lunes, 30 de diciembre de 2019

EL EXORCISTA: EL COMIENZO (THE EXORCIST: THE BEGINNING, 2004) 109´



Un extraño mecenas convence al estudioso y arqueólogo Lankester Merrin para que se una a una excavación que tiene lugar en una remota región de Kenia. En el lugar se ha hallado una antiquísima iglesia bizantina en un estado perfecto. Tal es así que da la impresión que fuera enterrada nada más finalizada su construcción, algo que intriga a Merrin, quien previamente a dedicarse a la investigación había sido sacerdote antes de perder su fe al ser testigo directo de la maldad del hombre.

 
Tras los irregulares resultados del montaje final de la película de Paul Schrader, los productores decidieron reinvertir otros cuarenta millones de euros y así volver a rodar la historia prácticamente desde cero, para lo cual contaron con los servicios del finlandés Renny Harlin, un director versado tanto en el cine de acción adrenalítica con títulos como La jungla de cristal 2, La isla de las cabezas cortadas o Memoria letal como en el de terror, género en el que había enmarcado sus primeros títulos con películas tan interesantes como Presidio o Pesadilla en Elm Street 4. Es por esta razón que la elección de este nuevo realizador parecía una apuesta adecuada de cara a reflotar un título que estaba generando numerosos quebraderos de cabeza en Warner Bros aún incluso antes de estrenarse, acrecentando el aura de maldita de la saga, iniciada ya con el estreno de la película de 1973, una leyenda negra que todavía iría más lejos tras sufrir el propio Harlin un grave atropello durante el rodaje que le destrozaría la pierna.


El director finlandés tomaría la misma historia y equipo técnico que Schrader, incluyendo director de fotografía y compositor de la banda sonora, para crear su propia versión, la cual gana varios enteros respecto a su predecesora en base a varios elementos que Harlin logra aportar y de los cuales carece la película primigenia. Así, esta nueva versión es más efectista, algo que se deja bien claro desde la secuencia de arranque ubicada en plena edad media y prologada por ese sol naciente al más puro estilo de la cinta de 1973, logrando intercalar secuencias donde se busca activar sensaciones en el espectador mediante un buen uso de la atmósfera y la tensión, con otras escenas más explícitas e impactantes. Además esta versión tiene un montaje más interesante, eludiendo la excesiva linealidad de la obra de Schrader y usando recursos como el flashback o las secuencias paralelas con mayor dinamismo, lo que da una obra más redonda, mejor presentada. La cámara se mueve más y mejor, la factura es más elegante y los amplios recursos económicos están mejor aprovechados. A esto hay que añadir que la película transmite una mayor energía, dejando de lado el aparente hieratismo de la anterior visión, mostrando una obra con más corazón y alma.


La permuta de realizador se vuelve aún más evidente en el cambio de registro del protagonista principal, cuya interpretación gana bastantes enteros respecto a la película inicialmente planteada. Ahora Lankester Merrin es un hombre roto por la culpa, con una profunda crisis de fe y eso es lo que transmite Skarsgard tanto física como emocionalmente. Asimismo Harlin, si bien mantuvo a Skarsgard como protagonista central, cambió a buena parte de los actores principales, contando para la ocasión con la ex chica Bond Izabella Scorupco en lugar de Clara Bellar, sustituyendo inclusive al propio personaje femenino dándole en esta ocasión un mayor peso dramático en la historia, dejando asimismo que el papel de Padre Francis recayera en James D´Arcy, visto en Master y comander o Dunkerque, dejando sobre la mesa de montaje todo el trabajo de Gabriel Mann, y así con varios de los actores que trabajaron con Schrader, respetando sin embargo a actores como Julian Wadham o Ralph Brown, quienes repiten sus personajes, logrando al igual que sucede con Skarsgard, componer unas mejores interpretaciones que en la primera de las versiones de esta cuarta entrega de la saga.



Si hacemos un mero ejercicio de comparación entre la película de Schrader y la de Harlin hemos de defender sin ningún género de dudas esta nueva revisión de la historia, pudiendo ejemplificar este veredicto con uno de los momentos más destacados del guion, aquel en el que en plena Segunda Guerra Mundial, el entonces sacerdote Lankester Merrin es obligado por un oficial de las SS a escoger entre varios de sus convecinos quien va a morir como castigo por el asesinato de un soldado alemán. Mientras que en la película de Schrader esta secuencia se ubica en el prologo de la película y es narrada completamente de manera lineal, Harlin opta por ir intercalando este momento mediante la inserción de flashbacks que presentan esta vivencia del protagonista de manera parcial para finalizar con un montaje paralelo entre presente y pasado, a lo que hay que sumar que la forma en que uno y otro director han filmado y montado este instante son diametralmente opuestos, resultando mucho más interesante la versión de Harlin con esa frase lapidaria espetada por el oficial alemán tras ver a Merrin rezando, ese “Dios no está aquí hoy Padre”, y que nos hace entender todo el comportamiento posterior de este personaje tan vital dentro de toda la franquicia.  



A pesar de las inevitables comparaciones con El exorcista de 1973, lo que le supone a la cinta de Harlin un constante maltrato tanto a nivel de crítica como de público, hay que defender una película rodada a contra pie y que sin embargo logra no solo crear una notable atmósfera asfixiante con un acertado manejo del suspense por parte del director, sino que aporta a la interesante historia escrita de inicio por Wisher y Carr el efectismo necesario, y requerido además por los productores de la película, para dar empaque al resultado final y del que carecía la versión inicial, con momentos tan evidentes a ese respecto como el combate entre las tropas británicas y la tribu africana, para culminar con un exorcismo final más acorde al espíritu originario de la saga. No podemos dejar de mencionar un pero, y es que a nivel técnico el fallido uso de una infografía, artificial y muy poco conseguida, hace que cada vez que es utilizada en la película de cómo resultado unas escenas muy poco creíbles y acartonadas, caso del ataque de las hienas o cuándo se integra en el exorcismo que tiene lugar en el interior de la iglesia enterrada bajo toneladas de tierra.


A Renny Harlin se le encomendó la complicada tarea de resucitar una película que por momentos agonizaba en la versión de su antecesor en la silla de director, y hay que decir que el director finlandés es capaz de tomar una situación a priori harto compleja para ofrecer una digna historia de terror, pero que no solamente se queda en el aspecto más externo del género con efectos sanguinolentos y sustos premeditados, sino que es capaz de rascar esa superficie para hacer que este comienzo de la interesante historia del Padre Merrin sea algo más, tanto a nivel de historia como de película. Sería la última vez hasta la fecha que veríamos una nueva entrega de esta interesante aunque por momentos irregular saga iniciada en 1973 con la excelsa El exorcista, y que últimamente ha vuelto a ser abordada en formato televisivo, renovando el lenguaje utilizado en una interesante serie de dos temporadas que vuelve sobre la historia originaria narrada por William Peter Blatty y dirigida con brillante maestría por William Friedkin cerca de medio siglo atrás. Y es que el demonio es un tema de una potencia cinematográfica y terrorífica fuera de toda duda, y esta historia escrita casi medio siglo atrás da buena muestra de ello.

sábado, 28 de diciembre de 2019

EL EXORCISTA EL COMIENZO: LA VERSIÓN PROHIBIDA (DOMINION: PRECUEL TO THE EXORCIST, 2004) 111´




Lankester Merrin, quien abandonó el sacerdocio tras ser testigo de terribles atrocidades durante la Segunda Guerra Mundial, se encuentra ahora al mando de una excavación arqueológica al Este del África, colonia Británica. El objeto hallado es una antigua iglesia cristiana que parece fue enterrada nada más construirse. Conforme avanza el trabajo suceden extraños acontecimientos que obligarán a Merrin a replantearse su ruptura con la fe. 



Tras ser mencionado de manera reiterativa en la primera película de El exorcista así como en la novela en la que esta se inspiró, el primer enfrentamiento entre el Padre Merrin y el demonio Pazuzu se antojaba una más que interesante premisa para abordar una nueva continuación de esta interesante franquicia con tres décadas a sus espaldas en el momento de abordar esta nueva entrega. De esta forma, el guion obra del más experimentado William Wisher (Terminator 2, El guerrero número 13) junto al neófito Caleb Carr, ahonda en la faceta humana del personaje de Merrin, y muy especialmente en su crisis de fe, nacida  a partir de un trágico episodio acontecido en plena Segunda Guerra Mundial y que nos permite contemplar una de las mejores secuencias de toda la película, aquella que precisamente abre la cinta, y que curiosamente se aleja del género del terror demoniaco para mostrar un horror más humano y que nos deja con la idea de que los demonios más despiadados se encuentran precisamente entre nosotros mismos. 



Y es que la historia es la mejor baza de una película que encuentra en el trabajo de su director Paul Schrader, curiosamente mejor guionista que director, siendo suyos los libretos de obras capitales en la filmografía de Martin Scorsese como Taxi driver, Toro salvaje o La última tentación de Cristo, su mayor lastre. El veterano director no termina de involucrarse en la producción y esa desgana se traduce en un trabajo demasiado aséptico y sin carisma. Se evidencian de esta manera los continuas divergencias y diferencias de opinión entre director y productores, ya que las visiones que tanto uno como otros querían de la película eran diametralmente opuestas, hasta el hecho de volverse a filmar nuevamente la película con otro director dejando el trabajo de Schrader en un cajón hasta que, afortunadamente, pudo ser estrenado en cine, dejando de esa forma al espectador la decisión final sobre si la película de Schrader era adecuada o se antojaba un sinsentido que hiciera necesaria esa nueva filmación. Lamentablemente tras revisar el trabajo del director de películas como American gigoló, El beso de la pantera o Aflicción, uno acaba por pensar que la decisión de volver a filmar la historia con un nuevo realizador no fuera tan descabellada, algo que se reafirma en el instante en que uno puede finalmente comparar las dos películas filmadas en base a la misma premisa argumental. 





La aparente desidia de la dirección se trasmite inclusive a su protagonista principal, un habitualmente estupendo Stellan Skarsgard, y que sin embargo en esta ocasión encontramos bastante perdido e inexpresivo en un papel de inicio con los matices suficientes para brindar una interpretación más que interesante, tal es el material de inicio con el que contaba el intérprete. Pero el problema se antoja no es del actor sueco, ya que el resto de intérpretes muestran la misma apatía, lo que es síntoma inequívoco de una mala dirección de actores. Este hecho nos devuelve la idea de un rodaje complicado, complejo y plagado de diferencias creativas entre los distintos responsables, y donde el director, tal y como parece quedar evidenciado, acabo desligado emocional y profesionalmente de un proyecto que devino en una filmación en modo piloto automático.



A pesar de que la propuesta deja escapar una más que interesante idea, podemos destacar la fotografía del genial Vittorio Storaro, toda una institución cinematográfica con películas a sus espaldas como Apocalipsis now, El último emperador o El cielo protector, donde su labor como director de fotografía resultaba fundamental, y que logra embellecer no pocas de las secuencias, como las de la aurora boreal, amén de llevar a cabo un buen trabajo en la iluminación dentro de la iglesia, dotando igualmente de una fuerza pictórica el impactante plano del Padre Francis atravesado por varias flechas y que representa el martirio de San Sebastián. Lo mismo sucede con una composición musical que si bien no resulta especialmente destacable, logra armarse como un buen complemento a la hora de acompañar a la historia. Y que significa todo esto, que Schrader contó de inicio con un holgado presupuesto y toda una pléyade de competentes colaboradores a la hora de dar forma a esta tercera secuela de la película de William Friedkin, con lo que todo parece indicar que el principal responsable del fallido resultado final fue del propio director.





Nos encontramos de esta forma con, a priori, una interesante idea, bien escrita y que se amparaba en una historia con potencial suficiente como es ese interesante acercamiento al primero de los enfrentamientos entre el Padre Merrin y su antagonista vital, el demonio Pazuzu. La película  además, de esta forma, entroncaba  y homenajeaba a la película de 1973 pero logrando desligarse lo suficiente, especialmente en cuánto a ambientación tanto temporal como de localización, para suponer un interesante episodio dentro de la franquicia. Destacar en colación a la relación entre ambas cintas, la inserción como guiño en un par de ocasiones de la imagen del mismo demonio que Friedkin introdujera subliminalmente en su obra, convertido con el paso del tiempo en icono muy reconocible dentro el género. Todos estos pilares quedan lastrados sin embargo por una dirección descafeinada, carente de alma e ineficaz, resultado de una disparidad entre los criterios más pausados, metafísicos y trascendentales de Paul Schrader, frente a la necesidad reconocida por los productores de un producto final con un tempo narrativo más acorde a las demandas de un público potencial ávido de efectismos, sustos y un ritmo menos tedioso. Enfrentamiento que llevaría a ejecutar prácticamente un rodaje desde cero que al menos logra unos resultados superiores a los vistos en la versión de Schrader, respetando eso sí, el grueso de la historia, tal y como hemos insistido, lo mejor de la película. Y es que el tan esperado primer encuentro entre Merrin y Pazuzu habría de esperar.

jueves, 19 de diciembre de 2019

EL EXORCISTA 3 (THE EXORCIST 3, 1990) 106´



El teniente Kinderman investiga una serie de asesinatos rituales que le hacen rememorar los crímenes que tuvieron lugar años atrás cometidos por el asesino en serie conocido como Geminis. Pero Geminis fue ejecutado en la silla eléctrica, lo que imposibilita que sea este el autor material de los nuevos asesinatos, a pesar de darse determinados patrones en las muertes que solo este psicópata conocía. En su investigación, Kinderman se enfrentará a fantasmas que creía enterrados y que tienen que ver con un exorcismo realizado quince años atrás. 





William Peter Blatty, autor de la novela El exorcista y guionista de la cinta de 1973, libreto por el que cual ganó el Oscar, toma las riendas de esta franquicia de terror, y lo hace volviendo a apoyarse en una obra literaria propia, en este caso Legión, publicada en 1983, para intentar hacer un lavado de cara a la saga tras el fiasco que para el público supuso la segunda parte dirigida por John Boorman trece años atrás. No se trata sin embargo de la primera experiencia de Blatty tras la silla de director, quien en 1980 dirigiera la interesante y psicológica La novena configuración, ofreciendo con esta tercera entrega de El exorcista una dirección firme y consistente, y donde demuestra haber aprendido de realizadores como el propio William Friedkin a la hora de crear una ambientación y un trasfondo donde el suspense sea la carta de presentación central.



Y es que esta continuación realmente no era tal, ya que, si bien toma como protagonista principal a uno de los personajes más interesantes de El exorcista, ese cinéfilo empedernido y eficaz a la vez que árido inspector de policía Kinderman, realmente no es una secuela de la película de 1973. La novela en la que se basa la película, Legion, si bien podemos decir se desarrolla en el mismo universo ficticio creado por Blatty para su Exorcista, tomando inclusive como apuntábamos personajes ya aparecidos en su novela anterior, es una historia totalmente diferente, incluso en género, dejando de lado el terror para ubicarse como una obra policiaca. Serían las propias presiones del estudio las que obligarían a llevar a cabo las suficientes modificaciones sobre el libreto inicial para interrelacionar ambas historias a través de personajes y trama, e interconexionándolas forzosamente a través del pirotécnico exorcismo final, para de esta forma, poder estrenarla como una continuación oficial de la película de William Friedkin, debiendo su director de acabar claudicando ante las exigencias de la productora frente al proyecto que él tenía en mente. Y sin embargo y aún con todo, nos encontramos ante una interesante película y que funciona como estupenda trama policiaca con ribetes de terror, anteponiéndose con nota a títulos futuros como El silencio de los corderos, estrenada solo un año más tarde, o Seven. 



Como venía siendo habitual en las dos películas anteriores, esta tercera entrega se apoya en unos intérpretes de renombre y gran categoría profesional, comandados en esta ocasión por George C. Scott, eterno Patton y ligado con anterioridad al género de terror a raíz de la estupenda Al final de la escalera, quien recibe el testigo de Lee J. Cobb a la hora de dar vida a un abatido teniente Kinderman, papel en el que resulta tremendamente convincente. Junto a Scott vemos a Ed Flanders, quien ya había coincidido con Blatty en la anteriormente mencionada La novena configuración, y que a los fans del terror les sonará por haber dado vida a uno de los personajes de la miniserie reconvertida en largometraje El misterio de Salem´s Lot, estrenada en nuestro país con el engañosos título de Phantasma 2. Este veterano intérprete da vida al Padre Dyer, cuyas conversaciones con Kinderman se encuentran entre lo mejor de la película. Otro de los rostros que el aficionado rápidamente reconocerá es el de Brad Dourif, quien vuelve a dar vida a un psicópata tras encarnar al Charles Lee Ray de Muñeco diabólico poniendo igualmente su voz al servicio del conocido asesino Chucky a lo largo de toda la saga de Muñeco diabólico. Contrariamente a lo que sucede con los diálogos entre Dyer y Kinderman, los coloquios entre el inspector de policía y este personaje acaban por momentos resultando algo tediosos, pareciendo que el autor no discierne en dichos momentos el lenguaje literario del cinematográfico creando secuencias innecesariamente alargadas. Como ya apuntábamos, la historia fue retorcida para conectar de manera artificial con la historia de El exorcista, y es por ello que se hacía necesario unir ambas películas mediante uno de los actores de la cinta de 1973. Es por ello que en un papel secundario aparecerá nuevamente Jason Miller dando vida al Padre Karras, y es por ello que su intervención resulta forzada y algo irrelevante. Para finalizar el apartado artístico y como curiosidad comentar que en la onírica escena del purgatorio podemos ver reconvertidos en ángeles celestiales a personajes como el jugador de baloncesto Patrick Ewing o al modelo Fabio, apareciendo igualmente entre el maremagno de almas en espera un desconocido Samuel L. Jackson.



Esta tercera entrega, tras el universo de tintes oníricos y psicodélicos tan personal creado por John Boorman para la primera secuela, vuelve en parte sobre los cimientos de la película de William Friedkin aunque siendo mucho más rica en elementos fantasiosos y alegóricos. Se crea de esta forma un curioso largometraje que hibrida entre el género policiaco, y que de hecho se anticipa por poco a la moda de psicokillers que hallaría en la década de los noventa un estupendo caldo de cultivo cinematográfico, y el terror demoniaco ligado al catolicismo, elemento que el director se esfuerza en reforzar mediante una profusa inserción de imágenes y escenas de tintes religiosos, con numerosos fotogramas que muestran esculturas, iconos y demás imaginería creyente, junto con secuencias pertenecientes a un orbe más místico y de ensueño, ejemplificadas en momentos como la visión de ese limbo plagado de ángeles que acompañan a las almas que allí se encuentran o el momento en el tramo final en el que vemos emerger cientos de cuerpos desde las mismas entrañas de la tierra liderados por un crucificado que no es otro que el niño asesinado al comienzo de la película. Y es que no podemos olvidar a este respecto que Peter Blatty es un católico confeso muy ligado además al ámbito de los Jesuitas, por lo que el tema religioso siempre ha estado muy presente en sus obras literarias.



En lo que concierne a su faceta como director, el novelista se presenta como un gran conocedor de los resortes que mueven el género de terror cinematográfico, valía que literariamente ya había demostrado con creces, pareciendo que la película ha sido dirigida por alguien con gran veteranía en el medio, y no siendo el resultado de un director que ejecuta su segundo trabajo tras las cámaras, a lo que hay que sumar las mencionadas presiones a las que Blatty fue sometido para que la película acabara convertida en secuela de El Exorcista, con las modificaciones sobre el guion original y planes de rodaje que ello supuso. Todo esto apunta a que Blatty tomo buena nota de todos los rodajes a los que estuvo ligado en su faceta como guionista, y muy especialmente en la filmación de El exorcista diecisiete años atrás. Para dotar de un mayor énfasis a la historia se apoya, acertadamente además, en planos, sonidos, iconografía religiosa y voces que refuerzan las sensaciones negativas que posee la cinta. Cierto que en algún momento la trama puede antojarse algo lenta, consecuencia de que el director apueste claramente por una película de sensaciones. Pero cuándo la película se propone insertar un susto acaba creando momentos antológicos, no pudiéndonos olvidar a este respecto la grandiosa escena del turno de noche en el hospital, representado con un alejado plano fijo y que guarda en sus casi cuatro minutos un par de momentos de esos que te hacen brincar de la butaca. 



Notable producción de terror que logra crear esa sensación de malestar buscado y que en su momento fue bastante maltratada por la crítica, y que si hubiera buscado un desarrollo alejado de la cinta de Friedkin, tal como quería su máximo responsable, labrándose un universo propio, posiblemente hoy en día sería mejor considerada, ya que como parte de la franquicia de terror iniciada en 1973 con El exorcista, acaba siendo sometida a unas, en ocasiones, injustas comparaciones con la película de William Friedkin que acaban pasándole factura.

jueves, 12 de diciembre de 2019

EL EXORCISTA 2: EL HEREJE (THE EXORCIST 2: THE HERETIC, 1977) 113´



El padre Lamont es designado por la jerarquía eclesiástica para investigar la muerte del Padre Merrin mientras realizaba un exorcismo. Han pasado cuatro años de estos acontecimientos, y la niña objeto del ritual es ahora una bella adolescente que no recuerda nada de los acontecimientos acaecidos cuándo tenía trece años. Un experimento de hipnosis regresiva para tratar de esclarecer lo sucedido provocará, sin embargo, desencadenar viejos fantasmas del pasado. 



El incontestable éxito de crítica y público de El exorcista cuatro años atrás, prácticamente obligaba a Warner a la realización de una secuela, continuación para la cual la productora no escatimaría en medios, convirtiéndose en la película más cara hasta la fecha de la productora. Sin embargo, y pese a que la cinta no sería precisamente un fracaso de taquilla, recaudando en Estados Unidos más del doble de su coste, aunque eso sí, sin llegar a las brutales cuotas del título dirigido por William Friedkin, esta secuela sería tildada de auténtico desastre fílmico, hasta llegar a considerarse una de las peores películas de la historia. Sin embargo es de justicia ahondar en esta compleja segunda parte sin dejarse llevar por la histeria colectiva y remarcando tanto sus elementos de interés como evidentes fracasos.



La película sería dirigida por John Boorman, director que ya se había sondeado en su día para encargarse de la primera entrega. Poseedor de una interesante, y a la par extravagante filmografía, con títulos como A quemarropa, Infierno en el Pacífico, Deliverance, Zardoz o Excalibur, este autor siempre se ha caracterizado por convertir a la naturaleza en un protagonista más de la historia (algo especialmente evidente en Deliverance), construyendo películas complejas y poseedoras de varias lecturas, constantes que en el caso de El exorcista 2 también están presentes. El libreto de la película sería encargado a William Goodhart, un inexperimentado guionista que se convertiría en blanco de todas las dianas por ofrecer una historia caótica, ampulosa y con una pretenciosidad que era todo lo contrario de la simplicidad argumental con la que William Peter Blatty había planteado su novela y posterior guion que acabaría convertido en El exorcista.



La película pudo contar con un interesante elenco de intérpretes, un reparto a priori soberbio y que sin embargo acaba por naufragar en base a un sinsentido argumental que desemboca en ver a grandes nombres de la interpretación paseando entre las secuencias sin saber muy bien de qué trata la película. Estos están comandados por un Richard Burton en marcada decadencia y que generaría durante la filmación no pocos momentos problemáticos debido a su adicción al alcohol, y que se encarga de componer un sacerdote pasado de vueltas y por momentos caricatura de la comedida interpretación brindada por Max Von Sydow en la primera película. Por cierto que el actor sueco repite papel insertado en varios flashbacks, aunque en esta ocasión se le encuentre igualmente perdido por momentos, mientras que en otros instantes vemos como se limita recitar sus líneas sin creérselas demasiado. Linda Blair, cuyo nombre aparece en primer lugar en los títulos de crédito, síntoma de su importancia en la dupla de títulos, es la otra actriz de la primera película que repite en su rol de Regan, siendo sin embargo más explotada en su vertiente de curvilínea adolescente enfundada entre gasas semitransparentes, que en su faceta como actriz. A esto hemos de unir que la intérprete, lejos de la absoluta predisposición demostrada en la película de Friedkin, en esta ocasión se negó en redondo a volver a ser sometida a las largas y tediosas sesiones de maquillaje de cara a caracterizarla como endemoniada, negativa que obligó a la utilización de una doble, lo que acentúa aún más el carácter de absoluta irrealidad de la historia. Buscando a alguien que pudiera dar la réplica a Ellen Burstyn, quien no quiso participar en la continuación, se contrataría a otra gran actriz secundaria como Louise Fletcher, galardonada con el Oscar por su rol de malvada enfermera en Alguien voló sobre el nido del cuco, y un valor seguro, como así queda probado en El exorcista 2, donde intenta dignificar un papel que sin embargo a priori no encaja en la trama de posesiones que al fin y al cabo es lo que es, o debiera ser, El exorcista. Para concluir el apartado de intérpretes, la película cuenta con James Earl Jones, otro de esos secundarios de lujo que aportan caché y enjundia a todo aquel título en el que participan, y conocido por, entre otras cosas, ser la voz de Darth Vader en La guerra de las galaxias y secuelas y Mufasa en El rey León, o por encarnar al villano Thulsa Doom en Conan el Bárbaro en una extensa y excelsa carrera cercana a los doscientos títulos. Como curiosidad remarcar que en la película coinciden Linda Blair y, en un breve papel como aviador que traslada al padre Lamont a la ciudad dorada de adobe, Ned Beatty, volviendo a coincidir ambos intérpretes trece años más tarde en la comedia paródica Reposeida, toda una sátira de El exorcista con el ineludible Leslie Nielsen como maestro de ceremonias principal.



La película sufre principalmente las consecuencias de un guion nefasto y confuso, que mezcla conceptos como la religión, la psicología o las propias posesiones en un ininteligible batiburrillo que deja atrás en el camino buena parte de ese aura de tintes teológicos apuntados en la película de Friedkin y que resultaban sumamente interesante a la hora de conectar la historia con nuestros miedos más ancestrales basados en la propia fe. Con la aportación de ideas totalmente alocadas, como esa máquina sincronizadora de ondas cerebrales que conecta psíquicamente a dos personas como el ejemplo más representativo de las extravagantes ocurrencias del guionista a la hora de hacer avanzar la película, no es de extrañar que por momentos la película se pierda entre sus propios planteamientos haciendo del totum revolutum una marca de la casa. Y es que El exorcista 2, título que el director quiso fuera estrenada bajo el nombre de El hereje y sin apostillar su dependencia de la cinta de 1973, de ahí el subtítulo de la cinta, se alejaba de manera consciente de la historia de Peter Blatty y posterior película para tratar de crear un universo propio, volviendo sin embargo a la obra referencial en un acto final que, curiosamente, se encuentra entre lo mejor de la película, con ese regreso a la vivienda de Regan en Georgetown, escenario que en esta ocasión hubo de crearse de manera completa en estudio, calle incluida, debido a la negativa a la hora de dejar filmar a los responsables de la película en dichas ubicaciones. 

   

Y sin embargo sí que cabe alabar una dirección de John Boorman, aunque caiga, amparado en el caótico guion, nuevamente sobre constantes algo cargantes del realizador como son los elementos de índole metafísico o filosófico, elementos a los que el confuso y pretencioso libreto le vienen muy bien a la hora de dotar a la película de un aura de madurez narrativa que sin embargo se antoja aletargante. Por contra la película es notable a nivel técnico y visual, destacando la estupenda fotografía de William A. Fraker, quien ya había participado en tareas de iluminación en La semilla del diablo, y que adapta esta a los diferentes escenarios, tan contrapuestos además, como son los ambientes urbanitas comandados por una arquitectura imposible y de índole futurista y casi fantasiosa y los parajes naturales, donde se potencia el elemento salvaje e indomable del lugar con no pocas instantáneas que se antojan de un tono pictórico indiscutible. Asimismo cabe resaltar el diseño de producción, y que logra enmarcar a este exorcista como una cinta sumida en un aura eminentemente onírico, cuasi irreal, algo que se contrapone frontalmente a la manera en que se ejecutó la primera entrega, marcada por la veracidad y una estética y maneras totalmente asépticas. Esta idea queda representada en la dualidad entre como acaba la primera entrega y como comienza esta segunda. Así, mientras que la película de 1973 concluía con  un último acto protagonizado por el ritual de exorcismo, donde, ávida cuentas de los recursos más forzados de cara a potenciar el terror de las secuencias, este se filma con rigurosidad y sin ampulosidades innecesarias, en esta ocasión la película se abre nuevamente con un exorcismo, pero en esta ocasión mucho más teatralizado, guiñolesco y con un final totalmente pirotécnico, idea que además podemos trasladar a la propia escena del encuentro final entre el padre Lamont, Regan y el demonio en la casa de la joven, donde los efectos visuales y los golpes de efecto copan la trama en detrimento de un desarrollo más constreñido y centrado en la creación de un ambiente opresivo y terrorífico, tal y como sucedía en el primer exorcista.



Mención aparte merece la banda sonora, obra del siempre acertado, en no pocas ocasiones genial, Ennio Morricone, quien con esta película ejecutaría el primero de sus trabajos fuera de su Italia natal, y que contrariamente a lo que sucedía con el título pretérito, compone un score musical completo para la película, logrando de una parte captar todo el trasfondo amenazante de los escenarios africanos con temas donde predominan los aires tribales, los tambores y los coros, en franca contraposición, una vez más, con el bello tema dedicado a la joven protagonista, inundado por la melancolía y el preciosismo. Un elemento la música que es otro de los grandes logros de la película, donde queda patente el empeño en medios y presupuesto que por parte de la productora se puso para ofrecer al público una secuela de altura.



Un perfecto resumen a todo lo expuesto es que esta continuación no logra encajar todas las piezas con las que cuenta, con lo que, a pesar de una bella factura técnica y del buen hacer de Boorman a la dirección, el hecho de querer de manera consciente alejarse demasiado de la cinta original creando un universo propio, acaba por confundir a director, actores y a los propios espectadores, resultando una obra que, presentada en un más que estimable envoltorio, acaba por naufragar en el fondo, redundando en una película formalmente notable pero tremendamente aburrida. Pero y aún con todo, tampoco es el execrable título que mucha gente se empeña en describir, algo que viene precisamente de una continua comparación con la, por otra parte, obra maestra que es la película de 1973 dirigida por William Friedkin.

sábado, 7 de diciembre de 2019

EL EXORCISTA (THE EXORCIST, 1973) 126´



“Magnífico día para un exorcismo”

Regan, una niña de doce años, comienza a manifestar de manera repentina una serie de cambios en su comportamiento, lo que unido a una extraña sintomatología, lleva a su madre a iniciar un periplo entre doctores y psiquiatras, quienes tras todo tipo de pruebas médicas son incapaces de dar con la raíz del problema. El agravamiento de la situación y una serie de fenomenología inexplicable alrededor de la pequeña, llevará a la familia a plantearse la vía espiritual, llegando a someter a Regan a un ritual de exorcismo llevado a cabo por dos sacerdotes antagónicos tanto en experiencia como en fe.



Warner Bros estreno El exorcista de tapadillo en las Navidades de 1973 con la idea de quitarse de en medio cuanto antes un título que se había convertido en un cúmulo de problemas para la productora y distribuidora por lo peliagudo del tema que trataba, lo que había provocado, entre otros quebraderos de cabeza, el boicot de la cinta por parte de lo más reaccionario de la sociedad católica de la época. Poco iban a imaginar entonces que la película se convertiría en el título más taquillero del año, siendo nominado además a diez Oscar de la Academia y convirtiéndose casi de inmediato en uno de los puntales que llevaría a su madurez cinematográfica al género de terror, siendo considerada de manera prácticamente unánime hoy en día, más de cuarenta y cinco años después de su estreno, una de las obras culmen dentro de la historia del cine de terror, y por extensión, uno de los títulos referenciales dentro de la propia historia del séptimo arte.


La película se basa en la novela publicada apenas un par de años atrás por William Peter Blatty, novelista muy ligado desde siempre al mundo del cine en su faceta de guionista en comedias como El nuevo caso del inspector Clouseau, Un yanqui en el harén, ¿Qué hiciste en la guerra papi? u Ojos verdes, rubia y peligrosa. Este libro, que pudo escribir gracias al premio económico logrado en un concurso televisivo presentado por Groucho Marx, se inspiraba a su vez en un hecho real acontecido a finales de los años cuarenta en Maryland, siendo en realidad un niño de catorce años quien, según todos los indicios, fue víctima de una brutal posesión que obligaría a llevar a cabo un largo y extenuante exorcismo de varias semanas que finalizaría con la entidad maligna abandonado el cuerpo del menor. Blatty, católico confeso, buen conocedor de este hecho y quien además había cursado sus estudios en la Universidad de Georgetown, un referente importante dentro de la propia novela, llevaría a cabo un exhaustivo estudio tanto del caso como del propio ritual del exorcismo para ofrecer una obra documentada, aséptica, visceral y con una concepción notablemente cinematográfica que se ancla en unos grandes diálogos entre personajes, posiblemente propiciada por la propia profesión como guionista de su autor. La novela, todo un éxito de ventas, no tardaría en llamar la atención del mundo del cine, que vería de inicio el potencial visual y narrativo del material narrado, recayendo en el propio Blatty la labor de adaptar en forma de guion su propio libro, tarea que ejecutó de una manera soberbia, siendo todo un ejemplo de traslación del papel al celuloide, hasta el punto de ser galardonado con el Oscar al mejor guion adaptado de ese año. Una vez obtenido un libreto consistente, se iniciaría el consabido baile de potenciales directores de la película, con nombres en las quinielas como los de Mike Nichols, John Boorman (quien acabaría dirigiendo la primera de las secuelas) o Stanley Kubrick, que buscaba una película dentro del género de terror que sumar a su lista de incunables clásicos, aunque finalmente no sería el escogido, resarciéndose años más tarde haciéndose cargo de El resplandor. Finalmente, la tarea de trasladar a imágenes la complicada historia narrada en la novela de Blatty, recaería en otro William, en esta ocasión de apellido Friedkin, joven director que ya comenzaba a despuntar en Hollywood con películas arriesgadas como Los chicos de la banda y muy especialmente gracias al enorme éxito obtenido con Contra el imperio de la droga. William Friedkin era un director de carácter, tozudo en sus decisiones y con la suficiente capacidad técnica como para poder echarse sobre los hombros un proyecto que ya desde sus comienzos se antojaba harto complejo, tanto por las propias complicaciones de un rodaje difícil en cuánto a efectos y trucajes, como en contenido, hasta el punto que las discrepancias entre guionista y director no fueron pocas, conformando no obstante un armado tándem responsable a partes iguales del gran y terrorífico resultado final.


Si en el apartado técnico fueron varias las complejidades a superar a la hora de conformar el equipo, en lo concerniente al terreno artístico estas se multiplicaron. El principal problema estribaba en la elección de una actriz infantil capaz de interpretar el papel de Regan, la niña poseída que, recordemos, blasfema, insulta y ejercita varias secuencias con un elevado contenido violento y sexual, con la polémica escena de la masturbación con el crucifijo como punto crucial. Todas las dudas fueron despejadas durante las pruebas realizadas a Linda Blair, quien por aquel entonces contaba trece años, pero que por el contrario manifestaba una gran madurez a todos los niveles, incluido en el aspecto sexual, lo que le llevaba a hablar de la masturbación como algo natural y que ella misma practicaba. La elección no pudo ser más acertada, ya que la pequeña lleva a cabo una actuación totalmente natural y nada impostada, con un riquísimo matiz de registros que oscilan desde la candidez inicial propia de una niña inocente hasta involucionar en una malcarada entidad capaz de transmitir con el rostro, y ello a pesar de los maquillajes aplicados en las fases más avanzadas de la posesión, todo el odio, violencia y rabia que vamos viendo en pantalla. Precisamente esta contundente interpretación, que le valdría una nominación al Oscar a la mejor actriz de reparto y que curiosamente le arrebataría otra menor, la Tatum O´Neal de Luna de papel, acabaría por convertirse en su peor referente, ya que la encasillaría de por vida en un único papel, que no solo repetiría en la continuación estrenada en 1977, sino que acabaría parodiando en Reposeida, oscilando el resto de su carrera entre mediocres películas de serie Z donde en muchos casos acabaría luciendo palmito en títulos con momentos de corte erótico. Pero en El exorcista no solo cabe destacar la madurez interpretativa de  la pequeña Linda Blair, debiendo igualmente resaltar a una Ellen Burstyn magistral como madre de Regan, y que logra transmitir al espectador toda la desesperación e impotencia de un personaje incapaz de gestionar el caos y el terror en el que se convierte su vida y la de pequeña de un día para otro. Actriz de renombre a pesar de no ser muy conocida fuera de los círculos más cinéfilos y con grandes títulos dentro de una extensa filmografía como La última película, Alicia ya no vive aquí o Réquiem por un sueño, la intérprete continúa trabajando hoy en día de manera incansable a sus cerca de noventa años. Por su parte, para la dupla de sacerdotes protagonistas se escogió a dos actores tan dispares como Max Von Sydow y Jason Miller. Y es que mientras el primero era una personalidad consagrada en el mundo del cine gracias principalmente a su participación en varios títulos del gran Ingmar Bergman, como El séptimo sello o El manantial de la doncella, Jason Miller debutaría en el mundo del cine precisamente con El exorcista, siendo reclutado por el propio Friedkin desde el mundo del teatro, disciplina donde fue descubierto por el director de la película. Max Von Sydow ejecuta una actuación pausada, llena de aplomo, propia de alguien que se enfrenta a una situación ya conocida y que lo hace convencido de que la confrontación es con el mismo demonio, lo que le hace jugar con ventaja frente a un Jason Miller que aborda su personaje desde esa crisis de fe que vive el padre Karras y que le empuja a un constante negacionismo de la teoría espiritual frente a su apuesta por la racionalidad basada igualmente en sus estudios como psiquiatra, y ello  a pesar de las cada vez mayores evidencias paranormales aportadas. Ese rol que le aporta la película como boxeador aficionado le sienta genial a la fisicidad del actor frente a la apariencia de fragilidad de su compañero, apuntalada en la larga secuencia del exorcismo final, manifestándose sin embargo en el momento decisivo que, si bien su cuerpo no le acompaña, la fuerza mental está de lado del padre Merrin. No sería justo cerrar el apartado interpretativo sin mencionar la aportación sarcástica y mordaz, pero a la vez tremendamente dura, incluso en algún momento amenazante del teniente Kinderman, interpretado de manera sublime por un Lee J. Cobb (La ley del silencio, doce hombres sin piedad, Éxodo) en una de sus última apariciones antes de fallecer en 1976, que, en base a sus aportaciones cono cinéfilo impenitente, hace las veces del propio autor del guion, sirviendo de altavoz de las palabras del propio William Peter Blatty. Este estupendo personaje sería recuperado en la tercera entrega de la franquicia, siendo de hecho en esta ocasión el protagonista de la historia. Un gran plantel de intérpretes para insuflar vida a unos personajes igualmente excelentes, perfectamente definidos primero en las páginas de la novela para más tarde ser más trasladados al guión cinematográfico.


Si El exorcista se tradujo en el brutal éxito de público que tuvo en el momento de su estreno (y reestreno en el año 2000 a través de un nuevo remontaje por parte del director) y supuso todo el impacto social que le acompañaría prácticamente hasta nuestros días, es porque aborda uno de los miedos más atávicos del ser humano, el miedo al demonio, amparado en unas creencias religiosas que llevan a  tener como cierta la propia existencia de esta criatura que representa al mal más puro. La película es plenamente consciente de este hecho y es por ello que apuesta por construirse como un drama familiar más que tratar de desarrollarse por los vericuetos propios del horror, más explosivos y buscando el susto fácil, inundando de sobrecogedora realidad a su historia. El espectador asiste de esta forma a un lento y progresivo proceso por el cual vemos la degradación física y mental del personaje de Regan, y por ende, el de su propia madre y demás gente alrededor de la pequeña. Y es que, como bien apunta el Padre Merrin en la película, el objeto del demonio no es poseer a la pequeña sino derrotar espiritualmente a la familia, y es precisamente este concepto el que sume al espectador en la historia, primero mediante las concienzudas pruebas médicas a las que es sometida Regan para acabar llegando a la única conclusión factible de la idea de la posesión, con la posterior ejecución de un tormentoso exorcismo de funestas consecuencias.


Pero si la propia historia así como el tempo utilizado, más propio por momentos del melodrama cultivado en la década de los setenta que del cine de terror, son dos de los elementos que hacen de El exorcista uno de los títulos de cabecera dentro del cine de este género, no podemos obviar otros dos elementos ineludibles, como son el sonido y los efectos físicos y de maquillaje. En relación al sonido utilizado la película golpea constantemente mediante este recurso la psique del espectador, y es que ya desde la secuencia de apertura en el desierto de Irak con esos cánticos o el golpeteo de los picos en la piedra, la cinta se ampara de una manera muy presente en estos efectos, que potencian bien la angustia, el suspense o la virulencia de las imágenes a las que acompañan, con ejemplo palpables como el fogonazo de la vela en el ático oscuro de la casa, el aturdidor soniquete de las maquina médicas durante las pruebas a las que es sometida la pequeña Regan o los ecos guturales provenientes de la poseída. Mención especial al doblaje de Linda Blair en su fase como endemoniada, prestada por Mercedes McCambridge, veterana interprete vista en clásicos como Johnny guitar, Gigante, De repente, el último verano o Cimarrón, y que compone una construcción vocal agria, notablemente repulsiva y aterradora. Y qué decir de un maquillaje que brilla a un gran nivel, máxime si tenemos en cuenta que estamos hablando de una película de los primeros setenta, donde los materiales y medios con los que contaban los responsables de esta área estaban lejos de la gran gama de protésicos, látex y demás avances en el campo de las caracterizaciones. En este apartado el principal ejemplo escogido suele ser la propia Regan endemoniada, plagada de escarificaciones, pústulas y una gran degradación del bello y cándido rostro de Linda Blair hasta lograr transmutarlo en algo horrendo y repulsivo, y sin embargo creo de justicia abordar la caracterización de un Max Von Sydow, por aquel entonces de cuarenta y tres años, en un avejentado Padre Merrin, hasta el punto que el interprete se ve en la actualidad, a sus casi noventa años, que ha envejecido tal y como habían predicho los responsables de su avejentada caracterización hace más de cuatro décadas. 


La banda sonora en El exorcista es otro de esos temas de conversación obligados a la hora de abordar la película. Tras rechazar Friedkin la idea de incorporar una composición musical propia, y desechando por ello el trabajo de Lalo Schifrin creado ex profeso para la película (y que sería recuperada como banda sonora de Terror en Amytiville), la película ha quedado indefectiblemente unida a un sencillo y de inicio, alegre tema musical, creado por un joven Mike Oldfiel en el garaje de su casa, de nombre Tubular bells, y que suena de manera bastante secundaria en varios momentos de la película. Junto a este icónico tema la película utiliza otro grupo de insertos de autores como Leonard Slatkin, George Crumb o Anton Webern, como el abrupto y estridente sonido de violines que acompañan de inicio a los títulos de crédito finales, siendo la música otro elemento más incorporado en segundo plano con inquietante condimento de la historia, no siendo en ningún momento utilizada como pieza central de la secuencia, siendo su función última apoyar de soslayo lo mostrado en pantalla.


En lo que se refiere al apartado técnico, el manejo de la cámara por parte de Friedkin así como la construcción de las escenas es notablemente innovador, como prueba el uso de cableado para mover la cámara entre las estancias de la casa ubicada en el 3600 de Prospect Street Northwest donde se desarrolla buena parte de la acción, un escenario real y no un decorado, lo que dificultaba la planificación y posterior filmación de las escenas, y que se ha convertido lugar de peregrinación para los amantes del cine que ansían fotografiarse junto a la escalinata ubicada en el exterior de la vivienda y pieza importante en la propia trama de la película. Aunque la película se apoya en unos recursos cinematográficos clásicos, incluye, como decíamos, momentos con una innovadora planificación, algo que ha ayudado a que la cinta, amén de por la potencia de su propia historia, siga siendo rabiosamente actual a pesar de todos los años transcurridos desde su estreno. Sin abusar de efectos más allá de los brutales maquillajes mencionados con anterioridad y unos trucajes físicos para solventar secuencias como la de los estertores de la cama de Regan, la levitación de la pequeña o el hecho de filmar en cámaras frigoríficas, con los inconvenientes añadidos para los propios actores, para de esta forma poder lograr el vaho de los personajes a la hora de hablar en el tramo final, la película hace de la sencillez su gran virtud, ya que la simplicidad de estos efectos los hace hoy en día igual de funcionales que en el primer visionado. Finalmente Friedkin se apoya en el uso de imágenes subliminales para acentuar la sensación de desasosiego y terror que acompaña a la película, con ese fotograma de la imagen de demonio como referente principal, convertida en toda una postal clásica dentro del cine de terror.


Y si a todo esto le sumamos el aura de película maldita que acompaña al Exorcista en base a los variados hechos luctuosos que se produjeron en paralelo a su filmación  como son las muertes de familiares de protagonistas como Max Von Sydow o Linda Blair, muertes de propios actores antes siquiera de estrenarse la película, caso de Vasiliki Maliaros o Jack MacGowran, fallecimientos de personal técnico y otros trabajadores u homicidios cometidos por personas relacionadas de una u otra manera con la cinta, tenemos el perfecto caldo de cultivo para construir una película considerada una obra maestra del cine de terror y una de las obras de ficción más aterradoras jamás filmadas. Puede que los tiempos hayan cambiado y muchos se tomen a sorna secuencias que en el momento del estreno de El exorcista resultaban casi insoportables para el espectador de los años setenta, pero aún y con todo les reto a revisionar la película como Dios manda, de noche, en soledad y con el volumen elevado. Verán como al terminar la cinta y asomar el título El exorcista en letras moradas en la pantalla la vuelta a la cama ya no será tan placentera. Palabrita del niño Jesús. 

sábado, 30 de noviembre de 2019

... Y EN DICIEMBRE

Puede que el mes de la Navidad, época de paz, amor y comidas familiares no sea el más propicio para hablar de una saga como El exorcista...o tal vez si. No importa, preparados o no, allá vamos.


miércoles, 27 de noviembre de 2019

CABIN FEVER (CABIN FEVER, 2016) 99´



Cinco amigos deciden pasar unos días alejados de la ciudad, y para ello alquilan una cabaña en medio del bosque. Pero lo que se antojaban unas jornadas de asueto y diversión, acaban resultando unas vacaciones infectas cuándo el grupo es contagiado por un voraz virus con una rápida capacidad de contagio y un porcentaje de mortalidad de prácticamente el cien por cien de los infectados.



Apenas catorce años después de estrenada Cabin fever se llevó a cabo este innecesario remake. Innecesario porque no era una película que reclamara un lavado de cara en base a que la película de Eli Roth no ha quedado a día de hoy desfasada, ni necesitada de una revisión, e innecesario igualmente porque ni siquiera se toma la molestia de aportar ningún elemento novedoso a la historia que ya todos conocemos, siendo de hecho una traslación literal, casi secuencia por secuencia, de lo filmado por el director de Hostel en 2002. La única diferencia entre este título y el de primeros de los dos mil, es que en esta ocasión se ha dejado de lado ese halo de irreverencia y bizarrada que por momentos si tenía la opera prima de Eli Roth, dándose esta revisitación una concepción de título más serio, de mayor impronta que la propia película a la que homenajea.



Travis Zariwny, rebautizado para la ocasión como Travis Z y con cameo incluido como sheriff, dirige la película, la cual ha sido guionizada por Randy Pearlstein, uno de los responsables de la Cabin fever original, y que se antoja poco ha modificado su trabajo inicial más allá de cuatro apuntes, en algún caso nada acertados. Resaltar a este respecto que ahora, el personaje de agente Winston cambia de sexo para ser una mujer, y aunque por momentos trata de imitar los ademanes y maneras de este singular policía, acaba resultando menos grotesco y extravagante que la aportación ofrecida por Giuseppe Andrews más de diez años atrás. La otra gran novedad respecto a su homóloga pretérita es la manera en la que se abordan las muertes del quinteto protagonista, que difieren en la forma en la que estaban filmadas por Eli Roth, único apunte diferenciador entre una película y la otra de lo que acaba resultando un ejercicio de calco que aunque no aburre se presenta como totalmente fútil. 



Y es que, como apuntábamos con anterioridad, no hay apenas diferencia entre un título y otro, los personajes son los mismos, su personalidad y la relación entre estos es la que ya nos encontramos en 2002, y el desarrollo de la historia es idéntica, con ejemplos como el momento en que Paul es mordido por el niño, su beso con Karen en la plataforma en el lago, la macabra anécdota de la bolera, la irrupción en mitad de la velada nocturna de un fumata algo ido, la secuencia de la bañera, el momento en que Paul y Marcy acaban acostándose en pleno momento de caos médico…es todo un deja vu que aún resulta más tedioso si haces un recorrido consecutivo de la saga, encontrando con que estás viendo la misma película dos veces en apenas tiempo.



Y, como no cabía esperar otra cosa dentro de una película de la saga Cabin fever, hay que resaltar unos efectos de maquillaje y unos apuntes de cine gore bien resueltos y que tienen su epicentro en un acto final que se antoja lo más divertido de la película, con un Paul ya en estado de absoluto descontrol, con una muerte de Karen que se inicia incluso como un episodio grotescamente cómico para finalizar dramáticamente con la cámara mostrando la caseta en la que se encuentra la joven envuelta en llamas y bajo el sonido de los gritos de dolor de este personaje, y donde igualmente el final de Marcy eleva al cubo la propuesta de la película de Eli Roth, quien precisamente no se caracteriza por su delicadeza a la hora de plasmar en pantalla la violencia. Sin embargo, para cuándo llegamos a este reguero de sangre y muertes ya hemos perdido el interés que pudiéramos tener de inicio a la hora de ver como se había abordado el presente remake.



Una descafeinada y nada valiente en ideas revisión de una película con cierta enjundia dentro del cine de horror de principios de los dos mil que cuenta con una nula aportación de un Eli Roth que, acreditado como productor ejecutivo, parece ser se ha dedicado a cobrar los correspondientes royalties y dejar hacer. Con otra constante en la franquicia como es el contar con un puñado de jóvenes y muy poco conocidos actores para dar vida a los protagonistas, esta nueva Cabin fever se antoja tan innecesaria como reiterativa, no aportando un ápice de elementos diferenciadores, ni estilísticamente, ni conceptualmente, ni argumentalmente, que hagan merezca la pena reseñar su impronta como parte de la franquicia. La fiebre ya ha bajado.