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sábado, 13 de julio de 2019

JÓVENES OCULTOS 3: SED DE SANGRE (LOST BOYS: THE THIRST, 2010) 77´


Edgard Frog vive en una caravana atenazado por las deudas y hastiado de una vida de matar vampiros que le ha hecho perderlo todo, incluso a su hermano, convertido en criatura de la noche durante una de sus incursiones. Es en ese momento cuando Gwen Lieber, reconocida escritora de best sellers románticos sobre vampiros, solicita la ayuda de este solitario y huraño cazador de criaturas de la noche.



El incontestable éxito de la secuela de Jóvenes ocultos, estrenada un par de años atrás y convertida en una de las cintas más vendidas de las estrenadas directamente en formato doméstico, posibilitaría dar luz verde a una nueva continuación que volvería a contar con Hans Rodionoff escribiendo el guion, en esta ocasión acompañado por Evan Charnov, quienes se olvidan de las premisas argumentales de las dos primeras películas para imbuirse de un estilo argumental cercano al comic a la hora de plantear la historia, algo que además se refrenda en un estilo visual muy concreto y que ya deja de manifiesto sus intenciones desde unos títulos de crédito iniciales que se apoyan en las propias viñetas de la serie de tebeos Lost Boys: Reign of frogs. Dirige el italiano Dario Piana, de quien únicamente podemos destacar Demasiado bellas para morir, un giallo ochentero secuela a su vez de Bajo el vestido nada, y que en esta nueva continuación, esta vez de Jóvenes ocultos, se limita a salvar los muebles presentando un par de interesantes momentos visualmente hablando, como sucede con la secuencia en que los vampiros protagonistas saltan de un avión en pleno vuelo para acabar aterrizando de pie, en una secuencia adornada una vez más por una versión del maravilloso tema musical Cry Little sister.



En esta ocasión la película otorga el papel protagonista a un Corey Feldman en sus horas más bajas, quien vuelve una nueva vez sobre el papel de Edgard Frog, recuperándose igualmente la figura de su hermano Alan, con quien ya había compartido co protagonismo en la primera Jóvenes ocultos, y a quien vuelve a dar vida el actor Jamison Newlander (El terror no tiene form, Bone Tomahawk). Se recupera de esta forma el homenaje implícito al escritor de novela gótica y de terror Edgard Allan Poe a través de la conjunción de los nombres de ambos personajes. El hecho de dar un protagonismo mayor a esta dupla, y más concretamente al personaje de Feldman, es perjudicial para unos roles que funcionaban mejor como personajes secundarios con un puñado de simpáticas apariciones en la primera Jóvenes ocultos. Es por ello que otorgar tanto peso a los mismos, unido a una necesidad casi constante por parte del personaje de Egard de regalar forzados one liners, es contraproducente en el resultado final visto en pantalla. Junto a esta pareja de hermanos podemos encontrar un grupo de personajes deslavazados, sin carisma, apenas de mero relleno, algo especialmente evidente en el grupo de vampiros presentados en esta ocasión, totalmente impostados y forzados y sin nada que ver con el cuarteto de jóvenes vampiros vistos en la película estrenada en 1987, sensación que se acrecienta cuándo somos testigos de un tontorrón y forzado giro final, que nos devuelve a un villano final aún más ridículo del que estábamos siendo testigos hasta el momento. Pero es que ninguno de los personajes secundarios llega a funcionar como debiera, tal como ocurre con ese cruce de Lara Croft y Stephenie Meyer, o el trasunto de presentador de realitie  (lo peor de toda la película), solo esa amiga de Edgar con un pequeño secreto a sus espaldas logra hacerse algo de hueco como uno de nuestros favoritos de la trilogía, a pesar de lo incoherente de su aparición.



La película funciona solo en parte, ya que además de estirar demasiado la trama central, y eso que estamos hablando de un metraje de hora y cuarto, lo que hace que los personajes lleguen pronto a un acto final que se estira innecesariamente para poder llegar a una duración estándar que posibilitara su estreno como largometraje, pierde en el camino la esencia visual que hacía sobre todo de la primera Jóvenes ocultos una obra a reivindicar. En esta ocasión la película mira de reojo al estreno de Blade, que tuviera lugar más de diez años atrás, para copiar unas imágenes con una potencia visual inherente, como son esas raves vampíricas ya vistas en la secuencia de apertura de la cinta protagonizada por Wesley Snipes, o los propios y descafeinados enfrentamientos a espada entre héroes y villanos. Pero incluso en eso no acaba de destacar, ya que ni esta tercera Jóvenes ocultos es Blade ni Dario Piana posee la fuerza visual que si tenía Stephen Norrington.



La película está salpicada de rebote por la trágica muerte de Corey Haim el mismo año de su estreno, a quien está dedicada la cinta, lo que posibilitó la incursión de un sentido y casi obligado homenaje a este joven actor, con el personaje de Feldman visitando su tumba para depositar su añorado Batman número catorce, lo que unido a un par de flashbacks rescatados de la película de 1987, componen una nota de nostalgia en este secuela que suma enteros al resultado final en base a su afección emocional. 



Es de esta forma como tras una mitificada primera parte y una estimable secuela se cerró la trilogía de Jóvenes ocultos con una, si bien no desastrosa tercera parte, si por debajo de las exigencias para una serie de películas a reivindicar como simpáticos ejercicios de cine de vampiros enfocados para el público más joven. Y es que si algo nos había enseñado Jóvenes ocultos es que los vampiros no tienen por qué ser aburridos y antisociales aristócratas, sino que puede ser algo realmente divertido, sangriento sí, pero también divertido. 

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