Cinco amigos deciden pasar unos días alejados
de la ciudad, y para ello alquilan una cabaña en medio del bosque. Pero lo que
se antojaban unas jornadas de asueto y diversión, acaban resultando unas
vacaciones infectas cuándo el grupo es contagiado por un voraz virus con una
rápida capacidad de contagio y un porcentaje de mortalidad de prácticamente el
cien por cien de los infectados.
Apenas catorce años después de estrenada Cabin
fever se llevó a cabo este innecesario remake. Innecesario porque no era una
película que reclamara un lavado de cara en base a que la película de Eli Roth
no ha quedado a día de hoy desfasada, ni necesitada de una revisión, e
innecesario igualmente porque ni siquiera se toma la molestia de aportar ningún
elemento novedoso a la historia que ya todos conocemos, siendo de hecho una
traslación literal, casi secuencia por secuencia, de lo filmado por el director
de Hostel en 2002. La única diferencia entre este título y el de primeros de
los dos mil, es que en esta ocasión se ha dejado de lado ese halo de
irreverencia y bizarrada que por momentos si tenía la opera prima de Eli Roth,
dándose esta revisitación una concepción de título más serio, de mayor impronta
que la propia película a la que homenajea.
Travis Zariwny, rebautizado para la ocasión
como Travis Z y con cameo incluido como sheriff, dirige la película, la cual ha
sido guionizada por Randy Pearlstein, uno de los responsables de la Cabin fever
original, y que se antoja poco ha modificado su trabajo inicial más allá de
cuatro apuntes, en algún caso nada acertados. Resaltar a este respecto que
ahora, el personaje de agente Winston cambia de sexo para ser una mujer, y
aunque por momentos trata de imitar los ademanes y maneras de este singular
policía, acaba resultando menos grotesco y extravagante que la aportación
ofrecida por Giuseppe Andrews más de diez años atrás. La otra gran novedad
respecto a su homóloga pretérita es la manera en la que se abordan las muertes
del quinteto protagonista, que difieren en la forma en la que estaban filmadas
por Eli Roth, único apunte diferenciador entre una película y la otra de lo que
acaba resultando un ejercicio de calco que aunque no aburre se presenta como
totalmente fútil.
Y es que, como apuntábamos con anterioridad,
no hay apenas diferencia entre un título y otro, los personajes son los mismos,
su personalidad y la relación entre estos es la que ya nos encontramos en 2002,
y el desarrollo de la historia es idéntica, con ejemplos como el momento en que
Paul es mordido por el niño, su beso con Karen en la plataforma en el lago, la
macabra anécdota de la bolera, la irrupción en mitad de la velada nocturna de
un fumata algo ido, la secuencia de la bañera, el momento en que Paul y Marcy acaban
acostándose en pleno momento de caos médico…es todo un deja vu que aún resulta
más tedioso si haces un recorrido consecutivo de la saga, encontrando con que
estás viendo la misma película dos veces en apenas tiempo.
Y, como no cabía esperar otra cosa dentro de
una película de la saga Cabin fever, hay que resaltar unos efectos de
maquillaje y unos apuntes de cine gore bien resueltos y que tienen su epicentro
en un acto final que se antoja lo más divertido de la película, con un Paul ya
en estado de absoluto descontrol, con una muerte de Karen que se inicia incluso
como un episodio grotescamente cómico para finalizar dramáticamente con la
cámara mostrando la caseta en la que se encuentra la joven envuelta en llamas y
bajo el sonido de los gritos de dolor de este personaje, y donde igualmente el
final de Marcy eleva al cubo la propuesta de la película de Eli Roth, quien
precisamente no se caracteriza por su delicadeza a la hora de plasmar en
pantalla la violencia. Sin embargo, para cuándo llegamos a este reguero de
sangre y muertes ya hemos perdido el interés que pudiéramos tener de inicio a
la hora de ver como se había abordado el presente remake.
Una descafeinada y nada valiente en ideas
revisión de una película con cierta enjundia dentro del cine de horror de
principios de los dos mil que cuenta con una nula aportación de un Eli Roth que,
acreditado como productor ejecutivo, parece ser se ha dedicado a cobrar los
correspondientes royalties y dejar hacer. Con otra constante en la franquicia
como es el contar con un puñado de jóvenes y muy poco conocidos actores para
dar vida a los protagonistas, esta nueva Cabin fever se antoja tan innecesaria
como reiterativa, no aportando un ápice de elementos diferenciadores, ni
estilísticamente, ni conceptualmente, ni argumentalmente, que hagan merezca la
pena reseñar su impronta como parte de la franquicia. La fiebre ya ha bajado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario