El mundo se encuentra prácticamente en su
totalidad a merced de los muertos vivientes, y únicamente un pequeño grupo de
supervivientes se concentra en una ciudadela fortificada, donde se hacina la
población, y coronada por un enorme rascacielos, hogar de los ricos y poderosos.
Estos cuentan además con un vehículo acorazado y un grupo de paramilitares con
los que llevan a cabo expediciones al exterior en busca de suministros y algún
que otro artículo de lujo que les haga olvidar la pesadilla en la que viven.
Veinte años más tarde de El día de los
muertos, Romero retoma su saga más fructífera con La tierra de los muertos
vivientes, proyecto que pudo ver la luz a raíz del gran éxito cosechado por la
opera prima de Zack Snyder, El amanecer de los muertos (de hecho los títulos de
crédito de esta nueva entrega del director afincado en Pittsburgh recuerdan
indefectiblemente a los de película de Snyder), precisamente un remake de la
cinta de Romero de 1978, éxito que iniciaría una nueva edad dorada del género
zombie, la cual ha conseguido sobrevivir hasta nuestros días. La idea de rodar
una nueva entrega obedecería en esta ocasión mas a la necesidad de un nuevo
éxito para George Romero, que en los últimos años no había conseguido destacar especialmente
con sus películas, que a la necesidad de contar algo nuevo. Sin embargo, el
resultado final merece la pena y ahonda un poco mas en todas esas ideas
desarrolladas con anterioridad.
Romero nos muestra en esta ocasión, y en su
creciente historia sobre el apocalipsis zombie, como el mundo es ya un planeta
en declive. Los zombies han ocupado toda la tierra y los pocos humanos
supervivientes viven en ciudades fortificadas y protegidas por grupos
paramilitares, quienes hacen batidas al exterior para poder aprovisionarse de materiales
de primera necesidad como comida y medicamentos. Pero los zombies están
evolucionando, en franca contraposición con un ser humano al que la situación
desatada desde la iniciática La noche de los muertos vivientes le ha hecho
involucionar, amparándose en sus instintos más primarios. Y es que, una vez más,
la tragedia será desencadenada por la propia maldad y mezquindad del ser humano.
A nivel interpretativo La tierra de los
muertos vivientes es la película de la longeva saga que cuenta con actores más
solventes y conocidos. Así, la cinta está protagonizada por un carismático
Simon Baker, conocido especialmente en nuestro país por protagonizar la serie
El mentalista. Le acompañan nombres como los de Robert Joy (Amityville 3, La
mitad oscura, Fallen o el remake de Las colinas tienen ojos), John Leguizamo
(La jungla 2, Super Mario Bros, Atrapado por su pasado, Romeo y Julieta, Spawn,
Summer of Sam…), todo un valor seguro tal y como se constata en su intervención
en el título que nos ocupa o Dennis Hopper (Easy Rider, Apocalypse Now,
Terciopelo azul, Waterworld…) en uno de esos roles de villano en los que tan
bien encajaba. A modo de guiño Romero contaría con la presencia de la
personalísima Asia Argento, hija de su partenaire en Zombie Dario Argento, y
que una vez más daría cuenta de su capacidad para comerse la pantalla con su
sola presencia, incluso en un papel menor y menos desarrollado como es el caso.
Romero se sitúa en esta ocasión y de manera
inequívocamente abierta del bando de los
zombies, a quienes dota de sentimientos y cierta capacidad de raciocinio, en
una evolución imparable desde esos primeros compases donde actuaban por
impulsos irracionales. Y es que en esta ocasión no atacaran al grupo de humanos
sin motivos aparentes, sino que será en venganza por la actuación de estos
contra sus semejantes. Si en El día de los muertos vivientes se centraba esta
simpatía por los zombies en la figura de Bub, se quiso hacer lo propio en esta
ocasión mediante la figura de un líder dentro del grupo de los muertos
vivientes, ese gasolinero negro que actúa como cabeza pensante de la
muchedumbre zombie que inicia su peregrinaje hasta la ciudad fortificada tras
ser atacados por el grupo de humanos. Si que es cierto que Romero no logra con
este personaje alcanzar las cotas del Bub de El día de los muertos vivientes,
pero si que es significativo como, mientras en el bando de los humanos la
característica principal es el egoísmo y la traición, en este caso se nos
presenta un emulo de líder capaz de sacrificarse por el grupo.
Una vez más Romero continua jugando a
encerrar a los protagonistas frente al acoso de los zombies, que son quienes se
encuentran en espacios abiertos, frente a los claustrofóbicos ambientes en los
que moran los personajes no muertos, algo presente desde la película de 1968. Así,
en la primera entrega se les retenía en una casa aislada, más tarde en un
centro comercial, una fortificación militar en la tercera entrega y ahora, en una ciudad amurallada.
El espacio se va agrandando, pero no por ello desaparece la sensación de
claustrofobia y miedo a ser asaltados en cualquier momento. Si se aprecia sin
embargo en esta entrega que la población superviviente acepta como normal la
situación, fruto de una convivencia de años con este extraño y terrorífico
fenómeno. Lo anómalo y terrorífico convertido en cotidiano, la capacidad de
sobrevivir y sobreponerse pero no como elemento positivo, sino como forma de
pervertir esa misma resistencia, lo que queda muy evidenciado en como los
muertos vivientes son usados dentro de la ciudad amurallada como forma de entretenimiento
de las masas, momento donde por cierto veremos un simpático cameo de los
actores Simon Pegg y Edgar Wright caracterizados como zombies encadenados
frente a los cuales la gente se fotografía, a la sazón director y actor
principal de la divertida parodía Shawn of the dead.
La película continua sirviendo como acicate
de los perores vicios de nuestra sociedad, corriente que nacería de manera
involuntaria en La noche de los muertos vivientes pero que Romero y su equipo
convertirían en una marca de la casa de la saga. En esta ocasión la película
ejerce una crítica abierta contra la sociedad actual, y así mientras unos pocos
disfrutan de todos los privilegios representados en la torre que se erige en
medio de la ciudad, la mayoría malvive en las calles y apenas tienen para
alimentarse. Un primer mundo que se erige altivo y sin escrúpulos frente a un
tercer mundo marginal y hambriento. Pero por debajo de ese tercer mundo hay un
cuarto mundo, el de los zombies, que no dudarán en, lejos de la capacidad de conformidad
de los habitantes menos favorecidos de la ciudad fortaleza, tomar por la fuerza
lo que se les ha negado, quizás una advertencia de lo que nos puede deparar el
futuro si seguimos acrecentando las desigualdades sociales y económicas.
Lo película contó con el apoyo económico de
la mayor Universal Studios, lo que posibilitó que esta cuarta entrega fuera la
de mayor presupuesto de todas las películas sobre muertos vivientes estrenadas
por Romero, algo que se evidencia en el acabado de la cinta, tanto a nivel de
escenarios, maquillajes o efectos visuales, área en la que Romero volvería a
contar con Nicotero, aprendiz en El día de los muertos y maestro en esta
ocasión, acompañado del no menos destacable Howard Berger. De esta manera el
director vuelve a un estilo de comic a la hora de narrar su particular
Armagedón zombie, algo que es
especialmente patente en unos personajes tan resultones como esos secundarios
tan esteticamente atractivos enviados por el personaje al que da vida Dennis
Hooper y que acompañaran a los protagonistas en su misión, con unos nombres
igualmente propios del mundo del tebeo como son Manolete, Motown y Brubaker. Lo
mismo sucede con la presencia de ese vehículo especial de nombre El azote de los muertos, volviendo de esta
forma Romero a las formas de puro entretenimiento de El amanecer de los muertos
y dejando por el camino ese estilo más deprimente de El día de los muertos.
Una nueva muesca en el revólver de Romero en
su particular filmografía zombie, descubriendo este director como con esta saga
de muertos vivientes, en esta ocasión rebautizados como podridos, podía sacar
los colores de la sociedad capitalista en la cual se mueve la franquicia,
atacando al consumismo (amanecer), militarismo (día) o en esta ocasión las
desigualdades sociales. Última gran película de una saga que poco después
iniciaría un triste declive manifestado en dos últimas películas para olvidar.
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