Un
grupo de soldados en periodo de formación son enviados hasta una posición
ubicada en pleno desierto de Nuevo México para entregar material en una base de
científicos con apoyo militar. Sin embargo al llegar a su destino se encuentran
con el lugar aparentemente abandonado, sin saber que están siendo observados a
su vez entre las rocosas colinas que rodean el emplazamiento por quien en
realidad ha masacrado al destacamento original.
Rápida
secuela escrita por el propio Wes Craven, quien esta vez contaría para ello con
el apoyo de su hijo Jonathan. Tras la buena acogida del remake estrenado un año
antes, no se tardó más que unos meses en tener lista esta segunda entrega, que
sin embargo queda lejos de los logros recogidos en el trabajo de Alexander Aja,
siendo en esta ocasión otro director de origen europeo, en este caso el alemán
Martin Weisz, el escogido para dirigir la película, quien brinda un trabajo
rutinario que aunque medianamente entretenido, carece de todos los elementos
centrales que caracterizan a la saga, volviéndose de alguna manera a repetir
los errores de la secuela de 1984, obviar los elementos de crítica social
dejando también de lado ese horror más veraz, creíble e impactante de las dos
películas de inicio, aunque en este caso el resultado final no es tan
desastroso como lo había sido con la secuela dirigida en los años ochenta.
Protagonizada
prácticamente en su totalidad por actores enclavados en el mundo de la
televisión, a quienes hay que criticar además que en ningún momento resultan
creíbles como soldados de la Guardia Nacional en periodo de formación y donde
se abusa de clichés a la hora de representar a estos personajes, esta segunda
entrega recupera a Michael Bailey Smith para un nuevo papel dentro del clan de
mutantes, ya que con las caracterizaciones bajo las cuales ha trabajado en
ambas películas no hay manera de reconocerlo. Derek Mears, convertido en un
nombre habitual dentro de producciones de terror del nuevo milenio, en las que
en numerosas ocasiones aparece bajo capas de maquillaje, es otro de los
siniestros seres que aguardan en las colinas que dan nombre a la saga, en este
caso en el interior de las mismas. Mears de esta manera ha llegado a
interpretar a uno de los aliens de Hombres de negro 2, al hombre lobo de La
maldición (precisamente dirigida por Craven), a Jason Vorhees en el remake de
Viernes 13 o a uno de los Depredadores de Predators. Destacar como para el resto
de mutantes que vemos a lo largo de la película el director ha tirado de stunts
o especialistas sin apenas bagaje interpretativo para darles vida, caso de
Gáspár Szabó o Jason Oettle, lo que es indicativo de cuáles son las prioridades
de la producción, impactantes caracterizaciones y efectos sangrientos frente a
personajes con fuerza y potenciación del suspense, y es que mientras en la
cinta de Aja estos cuatro elementos estaban presentes en igual medida, para
esta ocasión se han potenciado los dos primeros en detrimento de los segundos,
y que en definitiva eran los que engrandecieron la película de 2006.
La
película, a la que de entrada hay que recriminar una traducción en nuestro país
del título totalmente desacertada, comienza jugando a lo fácil, y en cierta forma
de manera tramposa, y es que vuelve la mirada sobre la guerra en Irak en la
secuencia de presentación del grupo protagonista, tratando Craven de hacer una
correlación entre este conflicto armado y el de Vietnam, que recordemos, sería
uno de los gérmenes originadores de la película de 1977 en tanto esta es fruto
y reflejo del desapego de la sociedad norteamericana entre otros cosas por el
largo periodo de intervención del ejército americano en esta región del sudeste
asiático. Pero la película no tarda en alejarse de esta vía, entrando pronto en
el terreno del horror prototípico por el cual un grupo de personajes que han
sido presentados a golpe de cuatro brochazos que los caractericen, va siendo diezmado
de uno a uno por un terrible y desconocido enemigo. Mientras que la primera entrega
de este nuevo tandém de películas ubicaba la morada de los mutantes caníbales
en un pueblo abandonado utilizado por el gobierno como enclave para prácticas
nucleares, en esta ocasión se rompe esta idea indicando que estos seres viven
entre las galerías subterráneas de las indispensables colinas protagonistas, lo
que acerca a la trama a los postulados vistos en las dos entregas de The
descent. Alabar en este sentido como juega con la claustrofobia en dos momentos puntuales, la salida de una de las víctimas del primer ataque de la letrina portátil y el momento en que uno de los soldados es introducido por una abertura hasta el interior de las cuevas, algo que no vuelve a repetirse sin embargo durante toda la trama que tiene lugar entre las galerías subterráneas.
El
retorno de los malditos se abre con una interesante escena en la que vemos a
una joven dar a luz a una criatura engendrada por uno de los mutantes, una idea
atrevida que es explicada posteriormente indicando que aquellas mujeres jóvenes
que caen bajo las garras de estos caníbales son violadas y usadas para la
procreación, y por consiguiente, la subsistencia de este clan. La película deja
de lado las consecuencias de las pruebas atómicas, a pesar que intenta abordar
esta subtrama de soslayo, y frente a unas criaturas que en el caso de la película
de Aja eran presentadas teniendo en cuenta efectos reales de la radiación sobre
las personas, en esta ocasión tenemos a un grupo de monstruos para cuyo diseño únicamente
se ha buscado el impacto a través de físicos colosales y mutaciones difíciles de
explicar, caso del caníbal con piel de piedra. Y es que lo que prima principalmente
en este retorno de los malditos es la truculencia de las muertes, donde no se
escatiman amputaciones, sangre ni virulencia, para lo cual se vuelve a contar
liderando el departamento de efectos visuales y de maquillaje con Berger y
Nicotero, lo que asegura al menos unos buenos resultados en este sentido.
Una
secuela que por lo menos no se indigesta, pero que queda lejos de ese resurgir estrenado
un año atrás de la idea planteada a finales de los setenta con la iniciática
Las colinas tienen ojos, y que se queda en lo superficial a la hora de abordar
una historia de continuación que finalizaba con un guiño que presagiaba un
cierre de trilogía que nunca fue. Y es que a estas alturas había empacho de caníbales
mutantes.
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