martes, 16 de abril de 2019

LAS COLINAS TIENEN OJOS (THE HILLS HAVE EYES, 1977) 86´



“Los afortunados mueren primero”

La familia Carter se encuentra de viaje familiar rumbo a California, decidiendo aprovechar el trayecto para visitar unas minas abandonadas ubicadas en pleno desierto de Nevada. Es así como en mitad de ninguna parte sufren un aparatoso accidente de tráfico que les deja tirados en medio de una zona árida y rocosa, y lo que es peor, a merced de unas colinas desde donde alguien les está observando.


Tras su opera prima, La última casa a la izquierda, dirigida en 1972, y que había colocado a su director, Wes Craven, en el disparadero, este realizador decidió seguir cultivando un tipo de cine de terror visceral y tremendamente impactante, dentro de la denominada corriente cinematográfica american gothic, que es como se definió al cine de terror surgido entre finales de los sesenta y década de los setenta y que se caracterizaba por su crudeza, realismo y verisimilitud. Frente a propuestas más fantasiosas e increíbles, Craven entre otros autores, nos plantea una situación posible, un terror real, y lo muestra con toda la acritud y brusquedad posible, tratando no solo de atemorizar al espectador, sino de incomodarlo, asfixiarlo, atosigarlo. Las colinas tienen ojos es uno de los principales exponentes de este tipo de cine, película que, no podemos obviarlo, nace a su vez del éxito en que se había convertido La matanza de Texas, y que si en el caso de la cinta de Tobe Hooper se inspiraba en el caso real de Ed Gein, para su familia de caníbales, Craven tomaría como base argumental la historia de Sawney Beane, quien en el siglo XIV en Escocia y durante cerca de un cuarto de siglo se dedicaría a formar una numerosa prole de hijos bastardos dedicada a robar, asesinar y devorar a aquellos infortunados viajeros que circularan cerca de las cuevas donde estos vivían.


La película tiene a su favor como en apenas unos pocos minutos Craven logra dibujar una familia protagonista perfectamente definida y estructurada en sus roles y comportamientos, logrando además que el espectador empatize rápidamente con estos, lo que llevará a un mayor sufrimiento en el momento en que estos personajes empiecen a pasarlo realmente mal.  Los actores Virgina Vincent y Russ Grieve dan vida a los cabezas de familia de los Carter, quienes tienen tres hijos, interpretados a su vez por Susan Lanier, Robert Houston y Dee Wallace. El marido del personaje de Wallace lo interpretaría Martin Speer. Como podemos apreciar se trataba de actores bastante desconocidos, a excepción de una Dee Wallace quien, en Las colinas tienen ojos, se enfrentaba a uno de sus primeros papeles antes de convertirse en musa del fantástico de los ochenta gracias a sus apariciones en Aullidos, ET el extraterrestre o Critters entre otras producciones. Frente a los Carter la película contrapone a otra familia totalmente antagonista, quienes se encargaran de acosar y diezmar a estos, y que son quienes el espectador mejor recuerda en base a su fisicidad y al hecho que, además de tratarse de unos asesinos inmisericordes, son dibujados como caníbales, lo que añade aún más dramatismo a la historia. Craven bautizo a esta serie de personajes con nombres tan mitológicos como Plutón, Marte, Mercurio o Júpiter, presentándolos con unas taras y características físicas tales como dientes afilados, enormes cicatrices o extrañas deformidades. En este caso el fan del género siempre recuerda a Plutón, convertido en icono de la película y encarnado por el actor Michael Berryman, aquejado de displasia ectodérmica hipohidrótica, una extraña enfermedad que le confiere una inusual apariencia física (ausencia total de cabello y cráneo deformado entre otras características), algo que ha hecho de Berryman un actor encasillado en personajes donde su anómalo físico es su principal herramienta de trabajo, apareciendo de esta manera en títulos como La mujer explosiva, Los bárbaros o El señor de las bestias 2, siendo recuperado últimamente por Rob Zombie para varias de sus películas. El resto de intérpretes que dan vida a la familia de caníbales apenas han tenido trascendencia en películas posteriores, caso de James Withworth, Lance Gordon o Janus Blythe. El propio productor de la cinta, Peter Locke, daría vida uno de los asesinos, concretamente a Mercurio, a quien apenas se logra vislumbrar en la película más allá de entre sombras y que acabará siendo el primero de los caníbales en morir.


La película, al igual que sucediera con la mencionada La matanza de Texas, es todo un ejemplo de cine de guerrilla, rodando sin apenas presupuesto, en condiciones más que duras, en pleno desierto en verano, y tratando de convertir en ventajas las trabas propias de una filmación como la presente, donde eran más las ganas que los medios de los que se disponía, siendo sin embargo el resultado uno de los títulos de referencia dentro del cine de terror de los setenta, y demostrando Craven su valía a la hora de filmar y mostrar en pantalla el sufrimiento y el dolor. Es cierto que el director ofrece un trabajo rutinario a nivel técnico, y lleno de recursos del momento, como el uso del zoom, algo que hace que, vista hoy en día, la película esté lastrada por el uso de estas técnicas hoy en día totalmente demodé, pero la fuerza de la historia que se cuenta es tan grande que convierte Las colinas tienen ojos en cita obligada de todo aficionado al género que se precie de serlo.


En la película es más que evidente la contraposición que se realiza entre las dos familias protagonistas, pudiendo establecer ese mismo antagonismo entre dos Américas bien diferenciadas. De una parte tenemos a los Carter, una familia de ciudad prototípica del american way of life, el padre agente de policía retirado y la madre ama de casa y devota religiosa. Junto a sus tres vástagos, el marido de la hija mayor y la bebe de estos forman un grupo familiar unido, casi de bucólica estampa pero humanizados, creando un clan creíble para el espectador. Enfrente, la familia de caníbales afectados por la mutación radiactiva provocada por las pruebas nucleares llevadas a cabo en su hogar en las décadas anteriores, representantes de la peor cara de esa otra América, la denominada profunda, plagada de paletos carne de cañón de esa otra mitad del país que tiene la firme convicción de ser superiores no solo en conocimientos y estilo de vida, sino en moral y valores. Y sin embargo cuándo acabe la película seremos testigos de cómo los Carter han sido capaces de sacar lo peor de sí mismos, poniéndose al mismo nivel de crueldad y violencia de sus atacantes, mientras que de parte de la familia de asesinos veremos asomar una pequeña esperanza ejemplificada en el personaje de Rudy, curiosamente la única de los miembros del clan que no tiene nombre de origen mitológico, quien será capaz de enfrentarse a su propia familia en aras de realizar un acto de bondad absoluta. Pero además de estas dos familias hay un tercer protagonista de la cinta, y no es otro que las propias colinas en las que se desarrolla toda la trama, cuya importancia se dibuja ya en el propio título de la película y entre cuyas escarpadas veredas y riscos se desarrolla buena parte del metraje, viendo moverse tanto a personajes como a cámaras con total libertad entre un escenario tan inhóspito y complicado.  


Como buen referente del anteriormente citado estilo denominado american ghotic, la película posee un halo de crítica social evidente, incluso cierto poso de reproche de tinte político, siendo como eran los setenta una década convulsa y oscura dentro de la historia reciente de los Estados Unidos, con la guerra de guerrillas de Vietnam abriendo los telediarios y el escándalo Watergate haciendo dimitir a todo un presidente como Richard Nixon.  No es baladí que los propios Carter sean diezmados mediante técnicas de desgaste y ataques sorpresa, que nos recuerdan a la forma en que el vietcong desangró al ejército norteamericano. Otro elemento que evidencia este argumento es el hecho que la familia de caníbales sufre terribles mutaciones debido a las pruebas atómicas que el ejército llevó a cabo en las décadas de los años cuarenta y cincuenta en la zona en la que se ubica la historia, y que si bien es citada en la película y mostrados sus resultados en la familia de caníbales, se trata de una idea a la que no logró Craven sacar todo el partido que hubiera deseado, debido principalmente a razones presupuestarias, algo que solventaría dos décadas más tarde gracias al remake dirigido por Alexandre Aja. 


La violencia que impregna la película es otro de esos elementos que es imposible no mencionar, ya que ha marcado a fuego Las colinas tienen ojos en el imaginario colectivo como uno de esos títulos difíciles de digerir. Hablamos no solo de la violencia gráfica, y que Craven muestra con toda la explicitud posible, caso del momento en que el gran Bob es quemado vivo, la muerte del anciano que regenta la gasolinera o el ataque de Bestia a Plutón, sino que también subyace una violencia psicológica sobre los protagonistas y que por extensión se proyecta en el propio espectador, quien no puede quedar ajeno ante los acontecimientos de los que está siendo testigo. El momento más relevante de esta idea, y donde ambos tipos de violencia confluyen de la mejor forma es el ataque inicial a la caravana, iniciado precisamente con la muerte del personaje del padre de familia, quien es atado a un árbol y quemado vivo como forma de distracción para dividir a los miembros de la familia Carter y facilitar de esta manera el embate sobre la hija menor y el bebe, quienes se han quedado solos en la caravana familiar. Son esos momentos, con dos de los mutantes asolando la estancia, atemorizando hasta llevarla a un estado de catarsis a la joven y finalmente secuestrando al bebe tras matar a la madre y a la hija mayor, quienes regresan al percatarse de la situación, en los que más alto llega Craven en su afán por incomodar hasta el límite a quien se enfrente al visionado de la película.


Las colinas tienen ojos es un perfecto exponente de esa primera etapa de un Craven obsesionado en crear títulos que dejaran al espectador tocado, donde la violencia traspasara la pantalla y dejara malas sensaciones aún finalizada la proyección. Lo conseguiría con la dupla formada por La última casa a la izquierda y la obra que nos ocupa, siendo la punta de lanza de una carrera cinematográfica centrada en el terror y donde dejaría para el aficionado un buen puñado de títulos para el recuerdo. Puede que Las colinas tienen ojos adolezca de poco presupuesto y ciertas carencias a la hora de rodar, pero es evidente que la fuerza que posee es tal que hace que, junto a La matanza de Texas, sea una de las obras de referencia a la hora de hablar de un tipo de terror muy concreto y ubicado en una etapa igualmente determinada. Craven había convertido unas perfectas vacaciones familiares en un infierno provocado por unos seres exponentes de nuestros miedos más irracionales.

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