Un detective de homicidios a la sombra de su padre, antiguo jefe de la
policía de la ciudad, y señalado por sus compañeros tras delatar a un agente
corrupto, será puesto al frente de la investigación de una serie de asesinatos
rituales que homenajean el modus operandi utilizado por John Kramer en su día, sembrándose
la ciudad de cadáveres de policías con la sospecha de la corrupción sobre
ellos.
Tras ocho películas repitiendo sistemáticamente
la misma idea y estructura argumental la saga trataba de abrir nuevos
horizontes con un título que rompía en cierta forma los esquemas con respecto a
sus predecesoras. Así, nos encontramos con una entrega cercana a los postulados
del género policiaco y que se centra en su totalidad en la investigación
policial abordada por el protagonista en pos de tratar de descubrir y detener a
ese imitador de Jigsaw que ha puesto su mirada vengativa y justiciera en unos
agentes de policía convertidos en objetivo de sus trampas, aunque manteniéndose
esa idea impuesta por John Kramer de ejercer como una especie de ecuánime justiciero,
ya que las víctimas del nuevo asesino en serie son un grupo de agentes
corruptos. Josh Stolberg y Pete Goldginger volvían a ejercer como guionistas de
la historia tras su participación en Saw 8 mientras que Darren Lynn Bousman
volvería a la silla de director tras haberse encargado de la realización de Saw
2, Saw 3 y Saw 4, dejando en esta ocasión de lado ese estilo más alocadamente
visual y mareante presente en los tres títulos citados para ofrecer un trabajo
más sereno y que en cierta manera recupera esa idea de Saw como un título
inspirado en aquellas películas con psicópata retorcido inlucido tan habituales
en la década de los noventa, con El silencio de los corderos o más
especialmente Seven como piedras angulares sobre las que posar la mirada.
Frente a unas últimas secuelas que habían ido
aplicando aquello del más difícil todavía en lo que respecta a la concepción de
las trampas y juegos orquestados por Jigsaw, esta entrega vuelve a hacer de la
sencillez de estas su principal premisa, al menos en las primeras secuencias
mostradas de este tipo, no abandonando sin embargo la brutalidad de estas,
resultando de hecho en ese sentido los momentos que muestran a las diferentes
víctimas sometidas a los juegos perpetrados por el asesino de turno secuencias
mucho más desasosegantes que las vistas en unos títulos anteriores mucho más
ocupados en diseñar juegos cada vez más inverosímiles de creer que en incomodar
al espectador con estos. Es nuevamente en esos momentos en los que los
responsables de los efectos de maquillaje y encargados de efectos especiales
brillan a gran altura, ofreciendo un trabajo donde el uso del gore controlado
juega nuevamente, como ha sucedido a lo largo de toda la franquicia, un papel enormemente
relevante.
La película está protagonizada por un Chris Rock
que dejaba de lado su participación en la comedia, género en el que más ha
destacado y donde ha conseguido sus mayores éxitos, para acercarse a un
personaje dramático en un título igualmente turbio y oscuro, ofreciéndonos un
eficiente protagonista que además se convierte en uno de los pocos personajes medianamente
interesantes de toda la franquicia. Rock además sería el autor de la historia
original sobre la que se fraguaría el guion posterior además de convertirse en
uno de los productores ejecutivos de la película junto a los ya consagrados
James Wan y Leigh Whannell, lo que da la medida de hasta que punto el actor y
cómico se involucraría en la película. Destacar igualmente la participación de un
activo Samuel L. Jackson, más de ciento cincuenta títulos a sus espaldas avalan
este hecho, o de Max Minghella, hijo del reputado cineasta Anthony Minghella y
encargado de dar vida al nuevo compañero del protagonista en una suerte de ejercicio
de buddy movie orquestado por la película. Este título sería el primero que no
contaría con Tobin Bell, y es que si bien el personaje de John Kramer sigue
presente en tanto en esta ocasión es un imitador de este quien está llenando la
ciudad de cadáveres troceados, no hay ningún flashback que nos devuelva su serena
e inquietante interpretación.
Cabe decir que, en su afán por tratar de ser una
película más racional y menos alocada que los títulos que la antecedían, esta
secuela acaba siendo la primera en la que es bastante fácil adivinar antes de
tiempo el giro final orquestado por los guionistas, debiendo además destacar
como la película va de más a menos en lo que al plan maestro del asesino se
refiere, siendo este mucho más efectivo cuánto más simples son las trampas
presentadas frente a un acto final donde estas ya son mucho más elaboradas,
perdiendo además buena parte de su potencia la trama toda vez se descubre quien
es el imitador y este nos narra en primera persona todas sus motivaciones,
flashbacks mediante, recurso casi obligado en la saga Saw, para abordar tan
elaborada venganza, así como va desgranando la manera en la que ha llevado esta
a cabo. En este sentido hay que rescatar la nueva figura utilizada por este
villano para dar a conocer a sus víctimas sus juegos, con esa marioneta de un
cerdo sustituyendo al icónico alter ego de John Kramer, ese muñeco ventrílocuo
que en ocasiones aparecía en escena montado en triciclo.
En este sentido, si bien Spiral no es ese gran reboot de la saga que pretendía ser sí que es una interesante y valiente continuación que al menos trata de romper en parte con las ocho películas anteriores, creando su particular camino dentro de una franquicia que estaba tremendamente limitada en base a que prácticamente se juega casi todas sus bazas en las trampas mostradas en cada una de las nuevas secuelas. Y si bien no contaría esta vez con el beneplácito del público que si tendría el resto de secuelas, el recaudar el doble de su presupuesto haría llegar a la conclusión de sus máximos responsables de que todavía quedaba Saw por explotar.
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