domingo, 24 de mayo de 2020

EL HIJO (BRIGHTBURN, 2019) 90´



El matrimonio Breyer sueña con tener un hijo. Una noche, un temblor azota su granja y un fuerte estruendo e impacto posterior les lleva hasta un bosque cercano, donde encuentran una extraña nave metálica en cuyo interior hallan un bebe de pocos días. 



Si en Superman: Hijo rojo, Mark Millar y Dave Johnson daban respuesta a la pregunta de que hubiera sucedido si en lugar de aterrizar en una humilde granja de Kansas, la nave en la que viaja Kal-El hubiera impactado en un páramo de Ucrania, en el título que nos ocupa la dupla de desconocidos guionistas Brian Gunn y Mark Gunn llevan esta premisa más allá, y nos relatan en El hijo que pasaría si Superman no fuera un ser de luz tal y como ha sido descrito a lo largo de sus más de ochenta años de existencia, mostrándonos de hecho a un personaje oscuro, letal y de intenciones nada bondadosas.


La película está dirigida con pulso firme por David Yarovesky, pero si hay un nombre propio ligado a la película, ese es el del hermano de los dos guionistas anteriormente citados, un James Gunn convertido en ídolo de masas a raíz de sus películas de Guardianes de la galaxia (actualmente se encuentra en plena pre producción de la tercera entrega), cuyo éxito entre el fandom le ha llevado hasta el punto de haberle sido encomendada la dirección de la segunda entrega de El escuadrón suicida en un inteligente intento por reflotar esta intentona de franquicia. Pero antes de convertirse en referente dentro del terreno de los blockbusters, Gunn se había fogueado como guionista y ayudante de dirección en la anárquica e irreverente productora Troma, brindándonos en 2006 la simpática La plaga, y manifestándose de esta manera como un buen director de terror en su vertiente más gamberra. Aunque Gunn  se limita en esta ocasión a producir la película, es innegable su presencia en el estupendo resultado final de una cinta que logra que su interesante premisa no se quede solamente en eso, un punto de partida a tener en cuenta, sino que acaba por reforzar un título más que recomendable tanto para los fans del terror como para los seguidores del Hombre de acero.

 

La película está protagonizada por Elizabeth Banks, precisamente vista en la anteriormente citada La plaga, actriz muy ligada a la comedia y que en esta ocasión logra componer un personaje dramático muy interesante, el de esa madre cuyo deseo por vivir la maternidad de manera plena la lleva a negar todo lo que va pasando a su alrededor, de la sospecha a la evidencia, todo en aras de ejercer de ejemplar matriarca. La secunda David Denman, el otro cincuenta por cierto del matrimonio Breyer, y quien junto a su mujer y su hijo forman una familia casi de ensueño hasta que el joven Brandon empieza a manifestar un comportamiento extraño una vez llega a la adolescencia. Es muy interesante resaltar como la pareja tomará un camino diferente toda vez comienzan a producirse extraños acontecimientos en torno a la figura de su hijo, y como dichas diferencias suponen un interesante tema a tratar en la película, llevándola un punto más allá del terror puro. Pero si hablamos del elenco de actores principales no podemos obviar el excelente trabajo del joven Jackson A. Dunn, quien pese a su corta edad demuestra unas hechuras interpretativas de una gran madurez, brindando un personaje central que pasa de la candidez inicial a no saber que está sucediendo a su alrededor para finalmente erigirse en un ser de maldad pura, y todo ello apoyado de manera principal en las miradas y gestos del joven intérprete.

Es muy acertado ver como la película se inicia con unas formas donde el homenaje al personaje de Superman de Smalville es evidente, con amplios planos que muestran en todo su esplendor esos campos de  donde ese niño venido de otro planeta se crió, y con unos guiños muy evidentes especialmente a la película de Zack Snyder El hombre de acero, incluido cierto inserto similar en la banda sonora. Pero poco a poco esa luminosidad en la historia va tornándose oscuridad, con una gradualidad totalmente acertada que provoca que el suspense de la trama vaya calando poco a poco en el espectador, hasta llegar a un acto final  que, aunque más pirotécnico y desatado, sigue conservando el mal rollo que va desgranando la película.


En cuanto a la violencia de la cinta, está se encuentra perfectamente dosificada y mostrada en el momento adecuado, previa construcción de estupendas secuencias donde el director logra mantener la tensión del momento, tal y como sucede con los ataques a los personajes de la camarera y madre de la compañera de colegio de Brandon y por la que el muchacho se siente atraído, así como el momento en que el joven ataca a su tío tras discutir con este, secuencias ambas perfectamente manejadas y en las cuales se insertan momentos visualmente grotescos como los de los cristales en el ojo de la mujer o el impacto del rostro del familiar del protagonista contra el volante de su furgoneta y sus funestas consecuencias. Si bien no se abusa del gore, si que la película sabe insertarlo en su justa medida, pero siempre teniendo su acertado peso en la escena y complementando momentos donde el suspense es el gran protagonista.

 


Una película que demuestra mimo y buen hacer incluso en detalles en apariencia tan inanes como la marca escogida por Brandon para significarse con esa doble B (de Brandon Breyer) enfrentada y que se contrapone a la conocida S de Superman, logo que inundará todos los escenarios donde el joven cometa sus atrocidades. Lo mismo sucede con ese traje escogido por nuestro villano, y que pese a su simplicidad, propia del niño que lo ha confeccionado, logra erigirse como enormemente amenazador y terrorífico. Un último detalle a remarcar es un final que se  aleja de convencionalismos y arriesga, culminando como debe hacerlo una historia como la que se nos ha ido contando hasta ese momento, y todo a pesar de que la película amenace con un último giro a la historia que eche por tierra todo el trabajo anterior, no siendo finalmente este el caso.



En resumidas cuentas, un muy interesante trabajo que toma una leyenda popular del calado de la del Superman de Joe Shuster y Jerry Siegel y lo retuerce hasta devolvernos una fabula negra donde el terror de los protagonistas ante lo que están viviendo no es nada ante el que siente el propio espectador, que, conocedor de los poderes que ese niño llegará a tener, saben de antemano cual será el final de la historia, y créanme, no es un final reconfortante ni con visos para la esperanza. Es el problema de ser un ser prácticamente indestructible, que todos dependemos del bando que este elija para combatir. Y si elige el del mal tenemos un problema y gordo.

martes, 12 de mayo de 2020

INFIERNO BAJO EL AGUA (CRAWL, 2019) 83´





Con un huracán de intensidad cinco arrasando el Estado de Florida, Haley, desoyendo las recomendaciones de seguridad de las autoridades, se dirige en busca de su padre a la casa familiar, ubicada en pleno epicentro de la tormenta. Allí le encuentra en el cenagoso entresuelo de la vivienda y gravemente herido, dándose cuenta pronto la joven que las intensas rachas de aire y las lluvias torrenciales serán el menor de sus problemas.



Infierno bajo el agua se engloba dentro de ese subgénero dentro del terror más real, y que tiene a grandes y terribles criaturas de la naturaleza, y en concreto de la naturaleza acuática, como eje central de la trama. Con Tiburón como alma mater de este cine y espejo donde todas las películas que han venido después se miran irremediablemente, el último título del galo Alexandre Aja (auspiciado entre otros en la producción por su colega Grégory Levasseur o el gran Sam Raimi), responsable de obras como Alta tensión o el remake de Las colinas tienen ojos, tiene el honor de asomar como una aportación encaminada a devolver el prestigio a este subgénero, y que títulos de serie Z como la divertida Sharknado y toda la retahíla de mega tiburones o mastodónticas criaturas marinas de evidente origen y acartonado estilo infográfico habrían llevado por el camino del cine más caricaturesco. Podemos decir que Aja consigue su objetivo, y que Infierno bajo el agua logra mantener a flote una tensión por momentos insoportable ante la angustiosa peripecia vivida por los dos y prácticamente únicos protagonistas principales, Haley y su padre, atrapados en medio de una brutal tormenta que arranca tejados e inunda calles y casas, y a la que hay que unir el encontrarse bajo el sitio de un grupo de enormes y feroces caimanes no dispuestos a dejar ninguna presa libre.



Aja, quien ya había dirigido la simpática y brutal Piranha 3D, precisamente un remake del Piraña de Joe Dante surgido a rebufo y como contestación de la serie B al mega éxito de Spielberg con su escualo, logra aprovechar todo el conocimiento adquirido en dicho rodaje para integrar en el presente título unas secuencias acuáticas filmadas con gran pulso y una claridad en la imagen y en el montaje de dichas escenas que son de lo mejor de la película a nivel visual. El director francés demuestra una vez más su gran pericia técnica y su capacidad a la hora de ubicar y mover la cámara, logrando dotar de enorme dinamismo a una historia con una limitación espacio temporal evidente, y que además se sustenta prácticamente en dos únicos intérpretes. Pero ello no se convierte en un hándicap, sino todo lo contrario, ya que el director logra introducir precisamente gracias a dichos elementos, un aire de opresión y tensión a lo largo de todo el metraje realmente notables. A esto hay que sumar lo acertado de la recreación de un subsuelo de la vivienda anegado por el barro y la suciedad, y repleto de angostos recovecos y huecos donde las tuberías y los cimientos de ladrillo pueden convertirse en trampas mortales o constituir un salvoconducto a la hora de poder escapar de las enormes fauces de los escamosos antagonistas de la dupla protagonista.



Siendo como es Aja un director sin miedo al exceso ni al uso exacerbado de los efectos más truculentos en sus películas, en esta ocasión nos encontramos a un autor más comedido. Siguiendo con la comparativa entre Infierno bajo el agua y Piranha 3D, si en el caso de la cinta de 2010 nos encontramos tras las cámaras a un enfant terrible volcado en ofrecer una oda al exceso, abuso especialmente presente en las secuencias de los ataques de las pirañas en la fiesta en los muelles, donde el gore y los efectos más salvajes y hemoglobínicos campan a sus anchas en la pantalla, potenciados además por el uso de las tres dimensiones. Sin embargo en esta ocasión se han volcado los esfuerzos por ofrecer un título sustentado en el suspense, en mantener la tensión de las secuencias, y tratando de infundir en el espectador las mismas sensaciones que las vividas por unos protagonistas heridos, agotados y aterrados. Ello no es óbice para que se muestren en pantalla varios ataques de los caimanes a personajes anecdóticos, cuyo único fin es precisamente servir de carnaza a los enormes alligators, y donde Aja deja de lado la sugestión para no dudar en mostrar dichos ataques con todo lujo de detalles, siendo este un elemento que si bien no molesta ni resulta fuera de lugar, tampoco aporta nada nuevo a una película que, como ya apuntábamos, es principalmente un ejercicio de suspense. Si que podemos sin embargo echar en cara la capacidad de supervivencia de los protagonistas a las embestidas de unas criaturas de las que se ha dejado constancia de su poder destructivo, y que sin embargo cada vez que atrapan entre sus fauces a uno de los dos personajes principales, son incapaces de acabar su cometido. Es evidente que ambos han de ir sobreviviendo para dotar de contenido a la película, pero el hecho de, en pos de tratar de mantener la atención del espectador, dotar a ambos personajes centrales de esa capacidad de casi invulnerabilidad, provoca el mayor punto de desconexión de la trama.





Y respecto a estos dos protagonistas principales, hay que destacar la interpretación, principalmente física, de Kaya Scodelario (vista en la saga de El corredor del Laberinto y en la quinta entrega de Piratas del Caribe) y Barry Pepper (Salvar al soldado Ryan, La milla verde, Banderas de nuestros padres o Valor de ley), entregados al cien por cien a unos personajes que pasan todo el metraje empapados en agua, cubiertos de lodo y recibiendo golpes por doquier. Pero asimismo esta pareja de padre e hija resultan igual de creíbles y convincentes en dicho rol y en su difícil situación personal sustentada por un divorcio traumático y una relación paterno filial lastrada por la excesiva exigencia del primero hacía la segunda en lo que respecta a su actividad deportiva, la natación, y que resultara un elemento principal a la hora de introducir las secuencias más significativas de la película. Y además se agradece como Aja es capaz de dibujar la relación y situación de ambos protagonistas en apenas un flashback y una secuencia de interacción entre ambos, más que suficiente sin embargo para que los personajes resulten creíbles y convincentes.





A lo largo del tiempo no han sido pocas las películas de género donde la presencia de caimanes o cocodrilos constituía el eje central del terror (caso de Trampa mortal, La bestia bajo el asfalto o Mandíbulas), proliferando en los últimos años los títulos de serie Z que, gracias al abaratamiento de los efectos visuales más protésicos, copaban los estantes de los videoclubs o el catálogo de películas de productoras como Asylum y similares. Infierno bajo el agua rescata a este tipo de películas de la mediocridad y la eleva varios enteros, ofreciendo un título de impecable factura técnica, un manejo de las secuencias realmente notable (ello a pesar que en el último tramo la incredulidad y el más difícil todavía tome forma ante escenas como la del cuarto de baño), y con unos intérpretes convincentes y que logran conectar con el espectador. Es de esta forma como, camuflada bajo la apariencia de un título de serie B, nos encontramos un más que acertado ejercicio de puro cine de suspense donde el terror lo ponen unas criaturas ancladas en nuestro acervo colectivo como amenazas latentes, algo a lo que ha ayudado su tendencia a seguir perpetuando su imagen de letalidad en constantes ataques a despistados seres humanos. Y es que las estadísticas nos dicen que es más fácil ser atacado por un cocodrilo gigante que por un demonio venido del averno.

lunes, 4 de mayo de 2020

MIEDOS 3D (THE HOLE, 2009) 92´



Dane y Lucas son dos hermanos que acaban de mudarse junto a su madre a una tranquila localidad para empezar una nueva vida. En el sótano de su nueva casa y de manera fortuita descubren, junto a su nueva vecina, una trampilla cerrada con seis candados. Una vez logran abrirla dan con un oscuro agujero en el suelo que parece no tener fin, abriendo sin ser conscientes la puerta a sus mayores temores.





Un título muy apropiado para que los más jóvenes puedan disfrutar del género de terror, ya que la propia historia y su evolución, así como la forma en que esta ha sido plasmada en pantalla, convierten a Miedos en un título muy recomendable como iniciático dentro de un género que por la propia temática que trata, así como por el hecho de ampararse de manera casi obligada en la violencia o escabrosidad, lo convierte en prácticamente un tabú para los más jóvenes. No sucede lo mismo con esta propuesta, heredera de alguna manera de la serie de libros de R.L Stines Pesadillas, reconvertida en serie de televisión y con adaptación cinematográfica protagonizada por Jack Black incluida. Este tratamiento edulcorado del terror puede llevar al equívoco de pensar que el presente título fracasa como ejercicio dentro de este género, algo que sucederá si es que nos dejamos llevar por el error de acercarnos a ella desde nuestra condición de adultos y no lo hacemos teniendo en cuenta el target principal al que está destinado la película, un público que está dejando atrás la infancia y adentrándose en la adolescencia y la madurez, lo que no es impedimento para que quienes no estamos comprendidos en esta franja de edad no podamos disfrutar de este retorno de Joe Dante al cine tras seis años de parón.





La historia ha sido guionizada por Mark L. Smith, autor igualmente de los guiones de Habitación sin salida y su secuela, el remake de Martyrs o la galardonada El renacido. Este autor deja patente su amor por el género de terror volcado en un libreto que homenajea a este pero de una manera muy controlada, sin ir a lo fácil que sería introducir grandes y evidentes guiños, aunque sí que estos están introducidos más de soslayo, sin que Miedos se convierta en un constante ir y venir de referentes del género, no siendo ese su objetivo principal, sino el devolver a este una carta de amor especialmente pensando en ese niño fan del miedo que algunos hemos sido alguna vez. El director de la película no es otro que Joe Dante,  todo un referente del cine fantástico y de terror, introduciendo no obstante en su cine siempre un tono de desenfado y hasta de ciertos ribetes de humor, y nunca obviando el amor del director por el cine de ciencia ficción de los años cincuenta, al que homenajea de manera constante en su filmografía, ideas estas que quedan perfectamente atestiguadas si hacemos un repaso por su carrera, donde destacan títulos como Piraña, Aullidos, Gremlins, En los límites de la realidad, Exploradores, El chip prodigioso, No mataras al vecino, Pequeños guerreros o Matinee, lo que nos da una idea de porque en la década de los ochenta Dante era considerado el Steven Spielberg (con quien por cierto colaboraría en varias películas) de la serie B. Este director, además de tener un gran conocimiento a la hora de filmar películas con una historia como la que presenta Miedos, donde se mezclan fantasía y realidad con unos tonos lúgubres pero que no llegan a adentrarse en el género de terror más puro, es un especialista a la hora de trabajar en películas protagonizadas por niños y jóvenes, como demostrara en varios de los títulos enumerados anteriormente. Esta doble experiencia le convertía en el director idóneo para llevar a buen puerto un proyecto como el de presente. 





Y es que como ya se apuntaba en la sinopsis inicial, los grandes protagonistas de la película son dos adolescentes y un niño, personajes con los que el espectador logra conectar inmediatamente sin que lleguen a resultar cargantes, soporíferos o directamente no te los creas, algo que suele no ser extraño en películas en las que el protagonismo recae en actores tan jóvenes, y que bien puede ser debido a una mala escritura del propio personaje o por una interpretación donde la inexperiencia lleva al exceso por parte del intérprete sin que el director llegue a controlar esta situación. No es este el caso y tanto Chris Massoglia, Nathan Gamble como Haley Bennet resultan atinados en sus papeles, con un simpático desenfado que hace no les pase factura el cargar con todo el peso de la trama central, encontrándonos a un trío de niños monos pero que además resultan simpáticos y hasta por momentos carismáticos. Frente a estos actores tan jóvenes nos encontramos con Teri Polo, conocida sobre todo por co protagonizar junto a Ben Stiller la saga iniciada con Los padres de ella, y que ejerce el rol de madre de la pareja de niños protagonistas. Un veterano Bruce Dern, quien ya había trabajado con el director en la divertida No matarás al vecino, compone un interesante papel al que si se le puede achacar que se le podía haber sacado algo más de partido. Y como no puede ser de otra manera en una película dirigida por Dante, no falta el consabido cameo de Dick Miller, actor fetiche de este a lo largo de toda su filmografía y que de alguna manera ejerce de alter ego del director.



La película se inicia con un aire familiar, que nos retrotrae indefectiblemente a plenos años ochenta, con una familia mono parental y a la que persiguen fantasmas del pasado trasladándose a una nueva ciudad, a una nueva vida, y llegando a un barrio de casas unifamiliares y agradables vecinos de jardín, inicio muy habitual en las cintas de dicha década, y puesto de moda por ser uno de los tratamientos habituales utilizados por Spielberg en su cine (todos recordamos ET o Poltergeist). Y es que el espíritu de la película es eminentemente ochentero, con ese aire de inocencia que dibuja unos personajes simples pero efectivos. Esto hace que la cinta se deje de divagaciones y vaya directo a la trama central, desgranando el misterio del agujero que da título a la película en su versión original de una forma que te atrapa ante los acontecimientos que se van narrando, a la par que engancha por su dinamismo en el montaje, a pesar de que podamos atisbar ciertos agujeros en la trama fácilmente perdonables.





Si bien en el trasfondo Miedos es cien por cien hija de los ochenta en cuánto a personajes, historia y desarrollo de la misma, no podemos decir lo mismo de sus formas visuales, algo que queda claro con ese primer movimiento de cámara según se acerca al automóvil de la familia protagonista cuando llegan a su nueva residencia. Los tiempos han cambiado y eso se nota en la forma de rodar y en un tono en la fotografía, estupenda por otra parte, más oscuro y que sin embargo nos permite disfrutar de todo lo que acontece frente a la cámara, obviando ese recurso tan propio del terror actual como es el de oscurecer tanto la secuencia que acabamos por perdernos muchos de los detalles. Y obviamente su filmación mediante el uso de cámaras 3D es lo que más la aleja de la forma de rodar hace treinta años y la ubica técnicamente en un momento más actual. Lo bueno es que la forma en que es utilizado el 3D posibilita que quien quiera disfrutar de este recurso a la hora de ver la película pueda regocijarse en cómo se utiliza para aumentar la profundidad de campo o potenciar el efecto del onírico escenario utilizado en el último acto, aunque no pueda evitar integrar planos evidentes de personajes lanzando objetos a cámara. Pero quien, como es el caso, no necesite o no quiera estar sometido al visionado en el formato creado por James Cameron para Avatar, no tiene por otra parte la sensación de estar delante de una película creada ex profeso para la explotación de este recurso.



Y llega el momento de valorar Miedos en su conjunto. Quien abogue porque se trata de una película de terror que no da terror ha de abandonar el prejuicio de compararla con el cine de este género creado y filmado para adultos, especialmente en la vertiente más gore y explícita del mismo. Es una película para niños y jóvenes, con lo que la manera en que ha de manejarse el miedo en las secuencias ha de tener este hecho en cuenta, forzando pero sin llegar al límite. Y sin embargo sí que se logran buenos momentos en lo que se refiere al manejo del suspense y el miedo, como el instante en que el pequeño Lucas se enfrenta en el sótano con un atroz bufón de porcelana o la primera aparición en los lavabos de la cafetería de la niña fantasma. Es cierto que en su desenlace la historia tira de lo fácil y utiliza un recurso sencillo para solucionar el entuerto creado, pero por otra parte es algo evidente tratándose como decíamos de una película para niños, algo que pueda parecer no es así por la nefasta y errónea calificación moral otorgada a la película en nuestro país. Es por ello que es importante saber qué es lo que vamos a ver, y en el caso de Miedos es una buena excusa para iniciar a los más jóvenes en un género poco dado a presentar películas como Miedos, donde se les tenga en cuenta como público potencial. La sangre y el terror al límite es para otro momento, ahora toca un terror más light y desenfadado.