Un grupo de alumnos se encuentra rodando una
película de terror de serie B como proyecto de la carrera. Inesperadamente la
radio comienza a emitir información relativa a extraños sucesos en cadena
protagonizados por gente aparentemente fallecida que ha llevado a cabo violentos
ataques contra la población. Desconcertados por lo que está pasando deciden
montar en una caravana y partir en busca de la verdad sobre lo que está
aconteciendo. Jason, director de la película de ficción, decide documentarlo
todo con su equipo cinematográfico.
Apenas un par de años después de estrenada La
Tierra de los muertos vivientes, película que al menos funcionó correctamente
en taquilla, Romero se embarcaría en una nueva película de su longeva saga.
Esta vez contaría con un presupuesto mucho menor, prácticamente nueve veces
menos que para su película anterior, algo que le supone una de cal y otra de
arena. Así, mientras de una parte la historia queda limitada en base a un
reducido montante económico, el director gozaría de una mayor libertad creativa,
algo de lo que, estando atado a un gran estudio, probablemente careciera. Una
vez más, y tal como sucediera con todas las películas sobre muertos vivientes
de esta franquicia, el propio Romero se haría cargo de la escritura del
guion, planteando por primera vez, tras
una serie de películas que con cada entrega avanzaban en la situación central
del planteamiento de un apocalipsis regido por la vuelta de los muertos a la
vida, una vuelta a los inicios. Así, El diario de los muertos supone volver a contar
el inicio del fenómeno, cambiando radicalmente, eso sí, la forma narrativa.
La película se abonaría al formato de found
foutage o metraje encontrado, estilo
cinematográfico dado a conocer en el género especialmente con Holocausto
caníbal y recuperado a finales de los noventa con el estreno de El proyecto de
la bruja de Blair, con incontestables éxitos cercanos en el tiempo como las
sagas Paranormal activity o Rec, de la que el propio Romero se manifiesta fan
confeso y que de hecho sería homenajeada
en el momento en que agentes con trajes especiales irrumpen en una vivienda
donde una pareja de ancianos mantienen encerrados a sus fallecidos. Así, toda
la película se presenta como una filmación auténtica llevada a cabo por uno de
los protagonistas, y que se intercala con grabaciones de cámaras de seguridad o
imágenes televisivas, imágenes que por momentos se apoyan en la voz en off de
otra de las protagonistas de la historia. De esta forma el director quiere que
este nuevo acercamiento a la génesis del fenómeno de la vuelta a la vida de los
muertos, el espectador lo viva desde otro punto de vista, otro ángulo. Así como
en la película de 1968 el estilo amateur confería a la película de manera
inconsciente cierto aire de documental, en esta ocasión se busca
deliberadamente ese poso de realidad en las imágenes. Algo que por desgracia no
sucede, perdiendo además en el proceso el estilo propio, la marca de la casa,
ese ADN de Romero que el resto de películas enclavadas dentro de la franquicia
poseían, pareciendo por momentos una cinta de serie B de productoras como
Asylum o similares más que una propuesta de un curtido director casi
septuagenario. El hecho además de tener que presentar toda la película como si
de una filmación en tercera persona se tratara genera en ciertos momentos
situaciones del todo injustificables e ideas ilógicas, como la de ser testigo
de ataques de zombies y no dejar de grabar para ayudar, llegando a grabar tu
propia muerte. Pero como dice en un momento el personaje del propio Jason, “la
cámara lo es todo”.
El elenco de intérpretes es desconocido,
comandado además por un grupo de jóvenes en la línea del cine de terror para
adolescentes más estereotipado, dejando de lado por vez primera Romero a unos
personajes más trabajados y variados. Como nota curiosa decir que uno de los
protagonistas es Shawn Roberts, quien ya participara en un pequeño papel en La
tierra de los muertos vivientes, y que de hecho da vida a otro personaje
distinto en esta ocasión. Si bien las interpretaciones no son deleznables, si
que no están a la altura, ni por carisma de los personajes ni por complejidad
en la composición de estos, de ninguna de las películas anteriores de la saga,
y es que en El diario de los muertos las preocupaciones de Romero eran otras.
El director utiliza la película para
experimentar con nuevas técnicas de filmación como la cámara digital, o un
montaje abrupto, algo que además de permitirle tratar de hacer algo diferente
lejos de los formalismos y maneras más academicistas, le sirve como justificante
a la hora de presentar su particular y personal crítica al sistema, todo un
clásico dentro de su filmografía sobre muertos vivientes. Romero pone su mira
en esta ocasión en el auge de las redes sociales y la deshumanización de la
sociedad según avanza la tecnología, aunque una vez más no evita la crítica al
estamento militar en la secuencia en la que unos soldados roban al grupo
protagonista. Unido tanto al bajo presupuesto como a esa idea de recurrir a
nuevas técnicas de rodaje, surgen unos efectos especiales que dejan de lado los
trucajes mecánicos y artesanales, mucho más caros, para poner la vista en la
infografía y los efectos especiales computerizados. Greg Nicotero continúa
fiel a Romero, no olvidando quien le dio su primera oportunidad en el cine, y
continua ofreciendo gracias a su habilidad, notables secuencias de corte gore a
la par que unos zombies, que si bien carecen del empaque de entregas anteriores
(recordemos una vez más la limitación presupuestaria), están muy por encima de
la mayoría de títulos sobre zombies estrenadas por aquel entonces a decenas. Y
es que, aunque en menor medida, la cinta seguirá mostrando secuencias donde la
sangre es la protagonista.
El estatus de director de culto permitiría a
Romero poder contar con la participación de gente como Stephen King, Wes Craven
o Quentin Tarantino, entre otros, con pequeñas colaboraciones, en una especie
de ritual habitual por el cual amigos o gente del equipo participan de una
manera u otra delante de la pantalla. Y es que, aunque El diario de los
muertos supone una bajada del listón marcado por el propio Romero a lo largo de
su saga sobre muertos vivientes, aún y todo es mejor que un alto porcentaje de
películas de corte similar estrenadas de manera masiva en base al abaratamiento
de costes precisamente en el área de efectos especiales.
El diario de los muertos sería el primero de
los experimentos de Romero dentro de su particular saga de los muertos
vivientes, lejanos ya los años más boyantes, fructíferos y exitosos de su carrera
como director, y que suponen una pérdida de la propia identidad de la saga. La
tetralogía inicial es un muy buen ejercicio de cine de género, en no pocos
momentos brillante, y con algunas de las secuencias más recordadas por el
aficionado del terror. Lo que vendría después de La tierra de los muertos
vivientes es otra cosa, un triste epílogo al que sin embargo merece la pena dar una oportunidad, el maestro Romero así lo merece.
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