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viernes, 19 de abril de 2019

LAS COLINAS TIENEN OJOS 2 (THE HILLS HAVE EYES, PART 2, 1984) 82´




Han pasado varios años desde que los Carter fueran atacados en medio de desierto por una familia de caníbales mutantes, acabando con varios de sus miembros. Por ello, Bobby, uno de los hijos supervivientes, y que sigue recreando en su cabeza una vez tras otra los traumáticos acontecimientos, se niega a volver cerca del lugar de los hechos junto a varios de sus amigos cuando estos deciden acudir a una competición de motocross. Y es que las colinas siguen observando a quien osa cruzar entre sus caminos.



Tras varios títulos consecutivos sin el éxito de sus primeras películas, Wes Craven se vería obligado a volver a Las colinas tienen ojos, escribiendo y dirigiendo una segunda entrega que no solo no logró el objetivo deseado, sino que acabaría convertida en uno de los más flojos trabajos de su realizador, quien afortunadamente ese mismo año dirigiría la exitosa Pesadilla en Elm Street, reescribiendo de esta manera su historia dentro del cine de terror moderno contemporáneo. Pero eso es otra historia, mientras que lo que nos encontramos con esta tardía secuela es una cinta que manifiesta la desgana con la que se gestionó y filmó.





La primera diferencia evidente entre la película de 1977 y esta segunda parte nos la encontramos en el grupo protagonista, y es que mientras que en la primera matanza las víctimas eran una familia norteamericana tipo, ahora nos encontramos con el prototípico grupo de jóvenes carne de cañón que veríamos miles de veces en el cine de terror de los ochenta, en un mismo esquema argumental que llega hasta nuestros días. Robert Houston, Bobby en la saga, repite personaje en una breve participación mediante una introducción que sirve de nexo de unión entre ambas historias. Asimismo volvemos a ver a Janus Blythe como Rudy, parte de la familia de caníbales de la primera película y que tras erigirse en salvadora del bebe de los Wood ha sido acogida por los Carter en su huida de su propia familia de asesinos mutantes. Entre los protagonistas y nuevas víctimas de los habitantes de las colinas nos encontramos a un plantel de actores desconocidos y en algún caso con apenas un puñado de trabajos como intérpretes, caso de Tamara Stafford, Kevin Spirtas (protagonista también de la séptima entrega de Viernes 13), Willard E. Pugh (Robocop 2), Peter Frechette (Grease 2) o John Laughlin (La roca). Entre la familia de caníbales mutantes y tras lo visto en la primera entrega de Las colinas tienen ojos, Craven recupera, como no podía ser de otra manera tras convertirse en el rostro visible y principal reclamo que promocionara la película en posters y caratulas, a Michael Berryman, quien de esta manera se descubre no murió tras el ataque de Bestia, uno de los perros de los Carter en la primera película, tal y como todo parecía apuntar. Asimismo se saca de la manga un nuevo miembro dentro de esta familia de mutantes de las colinas, con el indisimulado sobrenombre del destripador, y a quien da vida John Bloom, actor acostumbrado a prestar un físico imponente de más de dos metros veinte para papeles donde su apariencia era su principal arma interpretativa, como así lo atestiguan sus apariciones entre otros en títulos como Dracula contra Frankestein o Star Trek.



Craven filma un guion propio desganado y plagado de clichés y una coherencia argumental mínima, donde además tira de numerosos flashbacks, entre los que para nuestra incredulidad nos encontramos uno del propio Bestia, que van narrando y desgranando lo ocurrido en la primera película, y que sirven principalmente para ocupar metraje que permita a la película llegar a la hora y media estándar de duración, burdo truco que ya deja claro que el director carece de historia para por si misma armar una película al uso, pero que igualmente deja patente toda la ausencia de pasión y ganas que si se pusieron en el rodaje de la película de 1977. 



Un elemento que evidencia los años transcurridos entre una y otra película, es que mientras en el caso de la cinta de finales de los setenta nos encontramos con un título enclavado en el género de survival horror y con unas marcas identitarias muy propias dentro del cine de horror de la segunda mitad de los setenta, en esta ocasión la película bebe de todas y cada unas de las constantes del cine slasher, que puesto de moda tras el enorme éxito de Viernes 13, viviría precisamente en la década de los ochenta su edad de oro con infinidad de títulos con un esquema argumental similar y constantes que aquí vemos igualmente replicados. A saber y como ya hemos apuntado con anterioridad, protagonismo de un grupo de jóvenes despreocupados que irán siendo diezmados de uno en uno hasta que únicamente quede la denominada final girl, en este caso representada en el papel de la invidente Cass, aunque bien es cierto que igualmente sobrevivirá su novio en la ficción. También las muertes son diferentes, y es que mientras que en la primera matanza estas eran abruptas, directas y brutales, en esta ocasión el recital de asesinatos es más imaginativo, tratando de que cada uno de los ataques sea diferente y visualmente impactante, cosa que en la mayoría de los casos no consigue. Tenemos también a un asesino despiadado y que acosará a sus víctimas hasta las última consecuencias, representado no tanto en un Plutón utilizado como reclamo y guiño a los seguidores de la película original, sino en un destripador que nos obsequiará además con otro giro habitual dentro del slasher, el doble final. Inclusive a la hora de trazar paralelismos con el cine de terror más de moda del momento podemos hablar de un par de desnudos femeninos totalmente gratuitos, otra de las bazas de este tipo de cine cuyo público target objetivo eran lo adolescentes de la época.



Pero si esta segunda parte de Las colinas tienen ojos es una película que se enmarca sin ningún género de dudas dentro del slasher ochentero, no podemos obviar igualmente la influencia que la saga Mad Max provocaría en Craven a la hora de escribir la historia. Esta idea se sustenta no solo en el nuevo look otorgado a los mutantes de la película, mucho más cercano al estilo utilizado por Miller en  su saga, sino en la filmación de una larga secuencia de persecución entre motos en medio del desierto que parece querer satisfacer las ansias de Craven por rodar su propia escena de este tipo.



Las colinas tienen ojos se aleja, posiblemente de forma inconsciente, de todos aquellos elementos que hicieron de la película estrenada ocho años atrás un título de culto entre el circuito más underground del cine de terror, ofreciendo la enésima versión de un tipo de películas repetitivas, que estira en demasía la presentación de unos personajes que no nos interesan, así como unas escenas de pretendida tensión que brilla por su ausencia, todo ello supeditado a mostrar unas muertes que ni siquiera tienen la pegada que otras películas de slasher de los ochenta si mostraban, dejando además por el camino reducido al aterrador clan de caníbales de la primera entrega en dos idiotas fácilmente engañables. O lo que es lo mismo, Las colinas tienen ojos 2 es toda una antítesis de la formula que el propio Craven había planteado casi una década antes.  

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