“Terror en carne viva”
Varios amigos deciden, para celebrar el final
de curso académico, pasar unos días en una solitaria cabaña en medio del bosque
entre cervezas, risas y algo de sexo. Lo que desconocen es que en las
inmediaciones de donde van a instalarse se encuentra un hombre afectado por una
extraña y letal bacteria que termina por devorar la carne de quien infecta, y
que esta enfermedad es extremadamente contagiosa.
Opera prima del hoy conocido Eli Roth,
considerado uno de los padres fundacionales del terror del nuevo milenio,
caracterizado principalmente por dejar de lado un tipo de cine de género muy
característico de los noventa, debido principalmente al éxito de Scream, y que
se basaba en perpetuar el subgénero slasher en películas cuyo público potencial
principal era el adolescente, lo que obligaba a rebajar el nivel de crueldad y
explicitud de las películas a estrenar. En contra de esta idea, el propio Roth
aboga por una vuelta a un terror más directo, visceral y desagradable, tomando
como fuente de referencia constante el cine de género de los años setenta en
cuanto a formas y de la década de los ochenta en cuanto a contenido, tal y como
se puede verificar en esta, su primera película y que se basa en una idea
propia del director. Como buena opera prima que se precie, el proyecto hubo de
lidiar con inconvenientes varios, aunque comparativamente con primeras
películas de directores del género como Hooper, Romero o Craven, la experiencia
de Roth fue algo más tranquila, llevando a cabo un rodaje bastante cómodo, y sufriendo
los mayores esfuerzos tras la filmación en busca de una distribuidora que
apoyase la comercialización en cines de la película
Lo primero que llama la atención de Cabin
fever es descubrir tras las cámaras a un fan del género, un gran conocedor del
cine de terror que ha convertido su pasión en su profesión, y que utiliza
dichos conocimientos para construir un híbrido de extraña comedia de horror en
la que los elementos referenciales son constantes. Esta idea queda dibujada ya
desde la propia construcción de los personajes protagonistas, donde Roth
utiliza el estereotipo de este tipo de películas cercanas al slasher para
acabar retorciéndolos, y que lo que parecía de inicio claro no fuera tan
evidente. Así, de una parte tenemos a Rider Strong, conocido principalmente por
aparecer en la serie de televisión Yo y el mundo, dando vida a Paul, en apariencia el protagonista
principal, un chico enamorado de una de sus acompañantes, a quien ha convertido
en su amor platónico. Pero esta imagen inicial de un Paul con aspiraciones de
héroe acaban defenestradas cuándo vemos como actúa una vez se inicia la
epidemia entre el grupo, donde las luces se combinan con las sombras en la toma
de decisiones. Por otro lado, Jordan Ladd, vista en Club desmadre, precisamente
una parodia de Scream y de ese renacer del slasher para adolescentes que
vendría después y en Death Proof, en el papel de Karen, es dibujada en un
principio como la chica timorata y virginal del grupo, la perfecta final girl
de manual, para descubrir que nada de eso es así, como ella misma se encarga de
aseverar en diálogos como el de la ducha de hidromasaje, dejando de paso
patente el director que no va a ser la heroína al modo de Jamie Lee Curtis en
La noche de Halloween o Neve Campbell en Scream. James DeBello, un rostro
conocido en la comedia juvenil de finales de los noventa y principios de los
dos mil con apariciones en títulos como Cero en conducta, American Pie o Scary
Movie 2, da vida a Bert, el patán gracioso, quien finalmente también presentará
aristas en su comportamiento lejanas al estereotipo dibujado de inicio. Cerina
Vincet por su parte, presta sus facciones y físico para dar vida a Marcy, uno
de esos personajes que no puede faltar en una película con una propuesta como
la de Cabin fever, la chica díscola, desinhibida y cuyo principal aliciente
parece ser el de aparecer desnuda en varios momentos de la película. Pero una
vez más Roth retuerce los arquetipos haciendo de Marcy uno de los personajes
más fuertes y decididos, además de nobles, de la historia. Todo lo contrario de
un Joey Kern, Jeff en la cinta, abocado a aparecer como el guapito engreído destinado
a una pronta y cruenta muerte, resultando ser el que llevaba la razón a la hora
de tomar las decisiones que los diferentes protagonistas van planteándose una
vez se inicia la epidemia entre ellos, aunque ello no sea óbice para un final a
la altura, y que no por menos esperado resulte tremendamente acertado. No
podemos obviar, hablando de los actores principales de la película, la
aparición del propio Eli Roth en un papel anecdótico, siendo de inicio su
intención dar vida al agente Winston, idea que desecho una vez vio el casting para
dicho rol de Giuseppe Andrews (quien ya había coincidido con James DeBello en
la anteriormente citada Cero en conducta) y que hizo que este actor le encajara
a la perfección para un papel tan alocado y esperpéntico.
La película es uno de esos exponentes de cine
de cabaña en el bosque, casi un subgénero desde el estreno en 1981 de Posesión
infernal, idea que se refrendaría con el estreno de Cabin in the Woods en 2012,
lo que nos permite aislar al grupo de protagonistas principales en un ambiente
desconocido y cuasi hostil frente a un horrible enemigo común. La gran
aportación de Roth en este sentido es que, para conformar a ese terrorífico
antagonista, deja de lado los psicópatas de extravagante presencia o malignos
demonios vistos en otras películas del género, fijándose en una enfermedad real
como fuente de toda la trama. Y es que la idea de Cabin fever llegaría, como
suele ser habitual en numerosas ocasiones, de una vivencia propia del director,
quien contrajo un extraño virus en la piel, situación que le llevó a indagar y tomar
una infección real, la fascitis necrosante, como base sobre la cual construir
una enfermedad altamente contagiosa y letal que elevaba al cubo las
características principales y reales de la citada afección bacteriológica. Esta
idea permite a la película jugar con dos elementos importantes. De una parte
los efectos de esta patología sobre los afectados da pie a que los responsables
de maquillaje se regodeen en unas caracterizaciones donde las heridas
pustulentas y sanguinolentas son la principal marca de la casa, posibilitando
secuencias tan impactantes a nivel no solo visual sino de repelencia
sintomática como las del baño de Marcy y esa depilación extrema o el momento en
que Karen se encuentra en uno de los últimos estadios de la enfermedad con
media cara comida por las bacterias. Además, y este es probablemente la
aportación más relevante de la película y que la elevaría por encima de decenas
de títulos similares, es que en esta ocasión nos encontramos ante un enemigo
del que no hay posibilidad de escapatoria una vez entra en contacto con su
víctima, lo que le hace más terrible y letal, lo que unido a su procedencia y
origen real frente a fantasiosos psicópatas inmortales, la convierte en más
terrorífica. Y es que escoger un villano en forma de mortal bacteria es una
variante que no había sido desarrollada en demasiadas ocasiones dentro del cine
de terror, a pesar de que ya existían ejemplos anteriores en títulos como Rabia
o The crazies, pero lejos, muy lejos en número de explotaciones de otras ideas
en forma de enormes psicokillers, alienígenas de intenciones aviesas o demonios
con la posesión como objetivo central.
Hay que destacar el extraño y desconcertante estilo
que el director marca para la película, y que oscila de manera consciente entre
el cine de terror visceral, con la propia trama narrada y que además en algunos
momentos ahonda en el dramatismo de la situación o de las decisiones a tomar,
con momentos tan potentes como el propio final del personaje de Karen o el
destino escogido para el quinteto protagonista, con ciertos momentos cómicos,
incluso bizarros, muchos de los cuales están protagonizados por el grupo de
rednecks que el director se encarga de parodiar, chiste de niggers incluido,
siendo el personaje de Winston el más característico dentro de esta inclusión
de elementos absurdos. Este estilo infundido a la película sería precisamente
uno de los elementos, que, precisamente por extraños, encumbrarían a la cinta a
cierto status de título de culto, algo que a todas luces parece excesivo viendo
el resultado final de Eli Roth en su primer largometraje, donde, si bien resulta una correcta película de género, se aprecian numerosos recursos manidos tratando de dar potencia visual a la cinta, con esas secuencias presentadas en un rojo fundido como exponente principal. Y sin embargo una
buena campaña publicitaria, un estimado éxito en taquilla y, quizás lo más
importante, lograr llamar la atención de Quentin Tarantino, quien de alguna
manera acabaría convertido en padrino de su director, harían de Cabin fever una
película lanzadera de una trilogía, con remake incluido. Todo un merito para un
director novel de treinta años con una innegable pasión por el cine de terror,
algo de medios y una pizca de suerte, quien gracias a Cabin fever lograría
hacerse un hueco en el cine de terror moderno tanto como director, productor, e
incluso actor, todo un todoterreno que pocos años más tarde tocaría el cielo
dentro del género que tanto amaba con una película llamada Hostel. Pero eso es
otra historia.
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