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miércoles, 27 de noviembre de 2019

CABIN FEVER (CABIN FEVER, 2016) 99´



Cinco amigos deciden pasar unos días alejados de la ciudad, y para ello alquilan una cabaña en medio del bosque. Pero lo que se antojaban unas jornadas de asueto y diversión, acaban resultando unas vacaciones infectas cuándo el grupo es contagiado por un voraz virus con una rápida capacidad de contagio y un porcentaje de mortalidad de prácticamente el cien por cien de los infectados.



Apenas catorce años después de estrenada Cabin fever se llevó a cabo este innecesario remake. Innecesario porque no era una película que reclamara un lavado de cara en base a que la película de Eli Roth no ha quedado a día de hoy desfasada, ni necesitada de una revisión, e innecesario igualmente porque ni siquiera se toma la molestia de aportar ningún elemento novedoso a la historia que ya todos conocemos, siendo de hecho una traslación literal, casi secuencia por secuencia, de lo filmado por el director de Hostel en 2002. La única diferencia entre este título y el de primeros de los dos mil, es que en esta ocasión se ha dejado de lado ese halo de irreverencia y bizarrada que por momentos si tenía la opera prima de Eli Roth, dándose esta revisitación una concepción de título más serio, de mayor impronta que la propia película a la que homenajea.



Travis Zariwny, rebautizado para la ocasión como Travis Z y con cameo incluido como sheriff, dirige la película, la cual ha sido guionizada por Randy Pearlstein, uno de los responsables de la Cabin fever original, y que se antoja poco ha modificado su trabajo inicial más allá de cuatro apuntes, en algún caso nada acertados. Resaltar a este respecto que ahora, el personaje de agente Winston cambia de sexo para ser una mujer, y aunque por momentos trata de imitar los ademanes y maneras de este singular policía, acaba resultando menos grotesco y extravagante que la aportación ofrecida por Giuseppe Andrews más de diez años atrás. La otra gran novedad respecto a su homóloga pretérita es la manera en la que se abordan las muertes del quinteto protagonista, que difieren en la forma en la que estaban filmadas por Eli Roth, único apunte diferenciador entre una película y la otra de lo que acaba resultando un ejercicio de calco que aunque no aburre se presenta como totalmente fútil. 



Y es que, como apuntábamos con anterioridad, no hay apenas diferencia entre un título y otro, los personajes son los mismos, su personalidad y la relación entre estos es la que ya nos encontramos en 2002, y el desarrollo de la historia es idéntica, con ejemplos como el momento en que Paul es mordido por el niño, su beso con Karen en la plataforma en el lago, la macabra anécdota de la bolera, la irrupción en mitad de la velada nocturna de un fumata algo ido, la secuencia de la bañera, el momento en que Paul y Marcy acaban acostándose en pleno momento de caos médico…es todo un deja vu que aún resulta más tedioso si haces un recorrido consecutivo de la saga, encontrando con que estás viendo la misma película dos veces en apenas tiempo.



Y, como no cabía esperar otra cosa dentro de una película de la saga Cabin fever, hay que resaltar unos efectos de maquillaje y unos apuntes de cine gore bien resueltos y que tienen su epicentro en un acto final que se antoja lo más divertido de la película, con un Paul ya en estado de absoluto descontrol, con una muerte de Karen que se inicia incluso como un episodio grotescamente cómico para finalizar dramáticamente con la cámara mostrando la caseta en la que se encuentra la joven envuelta en llamas y bajo el sonido de los gritos de dolor de este personaje, y donde igualmente el final de Marcy eleva al cubo la propuesta de la película de Eli Roth, quien precisamente no se caracteriza por su delicadeza a la hora de plasmar en pantalla la violencia. Sin embargo, para cuándo llegamos a este reguero de sangre y muertes ya hemos perdido el interés que pudiéramos tener de inicio a la hora de ver como se había abordado el presente remake.



Una descafeinada y nada valiente en ideas revisión de una película con cierta enjundia dentro del cine de horror de principios de los dos mil que cuenta con una nula aportación de un Eli Roth que, acreditado como productor ejecutivo, parece ser se ha dedicado a cobrar los correspondientes royalties y dejar hacer. Con otra constante en la franquicia como es el contar con un puñado de jóvenes y muy poco conocidos actores para dar vida a los protagonistas, esta nueva Cabin fever se antoja tan innecesaria como reiterativa, no aportando un ápice de elementos diferenciadores, ni estilísticamente, ni conceptualmente, ni argumentalmente, que hagan merezca la pena reseñar su impronta como parte de la franquicia. La fiebre ya ha bajado.

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