Tres parejas de
amigos deciden pasar la noche de Halloween en un macro festival dedicado al
horror y el miedo llamado Hell Fest, donde abundan las atracciones de terror,
los actores caracterizados y los sustos tras cada esquina. O lo que es lo
mismo, el lugar perfecto para que un asesino pueda campar a sus anchas sin
despertar la más remota sospecha.
Una
película que se aventura dentro de un género muy poco en boga últimamente
dentro del terror como es el slasher, temática que vivió su época de mayor
esplendor hasta la fecha entre finales de los setenta y primeros ochenta. Lo hace además lejos de
fatuas pretensiones y con la humildad propia de un tipo de películas en
conjunto tremendamente esquemáticas en su desarrollo y con poco margen para la
sorpresa. Y sin embargo, el evidente cariño que demuestra por el género en el
que se engloba, así como el envoltorio visual concedido a la película, hacen de
Hell fest un simpático título que merece la oportunidad de un visionado por
parte de los fans.
La
película está dirigida con soltura y habilidad por Gregory Plotkin, veterano
editor y con una larga trayectoria dentro del departamento de montaje en
títulos como Cosas que hacer en Denver cuándo estés muerto, El dilema,
Frequency, Cadena de favores o La guerra de Hart. Este director, es además un
gran conocedor del género de terror, ya que ha participado en el montaje de
películas como Déjame salir, Feliz día de tu muerte o en varias de las secuelas
de Paranormal activity, llegando de hecho a dirigir una de ellas, en concreto
la séptima entrega. Es por ello que la película presenta una pátina visual y de
edición muy cuidada, con cuidados encuadres y planos, algo a lo que favorece el
formato digital, cuya cámara es mucho más manejable y ágil a la hora de su
manipulación.
Respecto
al sexteto de personajes protagonistas, suponen posiblemente el mayor hándicap
de la historia. Es cierto que en este tipo de películas estamos acostumbrados a
estereotipos sin desarrollar en demasía, y que sirvan como mera carnaza para el
asesino de la película, a la postre el gran protagonista, pero en este caso el
poco esfuerzo y desgana a la hora de trazar a este grupo de jóvenes
protagonistas es digno de mención. Apenas unos pocos minutos para presentar a
estas tres parejas, una de ellas en ciernes, donde podemos ver muchas de los
constantes dentro de este tipo de víctimas potenciales, como la chica desprejuiciada,
la amiga incondicional o el musculitos que tendrá su particular enfrentamiento
físico con el villano de la historia, hasta llegar a una fallida scream queen
sin la fuerza que se presupone para este tipo de personaje, crucial en la película
como contrapunto al psychokiller de turno. La desconocida actriz Amy Forsyth
ejerce sin demasiada credibilidad este rol, lejos del carisma de las reinas del
grito más reseñables, caso de Marilyn Burns (La matanza de Texas), Heather
Langenkamp (Pesadilla en Elm street), Neve Campbell (Scream), Jamie Lee Curtis
(La noche de Halloween) o nuestra Manuela Velasco (Rec). Especialmente molesta
es la utilización como reclamo del nombre de todo un icono dentro del cine de
terror contemporáneo como es Tony Todd (La noche de los muertos vivientes,
Candyman, Destino final, Hachet), en lo que finalmente no es más que un mero
cameo de tres minutos. Sin embargo y frente a estas víctimas deslavazadas y sin
ninguna fuerza ni empatía, sí que es destacable la forma en que ha sido escrito
el personaje del misterioso asesino, quien durante prácticamente todo el
metraje es presentado como un homólogo de Michael Myers, un ente maligno, sin
motivaciones, sin una historia detrás como coartada que le lleve a perpetrar
sus crímenes. La escena de cierre, protagonizada precisamente por este
personaje, supone todo un giro a esta forma de tratamiento, y sin embargo
resulta notablemente atractiva, ya que de alguna manera ahonda en esa teoría
del mal por el mal, aunque lo acabe recubriendo de humanidad.
Si
Hell fest tiene el suficiente interés para ser un slasher modesto pero con
personalidad, es por el fondo en el que se enmarca la historia. Ese festival
del horror que da título a la propia película y que posibilita recrear un
utópico, aunque deseable, parque temático del terror. Esta idea, que ya sería
tratada por Tobe Hooper en su película de 1981 La casa de los horrores, es
llevada a la hipérbole más absoluta, posibilitando una serie de imaginarios escenarios
en los que se desarrolla la acción totalmente acertados, laberintos macabros,
estancias tortuosas o atracciones desasosegantes, conforman una suma de
decorados que potencian el efecto pesadillesco de la noche vivida por los
protagonistas, siendo muy atinados el momento del primer asesinato en medio de una
atracción que recrea un abandonado y tétrico colegio, con la muerte de una
joven que no acompaña al grupo principal y del que, de hecho, la propia
protagonista es testigo, creyendo que forma parte del espectáculo y llegando
incluso a alentar el apuñalamiento final. Es asimismo digna de reseña la larga
y mantenida secuencia en una sala repleta de inexpresivas máscaras blancas,
nuevamente la alargada sombra de La noche de Halloween, aunque también nos
traslada a esos maniquís de Maniac, en la que las dos últimas supervivientes
del grupo tratan de ocultarse de su acosador. En este sentido, la película aprovecha para ir
regando el celuloide de guiños y codazos al espectador más avezado en el género
de terror, siendo patentes numerosos homenajes a películas y personajes del
género, dejando de lado eso sí, los referentes más conocidos e icónicos, que
por otra parte hubiera sido lo fácil, y volcándose en referentes menos obvios,
y por lo tanto más gratificantes cuándo son descubiertos por el público,
incluyendo referentes patrios como son El orfanato.
Hell
fest, pese a lo que de inicio puede parecer, no ahonda demasiado en la
truculencia de las imágenes, ni en un uso exacerbado del gore como elemento
característico, aunque no rehúye mostrar varios momentos abiertamente
sangrientos, destacando las muertes de los personajes de Gavin, cuya cabeza
será utilizada como emulo de una atracción de feria, o la de Asher, con nuevo
homenaje incluido, en esta ocasión al maestro Lucio Fulci, celebrando una de
sus secuencias más icónicas, la de la astilla en el ojo vista en Nueva York
bajo el terror de los zombies. Por el contrario a esta contención en el uso de
la sangre, se inclina por el susto constante, aprovechando para ello la
ubicación en pleno festival de terror , de manera que los sobresaltos reales se
entremezclan con los ficticios propios del lugar tan propicio para ello en el
que tiene lugar la historia. De hecho llega a haber cierta saturación de estos
momentos, con lo que llegan a perder parte de su efecto a la hora de generar
tensión en el espectador.
De
esta manera Hell fest es un humilde ejercicio de slasher que pone sus miras en
las normas no escritas del género, y donde los aciertos a la hora de ubicar una
noche de pesadilla en pleno festival del horror, con el juego de una ficción
que acabará convertida en letal realidad, así como el hecho de presentar como villano
una figura cuasi espectral, sin motivación alguna y mortalmente persistente,
pesan más que los desaciertos representados por unos protagonistas anodinos y
sin fuerza y un desarrollo plano y esquemático. Se trata de hora y media que no
quedará en el recuerdo del fan como un gran título de terror, pero si les hará
pasar un ameno rato en esta gran atracción de feria, ¿y cuál es sino el
objetivo cuándo entras en la casa del terror?
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