miércoles, 1 de mayo de 2019

FAUSTO, LA VENGANZA ESTÁ EN LA SANGRE (FAUST, LOVE OF THE DAMNED, 2000) 101'



Tras el brutal asesinato de su novia, John Jaspers decide quitarse la vida hastiado de una vida que no desea seguir viviendo. Antes de lanzarse al vacío desde un puente, un extraño ser apodado M, ofrece a Jaspers ver cumplida su venganza sobre los asesinos de su amada a cambio de una sangrienta y demoniaca contraprestación por su parte.



La Fantastic Factory nace a comienzos del nuevo milenio auspiciada por la productora Filmax y con Julio Fernández y Brian Yuzna, quienes se habían conocido un par de años atrás bajo el marco del festival de Sitges, como principales artífices de una idea que lo que trataba era aunar bajo un mismo sello un tipo de películas de género fantástico y de terror y de producción netamente española aunque contando con nombres internacionales dentro del equipo técnico y artístico, tratando de recuperar de esta manera un género que tan buenos resultados había dado en nuestras fronteras en un pasado no tan lejano gracias al denominado fantaterror español, que en las décadas de los sesenta y setenta había generado notables títulos enmarcados en este tipo de géneros pero con una identidad propia, netamente española, que las identificaba y separaba del resto de películas estrenadas en dicho periodo y pertenecientes al mismo género. Desgraciadamente este proyecto únicamente estuvo en vigor apenas unos años, principalmente al no lograr el respaldo del público, periodo durante el cual llegaron a producirse y estrenarse cerca de una decena de títulos.





Para su proyecto inicial se tomó como base el comic underground de Tim Vigil y David Quinn, Fausto, el amor de los condenados, publicado en 1987 y caracterizado por un estilo sórdido, grotesco y ultraviolento. La obra bebe a su vez del mito de Fausto, leyenda popular germana que sería popularizada en base al poema dramático escrito por Goethe a comienzos del siglo XIX, y que aborda  la historia de un hombre llamado precisamente Fausto que llega a un pacto con el demonio Mefistóteles por el cual el primero entregaría su alma al segundo a cambio de conocimientos infinitos. En el comic también encontramos ecos de otras obras populares dentro del denominado noveno arte como El cuervo, de James O´Barr, que también habla de la venganza de ultratumba de un hombre tras el asesinato de su novia o Spawn, por la propia estética del personaje y por tratarse de otro ser que vuelve de entre los muertos tras llegar a un acuerdo con un demonio, ambas historias trasladadas en la década de los noventa a la pantalla grande. Incluso las garras del personaje protagonista nos retrotraen indefectiblemente al icónico personaje de Lobezno creado por la poderosa Marvel. Sin embargo si tenemos en cuenta que tanto El cuervo como Spawn se publicaron con posterioridad a Fausto, no podemos hablar con certeza más que de casualidades en lo que respecta al tebeo español.



Brian Yuzna, como decíamos productor de la película a través de la propia Fantastic Factory, fue el encargado de dirigir esta película. Yuzna, nacido en Filipinas, era en esos comienzos de los dos mil toda una institución dentro del género de terror de serie B, siendo de hecho su nombre propio uno de los referentes de cabecera dentro de la fallida productora, gracias a su participación como productor en obras como Reanimator, Dolls o Warlock el brujo, o dirigiendo clásicos como Society, La novia de Reanimator, Mortal zombie o El dentista. Miguel Tejada-Flores, quien había trabajado en títulos como Noche de miedo 2, El rey león o Asesinos cibernéticos colaboraría en la elaboración del guion final. Se contó además con Jacques Haitkin, consagrado director de fotografía dentro del género gracias a películas como Pesadilla en Elm street, Hidden lo oculto, Shocker 100.000 voltios de terror, Maniac cop 3 o Wishmaster. Todo ello da idea de que aunque se trataba de un proyecto modesto cercano a los tres millones de euros de presupuesto, se había puesto cierto mimo y cuidado en las formas a la hora de su filmación.



Sin embargo la película se queda a medio camino de todo, siendo una fallida carta de presentación de Fantastic Factory, lo que se fundamenta principalmente en el hecho que contrariamente a lo que debiera ser la película, una adaptación a las formas y hechuras del cine de terror español de una obra con potencial internacional, lo que hace es trasladar todas las constantes del cine de serie B realizado en Estados Unidos a una producción de capital español, lo que hace que este Fausto pierda el alma antes de tiempo. Tampoco ayuda una historia deslavazada y que, aunque aborda numerosos elementos interesantes como la propia multipersonalidad del personaje de John Jaspers/Fausto como un antihéroe interesante sobre el papel o la existencia de esa sociedad secreta de siniestras y demoniacas intenciones, acaba conformándose en un totum revolutum perfectamente escenificado en un acto final precipitado, mal contado y montado y con una secuencia de cierre abrupta y que ofrece un final tan caótico como lo ha sido toda la historia hasta ese momento, con un ir y devenir de personajes, tramas y acontecimientos.



Otro elemento que hace la película naufrague en la mayoría de sus intenciones es un elenco de intérpretes generalmente fallidos y que en ocasiones nos brinda actuaciones excesivamente sobreactuadas y rayando en lo paródico. De una parte tenemos al actor británico Mark Frost en el doble papel de John y de Fausto, quien en ambos roles tira de excesos y tics, acompañado de Isabel Brook dando vida a la psiquiatra Jade (papel interpretado  a través de un flashback de su niñez por una debutante Michelle Jenner), y que acompañara a Frost en una particular competición por ver quién resulta más artificial, brindándonos en ese aspecto la intérprete un desatado acto final. Recalcar además lo improbable de la historia de amor entre ambos personajes, fomentada en apenas dos escenas y que se hace harto complicada de explicar dado que toda la trama se sustenta en la trágica pérdida por parte de John Jaspers de quien el mismo define como el amor de su vida. Tampoco resulta creíble el papel de Jeffrey Combs como el teniente de policía  Dan Margolies, con un, nuevamente, inexplicable cambio de rol final. En este caso esta fallida actuación es más dolorosa si cabe habida cuenta estamos hablando de un actor de culto dentro del género, a resultas de su participación como el doctor Herbert West en la saga Reanimator, y que igualmente había brindado un estupendo personaje en la muy recomendable Agárrame esos fantasmas. Al menos en lo que respecta a los villanos principales si nos encontramos con unos destacables trabajos. Mónica Van Campen, intérprete, modelo y para los nostálgicos la actriz en uno de los anuncios del mítico “busco a Jacks”, aporta toda la sensualidad, sexualidad y maldad  que el personaje de la pérfida Claire precisaba. Por su parte Andrew Divoff nos ofrece con M a un personaje misterioso, terrorífico, brutal y elegante a partes iguales, un antagonista de altura que acaba resultando mucho más atrayente para el espectador que el propio Fausto, un personaje mucho más unidimensional. Divoff es todo un referente dentro del cine de serie B gracias a un extenso bagage entre el que podemos citar La caza del Octubre Rojo, 48 horas más, Operación soldados de juguete o Wishmaster.  



Si hay un elemento que merece la pena remarcar de la película es como traslada sin remilgos buena parte de la truculencia del comic original, no escatimando en gore ni secuencias repulsivas, caso de la conversión del personaje de Claire en una amalgama de carne y fluidos en lo que es todo un homenaje a la opera prima del director, Society. De hecho los efectos visuales y de maquillaje de ambas películas son obra del mismo artista, Screaming Mad George, toda una leyenda dentro del género y gracias al cual este aspecto es uno de los más destacables dentro de la película, pudiendo encontrarnos gran profusión de descuartizamientos y muertes violentas mostradas en pantalla con todo su grafismo. No podemos decir lo mismo de unas secuencias de acción torpemente rodadas, con un montaje de planos que impide seguir la acción de manera clara y a los que además acompañan unos insertos musicales enclavados dentro del metal totalmente desacertados para el tono de la película y para las escenas bajo las que se enmarcan. 



Es por todo ello que Fausto, la venganza está en la sangre, supone una carta de presentación que aunque entretiene, queda muy por debajo de las expectativas que planteaba de inicio, tanto por los nombres propios tras el proyecto, el potencial de la propia historia o los recursos, limitados pero suficientes, con los que se contó. Es un quiero y no puedo, algo que es todo un leit motive de lo que acabaría siendo Fantastic Factory, muchas buenas intenciones pero sin los resultados esperados. Quizás, para obtener un producto final de altura en este Fausto hubiera hecho falta un pacto con el demonio.

jueves, 25 de abril de 2019

... Y EN MAYO

En Mayo nos enfundaremos en la bandera de España para hacer un recorrido patrio por la productora  Fantastic Factory, nobles intenciones con funesto final.

lunes, 22 de abril de 2019

EL RETORNO DE LOS MALDITOS (THE HILLS HAVE EYES 2, 2007) 89´



Un grupo de soldados en periodo de formación son enviados hasta una posición ubicada en pleno desierto de Nuevo México para entregar material en una base de científicos con apoyo militar. Sin embargo al llegar a su destino se encuentran con el lugar aparentemente abandonado, sin saber que están siendo observados a su vez entre las rocosas colinas que rodean el emplazamiento por quien en realidad ha masacrado al destacamento original.



Rápida secuela escrita por el propio Wes Craven, quien esta vez contaría para ello con el apoyo de su hijo Jonathan. Tras la buena acogida del remake estrenado un año antes, no se tardó más que unos meses en tener lista esta segunda entrega, que sin embargo queda lejos de los logros recogidos en el trabajo de Alexander Aja, siendo en esta ocasión otro director de origen europeo, en este caso el alemán Martin Weisz, el escogido para dirigir la película, quien brinda un trabajo rutinario que aunque medianamente entretenido, carece de todos los elementos centrales que caracterizan a la saga, volviéndose de alguna manera a repetir los errores de la secuela de 1984, obviar los elementos de crítica social dejando también de lado ese horror más veraz, creíble e impactante de las dos películas de inicio, aunque en este caso el resultado final no es tan desastroso como lo había sido con la secuela dirigida en los años ochenta. 



Protagonizada prácticamente en su totalidad por actores enclavados en el mundo de la televisión, a quienes hay que criticar además que en ningún momento resultan creíbles como soldados de la Guardia Nacional en periodo de formación y donde se abusa de clichés a la hora de representar a estos personajes, esta segunda entrega recupera a Michael Bailey Smith para un nuevo papel dentro del clan de mutantes, ya que con las caracterizaciones bajo las cuales ha trabajado en ambas películas no hay manera de reconocerlo. Derek Mears, convertido en un nombre habitual dentro de producciones de terror del nuevo milenio, en las que en numerosas ocasiones aparece bajo capas de maquillaje, es otro de los siniestros seres que aguardan en las colinas que dan nombre a la saga, en este caso en el interior de las mismas. Mears de esta manera ha llegado a interpretar a uno de los aliens de Hombres de negro 2, al hombre lobo de La maldición (precisamente dirigida por Craven), a Jason Vorhees en el remake de Viernes 13 o a uno de los Depredadores de Predators. Destacar como para el resto de mutantes que vemos a lo largo de la película el director ha tirado de stunts o especialistas sin apenas bagaje interpretativo para darles vida, caso de Gáspár Szabó o Jason Oettle, lo que es indicativo de cuáles son las prioridades de la producción, impactantes caracterizaciones y efectos sangrientos frente a personajes con fuerza y potenciación del suspense, y es que mientras en la cinta de Aja estos cuatro elementos estaban presentes en igual medida, para esta ocasión se han potenciado los dos primeros en detrimento de los segundos, y que en definitiva eran los que engrandecieron la película de 2006.  



La película, a la que de entrada hay que recriminar una traducción en nuestro país del título totalmente desacertada,  comienza jugando a lo fácil, y en cierta forma de manera tramposa, y es que vuelve la mirada sobre la guerra en Irak en la secuencia de presentación del grupo protagonista, tratando Craven de hacer una correlación entre este conflicto armado y el de Vietnam, que recordemos, sería uno de los gérmenes originadores de la película de 1977 en tanto esta es fruto y reflejo del desapego de la sociedad norteamericana entre otros cosas por el largo periodo de intervención del ejército americano en esta región del sudeste asiático. Pero la película no tarda en alejarse de esta vía, entrando pronto en el terreno del horror prototípico por el cual un grupo de personajes que han sido presentados a golpe de cuatro brochazos que los caractericen, va siendo diezmado de uno a uno por un terrible y desconocido enemigo. Mientras que la primera entrega de este nuevo tandém de películas ubicaba la morada de los mutantes caníbales en un pueblo abandonado utilizado por el gobierno como enclave para prácticas nucleares, en esta ocasión se rompe esta idea indicando que estos seres viven entre las galerías subterráneas de las indispensables colinas protagonistas, lo que acerca a la trama a los postulados vistos en las dos entregas de The descent. Alabar en este sentido como juega con la claustrofobia en dos momentos puntuales, la salida de una de las víctimas del primer ataque de la letrina portátil y el momento en que uno de los soldados es introducido por una abertura hasta el interior de las cuevas, algo que no vuelve a repetirse sin embargo durante toda la trama que tiene lugar entre las galerías subterráneas.





El retorno de los malditos se abre con una interesante escena en la que vemos a una joven dar a luz a una criatura engendrada por uno de los mutantes, una idea atrevida que es explicada posteriormente indicando que aquellas mujeres jóvenes que caen bajo las garras de estos caníbales son violadas y usadas para la procreación, y por consiguiente, la subsistencia de este clan. La película deja de lado las consecuencias de las pruebas atómicas, a pesar que intenta abordar esta subtrama de soslayo, y frente a unas criaturas que en el caso de la película de Aja eran presentadas teniendo en cuenta efectos reales de la radiación sobre las personas, en esta ocasión tenemos a un grupo de monstruos para cuyo diseño únicamente se ha buscado el impacto a través de físicos colosales y mutaciones difíciles de explicar, caso del caníbal con piel de piedra. Y es que lo que prima principalmente en este retorno de los malditos es la truculencia de las muertes, donde no se escatiman amputaciones, sangre ni virulencia, para lo cual se vuelve a contar liderando el departamento de efectos visuales y de maquillaje con Berger y Nicotero, lo que asegura al menos unos buenos resultados en este sentido.



Una secuela que por lo menos no se indigesta, pero que queda lejos de ese resurgir estrenado un año atrás de la idea planteada a finales de los setenta con la iniciática Las colinas tienen ojos, y que se queda en lo superficial a la hora de abordar una historia de continuación que finalizaba con un guiño que presagiaba un cierre de trilogía que nunca fue.  Y es que a estas alturas había empacho de caníbales mutantes.

domingo, 21 de abril de 2019

LAS COLINAS TIENEN OJOS (THE HILLS HAVE EYES, 2006) 101´



Un placentero viaje familiar acabará convertido en una terrorífica pesadilla para los miembros de este clan cuándo, engañados por el dueño de una vieja gasolinera, se adentren en un inhóspito desierto en el cual el gobierno ha llevado a cabo en el pasado numerosas pruebas nucleares sin conocer que el lugar permanecía habitado por unas familias, las cuales con el paso de las décadas se han convertido en sangrientos caníbales sobre quienes han hecho mella de manera terrible la radiación presente entre las áridas colinas entre las que moran.





El éxito y también el impacto causado por su película Alta tensión, convirtió de la noche a la mañana al galo Alexandre Aja en uno de los máximos exponentes de la nueva ola del terror francés, corriente cinematográfica que en los primeros dos mil inundara la cartelera de títulos brutales e impactantes a partes iguales, y que pusieron sobre el mapa a un puñado de realizadores a tener en cuenta dentro del panorama del género de horror. Es por ello que a la hora de abordar una revisión de su película Las colinas tienen ojos, Wes Craven, productor de la cinta junto a Marianne Maddalena, colaboradora habitual del director de Pesadilla en Elm Street y Peter Locke, quien ya hubiera producido la cinta de 1977, puso su  mirada en este joven autor, que de esta manera conseguiría dar el salto a Hollywood. Aja escribe también el guion de este remake, y lo hace junto a Grégory Levasseur, mano derecha de este en muchos de sus proyectos. De esta manera nos encontramos con el perfecto exponente de lo que debiera ser un remake, que no es sino una revisión actualizada de una película de gran calado, transcurrido el tiempo prudencial para evidenciar la necesidad de esa nueva versión (en este caso treinta años) y que en esta caso además aporta elementos de mejora sobre la obra original, en base a poder contar con una mayor disposición de medios económicos. 



La película se apuntala en un solvente grupo de intérpretes, con actores como Ted Levine, visto en El silencio de los corderos, Heat o la primera entrega de Fast and Furious, Kathleen Quinlan, con quien Aja repetiría en la posterior Cuernos,  Aaron Stanford (Pyro en X Men), Vinessa Shaw, conocida por su participación en la simpática El retorno de las brujas, y los más jóvenes Emilie de Ravin, Claire en la exitosa serie Perdidos o Dan Byrd. Todos ellos conforman una familia al uso perfectamente dibujada en los primeros minutos de metraje, y que será convertida en víctima en primer lugar de los desmanes de los caníbales que asolan las colinas entre las que se encuentran aislados, para acabar transmutando en vengativos asesinos capaces de sacar lo peor de ellos mismos en su lucha por sobrevivir. Pero como suele ser habitual en este tipo de películas, lo más interesante a nivel de los actores que forman parte del elenco, viene del lado de los villanos de la función. En este caso podemos encontrarnos entre capas de efectivo y efectista maquillaje a actores como Michael Bailey Smith, culturista de más de metro noventa y quien debutaría dando vida al super Freddy de la quinta entrega de la saga de Pesadilla en Elm Street para acabar apareciendo en multitud de películas y series para televisión en el que sacar partido de su colosal físico, y que en Las colinas tienen ojos interpreta a Pluto. Otro nombre a tener en cuenta es el de Billy Drago, papa Júpiter en la cinta, actor de fisonomía particular y fácilmente identificable y conocido por sus apariciones en El jinete pálido, Invasión USA o Los intocables de Elliot Ness. Por último destacar la intervención de Robert Joy, reconocible por el gran público por dar vida al forense Sid Hammerback en la exitosa CSI Nueva York, pero que es igualmente todo un nombre dentro del género tras sus intervenciones en películas como Amityville 3, el pozo del infierno, La mitad oscura o La tierra de los muertos vivientes. 





La película comienza con un prólogo brutal en el que un desconocido con una fuerza brutal acaba en apenas unos segundos con un grupo de científicos que se encuentran realizando diferentes pruebas de mediciones de radioactividad entre las colinas que dan nombre a la película, secuencia que deja evidenciadas dos de las premisas fundamentales de este revisión. De una parte que Aja continua ofreciendo títulos con un alto componente de violencia entre su celuloide, aprovechándose para ello del enorme talento de dos grandes en esto del diseño de efectos truculentos y enmarcados abiertamente en el gore, como son Howard Berger y Greg Nicotero (este último por cierto con cameo incluido como uno de los mutantes). Además, en esta ocasión se va a dar un mayor peso en la historia a la trama que versa sobre las pruebas atómicas llevadas a cabo en el paraje en el que se desarrollan los acontecimientos y los efectos causados entre sus habitantes, no solo en lo que se refiere a su aspecto físico, donde las mutaciones son patentes, sino en la recreación de una sociedad propia y aislada de toda civilización, y que ha llevado a los caníbales protagonistas a buscarse radicales formas de subsistencia. Todo ello remarcado en unos impactantes títulos de crédito iniciales que bajo el melódico tema More and more de Webb Pierce, nos muestra imágenes reales de ensayos nucleares y las terribles consecuencias de estos sobre la población. 



Como remake que es toma la historia filmada por Craven y la actualiza pero sin aportar grandes cambios en lo que respecta a la trama, haciendo una traslación bastante fidedigna de lo narrado treinta años atrás. Es en su tercer acto donde la película traza una línea propia presentando el poblado donde se ocultan los mutantes caníbales y en el cual se desarrolla buena parte de este tramo final, habiéndose mostrado previamente como uno de los cráteres generados por las citadas pruebas atómicas se ha convertido en un cementerio de los vehículos atacados por el grupo de salvajes. Esta incorporación frente a lo visto en la primera versión de Las colinas tienen ojos viene dada por el mayor presupuesto con el que se contó para la realización de esta nueva versión, y que permitió a Aja filmar escenas imposibles de abordar en la película de 1977 por la falta absoluta de capital. Además de tomar la historia primigenia y respetarla de cara a esta nueva adaptación, el director también se esfuerza por trasladar igualmente esa idea de Craven vista en su película de jugar con la dualidad de una familia totalmente normal y mundana que por circunstancias se ve obligada a jugar las mismas cartas que el grupo de acosadores asesinos, los cuales consiguen en un inicio acabar con buena parte de esta familia. De hecho el francés va un paso más allá, dibujando una evidente dicotomía entre los personajes del gran Bob y su yerno, totalmente reacio este último al uso de armas (se hacen varias bromas sobre este tema en la primera parte de la cinta), y que curiosamente se verá obligado a cometer los más terribles y violentos actos en aras de rescatar a su hija de las garras de sus captores y salvar su propia vida, llegándose incluso a momentos en los que se muestra a este personaje casi como un héroe cercano a los postulados del western, idea que se remarca con una música de tintes épicos en los instantes en los que un prácticamente derrotado Doug saca fuerzas de flaqueza para derrotar a sus enemigos, y que de hecho descuadran del tono que por otra parte mantiene la película en todo momento. 



En su versión, Aja manifiesta una mayor pericia que Craven a la hora de filmar, ofreciendo un movimiento de cámara constante, unos encuadres más trabajados y mejor presentados, en resumen un superior acabado técnico. El trabajo del director de fotografía es igualmente destacable a la hora de resaltar la aridez y sequedad de los escenarios donde tiene lugar la historia, transformando de esta forma los desiertos de marruecos donde se llevó a cabo el rodaje en una perfectamente creíble recreación de los paisajes norteamericanos donde supuestamente tiene lugar la historia, rematado en el anteriormente mencionado pueblo abandonado y totalmente inerte donde se refugian los mutantes que han asolado a la familia protagonista. Pero si la ambientación es un elemento crucial a la hora de transmitir esas sensaciones en el espectador y que trasladan lo sufrido por los protagonistas al otro lado de la pantalla, en Las colinas tienen ojos juega un papel primordial la tremenda banda sonora de Tomandandy, y que concretamente en su tema Forbidden zone, enmarcado en un machacón soniquete electrónico, sirve de genial acompañamiento a las imágenes en las que se inserta, multiplicando varios enteros la fuerza de unas secuencias ya de por si desasosegantes, con una introducción musical presagio de que algo terrible está a punto de suceder.



La película es uno de esos exponentes de remake necesario, que toma una buena película y la mejora, aportando elementos que redondean la propuesta inicial pero respetando en el trayecto todas aquellos componentes que hicieron de la obra primigenia un título destacado hasta llevarlo a la consideración de obra de culto entre el fandom del cine de terror. Y es que si Las colinas tienen ojos supuso un puñetazo en el estómago sobre el aficionado, este remake toma ese puño y lo retuerce una vez ha impactado en el vientre del espectador. Y es que, hablando de puños, esta película es todo un golpe sobre la mesa del recién llegado Alexander Aja de su forma de ver y mostrar el terror en pantalla.  

viernes, 19 de abril de 2019

LAS COLINAS TIENEN OJOS 2 (THE HILLS HAVE EYES, PART 2, 1984) 82´




Han pasado varios años desde que los Carter fueran atacados en medio de desierto por una familia de caníbales mutantes, acabando con varios de sus miembros. Por ello, Bobby, uno de los hijos supervivientes, y que sigue recreando en su cabeza una vez tras otra los traumáticos acontecimientos, se niega a volver cerca del lugar de los hechos junto a varios de sus amigos cuando estos deciden acudir a una competición de motocross. Y es que las colinas siguen observando a quien osa cruzar entre sus caminos.



Tras varios títulos consecutivos sin el éxito de sus primeras películas, Wes Craven se vería obligado a volver a Las colinas tienen ojos, escribiendo y dirigiendo una segunda entrega que no solo no logró el objetivo deseado, sino que acabaría convertida en uno de los más flojos trabajos de su realizador, quien afortunadamente ese mismo año dirigiría la exitosa Pesadilla en Elm Street, reescribiendo de esta manera su historia dentro del cine de terror moderno contemporáneo. Pero eso es otra historia, mientras que lo que nos encontramos con esta tardía secuela es una cinta que manifiesta la desgana con la que se gestionó y filmó.





La primera diferencia evidente entre la película de 1977 y esta segunda parte nos la encontramos en el grupo protagonista, y es que mientras que en la primera matanza las víctimas eran una familia norteamericana tipo, ahora nos encontramos con el prototípico grupo de jóvenes carne de cañón que veríamos miles de veces en el cine de terror de los ochenta, en un mismo esquema argumental que llega hasta nuestros días. Robert Houston, Bobby en la saga, repite personaje en una breve participación mediante una introducción que sirve de nexo de unión entre ambas historias. Asimismo volvemos a ver a Janus Blythe como Rudy, parte de la familia de caníbales de la primera película y que tras erigirse en salvadora del bebe de los Wood ha sido acogida por los Carter en su huida de su propia familia de asesinos mutantes. Entre los protagonistas y nuevas víctimas de los habitantes de las colinas nos encontramos a un plantel de actores desconocidos y en algún caso con apenas un puñado de trabajos como intérpretes, caso de Tamara Stafford, Kevin Spirtas (protagonista también de la séptima entrega de Viernes 13), Willard E. Pugh (Robocop 2), Peter Frechette (Grease 2) o John Laughlin (La roca). Entre la familia de caníbales mutantes y tras lo visto en la primera entrega de Las colinas tienen ojos, Craven recupera, como no podía ser de otra manera tras convertirse en el rostro visible y principal reclamo que promocionara la película en posters y caratulas, a Michael Berryman, quien de esta manera se descubre no murió tras el ataque de Bestia, uno de los perros de los Carter en la primera película, tal y como todo parecía apuntar. Asimismo se saca de la manga un nuevo miembro dentro de esta familia de mutantes de las colinas, con el indisimulado sobrenombre del destripador, y a quien da vida John Bloom, actor acostumbrado a prestar un físico imponente de más de dos metros veinte para papeles donde su apariencia era su principal arma interpretativa, como así lo atestiguan sus apariciones entre otros en títulos como Dracula contra Frankestein o Star Trek.



Craven filma un guion propio desganado y plagado de clichés y una coherencia argumental mínima, donde además tira de numerosos flashbacks, entre los que para nuestra incredulidad nos encontramos uno del propio Bestia, que van narrando y desgranando lo ocurrido en la primera película, y que sirven principalmente para ocupar metraje que permita a la película llegar a la hora y media estándar de duración, burdo truco que ya deja claro que el director carece de historia para por si misma armar una película al uso, pero que igualmente deja patente toda la ausencia de pasión y ganas que si se pusieron en el rodaje de la película de 1977. 



Un elemento que evidencia los años transcurridos entre una y otra película, es que mientras en el caso de la cinta de finales de los setenta nos encontramos con un título enclavado en el género de survival horror y con unas marcas identitarias muy propias dentro del cine de horror de la segunda mitad de los setenta, en esta ocasión la película bebe de todas y cada unas de las constantes del cine slasher, que puesto de moda tras el enorme éxito de Viernes 13, viviría precisamente en la década de los ochenta su edad de oro con infinidad de títulos con un esquema argumental similar y constantes que aquí vemos igualmente replicados. A saber y como ya hemos apuntado con anterioridad, protagonismo de un grupo de jóvenes despreocupados que irán siendo diezmados de uno en uno hasta que únicamente quede la denominada final girl, en este caso representada en el papel de la invidente Cass, aunque bien es cierto que igualmente sobrevivirá su novio en la ficción. También las muertes son diferentes, y es que mientras que en la primera matanza estas eran abruptas, directas y brutales, en esta ocasión el recital de asesinatos es más imaginativo, tratando de que cada uno de los ataques sea diferente y visualmente impactante, cosa que en la mayoría de los casos no consigue. Tenemos también a un asesino despiadado y que acosará a sus víctimas hasta las última consecuencias, representado no tanto en un Plutón utilizado como reclamo y guiño a los seguidores de la película original, sino en un destripador que nos obsequiará además con otro giro habitual dentro del slasher, el doble final. Inclusive a la hora de trazar paralelismos con el cine de terror más de moda del momento podemos hablar de un par de desnudos femeninos totalmente gratuitos, otra de las bazas de este tipo de cine cuyo público target objetivo eran lo adolescentes de la época.



Pero si esta segunda parte de Las colinas tienen ojos es una película que se enmarca sin ningún género de dudas dentro del slasher ochentero, no podemos obviar igualmente la influencia que la saga Mad Max provocaría en Craven a la hora de escribir la historia. Esta idea se sustenta no solo en el nuevo look otorgado a los mutantes de la película, mucho más cercano al estilo utilizado por Miller en  su saga, sino en la filmación de una larga secuencia de persecución entre motos en medio del desierto que parece querer satisfacer las ansias de Craven por rodar su propia escena de este tipo.



Las colinas tienen ojos se aleja, posiblemente de forma inconsciente, de todos aquellos elementos que hicieron de la película estrenada ocho años atrás un título de culto entre el circuito más underground del cine de terror, ofreciendo la enésima versión de un tipo de películas repetitivas, que estira en demasía la presentación de unos personajes que no nos interesan, así como unas escenas de pretendida tensión que brilla por su ausencia, todo ello supeditado a mostrar unas muertes que ni siquiera tienen la pegada que otras películas de slasher de los ochenta si mostraban, dejando además por el camino reducido al aterrador clan de caníbales de la primera entrega en dos idiotas fácilmente engañables. O lo que es lo mismo, Las colinas tienen ojos 2 es toda una antítesis de la formula que el propio Craven había planteado casi una década antes.  

martes, 16 de abril de 2019

LAS COLINAS TIENEN OJOS (THE HILLS HAVE EYES, 1977) 86´



“Los afortunados mueren primero”

La familia Carter se encuentra de viaje familiar rumbo a California, decidiendo aprovechar el trayecto para visitar unas minas abandonadas ubicadas en pleno desierto de Nevada. Es así como en mitad de ninguna parte sufren un aparatoso accidente de tráfico que les deja tirados en medio de una zona árida y rocosa, y lo que es peor, a merced de unas colinas desde donde alguien les está observando.


Tras su opera prima, La última casa a la izquierda, dirigida en 1972, y que había colocado a su director, Wes Craven, en el disparadero, este realizador decidió seguir cultivando un tipo de cine de terror visceral y tremendamente impactante, dentro de la denominada corriente cinematográfica american gothic, que es como se definió al cine de terror surgido entre finales de los sesenta y década de los setenta y que se caracterizaba por su crudeza, realismo y verisimilitud. Frente a propuestas más fantasiosas e increíbles, Craven entre otros autores, nos plantea una situación posible, un terror real, y lo muestra con toda la acritud y brusquedad posible, tratando no solo de atemorizar al espectador, sino de incomodarlo, asfixiarlo, atosigarlo. Las colinas tienen ojos es uno de los principales exponentes de este tipo de cine, película que, no podemos obviarlo, nace a su vez del éxito en que se había convertido La matanza de Texas, y que si en el caso de la cinta de Tobe Hooper se inspiraba en el caso real de Ed Gein, para su familia de caníbales, Craven tomaría como base argumental la historia de Sawney Beane, quien en el siglo XIV en Escocia y durante cerca de un cuarto de siglo se dedicaría a formar una numerosa prole de hijos bastardos dedicada a robar, asesinar y devorar a aquellos infortunados viajeros que circularan cerca de las cuevas donde estos vivían.


La película tiene a su favor como en apenas unos pocos minutos Craven logra dibujar una familia protagonista perfectamente definida y estructurada en sus roles y comportamientos, logrando además que el espectador empatize rápidamente con estos, lo que llevará a un mayor sufrimiento en el momento en que estos personajes empiecen a pasarlo realmente mal.  Los actores Virgina Vincent y Russ Grieve dan vida a los cabezas de familia de los Carter, quienes tienen tres hijos, interpretados a su vez por Susan Lanier, Robert Houston y Dee Wallace. El marido del personaje de Wallace lo interpretaría Martin Speer. Como podemos apreciar se trataba de actores bastante desconocidos, a excepción de una Dee Wallace quien, en Las colinas tienen ojos, se enfrentaba a uno de sus primeros papeles antes de convertirse en musa del fantástico de los ochenta gracias a sus apariciones en Aullidos, ET el extraterrestre o Critters entre otras producciones. Frente a los Carter la película contrapone a otra familia totalmente antagonista, quienes se encargaran de acosar y diezmar a estos, y que son quienes el espectador mejor recuerda en base a su fisicidad y al hecho que, además de tratarse de unos asesinos inmisericordes, son dibujados como caníbales, lo que añade aún más dramatismo a la historia. Craven bautizo a esta serie de personajes con nombres tan mitológicos como Plutón, Marte, Mercurio o Júpiter, presentándolos con unas taras y características físicas tales como dientes afilados, enormes cicatrices o extrañas deformidades. En este caso el fan del género siempre recuerda a Plutón, convertido en icono de la película y encarnado por el actor Michael Berryman, aquejado de displasia ectodérmica hipohidrótica, una extraña enfermedad que le confiere una inusual apariencia física (ausencia total de cabello y cráneo deformado entre otras características), algo que ha hecho de Berryman un actor encasillado en personajes donde su anómalo físico es su principal herramienta de trabajo, apareciendo de esta manera en títulos como La mujer explosiva, Los bárbaros o El señor de las bestias 2, siendo recuperado últimamente por Rob Zombie para varias de sus películas. El resto de intérpretes que dan vida a la familia de caníbales apenas han tenido trascendencia en películas posteriores, caso de James Withworth, Lance Gordon o Janus Blythe. El propio productor de la cinta, Peter Locke, daría vida uno de los asesinos, concretamente a Mercurio, a quien apenas se logra vislumbrar en la película más allá de entre sombras y que acabará siendo el primero de los caníbales en morir.


La película, al igual que sucediera con la mencionada La matanza de Texas, es todo un ejemplo de cine de guerrilla, rodando sin apenas presupuesto, en condiciones más que duras, en pleno desierto en verano, y tratando de convertir en ventajas las trabas propias de una filmación como la presente, donde eran más las ganas que los medios de los que se disponía, siendo sin embargo el resultado uno de los títulos de referencia dentro del cine de terror de los setenta, y demostrando Craven su valía a la hora de filmar y mostrar en pantalla el sufrimiento y el dolor. Es cierto que el director ofrece un trabajo rutinario a nivel técnico, y lleno de recursos del momento, como el uso del zoom, algo que hace que, vista hoy en día, la película esté lastrada por el uso de estas técnicas hoy en día totalmente demodé, pero la fuerza de la historia que se cuenta es tan grande que convierte Las colinas tienen ojos en cita obligada de todo aficionado al género que se precie de serlo.


En la película es más que evidente la contraposición que se realiza entre las dos familias protagonistas, pudiendo establecer ese mismo antagonismo entre dos Américas bien diferenciadas. De una parte tenemos a los Carter, una familia de ciudad prototípica del american way of life, el padre agente de policía retirado y la madre ama de casa y devota religiosa. Junto a sus tres vástagos, el marido de la hija mayor y la bebe de estos forman un grupo familiar unido, casi de bucólica estampa pero humanizados, creando un clan creíble para el espectador. Enfrente, la familia de caníbales afectados por la mutación radiactiva provocada por las pruebas nucleares llevadas a cabo en su hogar en las décadas anteriores, representantes de la peor cara de esa otra América, la denominada profunda, plagada de paletos carne de cañón de esa otra mitad del país que tiene la firme convicción de ser superiores no solo en conocimientos y estilo de vida, sino en moral y valores. Y sin embargo cuándo acabe la película seremos testigos de cómo los Carter han sido capaces de sacar lo peor de sí mismos, poniéndose al mismo nivel de crueldad y violencia de sus atacantes, mientras que de parte de la familia de asesinos veremos asomar una pequeña esperanza ejemplificada en el personaje de Rudy, curiosamente la única de los miembros del clan que no tiene nombre de origen mitológico, quien será capaz de enfrentarse a su propia familia en aras de realizar un acto de bondad absoluta. Pero además de estas dos familias hay un tercer protagonista de la cinta, y no es otro que las propias colinas en las que se desarrolla toda la trama, cuya importancia se dibuja ya en el propio título de la película y entre cuyas escarpadas veredas y riscos se desarrolla buena parte del metraje, viendo moverse tanto a personajes como a cámaras con total libertad entre un escenario tan inhóspito y complicado.  


Como buen referente del anteriormente citado estilo denominado american ghotic, la película posee un halo de crítica social evidente, incluso cierto poso de reproche de tinte político, siendo como eran los setenta una década convulsa y oscura dentro de la historia reciente de los Estados Unidos, con la guerra de guerrillas de Vietnam abriendo los telediarios y el escándalo Watergate haciendo dimitir a todo un presidente como Richard Nixon.  No es baladí que los propios Carter sean diezmados mediante técnicas de desgaste y ataques sorpresa, que nos recuerdan a la forma en que el vietcong desangró al ejército norteamericano. Otro elemento que evidencia este argumento es el hecho que la familia de caníbales sufre terribles mutaciones debido a las pruebas atómicas que el ejército llevó a cabo en las décadas de los años cuarenta y cincuenta en la zona en la que se ubica la historia, y que si bien es citada en la película y mostrados sus resultados en la familia de caníbales, se trata de una idea a la que no logró Craven sacar todo el partido que hubiera deseado, debido principalmente a razones presupuestarias, algo que solventaría dos décadas más tarde gracias al remake dirigido por Alexandre Aja. 


La violencia que impregna la película es otro de esos elementos que es imposible no mencionar, ya que ha marcado a fuego Las colinas tienen ojos en el imaginario colectivo como uno de esos títulos difíciles de digerir. Hablamos no solo de la violencia gráfica, y que Craven muestra con toda la explicitud posible, caso del momento en que el gran Bob es quemado vivo, la muerte del anciano que regenta la gasolinera o el ataque de Bestia a Plutón, sino que también subyace una violencia psicológica sobre los protagonistas y que por extensión se proyecta en el propio espectador, quien no puede quedar ajeno ante los acontecimientos de los que está siendo testigo. El momento más relevante de esta idea, y donde ambos tipos de violencia confluyen de la mejor forma es el ataque inicial a la caravana, iniciado precisamente con la muerte del personaje del padre de familia, quien es atado a un árbol y quemado vivo como forma de distracción para dividir a los miembros de la familia Carter y facilitar de esta manera el embate sobre la hija menor y el bebe, quienes se han quedado solos en la caravana familiar. Son esos momentos, con dos de los mutantes asolando la estancia, atemorizando hasta llevarla a un estado de catarsis a la joven y finalmente secuestrando al bebe tras matar a la madre y a la hija mayor, quienes regresan al percatarse de la situación, en los que más alto llega Craven en su afán por incomodar hasta el límite a quien se enfrente al visionado de la película.


Las colinas tienen ojos es un perfecto exponente de esa primera etapa de un Craven obsesionado en crear títulos que dejaran al espectador tocado, donde la violencia traspasara la pantalla y dejara malas sensaciones aún finalizada la proyección. Lo conseguiría con la dupla formada por La última casa a la izquierda y la obra que nos ocupa, siendo la punta de lanza de una carrera cinematográfica centrada en el terror y donde dejaría para el aficionado un buen puñado de títulos para el recuerdo. Puede que Las colinas tienen ojos adolezca de poco presupuesto y ciertas carencias a la hora de rodar, pero es evidente que la fuerza que posee es tal que hace que, junto a La matanza de Texas, sea una de las obras de referencia a la hora de hablar de un tipo de terror muy concreto y ubicado en una etapa igualmente determinada. Craven había convertido unas perfectas vacaciones familiares en un infierno provocado por unos seres exponentes de nuestros miedos más irracionales.

domingo, 14 de abril de 2019

Y PARA LA SEGUNDA QUINCENA DE ABRIL...

Continuamos en el mes del gourmet deleitando una saga que mezcla el voyeurismo con el canibalismo a partes iguales en una receta final  llena de dolor y sufrimiento.