sábado, 27 de febrero de 2021

DÉJAME SALIR (GET OUT, 2017) 104´

Chris Washington siente cierto recelo a la hora de ir a conocer a los padres de su novia Rose, motivado principalmente por el hecho de ser el negro y ella blanca. Pero sus miedos iniciales no tardan en disiparse cuándo conoce a su familia política, quien le acoge prácticamente como a un hijo más. A pesar de todo, Chris no puede evitar sentir que algo no anda del todo bien durante esa visita familiar.

Exitoso título que a una estratosférica taquilla, que llegaría a multiplicar por más de sesenta el coste inicial de la película, se sumaría un reconocimiento prácticamente unánime por parte de la crítica, y que llevaría a Déjame salir a competir por el Oscar a mejor película, ganando la dorada estatuilla correspondiente a mejor guion original, todo un triunfo teniendo en cuenta la consideración que el cine de género, máxime de terror, suele tener a la hora de ser tenido en cuenta por los miembros de la academia. La relevancia de la película supuso otra piedra más para consagrar a la productora de Jason Blum (la Blumhouse productions) como el referente actual más destacado a la hora de hablar del género de terror, sumando este nuevo éxito a otros anteriores como Paranormal activiy, Insidious, Sinister, Ouija o La purga, entre un largo vademécum de títulos relacionados con el horror.

Pero si hay un nombre referencial detrás de Déjame salir, mucho más allá del de su productor convertido en estrella del Hollywood actual, ese es su guionista y director Jordan Peele, quien debutaría detrás de las cámaras con el presente título tras foguearse como escritor de guiones en series para la televisión y desarrollar una carrera paralela como intérprete para el mismo medio. Gracias a su opera prima, Peele se convertía en un director y guionista a considerar, manteniendo el estilo que preside Déjame salir con Nosotros, su siguiente trabajo tras las cámaras, y siendo asimismo el encargado de escribir el guion del esperado remake (de próximo estreno) de Candyman, revisión que renueva el título de culto basado en un relato corto de Clive Barker y protagonizado por el conocido psicokiller (nuevamente un personaje negro) creado a partir de terribles leyendas urbanas y caracterizado por llevar un garfio en lugar de mano y tener su cuerpo henchido de abejas.

La película pervierte la idea mostrada en el clásico Adivina quién viene esta noche, por la cual una familia de clase acomodada blanca acoge en su seno al novio negro de su novia, y si bien esos convulsos sesenta en los que se estrenó la cinta protagonizada por Sidney Poitier, Spencer Tracy y Katharine Hepburn poco tienen que ver con el reciente año de estreno de Déjame salir, si se juega con ese espíritu de dudas e incomodidades propias de la situación de partida, algo a lo que ayuda ubicar la historia en una kafkiana comunidad vecinal que en parte parece anclada en la década en la que se estrenó la película de Stanley Kramer. La película mantiene durante todo su metraje un juego por el cual trata de dar la vuelta a las constantes del cine de terror en el que se enclava, y no solo lo hace cediendo el protagonismo principal a un actor negro, algo poco habitual en este género, una idea que ya quedaba plasmada en la paródica Scary movie, cuándo una de las amigas de la protagonista explica como en el cine de terror los negros son los primeros en morir, una broma que encierra buena parte de verdad dentro de los arquetipos principales del slasher. Pero es que además concede a este protagonista el status metafórico de scream queen, transmutando de esta manera un rol habitual dispuesto para mujeres blancas en un hombre negro. Una vez que Peele ya ha dejado claro que va a implantar sus propias normas dentro de las constantes del género en el que se enclava la película, se inicia un viaje hipnótico para el espectador (casi tanto como para el propio protagonista), que contiene a su vez varios estilos narrativos e ideas a destacar en un mismo título.

De esta forma, durante todo su primer y prácticamente segundo acto, la película se construye sobre la duda constante que ahoga al protagonista, primeramente en forma casi de juego con su novia, para ir tornándose cada vez más desasosegante y real, incertidumbre y malas vibraciones que el espectador hace suyas por la inteligente forma en la que el director va sumergiéndonos en ese microcosmos que es la familia Armitage, y que expande en la fiesta en la cual conocemos al resto de la comunidad que reside en la zona rural donde tiene lugar prácticamente toda la película, algo que consigue implantar de pleno cierta claustrofobia durante el visionado de la película. Nosotros como espectadores, al igual que el protagonista, vamos siendo conscientes de que hay algo que no encaja en la idílica acogida con la que la familia de Rose aborda a Chris, con esa cena familiar y posterior noche como punto de inflexión para tener claro que hay algo turbio tras tanta amabilidad. Durante todo este tramo la película se construye mediante sensaciones, y el suspense es la nota predominante, llegando hasta la sosegada escena de la hipnosis, uno de los momentos más publicitados de la película, y que inicia el descenso a los infiernos del protagonista, tal como le sucediera al Tom al que diera vida Kevin Bacon en ese título a reivindicar que es El último escalón. La tensión, cada vez más creciente, acaba por estallar en una brillante secuencia una vez el protagonista descubre la trampa tendida, teniendo Jordan Peele pleno control en cada momento de que es lo que quiere hacer y a donde quiere llevarnos como espectadores, logrando de lleno su objetivo principal.

Una vez se da la vuelta a las cartas y el espectador puede, una vez más en paralelo a lo que le sucede a Chris, unir todas las pistas que se han ido dejando a lo largo del metraje anterior, nos encontramos con una historia protagonizada por un mad doctor de manual, y que una vez más nos retrotrae hasta una idea ya vista de alguna manera en películas como Comportamiento perturbado o en el episodio piloto de la versión de 2002 de la celebérrima La dimensión desconocida titulado Siempre verde. Peele llega así en el acto final de la película a un punto donde deja que toda la tensión acumulada estalle en forma de violencia incontrolada, rememorando en esta ocasión el subgénero rape and revenge, una vez más otorgando al protagonista un rol eminentemente femenino y eminentemente para mujeres de raza blanca en películas como I spit on your grave, La última casa a la izquierda, Run! bitch run! o Hard candy. Y aunque pueda parecer de inicio que no es factible aplicar esta idea en Déjame salir por el hecho de que el personaje principal no ha llegado a sufrir ningún tipo de violencia física previa, una condición que si es mucho más palpable en las películas enumeradas anteriormente, sí que es equiparable por el hecho de cómo mediante el control mental del personaje este ha sido de alguna manera totalmente ultrajado, mancillado y manipulado. Es en este momento cuándo la película ofrece un recital de violencia seca y lejos de adornos estéticos, en línea con el estilo directo visto hasta entonces en la película, sirviendo de cierre perfecto a ese descenso a los infiernos sufrido por un Chris deseoso de despertar de la pesadilla en la que se ha visto inmerso.

La película cuenta con el protagonismo de un estupendo Daniel Kaluuya, visto en la segunda entrega de Kick Ass, Sicario o Black phanter, quien compone buena parte de su interpretación desde las miradas y gestos de un personaje que no llega a entender que es lo que está sucediendo a su alrededor. Le acompaña Allison Williams, fogueada en series televisivas como Girls o Una serie de catastróficas desdichas, y que da una réplica perfecta a su partenaire masculino. Los veteranos Bradley Whitford (a quien muchos ponemos cara por su simpática aparición en La cabaña en el bosque) y Catherine Keener (una de las musas del cine independiente de la década de los noventa tras su aparición en películas como Johnny Suede, Una rubia auténtica o Amigos y vecinos) constatan el estupendo trabajo como director de actores llevado a cabo por Jordan Peele que, incluso en el caso de un Lil Rel Howery encargado de aportar el alivio cómico de la trama, consigue que su aportación no chirríe en un conjunto tan dramático. El hecho de que la película contenga además ese estupendo giro final, nos permite asimismo descubrir en visionados posteriores y en las interpretaciones de los actores y actrices, matices que potencian esa sensación de afirmar lo notable de todas y cada una de las interpretaciones vistas a lo largo de la película.

Un título que basa su potencia en un guion trazado con milimétrica meticulosidad y lleno de detalles que, solo una vez se descubre lo que está sucediendo en esta perturbadora visita familiar, cobran suma importancia y sentido. Jordan Peele debuta por toda lo alto y, tomando ideas ya vistas en títulos anteriores, a las que suma ese componente racial que sobrevuela toda la película, logra ofrecer una ópera prima muy personal y que funciona como un reloj de inicio a fin. Uno de esos títulos que, desgraciadamente, no son tan habituales como uno quisiera, y que reconcilian al género de terror con un cine de máxima calidad capaz de competir de tú a tú con lo más granado de la cinematografía contemporánea. Aunque sea a costa de la salud mental del bueno de nuestro protagonista.

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