Un
placentero viaje familiar acabará convertido en una terrorífica pesadilla para
los miembros de este clan cuándo, engañados por el dueño de una vieja
gasolinera, se adentren en un inhóspito desierto en el cual el gobierno ha
llevado a cabo en el pasado numerosas pruebas nucleares sin conocer que el
lugar permanecía habitado por unas familias, las cuales con el paso de las
décadas se han convertido en sangrientos caníbales sobre quienes han hecho
mella de manera terrible la radiación presente entre las áridas colinas entre
las que moran.
El
éxito y también el impacto causado por su película Alta tensión, convirtió de
la noche a la mañana al galo Alexandre Aja en uno de los máximos exponentes de
la nueva ola del terror francés, corriente cinematográfica que en los primeros
dos mil inundara la cartelera de títulos brutales e impactantes a partes
iguales, y que pusieron sobre el mapa a un puñado de realizadores a tener en
cuenta dentro del panorama del género de horror. Es por ello que a la hora de
abordar una revisión de su película Las colinas tienen ojos, Wes Craven,
productor de la cinta junto a Marianne Maddalena, colaboradora habitual del
director de Pesadilla en Elm Street y Peter Locke, quien ya hubiera producido
la cinta de 1977, puso su mirada en este
joven autor, que de esta manera conseguiría dar el salto a Hollywood. Aja
escribe también el guion de este remake, y lo hace junto a Grégory Levasseur,
mano derecha de este en muchos de sus proyectos. De esta manera nos encontramos
con el perfecto exponente de lo que debiera ser un remake, que no es sino una
revisión actualizada de una película de gran calado, transcurrido el tiempo
prudencial para evidenciar la necesidad de esa nueva versión (en este caso
treinta años) y que en esta caso además aporta elementos de mejora sobre la
obra original, en base a poder contar con una mayor disposición de medios
económicos.
La
película se apuntala en un solvente grupo de intérpretes, con actores como Ted
Levine, visto en El silencio de los corderos, Heat o la primera entrega de Fast
and Furious, Kathleen Quinlan, con quien Aja repetiría en la posterior Cuernos,
Aaron Stanford (Pyro en X Men), Vinessa
Shaw, conocida por su participación en la simpática El retorno de las brujas, y
los más jóvenes Emilie de Ravin, Claire en la exitosa serie Perdidos o Dan Byrd.
Todos ellos conforman una familia al uso perfectamente dibujada en los primeros
minutos de metraje, y que será convertida en víctima en primer lugar de los
desmanes de los caníbales que asolan las colinas entre las que se encuentran
aislados, para acabar transmutando en vengativos asesinos capaces de sacar lo
peor de ellos mismos en su lucha por sobrevivir. Pero como suele ser habitual
en este tipo de películas, lo más interesante a nivel de los actores que forman
parte del elenco, viene del lado de los villanos de la función. En este caso
podemos encontrarnos entre capas de efectivo y efectista maquillaje a actores
como Michael Bailey Smith, culturista de más de metro noventa y quien debutaría
dando vida al super Freddy de la quinta entrega de la saga de Pesadilla en Elm
Street para acabar apareciendo en multitud de películas y series para
televisión en el que sacar partido de su colosal físico, y que en Las colinas
tienen ojos interpreta a Pluto. Otro nombre a tener en cuenta es el de Billy
Drago, papa Júpiter en la cinta, actor de fisonomía particular y fácilmente identificable
y conocido por sus apariciones en El jinete pálido, Invasión USA o Los
intocables de Elliot Ness. Por último destacar la intervención de Robert Joy, reconocible
por el gran público por dar vida al forense Sid Hammerback en la exitosa CSI
Nueva York, pero que es igualmente todo un nombre dentro del género tras sus
intervenciones en películas como Amityville 3, el pozo del infierno, La mitad
oscura o La tierra de los muertos vivientes.
La
película comienza con un prólogo brutal en el que un desconocido con una fuerza
brutal acaba en apenas unos segundos con un grupo de científicos que se
encuentran realizando diferentes pruebas de mediciones de radioactividad entre
las colinas que dan nombre a la película, secuencia que deja evidenciadas dos
de las premisas fundamentales de este revisión. De una parte que Aja continua
ofreciendo títulos con un alto componente de violencia entre su celuloide,
aprovechándose para ello del enorme talento de dos grandes en esto del diseño
de efectos truculentos y enmarcados abiertamente en el gore, como son Howard
Berger y Greg Nicotero (este último por cierto con cameo incluido como uno de
los mutantes). Además, en esta ocasión se va a dar un mayor peso en la historia
a la trama que versa sobre las pruebas atómicas llevadas a cabo en el paraje en
el que se desarrollan los acontecimientos y los efectos causados entre sus
habitantes, no solo en lo que se refiere a su aspecto físico, donde las mutaciones
son patentes, sino en la recreación de una sociedad propia y aislada de toda
civilización, y que ha llevado a los caníbales protagonistas a buscarse
radicales formas de subsistencia. Todo ello remarcado en unos impactantes
títulos de crédito iniciales que bajo el melódico tema More and more de Webb
Pierce, nos muestra imágenes reales de ensayos nucleares y las terribles
consecuencias de estos sobre la población.
Como
remake que es toma la historia filmada por Craven y la actualiza pero sin
aportar grandes cambios en lo que respecta a la trama, haciendo una traslación
bastante fidedigna de lo narrado treinta años atrás. Es en su tercer acto donde
la película traza una línea propia presentando el poblado donde se ocultan los
mutantes caníbales y en el cual se desarrolla buena parte de este tramo final,
habiéndose mostrado previamente como uno de los cráteres generados por las
citadas pruebas atómicas se ha convertido en un cementerio de los vehículos
atacados por el grupo de salvajes. Esta incorporación frente a lo visto en la
primera versión de Las colinas tienen ojos viene dada por el mayor presupuesto
con el que se contó para la realización de esta nueva versión, y que permitió a
Aja filmar escenas imposibles de abordar en la película de 1977 por la falta
absoluta de capital. Además de tomar la historia primigenia y respetarla de
cara a esta nueva adaptación, el director también se esfuerza por trasladar
igualmente esa idea de Craven vista en su película de jugar con la dualidad de
una familia totalmente normal y mundana que por circunstancias se ve obligada a
jugar las mismas cartas que el grupo de acosadores asesinos, los cuales consiguen
en un inicio acabar con buena parte de esta familia. De hecho el francés va un
paso más allá, dibujando una evidente dicotomía entre los personajes del gran
Bob y su yerno, totalmente reacio este último al uso de armas (se hacen varias
bromas sobre este tema en la primera parte de la cinta), y que curiosamente se
verá obligado a cometer los más terribles y violentos actos en aras de rescatar
a su hija de las garras de sus captores y salvar su propia vida, llegándose
incluso a momentos en los que se muestra a este personaje casi como un héroe
cercano a los postulados del western, idea que se remarca con una música de
tintes épicos en los instantes en los que un prácticamente derrotado Doug saca
fuerzas de flaqueza para derrotar a sus enemigos, y que de hecho descuadran del
tono que por otra parte mantiene la película en todo momento.
En
su versión, Aja manifiesta una mayor pericia que Craven a la hora de filmar,
ofreciendo un movimiento de cámara constante, unos encuadres más trabajados y
mejor presentados, en resumen un superior acabado técnico. El trabajo del
director de fotografía es igualmente destacable a la hora de resaltar la aridez
y sequedad de los escenarios donde tiene lugar la historia, transformando de
esta forma los desiertos de marruecos donde se llevó a cabo el rodaje en una
perfectamente creíble recreación de los paisajes norteamericanos donde
supuestamente tiene lugar la historia, rematado en el anteriormente mencionado
pueblo abandonado y totalmente inerte donde se refugian los mutantes que han asolado
a la familia protagonista. Pero si la ambientación es un elemento crucial a la
hora de transmitir esas sensaciones en el espectador y que trasladan lo sufrido
por los protagonistas al otro lado de la pantalla, en Las colinas tienen ojos
juega un papel primordial la tremenda banda sonora de Tomandandy, y que
concretamente en su tema Forbidden zone, enmarcado en un machacón soniquete
electrónico, sirve de genial acompañamiento a las imágenes en las que se
inserta, multiplicando varios enteros la fuerza de unas secuencias ya de por si
desasosegantes, con una introducción musical presagio de que algo terrible está
a punto de suceder.
La
película es uno de esos exponentes de remake necesario, que toma una buena
película y la mejora, aportando elementos que redondean la propuesta inicial
pero respetando en el trayecto todas aquellos componentes que hicieron de la
obra primigenia un título destacado hasta llevarlo a la consideración de obra
de culto entre el fandom del cine de terror. Y es que si Las colinas tienen
ojos supuso un puñetazo en el estómago sobre el aficionado, este remake toma
ese puño y lo retuerce una vez ha impactado en el vientre del espectador. Y es que,
hablando de puños, esta película es todo un golpe sobre la mesa del recién
llegado Alexander Aja de su forma de ver y mostrar el terror en pantalla.
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