lunes, 13 de diciembre de 2021

IT FOLLOWS (IT FOLLOWS, 2014) 103´

 

La joven Jay Height lleva unos días saliendo con un chico. Una noche, tras mantener relaciones sexuales por primera vez en la parte trasera del coche de él, este le cuenta que le ha transmitido una maldición por la cual un ser la acosará y matará, a no ser que ahora sea ella quien se acueste con otra persona, pasándole de esta manera el mal a esta, tal y como él ha hecho con ella.

Entre mediados de la década de los ochenta y la primera mitad de los noventa, el SIDA, una enfermedad en aquellos años incurable y letal, y una de cuyas principales fuentes de transmisión eran las relaciones sexuales, aparecería en nuestras vidas para generar un momento de inflexión a la hora de abordar la promiscuidad sexual, con ingentes campañas a favor del uso del preservativo, e incluso con alegatos que abordaban esta enfermedad como un castigo cuasi divino contra un momento en el que la liberación sexual había llegado a sus más altas cotas, apoyados además estos discursos de tinte retrógrado y aleccionador en el hecho de que la comunidad homosexual fuera uno de los primeros epicentros entre los que esta enfermedad provocaría verdaderos estragos. Actualmente, treinta años más tarde, las cosas han cambiado, el miedo a esta y otras enfermedades de transmisión sexual ha desaparecido, y volvemos a vivir un momento de gran liberación en el terreno del sexo, especialmente entre los más jóvenes, encargándose el título presente de acicate contra esta nueva ola de promiscuidad a manera de evidente metáfora por la cual practicar sexo equivale a una condena a muerte. Pero abordar It follows como una causalidad entre sexo y muerte sería dejarnos en el tintero buena parte del mensaje que su máximo responsable quiere transmitir con su obra.

Y es que su director y guionista, David Robert Mitchell, ya había abordado de alguna manera el mismo tema que preside esta cinta de terror en su primera película, El mito de la adolescencia, donde habla de los primeros amores así como de unos iniciáticos escarceos sexuales, y de lo que supone el paso de la adolescencia a la madurez. Y en este caso It follows aborda estas mismas ideas, pasándolas, eso sí, por el tamiz del horror, y ejemplificando este en un ser capaz de asediarte hasta acabar contigo, y es que, como bien explica el personaje de Hugh tras acostarse con la joven protagonista y de esta forma transmitirle este mal,  “es muy lenta pero no es tonta”, con lo que podemos aplicar a este siniestro personaje ese apelativo tan propio del género como el de “puedes correr pero no puedes huir”. Y es que el director utiliza este recurso narrativo para abordar el paso a una madurez de la que no puedes escapar, y que más tarde o más pronto te alcanzará. No es baladí que todos los personajes protagonistas se encuentren en esa misma franja de edad en la que deben empezar a abandonar la adolescencia y entrar en la edad adulta, siendo sintomático de esta misma idea el hecho de que entre los personajes con cierto peso en la trama no haya ni un solo adulto, ejerciendo de hecho estos el mismo papel que hacía Nany en la serie de dibujos animados de la década de los ochenta Los pequeñecos, y que recordamos porque únicamente aparecía representada por unas piernas, siendo las pequeñas representaciones de los conocidos teleñecos únicos protagonistas de un mundo propio donde los adultos no tienen cabida. Algo parecido sucede en esta ocasión.

La película denota, en base a esta idea, una gran preocupación a la hora de retratar a los jóvenes protagonistas, presentando a un grupo de amigos totalmente creíbles y cercanos en su forma de comportarse y relacionarse entre ellos, algo que queda claro desde la escena en la que los amigos de la protagonista ven la televisión en casa de esta, abordada desde la naturalidad en su comportamiento. A este respecto estos personajes se mueven en las antípodas de protagonistas de películas más convencionales dentro del terror juvenil, y que son dibujados a base de estereotipos o de rasgos mucho más vagos y genéricos. No es este el caso, donde todos y cada uno de los personajes que pueblan la historia ha sido desarrollado partiendo de la propia complejidad humana, sin definir entre buenos o malos y usando la paleta de grises a la hora de presentárnoslos. Así sucede en el caso de Hugh, quien se comporta como lo hace justificadamente, todos haríamos lo mismo, no es un villano al uso, y de hecho trata de dar a entender a Jay lo que le va a suceder, ayudándose a si mismo pero también tratando de ayudar a la protagonista. Pero es que la propia Jay acabará actuando como este mismo personaje, con lo que no hay lugar para las heroicidades, sino para un grupo de jóvenes asustados y perdidos ante lo que les está sucediendo, el cambio, y que tratan de abordarlo desde su inexperiencia vital.

Analizando la película ya en su vertiente más técnica y menos metafórica, hay que destacar como su director, quien igualmente es el autor del guion, no lo olvidemos, logra mantener en todo momento la tensión de una historia que bien podría haber caído en la monotonía una vez presentada su sorprendente trama central, limitándose por inercia a ser un slasher al uso con la joven protagonista huyendo de un ser cuya única finalidad es la de acabar con su vida. Nada más lejos de la realidad, y es que It follows se construye en base a una serie de situaciones o set pìeces en las cuales el personaje central, siempre en compañía de su grupo de amigos, trata de dar esquinazo a un acosador que el director tiene el acierto de presentar bajo formas muy diferentes, logrando con este guiño a títulos como La invasión de los ladrones de cuerpos o Hidden, lo oculto, jugar a mantener la tensión al no saber de antemano cual será el siguiente disfraz corpóreo escogido por esta letal presencia. El hecho de presentar en ocasiones a este personaje desnudo o semidesnudo acrecienta la sensación de incomodidad del espectador ante su aparición, por la manera en que la desnudez es uno de los tabús a derribar, especialmente en una sociedad tan puritana en ese aspecto como la norteamericana. Además, la película tiene el acierto de no dar explicaciones al porque de esta situación, siendo suficiente con esa idea vaga de transmitir la maldición, la enfermedad, si te acuestas con otra persona. El uso de una música desasosegante y un posicionamiento de la cámara en muchas ocasiones enfocando a este ser desde planos lejanos y algo desenfocados, que captan a una presencia a la que asemejar a un zombie por su lento deambular y constante determinación, termina por dibujar en el espectador, al igual que sucede en los protagonistas, una enorme desazón ante su sola presencia.

Evidenciar asimismo como la película presenta una pátina de indefinición visual que la ubica en un contexto general, y que por momentos, tanto a nivel estético, como de iluminación o filtros, podría tratarse de un título filmado en los setenta, pero también en los ochenta, noventa o dos mil, y es que es tremendamente inteligente como la película no se ubica en un momento o lugar perfectamente definido, volviendo a quedar patente que esa idea de la que Robert Mitchell nos habla a través de la película, el paso a la vida adulta, no es exclusiva de unos protagonistas determinados y concretos, sino que sucede  en todas y cada una de las diferentes generaciones que, antes o después,  han de dejar de lado la despreocupación de sus vidas, como perfectamente queda reflejado en la presentación de una protagonista bañándose relajadamente en la piscina de su casa, ajena a todo, y con un bañador de una pieza que contiene ecos de la niña que todavía es, y que, un personaje que una vez comienza a comportarse como una adulta, en este caso acostándose con el chico al que está conociendo, debe acabar tomando decisiones, arriesgado, tomando las riendas de su vida.

Un título que como película de terror funciona con total precisión, sin necesidad además de indagar en el gore de los momentos más truculentos, de hecho no mostrándose estos de manera directa y teniendo lugar buena pare de la violencia de la película fuera de cámara. Y es que no es ese el juego al que su director quiere apuntarse, más interesado en crear una atmósfera que nos haga tomar conciencia de que la protagonista no puede escapar de una presencia que la perseguirá hasta acabar con ella, independientemente del número de personas que, como si de una cadena de favores perversa se tratara, vayan siendo maldecidas. Luego está el mensaje metafórico que esta idea encierra, y que hace aún más potente la película. Pero incluso, si dejamos de lado segundas intenciones o mensajes ocultos, It follows sorprenderá como una estupenda película de terror con personalidad propia. Es por ello que se trata de un título sumamente interesante, tanto si nos quedamos en la superficialidad de su propuesta de terror como si tratamos de indagar en todas las ideas implementadas por su director a través de su trama, siendo una perfecto ejemplo de cinta a revisionar en varias ocasiones para disfrutar en todo su esplendor. Aún a expensas del sufrimiento de la pobre Jay.

jueves, 2 de diciembre de 2021

MIDSOMMAR (MIDSOMMAR, 2019) 141´


Para tratar de superar una tragedia familiar, Dani decide acompañar a su novio Christian y los amigos de este a Suecia, para conocer a la comuna de la que uno de los jóvenes es miembro, y celebrar junto a esta el Midsommar, una fiesta pagana que festeja el solsticio de verano.

Tras ver Midsommar cuesta creer que sea el segundo largometraje de su director y guionista, un Ari Aster que ya había dado mucho que hablar con su opera prima, Hereditary, y que manifiesta una madurez narrativa y artística que es digna de mención, máxime si tenemos en cuenta los apenas treinta y tres años del autor en el momento de filmar un título cuya precisión técnica va pareja a una historia de trazado perfectamente definido, tempo narrativo siempre bajo control a pesar de un metraje de dos horas veinte minutos, y un manejo del suspense que logra generar en el espectador una sensación de tensa angustia desde el mismo momento en que los jóvenes protagonistas llegan hasta la idílica comuna donde se desarrolla el grueso de la historia.

De esta forma la película se engloba dentro de lo que podemos denominar terror folk, precisamente por el uso tan importante que tiene para la historia un elemento como es el folklore que preside al grupo de miembros de una comunidad que recibe a sus invitados con una hospitalidad que no impide que, como espectador, te encuentres en una incomodidad permanente durante el visionado de la película. De esta forma, las tradiciones y ritos mostrados a lo largo de la película, y que van tornándose más oscuros y salvajes según avanza la trama, son vistas por los miembros externos a la comuna como algo irreal, fuera de toda lógica, mientras que estas mismas ideas son defendidas por los miembros de la comunidad, en algún caso con argumentos incluso coherentes, como sucede tras el abrupto final del ritual protagonizado por la pareja de ancianos, primero de los avisos por parte del director de lo que está por llegar. Esa idea central hace inevitable el recordar un título seminal dentro de este subgénero englobado en el terror como es El hombre de mimbre, de la que es evidente que Aster toma numerosos elementos a la hora de construir su propia historia, centrando básicamente esta idea en la presentación de un grupo de lugareños que, una vez más, y como sucede en la menos terrorífica y más visceral Perros de paja, estrenada al igual que el título anteriormente citado en unos convulsos años setenta, confronta a unos urbanitas de pro y con cierta tendencia natural a creerse superiores per se, a unos lugareños capaces de defender su estilo de vida con cualquiera que sea el método a utilizar. Un último título a recordar sería la más irreverente y menos densa 2000 maniacos, que curiosamente se estrenaría a mediados de la década de los sesenta, años mucho más divertidos y desinhibidos a nivel social, siendo este un título que se constituye como uno de los padres fundacionales del gore, y con un divertido remake estrenado cuatro décadas más tarde. Junto a esta idea de confrontar estilos y formas de vida opuestos se hace un hueco uno de nuestros principales terrores, que es el miedo a lo desconocido, ubicando la historia prácticamente en las antípodas de una Nueva York donde se inicia la película, en un continente diferente y un país extraño, cuyo  estilo de vida y tradiciones, aunque son pervertidas en la película, tienen su origen en una celebración real de origen celta. Arter hace algo parecido a lo que en su día y de forma menos sutil construyera Eli Roth con Hostel, partir de un mundo de leyendas urbanas y conjeturas ante una situación que por desconocida no controlamos para crear una fuente de terror puro.

Dentro del género de terror en el que se mueve la película, su director juega a presentarnos, al menos de inicio, a los arquetipos habituales dentro de este tipo de cine, con la final girl de turno, el novio siempre comprensible y leal, el amigo irreverente y gracioso y el personaje con un carácter concebido para generar rechazo por parte del espectador. Y sin embargo el director y guionista dibuja unos personajes mucho mejor definidos y desarrollados a lo que viene siendo habitual, especialmente en el caso de la pareja de novios, Dani y Christian, protagonistas sobre los que pivota la historia y a través de los cuales arma Aster toda su intención final a la hora de redactar el libreto, que no es otra que llevar a cabo un ejercicio de catarsis personal, ya que la película fue concebida tras un fracaso amoroso de su responsable, es por ello que cobra todo el sentido del mundo esa relación de total dependencia por parte del personaje de ella y un compromiso forzado por parte de el, y lejos de cualquier afecto amoroso, manteniendo este la relación por qué es lo que tiene que hacer más que por que sea lo que el quiere. Esta idea de una relación insana en ambas direcciones es perfectamente reflejada en la película en su primer acto, tanto mediante las conversaciones de Christian con sus amigos como en el momento en que Dani trata de mantener una conversación a la fuerza con su pareja tras descubrir su intención de viajar a Europa, donde queda de manifiesto su absoluta dependencia hacía su pareja. Es importante reseñar esta idea, ya que ese final metafórico de la protagonista escogiendo dejar la relación, aunque de la manera más atroz posible, pudiendo de alguna manera liberarse de su dependencia y por ende de un reciente pasado traumático, es toda una declaración de intenciones de su director, quien recordemos una vez más, venía de una ruptura sentimental a la hora de escribir el guion de la película.

Midsommar nos demuestra además que no hace falta recurrir a las secuencias a oscuras, los juegos de luces y sombras o la inclusión de jump scares para armar el terror de una película, ya que en este caso esta es capaz de incomodar tremendamente durante todo su visionado, independientemente estemos siendo testigos de un acto atroz como si lo que se muestra es una tranquila comida colectiva. Y todo ello lo hace a plena luz del día, idea que la propia película insiste en remarcar en varios momentos, pervirtiendo de esta manera varios de los tics más característicos dentro del cine de terror. Y sin embargo, llegado el momento, la película no huye de la explicitud, mostrando una violencia visceral, directa y abrupta, pero además con una enorme personalidad propia en la forma en que esta es representarla en pantalla, y que se conjuga a la perfección con esa otra violencia más psicológica e intangible, y que puebla buena parte del metraje.

Y a pesar de esa explicitud en determinadas secuencias, la película posee una elegancia formal fuera de toda duda, una estética cuidada hasta el más mínimo detalle, con momentos como el cuadro del oso que preside la habitación de la protagonista y que cobrará gran sentido en la escena de cierre de la película. El diseño de vestuario de los miembros de la comunidad, la geometría de las grecas que decoran las diferentes estancias, los frisos, toda la estética de la película conjuga la belleza formal con la desazón a la hora de mirar, en un juego con el espectador que nos recuerda a lo que ya hiciera Stanley Kubrick en El resplandor con la estética del hotel Overlook, y que el director maneja con solvencia de veterano.

Como comentábamos con anterioridad, los grandes protagonistas de la película son la pareja formada por Dani y Christian. Así, en la primera secuencia de la cinta, en la que el director se encarga de romper psicológica y emocionalmente al personaje de ella, fragmentándola en mil pedazos, la joven Florence Pugh, bragada en cine histórico con títulos como Lady Macbeth, Mujercitas o El rey proscrito, deja de manifiesto su capacidad para crear un personaje que parte de la involución tras el terrible arranque de la película para ir adoptando un nuevo rol una vez llegan a la comuna donde tiene lugar la trama central, una idea que queda perfectamente patente en la escena del concurso de baile, donde vemos como el rostro de la actriz va mutando para reflejarnos a la nueva Dani, la reina del festival del Midsommar. Le acompaña como pareja cinematográfica Jack Reynor, quien se limita a ejercer un papel comedido y controlado, aunque lejos de la exigencia emocional de su compañera de reparto, y quien tiene su momento de lucimiento en la tensa secuencia de sexo, tan hipnótica como sobrecogedora, tan contenida como explosiva, y durante la cual el joven actor puede, al igual que su compañera de reparto, mostrar a través de la composición de su mirada, de su expresión, todo el cúmulo de sensaciones acumuladas.

Una película que se aparta conscientemente del terror más convencional, tanto por estética, desarrollo y trasfondo, y que se ha convertido por derecho propio en uno de los títulos de referencia dentro del horror psicológico de los últimos años, con una historia que en el fondo es un ensayo sobre la pareja, y como en muchos casos una relación puede acabar resultando más perjudicial para el desarrollo del propio individuo que beneficiosa, y es que hay casos en los que, en lugar de sumar, tu pareja puede llegar a restar. Ari Aster nos lo enseña por las malas, pero es que el guion fue redactado en un momento en el que el director no tenía demasiada fe en el amor. Y qué decir del uso que se da a lo floral en la cinta, se te quitaran las ganas de volver a regalar un ramo de flores.