jueves, 14 de enero de 2021

LA NOCHE DE LOS DEMONIOS (NIGHT OF THE DEMONS, 1988) 87´

 

Es la noche de Halloween y un grupo de jóvenes decide montarse su fiesta particular en el viejo caserón de Hull House, una antigua funeraria con un oscuro y trágico pasado. La rotura de un espejo de pie desencadenará la liberación entre los presentes de una maldad que irá poseyendo a los asistentes en un ritual de muerte y terror.


Un título que, a pesar de sus limitaciones, que ubican la película en una serie B desacomplejada, y de tratarse de un remedo de ideas ya vistas en películas anteriores, ha logrado crear su propia cohorte de seguidores, generando una saga a la que seguirían dos secuelas ya en la década de los noventa  y un remake dos décadas más tarde de su estreno, convirtiéndose, por derecho propio, todo hay que decirlo, en una obra de cierto culto dentro de los fans más fervientes del género de terror más ochentero y desenfadado.

Kevin Tenney, su director, lograría con esta, su segunda película, su trabajo más redondo en una discreta filmografía de la que caben rescatar simpáticas, aunque poco acertadas, aportaciones al terror de segunda como Witchboard (juego diabólico), Witchtrap, e incluso cabe rescatar la mucho más fallida La venganza de Pinocho, en este caso por tratarse de uno de esos títulos ejemplificantes a la hora de hablar de malas películas de terror. En esta ocasión ofrece sin embargo un trabajo detrás de las cámaras que, aunque no sea brillante, y en notas generales se manifieste como rutinario, si muestra pinceladas de originalidad y ganas a la hora de dotar a la película de una estética particular, además de una elaborada planificación en determinados planos y secuencias, lo que denota cierto mimo a la hora de filmar y montar la película, tal y como abordaremos más adelante.

Como bien indicábamos al comienzo, la trama no puede ser más simple, además de mal desarrollada, ya que presenta una excusa argumental de la que ni siquiera se trata de crear cierta mitología, lo que sucede, sucede porque sí, las reglas del juego van implementándose a medida que las escenas así lo precisan, y se echa en falta un armazón más elaborado que justifique el punto fuerte de la película y por lo que todo el mundo se acerca a La noche de los demonios, un Halloween desquiciado de muertes, demonios y huidas a ninguna parte en una casa de la que no se puede salir. En este sentido el guion hace un totum revolutum tomando prestadas ideas de películas míticas dentro del género. Así, de La noche de los muertos vivientes, toma la idea central de ubicar a los protagonistas en un recinto cerrado del que no pueden salir, aunque en esta ocasión mueva de lugar la amenaza que los acorrala, ya que en este caso no se encuentra fuera de la mansión, sino en el propio interior. De Posesión infernal, debut en la dirección de Sam Raimi, se apropia de ese submundo de demonios que van poseyendo uno a uno a los participantes de la fiesta, con algún conato de movimiento loco de cámara incluido, aunque en este caso también se ve un atisbo del Demons de Lamberto Bava, especialmente en la idea de los maquillajes de los endemoniados, por cierto, mejorados y mucho en el título presente.

Como apuntábamos con anterioridad, pese a tratarse de un título de serie B de terror ochentero, cuyo éxito principal vendría de su alquiler en los videoclubs de la época, la película presenta un envoltorio que demuestra cariño en el trabajo de los principales implicados en la filmación. Ya esa apertura con unos títulos de crédito enmarcados en una simpática animación acomoda al espectador de cara a disfrutar de un título de terror que presientes dejará un buen sabor de boca, no siendo errónea esa sensación. Y vale que el desarrollo de la historia no plantea grandes alardes ni inventa nada nuevo dentro del imaginario del género, pero una vez entra en acción hay que destacar momentos como los del espejo fragmentado, y como la cámara capta la imagen de los diferentes protagonistas reflejadas en el vidrio quebrado, todo un alarde visual merecedor de ser destacado. También se atreve con el uso de la cámara subjetiva, convirtiéndola en cierto momento en uno de los personajes, aunque lejos, muy lejos, de los resultados obtenidos por John Carpenter en el prólogo de su Halloween. La forma en que captura los movimientos de una Ángela mutada en perverso demonio, cuasi flotando en sus desplazamientos, o un par de planos filmados con grúa son otros ejemplos de una película que, dentro de sus limitaciones técnicas y de presupuesto, se esforzó por crear un producto con cierta potencia, al menos en lo visual.

Otro de los puntos fuertes de la película y que la dota además de un visionado que mantiene intacto el interés, más de treinta años después de su estreno, son sus conseguidos efectos de maquillaje, mostrando unos endemoniados que, basándose en una estética feista caracterizada por cierta deformidad del rostro poseído, una afilada hilera de dientes o una mirada terrorífica que bebe del modelo creado en la película italiana estrenada tres años atrás Demons, mejora y mucho los brutos aunque efectistas maquillajes de Sergio Stivaletti. Sorprende tal derroche de creatividad y talento, máxime tratándose de un título con un presupuesto tan ajustado, debiendo pintar y mucho en este resultado el diseñador y creador de maquillajes Steve Johnson, quien ha paseado su talento en películas como Un hombre lobo americano en Londres, Golpe en la pequeña China, Pesadilla en Elm Street 4 o Mortal zombie. Un buen ejemplo de la capacidad de los creadores de efectos mecánicos, protésicos y de maquillaje es el momento en que a uno de los jóvenes  le es amputado uno de los brazos, el cual adquiere vida propia. Pero lo más relevante de esta secuencia es el momento en que muestran al personaje atacado sin su extremidad, teniendo el coraje además de que el personaje aparezca sin camiseta, dejando claro lo conseguido del efecto. Pero hablando de efectos no podemos dejar de citar el  momento del pintalabios introducido en el pezón de una de las poseídas, una secuencia que se convertiría en una marca de la casa dentro de la saga, siendo repetida en el consabido remake, y donde el efecto es tan bueno que no deja lugar a que percibamos el truco.

¿Quiere todo esto decir que La noche de los demonios sea una película de terror relevante dentro del género? No, está lejos de ser referencial, y si bien guarda elementos interesantes como los anteriormente citados, y que la convierten por derecho propio en todo una cinta de culto dentro del terror de segunda y en una estupenda opción para ver con amigos, soportando sin problema revisiones posteriores, presenta una trama poco cuidada o ciertos elementos simpáticamente sonrojantes que nos recuerdan estamos viendo pura serie B. Valgan como ejemplo el momento en el que descubrimos sin demasiado esfuerzo al especialista haciendo las veces del personaje de Judy en la escena en la que la protagonista cuelga de una cornisa, o esa forma en que este mismo personaje logra finalmente huir de sus perseguidores a través de una muralla de altura considerable. Sin embargo ese tono de humor que destila la película juega nuevamente a su favor, construyendo un trasfondo de humor negro y buen rollo que ayuda al resultado final de la película, como bien queda constatado en ese loco epílogo que nada tiene que ver con la trama central de la película pero que retoma una idea que el director había presentado al comienzo de la película y que parecía quedaría ahí.

En cuanto al elenco de intérpretes de La noche de los demonios, poco espacio para la sorpresa, y aunque se trate de un grupo de actores de perfil bajo, algo habitual en este tipo de películas, hay varios nombres femeninos que es inevitable rescatar de entre el grupo de jóvenes acorralados por las horda de demonios que moran en Hull house. Amelia Kinkade da vida a Ángela, uno de los personajes más relevantes y de hecho, aunque en un principio no iba a tratarse de un personaje con esta pretensión, acabaría convertida en referente de la saga por la fuerza de su presencia en pantalla, caracterizada por ese vestido de novia de color negro. Kinkade, de quien cabe destacar su faceta como bailarina, tal y como deja patente en una de las secuencias más extrañas y a la vez más características de la película, de hecho convertida también en una constante de la franquicia, apenas tuvo una filmografía relevante, convirtiéndose eso sí, en protagonistas de las tres películas de la saga inicial. Lo más curioso de esta actriz ya retirada del mundo de la interpretación es su nueva profesión como psíquica de animales, llegando incluso a ejercer su nueva labor para la mismísima Casa Real Británica. Los fans del terror sin embargo tendrán sus miras puestas en una de las actrices fetiches del género de la década de los ochenta convertida en toda una institución dentro del terror, la rubia Linnea Quigley, encargada de, como venía siendo habitual en las películas en las que participaba, lucir palmito a la vez que coqueteaba con el cetro de scream queen del momento. Y es que Quigley ha aparecido en películas tan importantes en esa década como Trampa para turistas, El día de la graduación, Noche de paz, noche de muerte o El regreso de los muertos vivientes. El otro gran personaje femenino de la película, y en este caso, encargada de ejercer el rol de heroína de la historia es la joven Cathy Podewell, quien participaría en varias series de televisión, siendo su papel más relevante el que desempeñaría en la eterna Dallas.

Así, La noche de los demonios se expone como un perfecto exponente del género de terror ochentero, centrado en un potente gore posible gracias a la evolución en aquellos años de los efectos de maquillaje, unos personajes planos cuya única función es la de morir de la forma más gráfica posible, abundancia de desnudos femeninos trasladando esa constante desde la comedia gamberra iniciada con clásicos como Desmadre a la americana, Los incorregibles albóndigas o Porkys, y una caratula capaz de venderte la película mejor que la mejor de las críticas. Una fiesta de muerte que tuvo tanto éxito que provocaría volver al lugar en posteriores festividades de Halloween, aún sabiendo a que nos exponíamos. Demonios, gore y mucha sangre.

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