En medio de un mundo donde los muertos se
levantan de sus tumbas para devorar a los vivos, una isla en medio del mar
parece obviar la dramática situación que se vive en todo el planeta. En el
lugar hay dos facciones enfrentadas, los O´Flynn, que apuestan por acabar con
todos los zombies que aún merodean por la isla para asegurar su propia
supervivencia, y los Muldoon, quienes creen poder reeducar a estas criaturas
para evitar ataquen a los vivos.
Última y por desgracia la más floja de
cuántas aproximaciones llevara a cabo Romero al universo cinematográfico que el
mismo creara hoy hace más de medio siglo, y que repite el esquematismo de su
anterior aportación con El diario de los muertos (con la que enlaza mediante el
personaje del Sargento Crockett), esto es, presupuesto exiguo, intérpretes
desconocidos, rodaje rápido y estreno directo en formato doméstico. Tal y como sucediera con el título inmediatamente
anterior estrenado en 2007, lo peor que puede achacársele a La resistencia de
los muertos es que no posee la esencia visual Romeriana propia de su tetralogía
inicial, si exceptuamos un par de apuntes interesantes en el epílogo, con esos
zombies de ambos líderes de los clanes atacándose entre sí incluso una vez
muertos frente a una brillante y rojiza luna llena, o el momento en que los
hombres de Patrick O´Flynn con este a la cabeza se encuentran con que los
zombies a los que tienen que disparar en la cabeza son dos niños de corta edad
encadenados en sus cunas.
La película se construye desde una idea
argumental interesante, algo que todas las películas de Romero poseen, con ese
enfrentamiento que ya viéramos en El día de los muertos entre quienes
consideraban que había que tratar de aniquilar a todos los zombies posibles y
quienes apostaban por que la única opción para sobrevivir al apocalipsis era
tratar de reeducar a los muertos vivientes. En esta ocasión no serán estamentos
como el militar y el científico los que se enconen, sino dos clanes rivales, lo
que permite a Romero volver una vez más sobre su constante crítica social,
donde vuelve a apostar por el desencuentro entre los humanos como principal generador
de nuestra propia destrucción. Y es que, si nos atenemos a la propia evolución
de la saga y lo que en ella se nos cuenta, la aparición en escena de los
muertos vivientes es solo el elemento desestabilizador que ha acelerado nuestra
propia autodestrucción, incapaces de unir fuerzas siquiera en una situación
apocalíptica como la planteada. Hay a lo largo de la película varios momentos
en los que la película presenta secuencias de corte cercano al absurdo, como
esa detonación que hace caer toda una pared dejando al descubierto a varios
tiradores cubiertos de hollín, descolocan sobre la visión de la película, y
acaban por no dotarla de una entidad propia en ese baile entre situaciones
dramáticas con otras más banales.
Romero plantea esta sexta entrega como un
hibrido de estilos cinematográficos, donde, si bien el terror es evidente, hay
que desbrozar algo más la película para llegar a atisbar un western tardío, con
esas dos facciones enfrentadas donde además se manejan numerosos elementos
iconográficos de este género, duelo al sol incluido. Da la sensación sin
embargo de que Romero ha gestado tanto la preparación como el rodaje y la post
producción de manera precipitada, en un afán por ofrecer rápidamente una nueva
muestra del cine de muertos vivientes, siendo por este motivo, los resultados
tan discretos y lejanos de obras capitales del cine de terror moderno como
Zombie (1978) o El día de los muertos vivientes (1985), dirigidas también por
Romero. Y es que si para estrenar las tres primeras películas de la franquicia
hubieron de pasar diecisiete años, para ver las otras tres cintas el periodo
fue tan solo de cuatro, casi a película de zombies por año.
En lo que respecta al apartado técnico más de
los mismo, nos encontramos con una cinta del montón con estilo de
telefilm y donde ni siquiera los maquillajes y efectos de casquería se
encuentran a la altura del resto de la saga, siendo en esta ocasión Greg
Nicotero únicamente consultor en materia de efectos, lo que acaba por pasar
factura a una producción como se estrenaron decenas en aquellos años. Únicamente
recomendada para fans acérrimos del maestro de Pittsburgh, a quienes la
subjetividad les empuje a destacar los aciertos que tiene la película,
concretamente en cuánto a ideas planteadas, frente a sus puntos débiles, muchos
de ellos en la propia ejecución de dichas ideas. La resistencia de los muertos
tiene añadido un toque que la hace especial además para el seguidor de su
director, y es que sería su última película estrenada antes de su fallecimiento
en 2017. Y es que podemos perdonarle estas dos últimas aproximaciones al
subgénero que el mismo invento precisamente por eso, por ser el creador
principal de un género dentro del cine de terror que tan buenos malos momentos
nos ha hecho, y nos hará pasar, con los muertos vivientes como leit motive
principal. Es por ello que, aunque parezca una contradicción, solo falta desear
larga vida a los muertos vivientes.
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