Han
pasado varios años desde que los Carter fueran atacados en medio de desierto
por una familia de caníbales mutantes, acabando con varios de sus miembros. Por
ello, Bobby, uno de los hijos supervivientes, y que sigue recreando en su
cabeza una vez tras otra los traumáticos acontecimientos, se niega a volver
cerca del lugar de los hechos junto a varios de sus amigos cuando estos deciden
acudir a una competición de motocross. Y es que las colinas siguen observando a
quien osa cruzar entre sus caminos.
Tras
varios títulos consecutivos sin el éxito de sus primeras películas, Wes Craven
se vería obligado a volver a Las colinas tienen ojos, escribiendo y dirigiendo
una segunda entrega que no solo no logró el objetivo deseado, sino que acabaría
convertida en uno de los más flojos trabajos de su realizador, quien
afortunadamente ese mismo año dirigiría la exitosa Pesadilla en Elm Street,
reescribiendo de esta manera su historia dentro del cine de terror moderno
contemporáneo. Pero eso es otra historia, mientras que lo que nos encontramos
con esta tardía secuela es una cinta que manifiesta la desgana con la que se
gestionó y filmó.
La
primera diferencia evidente entre la película de 1977 y esta segunda parte nos
la encontramos en el grupo protagonista, y es que mientras que en la primera
matanza las víctimas eran una familia norteamericana tipo, ahora nos
encontramos con el prototípico grupo de jóvenes carne de cañón que veríamos
miles de veces en el cine de terror de los ochenta, en un mismo esquema argumental
que llega hasta nuestros días. Robert Houston, Bobby en la saga, repite
personaje en una breve participación mediante una introducción que sirve de
nexo de unión entre ambas historias. Asimismo volvemos a ver a Janus Blythe
como Rudy, parte de la familia de caníbales de la primera película y que tras
erigirse en salvadora del bebe de los Wood ha sido acogida por los Carter en su
huida de su propia familia de asesinos mutantes. Entre los protagonistas y
nuevas víctimas de los habitantes de las colinas nos encontramos a un plantel
de actores desconocidos y en algún caso con apenas un puñado de trabajos como
intérpretes, caso de Tamara Stafford, Kevin Spirtas (protagonista también de la
séptima entrega de Viernes 13), Willard E. Pugh (Robocop 2), Peter Frechette
(Grease 2) o John Laughlin (La roca). Entre la familia de caníbales mutantes y
tras lo visto en la primera entrega de Las colinas tienen ojos, Craven
recupera, como no podía ser de otra manera tras convertirse en el rostro
visible y principal reclamo que promocionara la película en posters y
caratulas, a Michael Berryman, quien de esta manera se descubre no murió tras
el ataque de Bestia, uno de los perros de los Carter en la primera película,
tal y como todo parecía apuntar. Asimismo se saca de la manga un nuevo miembro
dentro de esta familia de mutantes de las colinas, con el indisimulado
sobrenombre del destripador, y a quien da vida John Bloom, actor acostumbrado a
prestar un físico imponente de más de dos metros veinte para papeles donde su
apariencia era su principal arma interpretativa, como así lo atestiguan sus
apariciones entre otros en títulos como Dracula contra Frankestein o Star Trek.
Craven
filma un guion propio desganado y plagado de clichés y una coherencia
argumental mínima, donde además tira de numerosos flashbacks, entre los que
para nuestra incredulidad nos encontramos uno del propio Bestia, que van
narrando y desgranando lo ocurrido en la primera película, y que sirven
principalmente para ocupar metraje que permita a la película llegar a la hora y
media estándar de duración, burdo truco que ya deja claro que el director
carece de historia para por si misma armar una película al uso, pero que
igualmente deja patente toda la ausencia de pasión y ganas que si se pusieron
en el rodaje de la película de 1977.
Un
elemento que evidencia los años transcurridos entre una y otra película, es que
mientras en el caso de la cinta de finales de los setenta nos encontramos con
un título enclavado en el género de survival horror y con unas marcas
identitarias muy propias dentro del cine de horror de la segunda mitad de los
setenta, en esta ocasión la película bebe de todas y cada unas de las
constantes del cine slasher, que puesto de moda tras el enorme éxito de Viernes
13, viviría precisamente en la década de los ochenta su edad de oro con
infinidad de títulos con un esquema argumental similar y constantes que aquí
vemos igualmente replicados. A saber y como ya hemos apuntado con anterioridad,
protagonismo de un grupo de jóvenes despreocupados que irán siendo diezmados de
uno en uno hasta que únicamente quede la denominada final girl, en este caso
representada en el papel de la invidente Cass, aunque bien es cierto que
igualmente sobrevivirá su novio en la ficción. También las muertes son
diferentes, y es que mientras que en la primera matanza estas eran abruptas, directas
y brutales, en esta ocasión el recital de asesinatos es más imaginativo,
tratando de que cada uno de los ataques sea diferente y visualmente impactante,
cosa que en la mayoría de los casos no consigue. Tenemos también a un asesino
despiadado y que acosará a sus víctimas hasta las última consecuencias,
representado no tanto en un Plutón utilizado como reclamo y guiño a los seguidores
de la película original, sino en un destripador que nos obsequiará además con
otro giro habitual dentro del slasher, el doble final. Inclusive a la hora de
trazar paralelismos con el cine de terror más de moda del momento podemos
hablar de un par de desnudos femeninos totalmente gratuitos, otra de las bazas
de este tipo de cine cuyo público target objetivo eran lo adolescentes de la
época.
Pero
si esta segunda parte de Las colinas tienen ojos es una película que se enmarca
sin ningún género de dudas dentro del slasher ochentero, no podemos obviar
igualmente la influencia que la saga Mad Max provocaría en Craven a la hora de
escribir la historia. Esta idea se sustenta no solo en el nuevo look otorgado a
los mutantes de la película, mucho más cercano al estilo utilizado por Miller
en su saga, sino en la filmación de una
larga secuencia de persecución entre motos en medio del desierto que parece
querer satisfacer las ansias de Craven por rodar su propia escena de este tipo.
Las
colinas tienen ojos se aleja, posiblemente de forma inconsciente, de todos
aquellos elementos que hicieron de la película estrenada ocho años atrás un
título de culto entre el circuito más underground del cine de terror,
ofreciendo la enésima versión de un tipo de películas repetitivas, que estira
en demasía la presentación de unos personajes que no nos interesan, así como
unas escenas de pretendida tensión que brilla por su ausencia, todo ello
supeditado a mostrar unas muertes que ni siquiera tienen la pegada que otras
películas de slasher de los ochenta si mostraban, dejando además por el camino
reducido al aterrador clan de caníbales de la primera entrega en dos idiotas
fácilmente engañables. O lo que es lo mismo, Las colinas tienen ojos 2 es toda
una antítesis de la formula que el propio Craven había planteado casi una
década antes.
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