Edgard Frog vive en una caravana atenazado
por las deudas y hastiado de una vida de matar vampiros que le ha hecho
perderlo todo, incluso a su hermano, convertido en criatura de la noche durante
una de sus incursiones. Es en ese momento cuando Gwen Lieber, reconocida
escritora de best sellers románticos sobre vampiros, solicita la ayuda de este
solitario y huraño cazador de criaturas de la noche.
El incontestable éxito de la secuela de
Jóvenes ocultos, estrenada un par de años atrás y convertida en una de las
cintas más vendidas de las estrenadas directamente en formato doméstico,
posibilitaría dar luz verde a una nueva continuación que volvería a contar con
Hans Rodionoff escribiendo el guion, en esta ocasión acompañado por Evan
Charnov, quienes se olvidan de las premisas argumentales de las dos primeras
películas para imbuirse de un estilo argumental cercano al comic a la hora de
plantear la historia, algo que además se refrenda en un estilo visual muy
concreto y que ya deja de manifiesto sus intenciones desde unos títulos de
crédito iniciales que se apoyan en las propias viñetas de la serie de tebeos Lost
Boys: Reign of frogs. Dirige el italiano Dario Piana, de quien únicamente
podemos destacar Demasiado bellas para morir, un giallo ochentero secuela a su
vez de Bajo el vestido nada, y que en esta nueva continuación, esta vez de
Jóvenes ocultos, se limita a salvar los muebles presentando un par de
interesantes momentos visualmente hablando, como sucede con la secuencia en que
los vampiros protagonistas saltan de un avión en pleno vuelo para acabar
aterrizando de pie, en una secuencia adornada una vez más por una versión del maravilloso
tema musical Cry Little sister.
En esta ocasión la película otorga el papel
protagonista a un Corey Feldman en sus horas más bajas, quien vuelve una nueva
vez sobre el papel de Edgard Frog, recuperándose igualmente la figura de su
hermano Alan, con quien ya había compartido co protagonismo en la primera
Jóvenes ocultos, y a quien vuelve a dar vida el actor Jamison Newlander (El terror
no tiene form, Bone Tomahawk). Se recupera de esta forma el homenaje implícito
al escritor de novela gótica y de terror Edgard Allan Poe a través de la
conjunción de los nombres de ambos personajes. El hecho de dar un protagonismo
mayor a esta dupla, y más concretamente al personaje de Feldman, es perjudicial
para unos roles que funcionaban mejor como personajes secundarios con un puñado
de simpáticas apariciones en la primera Jóvenes ocultos. Es por ello que
otorgar tanto peso a los mismos, unido a una necesidad casi constante por parte
del personaje de Egard de regalar forzados one liners, es contraproducente en
el resultado final visto en pantalla. Junto a esta pareja de hermanos podemos
encontrar un grupo de personajes deslavazados, sin carisma, apenas de mero
relleno, algo especialmente evidente en el grupo de vampiros presentados en
esta ocasión, totalmente impostados y forzados y sin nada que ver con el
cuarteto de jóvenes vampiros vistos en la película estrenada en 1987, sensación
que se acrecienta cuándo somos testigos de un tontorrón y forzado giro final,
que nos devuelve a un villano final aún más ridículo del que estábamos siendo
testigos hasta el momento. Pero es que ninguno de los personajes secundarios
llega a funcionar como debiera, tal como ocurre con ese cruce de Lara Croft y
Stephenie Meyer, o el trasunto de presentador de realitie (lo peor de toda la película), solo esa amiga de
Edgar con un pequeño secreto a sus espaldas logra hacerse algo de hueco como
uno de nuestros favoritos de la trilogía, a pesar de lo incoherente de su
aparición.
La película funciona solo en parte, ya que
además de estirar demasiado la trama central, y eso que estamos hablando de un
metraje de hora y cuarto, lo que hace que los personajes lleguen pronto a un
acto final que se estira innecesariamente para poder llegar a una duración
estándar que posibilitara su estreno como largometraje, pierde en el camino la
esencia visual que hacía sobre todo de la primera Jóvenes ocultos una obra a
reivindicar. En esta ocasión la película mira de reojo al estreno de Blade, que
tuviera lugar más de diez años atrás, para copiar unas imágenes con una
potencia visual inherente, como son esas raves vampíricas ya vistas en la
secuencia de apertura de la cinta protagonizada por Wesley Snipes, o los propios
y descafeinados enfrentamientos a espada entre héroes y villanos. Pero incluso
en eso no acaba de destacar, ya que ni esta tercera Jóvenes ocultos es Blade ni
Dario Piana posee la fuerza visual que si tenía Stephen Norrington.
La película está salpicada de rebote por la
trágica muerte de Corey Haim el mismo año de su estreno, a quien está dedicada
la cinta, lo que posibilitó la incursión de un sentido y casi obligado homenaje
a este joven actor, con el personaje de Feldman visitando su tumba para
depositar su añorado Batman número catorce, lo que unido a un par de flashbacks
rescatados de la película de 1987, componen una nota de nostalgia en este
secuela que suma enteros al resultado final en base a su afección emocional.
Es de esta forma como tras una mitificada
primera parte y una estimable secuela se cerró la trilogía de Jóvenes ocultos
con una, si bien no desastrosa tercera parte, si por debajo de las exigencias
para una serie de películas a reivindicar como simpáticos ejercicios de cine de
vampiros enfocados para el público más joven. Y es que si algo nos había
enseñado Jóvenes ocultos es que los vampiros no tienen por qué ser aburridos y
antisociales aristócratas, sino que puede ser algo realmente divertido,
sangriento sí, pero también divertido.
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