“Los afortunados mueren primero”
La
familia Carter se encuentra de viaje familiar rumbo a California, decidiendo
aprovechar el trayecto para visitar unas minas abandonadas ubicadas en pleno
desierto de Nevada. Es así como en mitad de ninguna parte sufren un aparatoso
accidente de tráfico que les deja tirados en medio de una zona árida y rocosa,
y lo que es peor, a merced de unas colinas desde donde alguien les está
observando.
Tras
su opera prima, La última casa a la izquierda, dirigida en 1972, y que había
colocado a su director, Wes Craven, en el disparadero, este realizador decidió
seguir cultivando un tipo de cine de terror visceral y tremendamente impactante,
dentro de la denominada corriente cinematográfica american gothic, que es como
se definió al cine de terror surgido entre finales de los sesenta y década de
los setenta y que se caracterizaba por su crudeza, realismo y verisimilitud.
Frente a propuestas más fantasiosas e increíbles, Craven entre otros autores,
nos plantea una situación posible, un terror real, y lo muestra con toda la
acritud y brusquedad posible, tratando no solo de atemorizar al espectador,
sino de incomodarlo, asfixiarlo, atosigarlo. Las colinas tienen ojos es uno de
los principales exponentes de este tipo de cine, película que, no podemos
obviarlo, nace a su vez del éxito en que se había convertido La matanza de
Texas, y que si en el caso de la cinta de Tobe Hooper se inspiraba en el caso
real de Ed Gein, para su familia de caníbales, Craven tomaría como base
argumental la historia de Sawney Beane, quien en el siglo XIV en Escocia y
durante cerca de un cuarto de siglo se dedicaría a formar una numerosa prole de
hijos bastardos dedicada a robar, asesinar y devorar a aquellos infortunados viajeros
que circularan cerca de las cuevas donde estos vivían.
La
película tiene a su favor como en apenas unos pocos minutos Craven logra
dibujar una familia protagonista perfectamente definida y estructurada en sus
roles y comportamientos, logrando además que el espectador empatize rápidamente
con estos, lo que llevará a un mayor sufrimiento en el momento en que estos
personajes empiecen a pasarlo realmente mal.
Los actores Virgina Vincent y Russ Grieve dan vida a los cabezas de
familia de los Carter, quienes tienen tres hijos, interpretados a su vez por
Susan Lanier, Robert Houston y Dee Wallace. El marido del personaje de Wallace
lo interpretaría Martin Speer. Como podemos apreciar se trataba de actores
bastante desconocidos, a excepción de una Dee Wallace quien, en Las colinas
tienen ojos, se enfrentaba a uno de sus primeros papeles antes de convertirse
en musa del fantástico de los ochenta gracias a sus apariciones en Aullidos, ET
el extraterrestre o Critters entre otras producciones. Frente a los Carter la
película contrapone a otra familia totalmente antagonista, quienes se
encargaran de acosar y diezmar a estos, y que son quienes el espectador mejor
recuerda en base a su fisicidad y al hecho que, además de tratarse de unos
asesinos inmisericordes, son dibujados como caníbales, lo que añade aún más
dramatismo a la historia. Craven bautizo a esta serie de personajes con nombres
tan mitológicos como Plutón, Marte, Mercurio o Júpiter, presentándolos con unas
taras y características físicas tales como dientes afilados, enormes cicatrices
o extrañas deformidades. En este caso el fan del género siempre recuerda a
Plutón, convertido en icono de la película y encarnado por el actor Michael
Berryman, aquejado de displasia ectodérmica hipohidrótica, una extraña
enfermedad que le confiere una inusual apariencia física (ausencia total de
cabello y cráneo deformado entre otras características), algo que ha hecho de
Berryman un actor encasillado en personajes donde su anómalo físico es su
principal herramienta de trabajo, apareciendo de esta manera en títulos como La
mujer explosiva, Los bárbaros o El señor de las bestias 2, siendo recuperado
últimamente por Rob Zombie para varias de sus películas. El resto de
intérpretes que dan vida a la familia de caníbales apenas han tenido
trascendencia en películas posteriores, caso de James Withworth, Lance Gordon o
Janus Blythe. El propio productor de la cinta, Peter Locke, daría vida uno de
los asesinos, concretamente a Mercurio, a quien apenas se logra vislumbrar en
la película más allá de entre sombras y que acabará siendo el primero de los
caníbales en morir.
La
película, al igual que sucediera con la mencionada La matanza de Texas, es todo
un ejemplo de cine de guerrilla, rodando sin apenas presupuesto, en condiciones
más que duras, en pleno desierto en verano, y tratando de convertir en ventajas
las trabas propias de una filmación como la presente, donde eran más las ganas
que los medios de los que se disponía, siendo sin embargo el resultado uno de
los títulos de referencia dentro del cine de terror de los setenta, y
demostrando Craven su valía a la hora de filmar y mostrar en pantalla el
sufrimiento y el dolor. Es cierto que el director ofrece un trabajo rutinario a
nivel técnico, y lleno de recursos del momento, como el uso del zoom, algo que
hace que, vista hoy en día, la película esté lastrada por el uso de estas
técnicas hoy en día totalmente demodé, pero la fuerza de la historia que se
cuenta es tan grande que convierte Las colinas tienen ojos en cita obligada de
todo aficionado al género que se precie de serlo.
En
la película es más que evidente la contraposición que se realiza entre las dos
familias protagonistas, pudiendo establecer ese mismo antagonismo entre dos
Américas bien diferenciadas. De una parte tenemos a los Carter, una familia de
ciudad prototípica del american way of life, el padre agente de policía
retirado y la madre ama de casa y devota religiosa. Junto a sus tres vástagos,
el marido de la hija mayor y la bebe de estos forman un grupo familiar unido,
casi de bucólica estampa pero humanizados, creando un clan creíble para el
espectador. Enfrente, la familia de caníbales afectados por la mutación
radiactiva provocada por las pruebas nucleares llevadas a cabo en su hogar en
las décadas anteriores, representantes de la peor cara de esa otra América, la
denominada profunda, plagada de paletos carne de cañón de esa otra mitad del
país que tiene la firme convicción de ser superiores no solo en conocimientos
y estilo de vida, sino en moral y valores. Y sin embargo cuándo acabe la
película seremos testigos de cómo los Carter han sido capaces de sacar lo peor
de sí mismos, poniéndose al mismo nivel de crueldad y violencia de sus
atacantes, mientras que de parte de la familia de asesinos veremos asomar una pequeña
esperanza ejemplificada en el personaje de Rudy, curiosamente la única de los
miembros del clan que no tiene nombre de origen mitológico, quien será capaz de
enfrentarse a su propia familia en aras de realizar un acto de bondad absoluta.
Pero además de estas dos familias hay un tercer protagonista de la cinta, y no
es otro que las propias colinas en las que se desarrolla toda la trama, cuya
importancia se dibuja ya en el propio título de la película y entre cuyas
escarpadas veredas y riscos se desarrolla buena parte del metraje, viendo
moverse tanto a personajes como a cámaras con total libertad entre un escenario
tan inhóspito y complicado.
Como
buen referente del anteriormente citado estilo denominado american ghotic, la
película posee un halo de crítica social evidente, incluso cierto poso de
reproche de tinte político, siendo como eran los setenta una década convulsa y
oscura dentro de la historia reciente de los Estados Unidos, con la guerra de
guerrillas de Vietnam abriendo los telediarios y el escándalo Watergate
haciendo dimitir a todo un presidente como Richard Nixon. No es baladí que los propios Carter sean
diezmados mediante técnicas de desgaste y ataques sorpresa, que nos recuerdan a
la forma en que el vietcong desangró al ejército norteamericano. Otro elemento
que evidencia este argumento es el hecho que la familia de caníbales sufre
terribles mutaciones debido a las pruebas atómicas que el ejército llevó a cabo
en las décadas de los años cuarenta y cincuenta en la zona en la que se ubica
la historia, y que si bien es citada en la película y mostrados sus resultados
en la familia de caníbales, se trata de una idea a la que no logró Craven sacar
todo el partido que hubiera deseado, debido principalmente a razones
presupuestarias, algo que solventaría dos décadas más tarde gracias al remake
dirigido por Alexandre Aja.
La
violencia que impregna la película es otro de esos elementos que es imposible
no mencionar, ya que ha marcado a fuego Las colinas tienen ojos en el
imaginario colectivo como uno de esos títulos difíciles de digerir. Hablamos no
solo de la violencia gráfica, y que Craven muestra con toda la explicitud
posible, caso del momento en que el gran Bob es quemado vivo, la muerte del anciano
que regenta la gasolinera o el ataque de Bestia a Plutón, sino que también
subyace una violencia psicológica sobre los protagonistas y que por extensión
se proyecta en el propio espectador, quien no puede quedar ajeno ante los
acontecimientos de los que está siendo testigo. El momento más relevante de
esta idea, y donde ambos tipos de violencia confluyen de la mejor forma es el
ataque inicial a la caravana, iniciado precisamente con la muerte del personaje
del padre de familia, quien es atado a un árbol y quemado vivo como forma de
distracción para dividir a los miembros de la familia Carter y facilitar de
esta manera el embate sobre la hija menor y el bebe, quienes se han quedado
solos en la caravana familiar. Son esos momentos, con dos de los mutantes
asolando la estancia, atemorizando hasta llevarla a un estado de catarsis a la
joven y finalmente secuestrando al bebe tras matar a la madre y a la hija mayor,
quienes regresan al percatarse de la situación, en los que más alto llega Craven
en su afán por incomodar hasta el límite a quien se enfrente al visionado de la
película.
Las
colinas tienen ojos es un perfecto exponente de esa primera etapa de un Craven
obsesionado en crear títulos que dejaran al espectador tocado, donde la
violencia traspasara la pantalla y dejara malas sensaciones aún finalizada la
proyección. Lo conseguiría con la dupla formada por La última casa a la
izquierda y la obra que nos ocupa, siendo la punta de lanza de una carrera
cinematográfica centrada en el terror y donde dejaría para el aficionado un
buen puñado de títulos para el recuerdo. Puede que Las colinas tienen ojos
adolezca de poco presupuesto y ciertas carencias a la hora de rodar, pero es
evidente que la fuerza que posee es tal que hace que, junto a La matanza de
Texas, sea una de las obras de referencia a la hora de hablar de un tipo de
terror muy concreto y ubicado en una etapa igualmente determinada. Craven había
convertido unas perfectas vacaciones familiares en un infierno provocado por
unos seres exponentes de nuestros miedos más irracionales.
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