Dane y Lucas son dos
hermanos que acaban de mudarse junto a su madre a una tranquila localidad para
empezar una nueva vida. En el sótano de su nueva casa y de manera fortuita
descubren, junto a su nueva vecina, una trampilla cerrada con seis candados.
Una vez logran abrirla dan con un oscuro agujero en el suelo que parece no
tener fin, abriendo sin ser conscientes la puerta a sus mayores temores.
Un
título muy apropiado para que los más jóvenes puedan disfrutar del género de
terror, ya que la propia historia y su evolución, así como la forma en que esta
ha sido plasmada en pantalla, convierten a Miedos en un título muy recomendable
como iniciático dentro de un género que por la propia temática que trata, así
como por el hecho de ampararse de manera casi obligada en la violencia o
escabrosidad, lo convierte en prácticamente un tabú para los más jóvenes. No
sucede lo mismo con esta propuesta, heredera de alguna manera de la serie de
libros de R.L Stines Pesadillas, reconvertida en serie de televisión y con
adaptación cinematográfica protagonizada por Jack Black incluida. Este
tratamiento edulcorado del terror puede llevar al equívoco de pensar que el
presente título fracasa como ejercicio dentro de este género, algo que sucederá
si es que nos dejamos llevar por el error de acercarnos a ella desde nuestra
condición de adultos y no lo hacemos teniendo en cuenta el target principal al
que está destinado la película, un público que está dejando atrás la infancia y
adentrándose en la adolescencia y la madurez, lo que no es impedimento para que
quienes no estamos comprendidos en esta franja de edad no podamos disfrutar de
este retorno de Joe Dante al cine tras seis años de parón.
La
historia ha sido guionizada por Mark L. Smith, autor igualmente de los guiones
de Habitación sin salida y su secuela, el remake de Martyrs o la galardonada El
renacido. Este autor deja patente su amor por el género de terror volcado en un
libreto que homenajea a este pero de una manera muy controlada, sin ir a lo
fácil que sería introducir grandes y evidentes guiños, aunque sí que estos
están introducidos más de soslayo, sin que Miedos se convierta en un constante
ir y venir de referentes del género, no siendo ese su objetivo principal, sino
el devolver a este una carta de amor especialmente pensando en ese niño fan del
miedo que algunos hemos sido alguna vez. El director de la película no es otro
que Joe Dante, todo un referente del
cine fantástico y de terror, introduciendo no obstante en su cine siempre un
tono de desenfado y hasta de ciertos ribetes de humor, y nunca obviando el amor
del director por el cine de ciencia ficción de los años cincuenta, al que
homenajea de manera constante en su filmografía, ideas estas que quedan
perfectamente atestiguadas si hacemos un repaso por su carrera, donde destacan
títulos como Piraña, Aullidos, Gremlins, En los límites de la realidad,
Exploradores, El chip prodigioso, No mataras al vecino, Pequeños guerreros o
Matinee, lo que nos da una idea de porque en la década de los ochenta Dante era
considerado el Steven Spielberg (con quien por cierto colaboraría en varias
películas) de la serie B. Este director, además de tener un gran conocimiento a
la hora de filmar películas con una historia como la que presenta Miedos, donde
se mezclan fantasía y realidad con unos tonos lúgubres pero que no llegan a
adentrarse en el género de terror más puro, es un especialista a la hora de
trabajar en películas protagonizadas por niños y jóvenes, como demostrara en
varios de los títulos enumerados anteriormente. Esta doble experiencia le
convertía en el director idóneo para llevar a buen puerto un proyecto como el
de presente.
Y
es que como ya se apuntaba en la sinopsis inicial, los grandes protagonistas de
la película son dos adolescentes y un niño, personajes con los que el
espectador logra conectar inmediatamente sin que lleguen a resultar cargantes,
soporíferos o directamente no te los creas, algo que suele no ser extraño en
películas en las que el protagonismo recae en actores tan jóvenes, y que bien
puede ser debido a una mala escritura del propio personaje o por una
interpretación donde la inexperiencia lleva al exceso por parte del intérprete
sin que el director llegue a controlar esta situación. No es este el caso y
tanto Chris Massoglia, Nathan Gamble como Haley Bennet resultan atinados en sus
papeles, con un simpático desenfado que hace no les pase factura el cargar con
todo el peso de la trama central, encontrándonos a un trío de niños monos pero
que además resultan simpáticos y hasta por momentos carismáticos. Frente a
estos actores tan jóvenes nos encontramos con Teri Polo, conocida sobre todo
por co protagonizar junto a Ben Stiller la saga iniciada con Los padres de
ella, y que ejerce el rol de madre de la pareja de niños protagonistas. Un
veterano Bruce Dern, quien ya había trabajado con el director en la divertida
No matarás al vecino, compone un interesante papel al que si se le puede
achacar que se le podía haber sacado algo más de partido. Y como no puede ser
de otra manera en una película dirigida por Dante, no falta el consabido cameo
de Dick Miller, actor fetiche de este a lo largo de toda su filmografía y que
de alguna manera ejerce de alter ego del director.
La
película se inicia con un aire familiar, que nos retrotrae indefectiblemente a
plenos años ochenta, con una familia mono parental y a la que persiguen
fantasmas del pasado trasladándose a una nueva ciudad, a una nueva vida, y
llegando a un barrio de casas unifamiliares y agradables vecinos de jardín,
inicio muy habitual en las cintas de dicha década, y puesto de moda por ser uno
de los tratamientos habituales utilizados por Spielberg en su cine (todos
recordamos ET o Poltergeist). Y es que el espíritu de la película es
eminentemente ochentero, con ese aire de inocencia que dibuja unos personajes simples
pero efectivos. Esto hace que la cinta se deje de divagaciones y vaya directo a
la trama central, desgranando el misterio del agujero que da título a la
película en su versión original de una forma que te atrapa ante los
acontecimientos que se van narrando, a la par que engancha por su dinamismo en
el montaje, a pesar de que podamos atisbar ciertos agujeros en la trama
fácilmente perdonables.
Si
bien en el trasfondo Miedos es cien por cien hija de los ochenta en cuánto a
personajes, historia y desarrollo de la misma, no podemos decir lo mismo de sus
formas visuales, algo que queda claro con ese primer movimiento de cámara según
se acerca al automóvil de la familia protagonista cuando llegan a su nueva
residencia. Los tiempos han cambiado y eso se nota en la forma de rodar y en un
tono en la fotografía, estupenda por otra parte, más oscuro y que sin embargo
nos permite disfrutar de todo lo que acontece frente a la cámara, obviando ese
recurso tan propio del terror actual como es el de oscurecer tanto la secuencia
que acabamos por perdernos muchos de los detalles. Y obviamente su filmación
mediante el uso de cámaras 3D es lo que más la aleja de la forma de rodar hace
treinta años y la ubica técnicamente en un momento más actual. Lo bueno es que
la forma en que es utilizado el 3D posibilita que quien quiera disfrutar de
este recurso a la hora de ver la película pueda regocijarse en cómo se utiliza
para aumentar la profundidad de campo o potenciar el efecto del onírico
escenario utilizado en el último acto, aunque no pueda evitar integrar planos
evidentes de personajes lanzando objetos a cámara. Pero quien, como es el caso,
no necesite o no quiera estar sometido al visionado en el formato creado por James
Cameron para Avatar, no tiene por otra parte la sensación de estar delante de
una película creada ex profeso para la explotación de este recurso.
Y
llega el momento de valorar Miedos en su conjunto. Quien abogue porque se trata
de una película de terror que no da terror ha de abandonar el prejuicio de
compararla con el cine de este género creado y filmado para adultos,
especialmente en la vertiente más gore y explícita del mismo. Es una película
para niños y jóvenes, con lo que la manera en que ha de manejarse el miedo en
las secuencias ha de tener este hecho en cuenta, forzando pero sin llegar al
límite. Y sin embargo sí que se logran buenos momentos en lo que se refiere al
manejo del suspense y el miedo, como el instante en que el pequeño Lucas se
enfrenta en el sótano con un atroz bufón de porcelana o la primera aparición en
los lavabos de la cafetería de la niña fantasma. Es cierto que en su desenlace
la historia tira de lo fácil y utiliza un recurso sencillo para solucionar el
entuerto creado, pero por otra parte es algo evidente tratándose como decíamos
de una película para niños, algo que pueda parecer no es así por la nefasta y
errónea calificación moral otorgada a la película en nuestro país. Es por ello
que es importante saber qué es lo que vamos a ver, y en el caso de Miedos es
una buena excusa para iniciar a los más jóvenes en un género poco dado a
presentar películas como Miedos, donde se les tenga en cuenta como público
potencial. La sangre y el terror al límite es para otro momento, ahora toca un
terror más light y desenfadado.
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