por crear un equipo de
colaboradores habituales entre el elenco artístico, idea ya presente desde sus
primeros títulos.
Volviendo
a la historia esta no solo es tremendamente simple, como ya apuntábamos con
anterioridad,, sino que repite varios de los principales aciertos de Los
renegados del diablo, título sobre el que el director parece haber puesto sus
miras de manera obsesiva, sabedor que se trata de la película de su filmografía
mejor considerada a nivel general. El problema es que acaba repitiendo
situaciones ya presentes en la película estrenada en 2005 como el desollamiento
de una de las víctimas, el secuestro, tortura y posterior masacre de un grupo
de personajes a manos de los Firefly o la idea de la venganza sobre la tripleta
de hermanos por parte de alguien que ha sufrido en un miembro de su familia la
ira de estos desalmados psicópatas, rol que ejerció con notable acierto William
Forsythe en Los renegados del diablo.
Pero el problema no es que reitere situaciones, es que todas y cada una de las
mismas estaban mejor planteadas, desarrolladas y finalizadas en Los renegados
del diablo. A esto hay que sumar situaciones escritas de manera indefendible,
como el momento en que es liberado el alcaide de la prisión en la que se
encuentra recluida Baby, hecho rehén junto a su esposa y unos amigos, para que
saque a la benjamín de la familia de la cárcel, y como este cumple su cometido
sin ni siquiera intentar trazar un plan que logre salvar al resto de prisioneros
de Otis y Foxy, a sabiendas que una vez tengan lo que quieren no habrá piedad
para ellos por parte de sus captores. O que decir de ese final a tiro limpio
entre los protagonistas y el grupo de asesinos, donde se incide en el terrible
error de, una vez derrotados, hacer prisioneros a parte de este trío del infierno
en lugar de liquidar a quienes ciertamente has ido a matar. En resumen, un
libreto que plagia ideas propias de Zombie y une situaciones de manera forzada con
la única finalidad de dar escenas a
Otis, Foxy y Baby en la que puedan soltar sus, a estas alturas habituales
peroratas, tan reiterativas y artificiosas por momentos que pierden la potencia
que un día si tuvieron este tipo de diálogos escritos por Zombie para incidir
en el apunte anterior de estar siendo testigo de una auto parodia de los
propios personajes centrales.
Otro
pero es el estilo visual del director, reiterativo y cargante no ya en la
utilización de una fotografía granulosa, sucia y con ecos de ese cine
underground setentero que tanto profesa Rob Zombie en sus películas, y obra del
director de fotografía David Daniel, colaborador habitual de este director
precisamente desde Los renegados del diablo, sino en el uso y abuso de efectos
ópticos y juegos visuales como transiciones, congelación de la imagen, uso de
la cámara lenta… recursos que funcionaban y daban empaque a las imágenes a las
que acompañaban en los primeros títulos del director, pero que en este caso se
ven ya como un intento de dotar de identidad propia a su cine, generando en
ciertos momentos el efecto contrario al deseado, como en el caso de la huida
desnuda acosada por una Baby cuchillo en mano de una de las mujeres que los
hermanos tenían recluidas en su propio hogar y que carece de la supuesta carga
emocional e impactante que previsiblemente debiera tener, a lo que no ayuda ese
epílogo con la anciana tomando la fresca en el jardín de su casa y siendo
testigo involuntario del terrible final de esta nueva víctima de la más joven
de los renegados.
Una
película que suena a algo ya visto con anterioridad, además con mejores
resultados, y que parece reunir en una misma película todo aquello que había
convertido a Zombie en un auténtico autor dentro del cine de terror, pero retorciéndolo
hasta romperlo, llevando al exceso y la exageración y convirtiendo en paródico todos
esos elementos que precisamente habían hecho de Rob Zombie un autor a
considerar dentro del cine de género del nuevo milenio, siendo el resultado
final de estos tres del infierno el contrario al buscado.