sábado, 30 de enero de 2021

LA NOCHE DE LOS DEMONIOS 2 (NIGHT OF THE DEMONS 2, 1994) 96´

 

Un grupo de alumnos de un colegio católico, en lugar de acudir a la fiesta de Halloween de su escuela, se escapan a Hull House para festejar su propia noche de difuntos, haciendo caso omiso a las leyendas que circulan sobre el lugar y lo sitúan como un referente de fenómenos misteriosos.

Una secuela que hace los deberes y recupera toda la esencia de la película estrenada seis años atrás, reformulando de alguna manera las ideas vistas en el título de Kevin Tenney y adaptándolos a esos mediados de los noventa en los que se estrenó la cinta en el circuito del alquiler de videoclub, constituyendo una nueva obra de culto dentro del cine de terror de serie B noventero, y que nada tiene que envidiar a la película iniciática de la saga, formando de hecho junto a la misma un díptico muy recomendable para una sesión de cine golfo entre amigos.

Si la primera entrega la dirigía un habitual dentro del circuito de serie B, lo mismo sucede con una secuela cuyo máximo responsable es Brian Trenchard-Smith, uno de esos directores todoterreno y experto en rodajes rápidos y de bajo presupuesto. Dentro del género de terror, además de por esta secuela, es conocido por ser responsable de varias de las continuaciones de la longeva saga Leprechaun, en concreto de la tercera y cuarta entregas. Pero por encima de todo, este director de origen australiano es conocido por haber dirigido en 1983 Los bicivoladores, un título de culto no solo por dar todo el protagonismo a las míticas bicicletas BMX, sino por suponer el debut como actriz de una pecosa y pelirroja Nicole Kidman. Trenchard-Smith ofrece en esta segunda parte de La noche de los demonios  un título que sigue los postulados estéticos y narrativos ya marcados en la primera película, con la incorporación de recursos visuales y especialmente estéticos propios de la nueva década, con los consabidos cambios en la forma de vestir, peinarse y maquillarse de los protagonistas, nuevamente un grupo de incautos jóvenes que volverá a sufrir las consecuencias de sus descerebradas acciones.

La película se inicia con un prologo que deja claras las intenciones de la película, conjugar la comedia negra con el cine de terror más visceral y menos sutil, y con el gore como una de las marcas de agua presentes en el propio celuloide. Así, durante su primer acto la película prácticamente se presenta como una comedia juvenil al uso, con exceso de desnudos, tramas simples de tonteos entre chicos y chicas y un colegio católico como forma de contraponer la libidinosa y desinhibida actitud de los protagonistas con la recatada normativa del centro educativo donde tiene lugar la acción. Una vez la película se adentra en la trama más terrorífica, aunque siempre sin perder de vista el tono gamberro y desinhibido, vuelve a jugar a lo ya visto seis años atrás, poseer a los diferentes protagonistas, quienes de uno en uno y en riguroso orden de peso protagónico, van cayendo en las garras de una Angela convertida ya en la protagonista absoluta, la reina de la fiesta, presente ya  de manera  consciente la idea de presentarla como uno de esos íconos del terror con Freddy Krueguer, Jason Voorhes o Michael Myers como referentes principales pero no únicos, siendo lo más destacable en este aspecto lo valiente de otorgar dicho rol a un personaje femenino en un mundo de psicokillers eminentemente masculinos. Es por ello que se acentúa su estética de novia gótica, se perfecciona su demoniaco maquillaje y se le da mayor peso con frases con las que poder lucirse en esa mezcolanza entre terror y humor.

Esta segunda entrega juega a los homenajes respecto a la película estrenada varios años atrás, y nuevamente un baile del personaje de Angela sirve como punto de inicio y catalizador de toda una vorágine de muertes y posesiones, caracterizadas frente al uso de protésicos y efectos físicos de la película de 1988, por unos repulsivos efectos plagados de mezclas de fluidos, sangre y babas, contando nuevamente con un destacado equipo dentro del apartado de maquillajes y efectos visuales, incluyendo en la escena de cierre un momento de arcaica infografía digital que nos recuerda estamos casi a mediados de los noventa. La película volvería a contar con Steve Johnson como uno de los máximos responsables en el área de efectos de la película, manteniendo la estética en los endemoniados y doblando la jugada respecto a la primera entrega con criaturas decapitadas, unos pechos mutados repentinamente en garras o una Angela transmutada en enorme serpiente demoniaca como enemigo final, y cuyo maquillaje recuerda a la iconografía de los vampiros que un par de años más tarde protagonizarían Abierto hasta el amanecer. Destacar la secuencia en la que Angela está presente mediante la utilización de su sombra, copiando de alguna manera los postulados utilizados en el Nosferatu de Murnau y recuperados en el Drácula de Coppola. Igualmente la película recupera la barra de labios como elemento icónico que vuelve a ser usado de la forma más sexual y lasciva posible, y que incluso sirve como guiño final de la película. Pero igual que mantiene algunos de los referentes más exitosos de la primera parte, rompe las reglas permitiendo salir a los demonios del recinto de la casa de Hull House donde por el contrario se desarrollaron en exclusiva  los acontecimientos narrados en la película estrenada en 1988. En este caso los sucesos tienen lugar tanto en la propia funeraria como en el colegio católico donde estudian los alumnos protagonistas. Además trata de hacer avanzar la trama incluyendo como uno de los personajes centrales a la hermana pequeña de Angela, lo que propicia dotar de continuidad a la historia además de permitir implementar una nueva subtrama en el argumento, mínimo por otra parte como suele ser habitual en este tipo de películas.

La película vuelve a contar con un grupo de absolutos desconocidos como incauta carne de cañón de cara a que los demonios puedan llevar a cabo sus desmanes. Eso sí, se cumple con el canon de belleza para con los intérpretes principales, ellas preciosas y esbeltas y ellos guapetes y fornidos, quienes al menos no ofrecen interpretaciones desastrosas y salen airosos, unos más que otros, ofreciendo lo que se espera de ellos en un título de esta características. Y es que es Amelia Kinkade, en la que se nota el paso de los seis años transcurridos entre película y película, quien ejerce como reclamo principal, convertida esta vez ya de manera consciente en la auténtica alma mater de la saga.

Una muy estimable secuela que se sacude todo atisbo de seriedad de un plumazo y hace el juego a quienes disfrutaron del sinsentido argumental de la primera parte, manteniendo de manera equilibrada la mezcla de horror y humor que han hecho de esta película uno de los títulos noventeros del terror de bajo presupuesto más reconocibles por los aficionados al género. Unos demonios con un tétrico sentido del humor, monjas entrenadas en la nobles artes del combate cuerpo a cuerpo, estudiantes con dotes para la magia, agua bendita como arma principal para combatir al enemigo y unos protagonistas con tendencia a hacer lo contrario a lo coherente. Un ejercicio de puro splatter cuyo tono de constante jocosidad lo convierte en el título perfecto para una entretenida tarde de terror sin la amalgama de mal rollo de otros títulos igualmente potentes en lo visual pero con un trasfondo más perturbador.  

jueves, 14 de enero de 2021

LA NOCHE DE LOS DEMONIOS (NIGHT OF THE DEMONS, 1988) 87´

 

Es la noche de Halloween y un grupo de jóvenes decide montarse su fiesta particular en el viejo caserón de Hull House, una antigua funeraria con un oscuro y trágico pasado. La rotura de un espejo de pie desencadenará la liberación entre los presentes de una maldad que irá poseyendo a los asistentes en un ritual de muerte y terror.


Un título que, a pesar de sus limitaciones, que ubican la película en una serie B desacomplejada, y de tratarse de un remedo de ideas ya vistas en películas anteriores, ha logrado crear su propia cohorte de seguidores, generando una saga a la que seguirían dos secuelas ya en la década de los noventa  y un remake dos décadas más tarde de su estreno, convirtiéndose, por derecho propio, todo hay que decirlo, en una obra de cierto culto dentro de los fans más fervientes del género de terror más ochentero y desenfadado.

Kevin Tenney, su director, lograría con esta, su segunda película, su trabajo más redondo en una discreta filmografía de la que caben rescatar simpáticas, aunque poco acertadas, aportaciones al terror de segunda como Witchboard (juego diabólico), Witchtrap, e incluso cabe rescatar la mucho más fallida La venganza de Pinocho, en este caso por tratarse de uno de esos títulos ejemplificantes a la hora de hablar de malas películas de terror. En esta ocasión ofrece sin embargo un trabajo detrás de las cámaras que, aunque no sea brillante, y en notas generales se manifieste como rutinario, si muestra pinceladas de originalidad y ganas a la hora de dotar a la película de una estética particular, además de una elaborada planificación en determinados planos y secuencias, lo que denota cierto mimo a la hora de filmar y montar la película, tal y como abordaremos más adelante.

Como bien indicábamos al comienzo, la trama no puede ser más simple, además de mal desarrollada, ya que presenta una excusa argumental de la que ni siquiera se trata de crear cierta mitología, lo que sucede, sucede porque sí, las reglas del juego van implementándose a medida que las escenas así lo precisan, y se echa en falta un armazón más elaborado que justifique el punto fuerte de la película y por lo que todo el mundo se acerca a La noche de los demonios, un Halloween desquiciado de muertes, demonios y huidas a ninguna parte en una casa de la que no se puede salir. En este sentido el guion hace un totum revolutum tomando prestadas ideas de películas míticas dentro del género. Así, de La noche de los muertos vivientes, toma la idea central de ubicar a los protagonistas en un recinto cerrado del que no pueden salir, aunque en esta ocasión mueva de lugar la amenaza que los acorrala, ya que en este caso no se encuentra fuera de la mansión, sino en el propio interior. De Posesión infernal, debut en la dirección de Sam Raimi, se apropia de ese submundo de demonios que van poseyendo uno a uno a los participantes de la fiesta, con algún conato de movimiento loco de cámara incluido, aunque en este caso también se ve un atisbo del Demons de Lamberto Bava, especialmente en la idea de los maquillajes de los endemoniados, por cierto, mejorados y mucho en el título presente.

Como apuntábamos con anterioridad, pese a tratarse de un título de serie B de terror ochentero, cuyo éxito principal vendría de su alquiler en los videoclubs de la época, la película presenta un envoltorio que demuestra cariño en el trabajo de los principales implicados en la filmación. Ya esa apertura con unos títulos de crédito enmarcados en una simpática animación acomoda al espectador de cara a disfrutar de un título de terror que presientes dejará un buen sabor de boca, no siendo errónea esa sensación. Y vale que el desarrollo de la historia no plantea grandes alardes ni inventa nada nuevo dentro del imaginario del género, pero una vez entra en acción hay que destacar momentos como los del espejo fragmentado, y como la cámara capta la imagen de los diferentes protagonistas reflejadas en el vidrio quebrado, todo un alarde visual merecedor de ser destacado. También se atreve con el uso de la cámara subjetiva, convirtiéndola en cierto momento en uno de los personajes, aunque lejos, muy lejos, de los resultados obtenidos por John Carpenter en el prólogo de su Halloween. La forma en que captura los movimientos de una Ángela mutada en perverso demonio, cuasi flotando en sus desplazamientos, o un par de planos filmados con grúa son otros ejemplos de una película que, dentro de sus limitaciones técnicas y de presupuesto, se esforzó por crear un producto con cierta potencia, al menos en lo visual.

Otro de los puntos fuertes de la película y que la dota además de un visionado que mantiene intacto el interés, más de treinta años después de su estreno, son sus conseguidos efectos de maquillaje, mostrando unos endemoniados que, basándose en una estética feista caracterizada por cierta deformidad del rostro poseído, una afilada hilera de dientes o una mirada terrorífica que bebe del modelo creado en la película italiana estrenada tres años atrás Demons, mejora y mucho los brutos aunque efectistas maquillajes de Sergio Stivaletti. Sorprende tal derroche de creatividad y talento, máxime tratándose de un título con un presupuesto tan ajustado, debiendo pintar y mucho en este resultado el diseñador y creador de maquillajes Steve Johnson, quien ha paseado su talento en películas como Un hombre lobo americano en Londres, Golpe en la pequeña China, Pesadilla en Elm Street 4 o Mortal zombie. Un buen ejemplo de la capacidad de los creadores de efectos mecánicos, protésicos y de maquillaje es el momento en que a uno de los jóvenes  le es amputado uno de los brazos, el cual adquiere vida propia. Pero lo más relevante de esta secuencia es el momento en que muestran al personaje atacado sin su extremidad, teniendo el coraje además de que el personaje aparezca sin camiseta, dejando claro lo conseguido del efecto. Pero hablando de efectos no podemos dejar de citar el  momento del pintalabios introducido en el pezón de una de las poseídas, una secuencia que se convertiría en una marca de la casa dentro de la saga, siendo repetida en el consabido remake, y donde el efecto es tan bueno que no deja lugar a que percibamos el truco.

¿Quiere todo esto decir que La noche de los demonios sea una película de terror relevante dentro del género? No, está lejos de ser referencial, y si bien guarda elementos interesantes como los anteriormente citados, y que la convierten por derecho propio en todo una cinta de culto dentro del terror de segunda y en una estupenda opción para ver con amigos, soportando sin problema revisiones posteriores, presenta una trama poco cuidada o ciertos elementos simpáticamente sonrojantes que nos recuerdan estamos viendo pura serie B. Valgan como ejemplo el momento en el que descubrimos sin demasiado esfuerzo al especialista haciendo las veces del personaje de Judy en la escena en la que la protagonista cuelga de una cornisa, o esa forma en que este mismo personaje logra finalmente huir de sus perseguidores a través de una muralla de altura considerable. Sin embargo ese tono de humor que destila la película juega nuevamente a su favor, construyendo un trasfondo de humor negro y buen rollo que ayuda al resultado final de la película, como bien queda constatado en ese loco epílogo que nada tiene que ver con la trama central de la película pero que retoma una idea que el director había presentado al comienzo de la película y que parecía quedaría ahí.

En cuanto al elenco de intérpretes de La noche de los demonios, poco espacio para la sorpresa, y aunque se trate de un grupo de actores de perfil bajo, algo habitual en este tipo de películas, hay varios nombres femeninos que es inevitable rescatar de entre el grupo de jóvenes acorralados por las horda de demonios que moran en Hull house. Amelia Kinkade da vida a Ángela, uno de los personajes más relevantes y de hecho, aunque en un principio no iba a tratarse de un personaje con esta pretensión, acabaría convertida en referente de la saga por la fuerza de su presencia en pantalla, caracterizada por ese vestido de novia de color negro. Kinkade, de quien cabe destacar su faceta como bailarina, tal y como deja patente en una de las secuencias más extrañas y a la vez más características de la película, de hecho convertida también en una constante de la franquicia, apenas tuvo una filmografía relevante, convirtiéndose eso sí, en protagonistas de las tres películas de la saga inicial. Lo más curioso de esta actriz ya retirada del mundo de la interpretación es su nueva profesión como psíquica de animales, llegando incluso a ejercer su nueva labor para la mismísima Casa Real Británica. Los fans del terror sin embargo tendrán sus miras puestas en una de las actrices fetiches del género de la década de los ochenta convertida en toda una institución dentro del terror, la rubia Linnea Quigley, encargada de, como venía siendo habitual en las películas en las que participaba, lucir palmito a la vez que coqueteaba con el cetro de scream queen del momento. Y es que Quigley ha aparecido en películas tan importantes en esa década como Trampa para turistas, El día de la graduación, Noche de paz, noche de muerte o El regreso de los muertos vivientes. El otro gran personaje femenino de la película, y en este caso, encargada de ejercer el rol de heroína de la historia es la joven Cathy Podewell, quien participaría en varias series de televisión, siendo su papel más relevante el que desempeñaría en la eterna Dallas.

Así, La noche de los demonios se expone como un perfecto exponente del género de terror ochentero, centrado en un potente gore posible gracias a la evolución en aquellos años de los efectos de maquillaje, unos personajes planos cuya única función es la de morir de la forma más gráfica posible, abundancia de desnudos femeninos trasladando esa constante desde la comedia gamberra iniciada con clásicos como Desmadre a la americana, Los incorregibles albóndigas o Porkys, y una caratula capaz de venderte la película mejor que la mejor de las críticas. Una fiesta de muerte que tuvo tanto éxito que provocaría volver al lugar en posteriores festividades de Halloween, aún sabiendo a que nos exponíamos. Demonios, gore y mucha sangre.

sábado, 9 de enero de 2021

LA MOMIA (THE MUMMY, 2017) 111´

 

De manera simultánea y en dos países tan alejados geográficamente como son Inglaterra e Irak, se descubren sendos enterramientos subterráneos, el primero de ellos de unos caballeros templarios y con una antigüedad de unos novecientos años, mientras que el segundo es de origen egipcio, habiendo tenido lugar miles de años atrás.

Una película con la que Universal pretendía iniciar una emulación de lo que Marvel había conseguido trasladando su universo desde los comics a la gran pantalla, creando esta vez un microcosmos particular de películas interrelacionadas entre sí y alimentado por las diferentes criaturas del cine de terror iconos de  la productora desde que en las décadas de los treinta y cuarenta viviera años de esplendor dentro del género con sus versiones de Drácula, Frankestein, el hombre lobo, el hombre invisible, el fantasma de la ópera o, entre otros más, la criatura que nos ocupa y que inauguraba este ciclo de películas, la momia. De hecho, ya se intentó algo similar con el estreno en 2014 de Drácula, la leyenda jamás contada, cuyo fracaso en taquilla defenestró la propuesta, sucediendo algo parecido en esta ocasión, ya que  a pesar de costar ciento veinticinco millones y recaudar más de cuatrocientos, la película no fue el éxito que se auguraba, dejando en el limbo esta idea de resurrección de los mitos del terror de la Universal en una serie de títulos intercomunicados entre sí.

El guion de la película fue escrito por David Koepp, reputado guionista y autor de los libretos de películas como Parque jurásico, Atrapado por su pasado, Misión imposible, La habitación del pánico o Spider-man, cuyo tratamiento inicial sería posteriormente revisado, pulido y modificado con nuevos nombres como los de Christopher McQuarrie, guionista habitual de las últimas películas de Tom Cruise (Valkiria, Jack Reacher, Al filo del mañana, Top Gun: Maverick o varias de las entregas de Misión imposible) o Dylan Kussman, actor sin apenas experiencia en el campo de la escritura de guiones. El hecho de sumar tanto nombre en el guion de la película (a los tres ya citados habría que añadir a Jenny Lumet, Jon Spaihts o al propio director, Alex Kurtzman), ya predice cierto maremagno narrativo que es patente durante el visionado de la película, con muchas ideas en pantalla que no se desarrollan del todo (posiblemente porque la película quería ir sembrando “huevos de pascua” que desarrollar en posteriores títulos que posiblemente nunca llegarán) o mostrando un desenlace que es directamente decepcionante. Alex Kurtzman, director de la película y muy ligado al mundo de la televisión tras su participación en series como Xena, Alias, Fringe, Sleepy Hollow, Hawai 5.0 o varias de las franquicias televisivas de Stark Trek, realiza un competente trabajo detrás de las cámaras sabiendo lidiar con una súper producción como la presente, destacando especialmente su trabajo (con las evidentes colaboraciones de los directores de segunda e incluso tercera unidad) durante las numerosas y espectaculares secuencias de acción, como el tiroteo inicial o la imponente escena en el interior del avión de carga militar atacado por una bandada de cuervos.

La película presenta una factura técnica y visual espectacular, con unos efectos especiales por lo general espectaculares y con grandiosos escenarios y decorados, como la tumba-cárcel en la que se encuentra enterrada Ahmanet o el sepulcro de los cruzados, con un atinado diseño de producción que juega con la sombras y el claroscuro de una película que, aunque coquetea con el terror, está más cercana a los postulados del cine de acción y aventuras que en su día ya delimitara Stephen Sommers con su particular y acertadísima revisión del mito de la momia estrenada en 1999. Y es que, la película, como ya hiciera la cinta de Sommers, deja de lado el mítico título dirigida por Karl Freund en 1932, para, en base a la anécdota argumental de un sacerdote egipcio sometido a una maldición y su regreso en búsqueda de venganza, delimitar su propia historia. Y en el caso que nos ocupa inclusive se ha cambiado el personaje sometido al proceso de momificación y resucitado accidentalmente con funestas consecuencias, siendo en esta ocasión la propia hija del faraón, creando además una nueva trama para justificar la maldición a la que esta es sometida. El prólogo donde se narra este flashback es uno de los momentos reseñables de la película, convertida con posterioridad en una grandilocuente epopeya de acción imposible con un trasfondo de historia de terror.

La película está protagonizada por un Tom Cruise en busca de un nuevo taquillazo que le dé un impulso en su status como actor a tener en cuenta, ya que a excepción de sus incursiones en la franquicia Misión imposible, sus últimos estrenos no habían logrado el éxito esperado, cosa que sucedió igualmente con el título que nos ocupa. La presencia de Cruise tiene sus pros y sus contras, ya que si bien el actor sigue manteniendo buena parte de su carisma en pantalla (con un tono de sarcasmo similar al que Brendan Fraser infundiera en su Rick O´Connell), a lo que se une el plus de disfrutar del intérprete viendo realizar el mismo prácticamente todas las secuencias de acción y riesgo, su presencia en la película provoca que toda gire en torno a su personaje, llevándonos incluso al momento más ridículo de la cinta cuándo vemos al actor, de cincuenta y cinco años en el momento de filmar la película, interpretar a un personaje de mucha menos edad sobre el papel, teniendo su partenaire femenina veinte años menos y llegando a decirse en una línea de guion que es mucho más joven que el personaje al que da vida un Russell Crowe, de hecho dos años menor que el intérprete de Nacido el 4 de Julio. La omnipresencia y el peso en la trama de Cruise desluce y mucho al resto de personajes, como la ya citada Annabelle Wallis (vista en Annabelle y su primera  secuela), quien compone un personaje con potencial, lejos de ser la chica de… y que además de aportar la vertiente intelectual de la historia demuestra estar a la altura en las secuencias más adrenalíticas. Russell Crowe, en un desaprovechado rol cuya intención sería la de, posiblemente explotarlo más y mejor en películas posteriores, es el tercero en discordia, ofreciendo otro de los momentos más flojos y vergonzantes de la película cuándo se descubre a que otro personaje de la mitología de películas de terror clásico de la Universal da vida. Pero el mejor personaje, e igualmente al que no se le saca todo el partido por el insultante peso de la interpretación de Cruise en la trama, sería el interpretado por la actriz nacida en Algeria Sofia Boutella, quien interpreta a la villana Ahmanet, cuya presencia física, estética, y por supuesto, la propia esencia del personaje, con esa atinada mezcla de erotismo y maldad pura, es lo mejor de la película. Por último citar, por aquello del orgullo patrio la intervención del actor Javier Botet (la niña Medeiros de Rec, el fantasma de La cumbre escarlata, la criatura de la segunda entrega de Expediente Warren, el xenomorfo de Alien: covenat o Hobo en It), quien aprovecha su particular fisonomía para dar vida al mismísimo Dios de la muerte Set.

Aunque como hemos apuntado La momia se abona a la moda de los blockbusters de acción, campo en el que resulta un entretenimiento más que digno, cabe recoger y reseñar los apuntes que la acercan al género de terror, además de la propia presencia de la momia resucitada. Y es que los momentos en que aspira la vida de sus víctimas y posibilita la posterior conversión de estas en unos émulos de zombies esclavos, nos devuelve una estética que, amparada en los efectos infográficos en lugar de en trucajes mecánicos y animatrónicos, nos recuerda a las criaturas vampirizadas y convertidas en muertos vivientes vistas en el título de culto dirigida en 1985 por Tobe Hooper Lifeforce, fuerza vital. Algo parecido sucede con esos caballeros templarios vueltos a la vida, donde vemos homenajeados, posiblemente de manera involuntaria, a los fantasmas inspirados en El monte de las ánimas de Bécquer mitificados en la saga de películas de Armando Osorio iniciada con La noche del terror ciego. Y puestos a ver homenajes y guiños a otros títulos no puede faltar el más obvio, el que concede a la anterior revisión del mito cinematográfico de la momia, con esa criatura nacida de una tormenta de arena que parece devorar todo a su paso.

Y es que una vez vista la película se permite poder responder a las siguientes cuestiones. ¿Es La momia un blockbuster recomendado? Si, ya que cumple los requisitos principales de un tipo de cine que busca el entretenimiento inane como una de sus marcas de la casa. ¿Es un correcto remake de la película de Freund protagonizada por Boris Karloff? No, pero ni siquiera busca homenajear un título que sabe, en la mayoría de los casos, los espectadores incluso desconocerán, es por ello que pone las miras del homenaje en la película estrenada veinte años atrás y protagonizada por Brendan Fraser y Rachel Weinsz, ya que es en ese título donde se miraran los nostálgicos que acudan a las salas de cine para ver una nueva película sobre la momia. ¿Es un buen comienzo para tratar de crear una franquicia de películas sobre los monstruos clásicos de la Universal? En este caso la película no cumple con las expectativas, precisamente por tratar de presentar muchas ideas en una sola película, y es que recordemos que en el caso de Marvel, espejo en el que la productora se miraba a través de la recién creada marca  Dark universo, se tardó doce años en estrenar el título que unificaba todo lo visto en un compendio de cerca de una veintena de títulos. En este caso ha faltado paciencia y un plan trazado, ya que la película ni siquiera ha sido un fiasco en taquilla, pero no haber generado lo esperado ha bastado para que no haya segunda oportunidad. Y recordemos que Marvel ha triunfado en parte por aceptar y no dejarse arrastrar por sus títulos menos logrados y exitosos. Ojala Universal vuelva a la carga con una mejor idea que unifique su universo de monstruos clásicos, pero posiblemente nos sea consciente de su principal problema. El género de terror es harto complicado se convierta en cine de masas, nunca lo ha sido excepto unas pocas excepciones. Y es que Guerra Mundial Z ya nos había enseñado que pueden hacerse buenas películas taquilleras con un trasfondo de terror, pero también nos había demostrado que era un terreno plagado de problemas y contratiempos por la propia esencia de este tipo de cine, su público destinatario, a todas luces sin la capacidad de generar un fenómeno de masas como el provocado por el cine de súper héroes, y el añadido de una calificación por edades que reduce aún más las posibilidades en taquilla de este tipo de películas. Aunque sería bonito ver lo que Universal lleva años intentando hacer realidad, y no que le suceda como a la momia protagonista, sea condenada al mayor de los olvidos.

viernes, 18 de diciembre de 2020

LIBRANOS DEL MAL (DELIVER US FROM EVIL, 2014) 118´


Durante una misión en Irak, un grupo de soldados tendrá un encuentro en una cueva con una fuerza misteriosa y demoniaca. Tres años más tarde, el agente de policía Ralph Sarchie, junto con su compañero, investigará varios hechos, en principio sin relación alguna, pero que guardan entre sí un terrorífico elemento en común.

Aunque por la temática que aborda parezca más un truco publicitario que otra cosa, el presente título, al igual que ocurrió en su día con otra película de temática religiosa y demoniaca como es El exorcista, está basada en un hecho acontecido realmente, en este caso en las experiencias personales del agente de policía Ralph Sarchie, las cuales plasmó en el libro Cuidado con la noche, coescrito junto a la periodista Lisa Collier Cool, y que ha servido como fuente principal del guion de la película, el cual ha sido escrito a cuatro manos por Scott Derrickson, también director de la cinta, y Paul Harris Boardman, iniciado profesionalmente con el libreto de la fallida Leyenda urbana 2 y colaborador habitual de Derrickson en películas como Hellraiser inferno, El exorcismo de Emily Rose o Ultimátum a la tierra.

Derrickson es un realizador con un talento innato para dar a sus películas un estilo técnico muy cuidado, como bien demostrara ya desde su opera prima, la citada Hellraiser inferno, quinta entrega de la longeva saga que, a pesar de no aportar nada al universo cenobita creado por Clive Barker siendo de hecho un guion independiente modificado para encajarlo como una historia dentro de la saga, presenta una pátina visual y un acabado técnico con una potencia inusual para un director novel, A partir de este prometedor debut, Derrickson ha acabado especializándose en el género de terror con títulos como El exorcismo de Emily Rose, Sinister o esta Líbranos del mal, logrando de hecho gracias a su estilo a la hora de filmar, captar el interés de la todopoderosa Marvel y recalando en este exitoso universo cinematográfico para encargarse de la dirección de Doctor Extraño.

Líbranos del mal es una película que logra atraparte desde la secuencia de arranque en plena contienda bélica, primero gracias a un guion que va introduciendo la historia poco a poco y sin dar todo hecho desde el principio. Vamos, en ese sentido, acompañando la investigación de Sarchie y Butler, y descubriendo las piezas del puzzle que la conforman paralelamente a la propia pareja de agentes de policía, en un descenso a los infiernos en el cual la película juega con el espectador generando desazón y malestar con varias secuencias donde los más pequeños son las víctimas principales de los acontecimientos que van desgranándose. No en vano la primera vez que aparece en escena el protagonista es rescatando el cadáver de un bebe del fondo de un contenedor de basura.  Derrickson no tiene miedo de utilizar todo el metraje que sea necesario para ir generando un poso de angustia y cada vez mayor terror ante los horribles hechos narrados, en un viaje que se iniciará con pequeños detalle como una radio que deja de funcionar, pasando por un ataque entre los peces de un acuario y que acabará en el inevitable exorcismo final, una escena con una resolución brutal tanto en su vertiente más visual, donde se evitan sin embargo las grandes pirotécnicas en lo que respecta a los efectos especiales, y tratando de generar verosimilitud a lo que estamos viendo, por otra parte toda una constante a lo largo de la película, y también notable conceptualmente en ese recorrido por las diferentes etapas de un exorcismo que deja claros el personaje del padre Mendoza antes de iniciar el ritual, siendo los mismos presencia, pretensión, quiebra, voz, choque y expulsión.

Como ya apuntábamos con anterioridad, Derrickson apuesta por un tono totalmente creíble, evitando situaciones que puedan, por fantasiosas, sacar al espectador de la historia, y es que, aunque la película se toma las habituales licencias creativas de cara a crear un producto cinematográfico y de terror que funcione, se inspira en un hecho real, y como tal quiere que sea su visionado. En este sentido hay cierta obsesión por traer el infierno a la tierra, creando una cotidianidad en la vida de los protagonistas donde la violencia, el asesinato o la violación es el pan nuestro de cada día, mostrando la cámara una ciudad de Nueva York nocturna donde la lluvia, la fotografía y los escenarios donde se desarrolla la trama, la asemejan a un lugar terrible, oscuro, lóbrego, lejos de las postales más turísticas y coloristas de la ciudad. Y es ahí donde el talento de Derrickson tras la cámara es básico para lograr presentar una factura técnica donde los planos cenitales y la fotografía de Scott Kevan, quien da mucha importancia a la luz indirecta de lámparas o linternas, son vitales para lograr esa factura angustiosa, apoyada por el sonido de interferencias en la radio del protagonista o los arañazos en el suelo, todo en aras de lograr meter miedo más que asustar.

La película está protagonizada por un solvente y atormentado Eric Bana, quien ya había dejado patente su talento como actor en películas como Chopper, título que le daría a conocer, Troya o la soberbia Munich. Bana, el actor más conocido de una película que ha apostado por rostros anodinos para el gran público, tiene además la complejidad añadida de tener que dar vida a un personaje real y contemporáneo, el ex agente de policía Ralph Sarchie de quien habláramos con anterioridad, quien no tuvo reparos en colaborar con la producción. El venezolano Edgard Ramírez, visto en Domino, es el coprotagonista de la cinta, un sacerdote totalmente atípico, quien conforma junto con Bana una dupla que funciona a la perfección en una película que cabe destacar por presentar a unos personajes principales imperfectos y pecadores, tremendamente pecadores, incluido el padre Mendoza. Y es que, quienes se supone deben expulsar finalmente al ente demoniaco, ocultan en su fuero más interno la comisión de pecados capitales, un elemento que sin embargo hace mucho más interesantes a ambos personajes. Todos los actores que aparecen en pantalla, incluida la pequeña Lulu Wilson, a la sazón la hija de Sarchie en la película, destacan por ofrecer unas interpretaciones convincentes o destacables, caso del actor Sean Harris, quien da vida a Santino, objeto del exorcismo final y quien brinda una potente actuación, buena parte de la cual sostiene con una mirada inerte y malévola.

De esta forma Líbranos del mal es un terrorífico y acertado ejemplo de cine de exorcismos del que El exorcista es título referencial y principal exponente y del que el propio director ya había ofrecido un interesante primer acercamiento con la también basada en hechos verídicos El exorcismo de Elily Rose. Al igual que sucede en la cinta de William Friedkin, la película trata de atacar nuestros miedos más atávicos mediante la violencia sobre los más pequeños, una trama central que apela a la religiosidad y su cara opuesta y una violencia seca, descarnada y lejos de macabros adornos vistos en títulos representativos del slasher más fantasioso. Aunque no podemos obviar la influencia de Expediente Warren, estrenada apenas un año antes, especialmente en toda la parte que atañe a la hija del protagonista, con unos arañazos en el parquet y una tenebrosa caja de música como foco del terror, aunque siempre con esa idea de la experiencia paranormal más creíble. Todo en aras de acercar la película a nuestra realidad, la más oscura y tenebrosa, pero realidad al fin y al cabo. Y es que el uso de esa frase de cierre del Padrenuestro como título de la película no es casual, nada casual.

sábado, 1 de agosto de 2020

SILENCIO DESDE EL MAL (DEAD SILENCE, 2007) 89´


Jamie y Lisa son un joven matrimonio que una noche recibe un inesperado paquete con un muñeco de ventrílocuo en su interior. Esa misma noche Lisa aparece brutalmente asesinada y con la lengua cortada.

El estreno de Saw en 2004 no solo iniciaría una fructífera e interesante franquicia que partiría de una película construida a modo de puzle donde todas las piezas acaban por encajar, sino que sería la carta de presentación de uno de los directores de terror contemporáneos más interesantes y personales, James Wan. Wan, junto al guionista de su opera prima y colaborador habitual, Leigh Whannell, estrenaría tres años más tarde su segunda película, este Silencio desde el mal, que ha sido injustamente menospreciada como parte de una filmografía con títulos tan interesantes como Insidious o Expediente Warren. Pero el título que nos ocupa contiene todas las constantes del cine de su director y coguionista y merece ser tenida en cuenta a pesar de no llegar a la excelencia de títulos posteriores de su director.

Y es que lo primero que llama la atención no solo de Silencio desde el mal, sino de toda la filmografía de James Wan, es el conocimiento que muestra el joven realizador del género en su vertiente más clásica, lo que le convierte en un gran generador de suspense, cimentando de esta forma la película mediante la generación de tensión en el espectador mediante una historia sumamente interesante, todo un cuento de horror moderno. Esta idea de terror clásico se ve reflejado en la utilización como leit motive principal de un elemento tan arraigado e icónico dentro de nuestros miedos más atávicos e irracionales como es un muñeco, en este caso un muñeco de ventrílocuo, en una imagen que nos retrotrae a personajes como el payaso de Poltergeist, las muñecas de la película homónima de Stuart Gordon o del más conocido Chucky, protagonista de la longeva saga Muñeco diabólico. Una marioneta como fuente de terror, un elemento recurrente en las historias de miedo, y que Wan y Whannell hacen propio apoyados en un diseño que bebe de los formatos más tradicionales de este tipo de figuras, y que genera desazón y malas vibraciones por sí mismo, consiguiendo crear inquietud simplemente mostrando el movimiento de sus ojos sabiendo que no hay nadie manipulando la figura.  Sin embargo esta idea de terror clásico  no inhibe a la película de mostrar el lado más visceral y efectista del género, con ciertas secuencias donde se potencia el impacto de la idea desarrollada mediante golpes visuales al espectador en los cuales se muestran los resultados de las muertes de los diferentes personajes, cadáveres caracterizados por mantener una especie de sonrisa perpetua como consecuencia de un certero corte en su rostro, y por haberles sido extraída la lengua, lo que les confiere un sobrecogedor rictus post mortem.

Otro elemento a destacar es la propia historia narrada, y que como apuntábamos con anterioridad es obra del propio director y de  Leigh Whannell,  creadores de todo un estilo propio en sus guiones, los cuales apuestan por historias con potencia en lo que a contenido se refiere, trabajando elementos propios del terror pero dotándoles de una personalidad propia y apostando casi siempre por un giro final de altura, cosa que sucede con el sorprendente cierre que se da a la película, un gran broche que logra, en su última escena,  unir y dar sentido a todas las pequeñas pistas dejadas por los autores de la historia a lo largo de la trama desarrollada. Lo mejor sin duda a nivel de historia en Silencio desde el mal es ver como los autores del guion se han sacado de la manga una leyenda urbana propia, con esa historia de Mary Shaw, la ventrílocua que no tenía hijos, solo muñecos.

Quizás el elemento que menos destaque de Silencio desde el mal, sea el de unos personajes principales planos y sin carisma suficiente. Ryan Kwanten, visto en True blood, encarna al protagonista principal, responsable de una investigación que será la que destape todo aquello que la localidad de Raven´s Fair, lugar en la que se crío y al que vuelve tras la tragedia sufrida, trata de ocultar y olvidar. Se trata de un personaje sin fuerza, demasiado lineal en su desarrollo y comportamiento, que no manifiesta todo el dolor por el que debe estar pasando tras perder trágicamente a su esposa, y que se limita a unir pistas sin que el espectador llegue en ningún momento a conectar con él en sus pesquisas. Peor todavía es el personaje del policía al que da vida Donnie Wahlberg, hermano de Mark Wahlberg, y quien ha participado en películas como El sexto sentido, El cazador de sueños o en varios de los títulos que engloban la propia saga Saw. Sin embargo muchos lo recordamos como integrante del grupo musical de finales de los ochenta y primeros noventa New kids on the block, boy band que supuso todo un fenómenos de masas (llegando a tener su propia  serie de dibujos animados) anticipándose a posteriores formaciones similares como Take that, Backstreet boys o One direction. Y es que el detective Lipton parece querer servir de alivio cómico, un rol innecesario y excesivo en su forma de actuar en la película. Mucho más interesantes acaban resultando los personajes secundarios, caso del encargado de la funeraria, el padre y la madrastra del protagonista o la propia Mary Shaw, y es que encajan mejor en ese tono sombrío de la película y del que los dos personajes centrales parecen querer desligarse.

Además de ser un perfecto exponente del género de terror por lo que sabe del propio género, James Wan se ha manifestado como un director muy solvente en el apartado técnico, lo que le ha llevado a dirigir con un éxito abrumador películas con un presupuesto desorbitado como Fast & Furious 7 o Aquaman, siempre con resultados notables. La manera en la que coloca y mueve la cámara, sinuosamente, sin estridencias, o los originales encuadres que buscan potenciar además la fuerza de la secuencia y que no están ahí por mera presencia estilística, son características propias de un director que ya en sus primeros títulos daba muestras de ser un excelente camarógrafo. Todo en aras de lograr atrapar al espectador en su historia introduciendo el elemento terrorífico de manera constante pero tratando de evitar en la medida de lo posible las estridencias y golpes de efecto per se. Cuándo en Silencio desde el mal se presenta uno de estos es siempre al amparo de una historia bien armada y anclada en los cuentos de terror más ancestrales.

Un interesante ejercicio dentro del terror más academicista pero que sin embargo no teme bajar al fango de la sangre y que volvía a dar muestras del talento de sus máximos responsables dentro del género, y que lo que había sucedido con el estreno de Saw en  2003 no había sido fruto del azar o un golpe de suerte de dos novatos. Tanto Wan como Whannell así se han encargado de dejarlo patente todas en sus películas posteriores. Y recuerda no gritar, ese sería tu fin.

domingo, 19 de julio de 2020

ESTAMOS MUERTOS...¿O QUÉ? (DEAD HEAT, 1988) 83´



Los agentes Mortis y Bigelow llegan hasta un atraco en una joyería instantes antes de iniciarse un brutal tiroteo entre policías y atracadores, quedando sorprendidos de que a pesar de recibir decenas de impactos de bala, los dos asaltantes parecen ser inmunes a estos. Sin embargo todo tomará un cariz aún más extraño cuando al llegar finalmente a la mesa de la forense esta descubra que los dos delincuentes ya habían estado antes frente a ella…muertos.


Una de esas películas de la década de los ochenta que ha quedado en el imaginario colectivo de los aficionados al fantástico como una simpática opción de visionado, sin peso suficiente como para convertirse en título referencial pero si con cierto halo que la ha mitificado como una simpática propuesta si lo que quieres es pasar un rato muy entretenido disfrutando de sus aciertos y a pesar de sus limitaciones.


Su director es Mark Goldblatt, responsable también de la primera adaptación al cine del conocido antihéroe de Marvel El castigador, aquella protagonizada por un Dolph Lundgren teñido de moreno para la ocasión. Goldblatt, quien únicamente ha dirigido estos dos largometrajes, es sin embargo un experimentado editor, responsable del montaje de títulos como Aullidos, Halloween 2, Terminator, Rambo 2, Depredador, Razas de noche, El último boy scout, Terminator 2, Starship troopers, Showgirls, Armageddon, Peral Harbour, El exorcista, el comienzo o El origen del planeta de los simios, esto es, una filmografía brutal donde ha dado buena muestra de su talento. La película en ese aspecto es tremendamente dinámica, y ya desde su secuencia de apertura se deja de rodeos y va directa a la trama, no dejando un solo segundo de respiro al espectador, sin tiempos muertos, nunca mejor dicho, y ofreciendo en su escueto metraje de hora y veinte un atinado híbrido de buddy movie, comedia fantástica y cine de terror que, curiosamente y, pese a lo que pudiera parecer, funciona en todos y cada uno de sus apartados.


La pareja protagonista de policías está formada por Treat Williams y Joe Piscopo. Hemos de recordar que apenas un año antes se había estrenado Arma letal, y que el género de las buddy movies había tocado el cielo de la taquilla, generando multitud de títulos dispuestos a imitar este éxito dirigido por Richard Donner. No podemos negar la influencia de la película protagonizada por Mel Gibson y Danny Glover, en este caso sobre cómo están definidos los personajes centrales, quienes difieren en su estilo a la hora de abordar la investigación, siendo el personaje de Roger Mortis (indisimulado juego de palabras con rigor mortis) el serio y meticuloso, mientras que su compañero Doug Bigelow es el chistoso de la pareja y quien se toma todo a broma, diferencia matizada visualmente además en la forma de vestir de ambos, en el caso del primera marcando su seriedad mediante el traje y en el caso del segundo de a bordo, reforzando su carácter más jovial con camisetas e informales cazadoras. Treat Williams es un actor con un interesante bagaje profesional y que sin embargo nunca ha logrado despuntar, a pesar de siempre lograr unas convincentes interpretaciones. De esta forma hemos podido verle en películas como Hair, 1941, Erase una vez en América, Cosas que hacer en Denver cuándo estás muerto, La brigada del sombrero, Deep rising, el misterio de las profundidades o 127 horas. Por su parte, Joe Piscopo es un comediante con físico de fisioculturista bregado en el Saturday night live (siendo compañero de sketches de Eddie Murphy), y que en cine casi siempre ha estado ligado a la comedia en títulos como Johnny peligroso, Dos tipos peligrosos o Juntos para vencer. Junto a esta omnipresente pareja de protagonistas tenemos a las bellas Lindsay Frost, quien prácticamente debutaría con esta película y quien se bregaría en colaboraciones episódicas en series para televisión como Perdidos, CSI o Sin rastro, y a Clare Kirkconnel, con una carrera profesional aún más discreta que la de su compañera. Curiosamente estos personajes femeninos cargan con los momentos más dramáticos de la película, especialmente en el caso del personaje interpretado por Frost, protagonista de una de las secuencias más icónicas de la cinta. Hemos de agradecer además la presencia de actores como Keye Luke, el maestro de David Carradine en la afamada serie Kung Fu y visto en Gremlins y su secuela, el cameo en lo que parece todo un guiño al espectador de Shane Black, reputado guionista y director, y autor precisamente del guion de Arma letal, aunque hayamos de lamentar la no aparición de una de las scream queens más representativas de la década de los ochenta, una Linnea Quigley caracterizada como una zombie gogo, cuya secuencia fue descartada del montaje final. Pero el reclamo principal del aficionado más nostálgico es poder ver a un mito del género como Vincent Price en una de sus últimas apariciones en la pantalla grande.


Como comentábamos con anterioridad, la película es una coctelera donde se conjugan con atinado equilibrio géneros como la comedia, con una dupla de protagonistas que son incapaces siquiera de tomarse en serio su propia muerte, o la acción, con varias secuencias de tiroteos que permiten además, dado que los participantes de estas refriegas ya están muertos, deleitarnos con innumerables impactos de bala sobre los cuerpos de los personajes sin que a estos parezcan afectarles apenas. Y por supuesto sin dejar de lado el género fantástico, con la aparición en escena de una máquina capaz de regenerar los tejidos para devolver a la vida a los seres ya fallecidos, e incorporando en la ecuación además la figura del mad doctor, y no pudiendo olvidarnos del terror en su vertiente más desprejuiciada y goremaniaca. Todo ello en un simpático batiburrillo de metraje ajustado y que pese a lo que de inicio pudiera parecer funciona a las mil maravillas desde la base de que nos encontramos ante un proyecto sin ninguna ínfula de grandeza y que parte de una humildad de objetivos palpable en el resultado final. 


Sí que hemos de marcar el libreto del desconocido Terry Black como el aspecto menos trabajado de la película. Si bien nos encontramos con unos personajes definidos de una manera muy generalista y simplista y sin apenas desarrollo dramático, es ese un peaje que aceptamos e incluso de agrado en un título de evasión como el presente, y pesa más el ver como la trama central apenas se esboza de una forma demasiado simplona, sin molestarse en tratar de armar la misma con algo más de base, encontrándonos saltando de escena a escena sin vislumbrar demasiado engrase en la forma en la que evoluciona la investigación de los dos protagonistas. Se puede intuir además ciertos tijeretazos en el montaje final, y eso que gracias al montaje de la película estas lagunas en el guion quedan menos marcadas al desviarse la atención del espectador hacía otros aspectos de la película.


Y si lo peor lo teníamos en un guion sin pulir, el apartado más meritorio de la película se encuentra en su vertiente de maquillajes y efectos visuales. Sorprende además que un título con este aire de serie B posea un trabajo tan atinado en ese aspecto, y que además siga funcionando a la perfección a pesar de las más  de tres décadas transcurridas desde su estreno. El principal “culpable” de este hecho es Steve Johnson, quien ha participado bien en áreas de maquillaje o de efectos visuales en títulos como Greystoke, Videodrome, Golpe en la pequeña China, Pesadilla en Elm Street 4, Mortal zombie, El señor de las ilusiones, Species, Blade 2 o La guerra de los mundos. Con ese bagaje no es de extrañar el resultado final en los maquillajes y uso de animatronics, con secuencias tan icónicas como el zombie motero de doble rostro, la lucha en la carnicería china con trozos de animales muertos o el final del personaje de Randi, no pudiendo obviar el proceso de degradación del protagonista durante su putrefacción en vida y que además nos brinda otro de esos momentos que suenan a guiño, con un detective Mortis saliendo de una ambulancia en llamas con el rostro medio desfigurado y que nos retrotrae visualmente y en forma al Terminator de la película de James Cameron, que como comentábamos al comienzo de la reseña se encargó de montar el propio director.


Una entretenida recomendación totalmente ochentera en su esqueleto, por metraje y desarrollo de la trama, así como por su desenfado y que, a pesar de lo desastroso de su título en castellano, ofrece todo lo que promete y un poquito más, a saber, acción, zombies, policías de los de chiste en mitad del tiroteo y villanos casi de comic, esto es, todo un deleite para el aficionado al género fantástico y de terror sin prejuicios.