Tara y Dawn regresan a casa tras una fiesta en la noche de Halloween cuándo ven a una extraña figura caracterizada como un extravagante clown. Mientras que Dawn se toma a broma la presencia de este personaje, Tara no puede sentirse terriblemente incómoda por la manera en que este tipo se comporta, no siendo conscientes ninguna de las dos que acaba de comenzar para ellas una noche de auténtica pesadilla.
Película que suponía la puesta de largo oficial de un personaje con el que el director y guionista de la película, Damien Leone, llevaba tiempo ligado en su filmografía, siendo de hecho ambos prácticamente compañeros inseparables de recorrido cinematográfico. Y es que este nuevo serial killer caracterizado como un híbrido entre payaso y mimo y de nombre Art the clown ya había aparecido en los cortometrajes de Leone El noveno círculo, de 2008, y Terrifier, estrenado en 2011 y que se erige como todo un laboratorio de pruebas de este largometraje posterior de igual título, siendo de hecho varios los momentos extraídos del corto que han sido trasladados a la película. También aparecería en su debut en el largometraje, La víspera de Halloween, una cinta de episodios que toma como base los primeros trabajos como realizador de Leone, siendo este payaso homicida el hilo conductor de un total de tres historias de horror con las que su director ya deja de manifiesto que es todo un amante del cine de terror más visceral y explícito, pero ello sin dejar de lado un poso de ambiente malsano que potencia aún más el horror de sus trabajos más allá de la profusión de escenas abiertamente desagradables.
La película contaría con un presupuesto irrisorio de cien mil dólares, que si bien limita a la hora de crear una historia con pocos escenarios y un puñado reducido de personajes, para nada hace pensar en el resultado final que la película ofrece, no solo a nivel de estupendos y efectistas efectos de maquillaje y trucajes abiertamente enclavados dentro del gore, sino por la propia pátina visual que presenta la película especialmente a nivel de iluminación y construcción de las escenas, contando para esta labor su director con un George Steuber que ha ejercido como director de fotografía en toda la filmografía de Leone. Y es que si bien Terrifier no oculta en ningún momento su estilo de serie B menor, parece mucho más lujosa a todos los niveles de lo que realmente es a nivel presupuestario, algo que hay que achacar al talento de un Damien Leone, una idea apuntada ya en esta primera película y que quedaría plenamente certificada en la secuela que llegaría seis años más tarde.
Terrifier está protagonizada por un puñado de desconocidos intérpretes, algo obvio si tenemos en cuenta las aguas por las que se mueve la película, siendo lo más destacable a nivel de personajes la manera en cómo se incumple una de las normas básicas dentro del slasher, siendo testigos como espectadores de como la película nos lleva a pensar, incluso a nivel de estética, presencia y comportamiento, en una protagonista condenada a convertirse en la final girl de turno, siendo de hecho el personaje de Tara la principal protagonista durante buena parte de metraje, para hacer, un viraje de ciento ochenta grados en el último tercio de cinta en forma de muerte atroz, cambiando ese estigma de única superviviente en un nuevo personaje en una decisión que si bien es interesante por como rompe el ABC de este tipo de películas, elimina a una protagonista sumamente interesante por otro de mucha menor entidad.
Aunque si hablamos de los personajes de la película es obligado tratar la figura de Art the clown, el auténtico alma mater de Terrifier por encima de víctimas y supervivientes, y responsable directo de que tanto esta película pero especialmente su secuela se hayan convertido en títulos de culto dentro del circuito del terror más irreverente y sangriento. La caracterización de este personaje es sumamente sencilla, con un rostro blanco con protésicos para deformar los huesos de la cara y aportar una enorme nariz picuda emulando a las napias características de las brujas de cuento. La boca del personaje está pintada de negro y coronada por una dentadura igualmente podrida que cuándo sonríe le dota de una gran incomodidad. Un traje negro y blanco y un pequeño gorrete colocado de lado sobre un cráneo sin pelo complementan una iconografía que acrecienta y alimenta uno de nuestros grandes terrores de la infancia, pero también de la madurez, y que en algunos casos tiene patología de fobia, la coulrofobia, un miedo irracional a payasos y mimos que posiblemente tenga orígenes atávicos a través de un miedo implantado en nuestro corteza cerebral proveniente de antiguos rituales de miles de años de antigüedad presididos por chamanes o sacerdotes con el rostro igualmente decorado, como sucede con los payasos actuales, y que en ocasiones acababan convertidos en sangrientas ceremonias. No es casualidad pues que la figura del payaso se haya convertido en referencial en el terror con obras como It, Clowhouse, Los payasos asesinos del espacio exterior, Poltergeist o La casa de los 1000 cadáveres entre un largo etcétera, una imagen distorsionada de un personaje en principio nacido para hacer reír a la que tampoco ha ayudado la existencia real de psicópatas como John Wayne Gacy, ejecutado en los años noventa por acabar con la vida de más de una treintena de jóvenes de entre catorce y veinte años. Su seña de identidad, en su barrio se le conocía por disfrazarse de payaso para entretener a los niños de la localidad. No es de extrañar pues que la tétrica presencia de Art the Clown resulte tremendamente desasosegante más allá de los brutales crímenes que le veremos llevar a cabo, y es que su sola imagen llevando a cabo actos mundanos, pasando por ese acoso casi imperceptible que de inicio lleva a cabo contra las protagonistas, incluso la manera en que se mueve o sonríe, ya son más que suficientes para erizar la piel, algo que hay que atribuir principalmente al actor David Howard Thornton, especializado en doblaje y con una carrera escasa en cine, y que sería el responsable desde este título (anteriormente el papel había sido interpretado por Mike Giannelli) de dar vida a este payaso que ha de manifestar todo el terror del mundo, amén de con su forma tan brutal de acabar con sus víctimas, mediante una expresión corporal que el actor que le da vida controla a la perfección. Resaltar asimismo esa característica que es la de aportar la idea de que no hable nada y se comunique al puro estilo de los mimos, siendo este uno de esos elementos que potencian su carácter aterrador.
La película, como ya apuntábamos con anterioridad, se mueve dentro de los resortes del cine gore más brutal, con ojos arrancados de las cuencas, cabezas decapitadas o una escena cumbre protagonizada por una sierra oxidada y una de las víctimas colgada cabeza abajo con la piernas abiertas por la mitad, pero no por ello renuncia a implementar un aire malsano, sucio y deprimente a la trama y escenarios de la misma, idea que potencia la incomodidad en el espectador más allá de los momentos puntuales protagonizados por la sangre y unos muy destacables efectos de maquillaje y físicos, donde se agradece la ausencia total de CGI para contar en su totalidad con trucajes mecánicos o prácticos de la vieja escuela, siendo el resultado espectacular máxime para una producción de tan bajo presupuesto. Resaltar que es el propio Damien Leone el responsable de esta área, habiendo trabajado de hecho como responsable del área de efectos especiales y de maquillaje en todas sus películas además de en varios trabajos ajenos como director.
La principal piedra en el zapato de la película se encuentra en una historia muy rutinaria y sin nada que contar más allá de ubicar a las víctimas del payaso homicida a merced de este para que tenga lugar el trillado juego del gato y el ratón aderezado con un puñado de efectistas muertes. Aunque en este caso se agradece no se revele ni un solo dato explicativo de quien es Art the clown, ya que ayuda a potenciar un estilo propio de una película que por momentos nos retrotrae a ese gore tan en boga en los años ochenta con el ultragore alemán o los primeros trabajos de directores tan a tener en cuenta como Sam Raimi o Peter Jackson. Como no podía ser de otra manera en un director apasionado por el género de terror son varios los guiños que se cuelan a lo largo de la película, siendo el más destacado el homenaje que vemos perpetrar por parte de Art the clown al personaje del psicópata de El silencio de los corderos Buffalo Bill.
Un
título que nos descubriría no solo a un enorme personaje dentro del cine de terror,
con potencial para hablar de tú a tú con los Michael Myers, Freddie Krueguer o
Jason Voorhees de turno, sino que haría lo propio con un director del que hay
que destacar el enorme partido sacado a un presupuesto irrisorio para presentar
una película más que interesante dentro del género en el que se mueve, algo que
demuestra talento detrás de las cámaras. Eso sí, no apta para un público al que
el gore le incomode en la butaca ni a quien tenga traumas infantiles
protagonizados por payasos de rostro pintado. Para el resto, una recomendación
dentro de nuestro espectador más cinéfago. Pero lo mejor de todo estaba por
llegar.
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