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lunes, 22 de abril de 2019

EL RETORNO DE LOS MALDITOS (THE HILLS HAVE EYES 2, 2007) 89´



Un grupo de soldados en periodo de formación son enviados hasta una posición ubicada en pleno desierto de Nuevo México para entregar material en una base de científicos con apoyo militar. Sin embargo al llegar a su destino se encuentran con el lugar aparentemente abandonado, sin saber que están siendo observados a su vez entre las rocosas colinas que rodean el emplazamiento por quien en realidad ha masacrado al destacamento original.



Rápida secuela escrita por el propio Wes Craven, quien esta vez contaría para ello con el apoyo de su hijo Jonathan. Tras la buena acogida del remake estrenado un año antes, no se tardó más que unos meses en tener lista esta segunda entrega, que sin embargo queda lejos de los logros recogidos en el trabajo de Alexander Aja, siendo en esta ocasión otro director de origen europeo, en este caso el alemán Martin Weisz, el escogido para dirigir la película, quien brinda un trabajo rutinario que aunque medianamente entretenido, carece de todos los elementos centrales que caracterizan a la saga, volviéndose de alguna manera a repetir los errores de la secuela de 1984, obviar los elementos de crítica social dejando también de lado ese horror más veraz, creíble e impactante de las dos películas de inicio, aunque en este caso el resultado final no es tan desastroso como lo había sido con la secuela dirigida en los años ochenta. 



Protagonizada prácticamente en su totalidad por actores enclavados en el mundo de la televisión, a quienes hay que criticar además que en ningún momento resultan creíbles como soldados de la Guardia Nacional en periodo de formación y donde se abusa de clichés a la hora de representar a estos personajes, esta segunda entrega recupera a Michael Bailey Smith para un nuevo papel dentro del clan de mutantes, ya que con las caracterizaciones bajo las cuales ha trabajado en ambas películas no hay manera de reconocerlo. Derek Mears, convertido en un nombre habitual dentro de producciones de terror del nuevo milenio, en las que en numerosas ocasiones aparece bajo capas de maquillaje, es otro de los siniestros seres que aguardan en las colinas que dan nombre a la saga, en este caso en el interior de las mismas. Mears de esta manera ha llegado a interpretar a uno de los aliens de Hombres de negro 2, al hombre lobo de La maldición (precisamente dirigida por Craven), a Jason Vorhees en el remake de Viernes 13 o a uno de los Depredadores de Predators. Destacar como para el resto de mutantes que vemos a lo largo de la película el director ha tirado de stunts o especialistas sin apenas bagaje interpretativo para darles vida, caso de Gáspár Szabó o Jason Oettle, lo que es indicativo de cuáles son las prioridades de la producción, impactantes caracterizaciones y efectos sangrientos frente a personajes con fuerza y potenciación del suspense, y es que mientras en la cinta de Aja estos cuatro elementos estaban presentes en igual medida, para esta ocasión se han potenciado los dos primeros en detrimento de los segundos, y que en definitiva eran los que engrandecieron la película de 2006.  



La película, a la que de entrada hay que recriminar una traducción en nuestro país del título totalmente desacertada,  comienza jugando a lo fácil, y en cierta forma de manera tramposa, y es que vuelve la mirada sobre la guerra en Irak en la secuencia de presentación del grupo protagonista, tratando Craven de hacer una correlación entre este conflicto armado y el de Vietnam, que recordemos, sería uno de los gérmenes originadores de la película de 1977 en tanto esta es fruto y reflejo del desapego de la sociedad norteamericana entre otros cosas por el largo periodo de intervención del ejército americano en esta región del sudeste asiático. Pero la película no tarda en alejarse de esta vía, entrando pronto en el terreno del horror prototípico por el cual un grupo de personajes que han sido presentados a golpe de cuatro brochazos que los caractericen, va siendo diezmado de uno a uno por un terrible y desconocido enemigo. Mientras que la primera entrega de este nuevo tandém de películas ubicaba la morada de los mutantes caníbales en un pueblo abandonado utilizado por el gobierno como enclave para prácticas nucleares, en esta ocasión se rompe esta idea indicando que estos seres viven entre las galerías subterráneas de las indispensables colinas protagonistas, lo que acerca a la trama a los postulados vistos en las dos entregas de The descent. Alabar en este sentido como juega con la claustrofobia en dos momentos puntuales, la salida de una de las víctimas del primer ataque de la letrina portátil y el momento en que uno de los soldados es introducido por una abertura hasta el interior de las cuevas, algo que no vuelve a repetirse sin embargo durante toda la trama que tiene lugar entre las galerías subterráneas.





El retorno de los malditos se abre con una interesante escena en la que vemos a una joven dar a luz a una criatura engendrada por uno de los mutantes, una idea atrevida que es explicada posteriormente indicando que aquellas mujeres jóvenes que caen bajo las garras de estos caníbales son violadas y usadas para la procreación, y por consiguiente, la subsistencia de este clan. La película deja de lado las consecuencias de las pruebas atómicas, a pesar que intenta abordar esta subtrama de soslayo, y frente a unas criaturas que en el caso de la película de Aja eran presentadas teniendo en cuenta efectos reales de la radiación sobre las personas, en esta ocasión tenemos a un grupo de monstruos para cuyo diseño únicamente se ha buscado el impacto a través de físicos colosales y mutaciones difíciles de explicar, caso del caníbal con piel de piedra. Y es que lo que prima principalmente en este retorno de los malditos es la truculencia de las muertes, donde no se escatiman amputaciones, sangre ni virulencia, para lo cual se vuelve a contar liderando el departamento de efectos visuales y de maquillaje con Berger y Nicotero, lo que asegura al menos unos buenos resultados en este sentido.



Una secuela que por lo menos no se indigesta, pero que queda lejos de ese resurgir estrenado un año atrás de la idea planteada a finales de los setenta con la iniciática Las colinas tienen ojos, y que se queda en lo superficial a la hora de abordar una historia de continuación que finalizaba con un guiño que presagiaba un cierre de trilogía que nunca fue.  Y es que a estas alturas había empacho de caníbales mutantes.

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