miércoles, 15 de abril de 2020

¿QUIÉN PUEDE MATAR A UN NIÑO? (WHO CAN KILL A CHILD? 1976) 106´



Una pareja de turistas de habla inglesa llega hasta la ciudad costera de Benavis en plenas fiestas del lugar. Pero su destino final será la apacible y tranquila isla de Almanzora, a cuatro horas de viaje en barca. Sin embargo, cuándo llegan al lugar descubren extrañados que no hay ningún adulto en sus calle, encontrándose únicamente con niños con un comportamiento anómalo.




Preguntado una vez sobre el miedo y que es lo que a él le producía terror, Narciso Ibáñez Serrador contestaría con una definición del terror como una situación aparentemente cotidiana y normal, pero con un elemento desestabilizador y amedrentador, turbador, poniendo como ejemplo a  un inocente y tierno bebe recién nacido que al sonreír mostrara todas sus piezas dentales. Pues algo de todo ello hay en ¿Quién puede matar a un niño?, ya que parte de una situación de aparente cotidianidad, como veremos más adelante, para acabar convirtiéndose en una pesadilla con elementos tan atroces como los que se muestran en la película.  



Basada en la novela de Juan José Plans El juego de los niños, guionizada bajo pseudónimo por el propio director, ¿Quién puede matar a un niño? es, junto a La residencia, el único trabajo para cine de este todoterreno televisivo que, sin embargo, gracias a ambos títulos y a su labor en la excelsa serie para televisión Historias para no dormir, se ha convertido en todo un referente del terror en nuestro país. Su director da sobradas muestras de su talento detrás de las cámaras, pero también en lo que respecta al manejo del suspense y la tensión de las secuencias, así como en el montaje de estas, para acabar ofreciendo una pieza cinematográfica que, aunque de inicio bebe de numerosas fuentes, a su vez ha acabado siendo referencia ineludible a la hora de hablar del género de terror en España.





Y es que es evidente no dejar de pensar durante el visionado de la película en varios espejos en los que su autor se pudo haber mirado a la hora de la gestación de su proyecto. De inicio, en el maestro Hitchcock, siendo de hecho Ibáñez Serrador una especia de émulo patrio (a pesar de haber nacido en Uruguay) de este grandísimo director, especialmente en lo que respecta a lo paralelo de su actividad televisiva, uno con seriales como Alfred Hitchcock presenta o La hora de Alfred Hitchcock, el otro con la citada Historias para no dormir o en sus colaboraciones catódicas junto a su padre, Narciso Ibáñez Menta. Asimismo hay que destacar el amor de ambos directores por el suspense, muy presente en sus respectivas obras. Finalmente de entre toda la filmografía del británico habría que tomar Los pájaros como película inspiradora del presente título, siendo de hecho los niños protagonistas una nueva excusa, como en su día fueron las aves de la película de 1963, para ofrecer todo un estiloso ejercicio de manejo del suspense y la tensión durante el metraje. Pero no podemos obviar otras películas como inspiradoras del resultado final visto en ¿Quién puede matar a un niño? como son El pueblo de los malditos o La noche de los muertos vivientes, tomando de la primera ese protagonismo de unos infantes transmutados en entes sin humanidad aparente o lo que es peor, con una humanidad terroríficamente turbia, oscura, mientras que de la ópera prima de George A. Romero toma esa idea del confinamiento y constante huida a la que se ven sometidos los protagonistas ante una amenaza real y letal, en una escapada a ninguna parte. Pero al igual que la película bebe de numerosas fuentes para conformar una personalidad propia hasta convertirse en uno de los títulos señeros del cine de terror patrio, hay que reconocer su huella en obras posteriores, como en la novela de Stephen King, transmutada en innumerable saga cinematográfica, Los chicos del maíz, llegando asimismo a estrenarse una tardía e innecesaria secuela en 2012 con el título de Juego de niños.





Buen trabajo interpretativo de la pareja Lewis Fiander y Prunella Ransome, curtidos ambos en el terreno televisivo y que dan vida con creíble solvencia al matrimonio protagonista, tanto en el tramo en el que se dedican a disfrutar de sus vacaciones con una naturalidad perfectamente mostrada en pantalla y que les hace totalmente creíbles como matrimonio bien avenido, relación esta que potenciará el horror posterior en base a la creación de una conexión empática con el espectador por parte de ambos. Lo mismo sucede en los momentos en los que el terror se ha apoderado de la trama y los otrora cariñosos y despreocupados personajes han de mostrar todo el sufrimiento, angustia, desconcierto y desesperación por lo que les está sucediendo. De entre el elenco de secundarios españoles con apenas unos minutos en pantalla, cabe destacar por su reconocimiento posterior a Luis Ciges, historia de nuestro cine gracias a títulos como Patrimonio nacional, La colmena, La vaquilla, El bosque animado, Amanece que no es poco o El milagro de P. Tinto, así como a Marisa Porcel, otra veterana del medio televisivo y dada a conocer por el gran público por su papel de Pepa en la simplista Escenas de matrimonio. Mención aparte para el trabajo interpretativo de todos los niños que aparecen en escena, que realmente llegan a amedrentar por sus comportamientos frente a cámara, supeditados a extrañas y maliciosas sonrisas, miradas sin alma y comportamientos de una naturalidad desasosegante, en lo que se antoja una excelente labor de dirección de actores por parte del propio Ibáñez Serrador. 



La película comienza con una fuerza demoledora, insertando entre sus largos títulos de crédito iniciales, escenas documentales de archivo tomadas en conflictos como la Segunda Guerra Mundial, la guerra entre India y Pakistan, la guerra de Corea o la guerra de Biafra, dejando constancia de un demoledor denominador común, el sufrimiento y muerte de los niños en todas estas disputas. Esta forma de iniciar la película deja al espectador tocado en base a tratarse de imágenes y datos reales, tensionando de esta forma el director al espectador desde el minuto uno, a lo que ayuda además la inserción de risas y cantinelas infantiles entre tanto fotograma descarnado, creándose una dualidad estremecedora. Sin embargo, tal como apuntaba el mismo realizador en el comienzo del presente texto, no tarda en mostrar una situación de total normalidad, aunque inserte una tragedia en medio con el descubrimiento de un cadáver en el mar, como es una bulliciosa playa en plena temporada alta donde el juego, el baño y el relax son los elementos principales. Es en ese momento en el que se nos presenta a la pareja protagonista, realizando junto a ellos un tour por las calles principales de la localidad ficticia de Benavis (a la sazón un remedo de la malagueña Benahavís), momentos que aunque puedan parecer triviales resultan sumamente importantes, de ahí que se les dedique cerca de media hora de metraje, no solo para que el espectador conecte con los protagonistas de manera que su posterior sufrimiento haga más mella en quien visiona la película, sino que además es una manera de abordar el tema del aislamiento de la pareja protagonista, en esta ocasión mediante la figura de dos personajes de origen inglés o estadounidense (no llega a aclararse en la película) en un medio donde los fuegos artificiales, los gigantes y los pasacalles son algo totalmente desconocido, que incluso entre gozosos momentos de diversión les llega a asustar. En este punto es importante comentar que la película debía haber sido estrenada con los actores principales hablando en inglés y el resto en castellano, con los consiguientes problemas de comunicación, especialmente en el caso de ella, ya que el personaje de Tom sí que entiende el castellano. Por facilitar el estreno y posterior distribución de la película se optó por doblar al castellano a todos los personajes, rompiéndose de esta manera la idea inicial del propio director de ahondar en la posterior sensación de absoluto desamparo de los dos personajes centrales al no poder comunicarse correctamente con terceras personas una vez son conscientes de lo que está sucediendo.





Como ya apuntábamos con anterioridad, es muy importante para el director jugar con el suspense a lo largo de toda la película, y es evidente el talento a la hora de hacerlo de Ibáñez Serrador, quien es capaz de generar desazón en momentos aparentemente banales, como lo es la propia llegada de los dos turistas a la isla, esos primeros momentos donde la tragedia aún no se ha desatado pero se van dando pequeñas pistas que nos hacen ver a la vez paralelamente al espectador y a los protagonistas que algo extraño está sucediendo en el lugar. El manejo del tiempo de las secuencias es otro acierto por parte del director, ya que logra estirarlas lo suficiente en el momento adecuado para alargar la agonía del momento sin llegar a romper el ritmo de la escena, siendo un buen ejemplo de esta idea el instante en el que los protagonistas, extrañados por no ver a ningún habitante adulto de la isla pero todavía tratando de justificar este hecho, toman un tentempié en un bar con apariencia de haber sido abandonado de manera abrupta. Hay que resaltar la composición musical de Waldo de los Ríos, colaborador habitual de Narciso Ibáñez Serrador, y que junto a los efectos de sonido insertados en la película, son un añadido de suma importancia a la hora de potenciar esa suma de sensaciones que hacen de ¿Quién puede matar a un niño? un ejercicio de difícil digestión, que nos lleva incluso a sufrir esa misma sensación de calor sofocante tan presente en la historia , y que el propio celuloide casi introduce en la comodidad de nuestros hogares, convirtiendo el bello pueblo en el que tiene lugar la trama, con esas casas de piedra blanca,  paredes encaladas y puertas de madera pintadas de vivos colores, en un auténtico infierno.



Otra cosa que sorprende de la película, máxime teniendo en cuenta los más de cuarenta años transcurridos desde su estreno, es la valentía por parte de su máximo responsable a la hora de abordar en imágenes una historia tan complicada por el hecho de centrar su trama en unos niños capaces de los más abyectos comportamientos, pero sobre quienes además se llega en determinados momentos a ejercer una violencia brutal. La película en este caso no se esconde, ni trata de ocultar, matizar o ensombrecer estas secuencias de calado más visceral o directa, siendo de una explicitud sin matices en momentos como en los que un grupo de niños desnuda a una de sus víctimas, o la propia muerte de varios de estos infantes, alguno de muy corta edad, a manos de un desatado Tom, con lo que a esa idea de la sugerencia, de la insinuación tan presente en la construcción del suspense, se une por momentos una violencia gráfica en pantalla tremendamente osada y arriesgada., una mezcolanza que funciona a la perfección en el resultado final. 





Y sin embargo toda esa suma de decisiones a la hora de filmar y montar la película, sumado a una historia tan potentemente turbadora como atrayente, y donde además se inserta una potente idea de crítica social perfectamente presente ya en los títulos de crédito iniciales, pero también en su depresiva escena final, han hecho de ¿Quién puede matar a un niño? una película de merecido culto y un referente a la hora de hablar del cine de terror de nuestro país, capaz de adelantarse varios años a otros títulos de intenciones similares pero mucho más sensacionalistas. Y es que quien revisite o se encuentre por vez primera con esta película, seguramente experimentará las mismas sensaciones que sus primeros espectadores allá por la primavera de 1976. Y créanme, no son sensaciones precisamente placenteras. 

viernes, 10 de abril de 2020

HELL FEST (HELL FEST, 2018) 85´



Tres parejas de amigos deciden pasar la noche de Halloween en un macro festival dedicado al horror y el miedo llamado Hell Fest, donde abundan las atracciones de terror, los actores caracterizados y los sustos tras cada esquina. O lo que es lo mismo, el lugar perfecto para que un asesino pueda campar a sus anchas sin despertar la más remota sospecha.





Una película que se aventura dentro de un género muy poco en boga últimamente dentro del terror como es el slasher, temática que vivió su época de mayor esplendor hasta la fecha entre finales de los setenta y  primeros ochenta. Lo hace además lejos de fatuas pretensiones y con la humildad propia de un tipo de películas en conjunto tremendamente esquemáticas en su desarrollo y con poco margen para la sorpresa. Y sin embargo, el evidente cariño que demuestra por el género en el que se engloba, así como el envoltorio visual concedido a la película, hacen de Hell fest un simpático título que merece la oportunidad de un visionado por parte de los fans.



La película está dirigida con soltura y habilidad por Gregory Plotkin, veterano editor y con una larga trayectoria dentro del departamento de montaje en títulos como Cosas que hacer en Denver cuándo estés muerto, El dilema, Frequency, Cadena de favores o La guerra de Hart. Este director, es además un gran conocedor del género de terror, ya que ha participado en el montaje de películas como Déjame salir, Feliz día de tu muerte o en varias de las secuelas de Paranormal activity, llegando de hecho a dirigir una de ellas, en concreto la séptima entrega. Es por ello que la película presenta una pátina visual y de edición muy cuidada, con cuidados encuadres y planos, algo a lo que favorece el formato digital, cuya cámara es mucho más manejable y ágil a la hora de su manipulación.



Respecto al sexteto de personajes protagonistas, suponen posiblemente el mayor hándicap de la historia. Es cierto que en este tipo de películas estamos acostumbrados a estereotipos sin desarrollar en demasía, y que sirvan como mera carnaza para el asesino de la película, a la postre el gran protagonista, pero en este caso el poco esfuerzo y desgana a la hora de trazar a este grupo de jóvenes protagonistas es digno de mención. Apenas unos pocos minutos para presentar a estas tres parejas, una de ellas en ciernes, donde podemos ver muchas de los constantes dentro de este tipo de víctimas potenciales, como la chica desprejuiciada, la amiga incondicional o el musculitos que tendrá su particular enfrentamiento físico con el villano de la historia, hasta llegar a una fallida scream queen sin la fuerza que se presupone para este tipo de personaje, crucial en la película como contrapunto al psychokiller de turno. La desconocida actriz Amy Forsyth ejerce sin demasiada credibilidad este rol, lejos del carisma de las reinas del grito más reseñables, caso de Marilyn Burns (La matanza de Texas), Heather Langenkamp (Pesadilla en Elm street), Neve Campbell (Scream), Jamie Lee Curtis (La noche de Halloween) o nuestra Manuela Velasco (Rec). Especialmente molesta es la utilización como reclamo del nombre de todo un icono dentro del cine de terror contemporáneo como es Tony Todd (La noche de los muertos vivientes, Candyman, Destino final, Hachet), en lo que finalmente no es más que un mero cameo de tres minutos. Sin embargo y frente a estas víctimas deslavazadas y sin ninguna fuerza ni empatía, sí que es destacable la forma en que ha sido escrito el personaje del misterioso asesino, quien durante prácticamente todo el metraje es presentado como un homólogo de Michael Myers, un ente maligno, sin motivaciones, sin una historia detrás como coartada que le lleve a perpetrar sus crímenes. La escena de cierre, protagonizada precisamente por este personaje, supone todo un giro a esta forma de tratamiento, y sin embargo resulta notablemente atractiva, ya que de alguna manera ahonda en esa teoría del mal por el mal, aunque lo acabe recubriendo de humanidad.



Si Hell fest tiene el suficiente interés para ser un slasher modesto pero con personalidad, es por el fondo en el que se enmarca la historia. Ese festival del horror que da título a la propia película y que posibilita recrear un utópico, aunque deseable, parque temático del terror. Esta idea, que ya sería tratada por Tobe Hooper en su película de 1981 La casa de los horrores, es llevada a la hipérbole más absoluta, posibilitando una serie de imaginarios escenarios en los que se desarrolla la acción totalmente acertados, laberintos macabros, estancias tortuosas o atracciones desasosegantes, conforman una suma de decorados que potencian el efecto pesadillesco de la noche vivida por los protagonistas, siendo muy atinados el momento del primer asesinato en medio de una atracción que recrea un abandonado y tétrico colegio, con la muerte de una joven que no acompaña al grupo principal y del que, de hecho, la propia protagonista es testigo, creyendo que forma parte del espectáculo y llegando incluso a alentar el apuñalamiento final. Es asimismo digna de reseña la larga y mantenida secuencia en una sala repleta de inexpresivas máscaras blancas, nuevamente la alargada sombra de La noche de Halloween, aunque también nos traslada a esos maniquís de Maniac, en la que las dos últimas supervivientes del grupo tratan de ocultarse de su acosador.  En este sentido, la película aprovecha para ir regando el celuloide de guiños y codazos al espectador más avezado en el género de terror, siendo patentes numerosos homenajes a películas y personajes del género, dejando de lado eso sí, los referentes más conocidos e icónicos, que por otra parte hubiera sido lo fácil, y volcándose en referentes menos obvios, y por lo tanto más gratificantes cuándo son descubiertos por el público, incluyendo referentes patrios como son El orfanato. 



Hell fest, pese a lo que de inicio puede parecer, no ahonda demasiado en la truculencia de las imágenes, ni en un uso exacerbado del gore como elemento característico, aunque no rehúye mostrar varios momentos abiertamente sangrientos, destacando las muertes de los personajes de Gavin, cuya cabeza será utilizada como emulo de una atracción de feria, o la de Asher, con nuevo homenaje incluido, en esta ocasión al maestro Lucio Fulci, celebrando una de sus secuencias más icónicas, la de la astilla en el ojo vista en Nueva York bajo el terror de los zombies. Por el contrario a esta contención en el uso de la sangre, se inclina por el susto constante, aprovechando para ello la ubicación en pleno festival de terror , de manera que los sobresaltos reales se entremezclan con los ficticios propios del lugar tan propicio para ello en el que tiene lugar la historia. De hecho llega a haber cierta saturación de estos momentos, con lo que llegan a perder parte de su efecto a la hora de generar tensión en el espectador.





De esta manera Hell fest es un humilde ejercicio de slasher que pone sus miras en las normas no escritas del género, y donde los aciertos a la hora de ubicar una noche de pesadilla en pleno festival del horror, con el juego de una ficción que acabará convertida en letal realidad, así como el hecho de presentar como villano una figura cuasi espectral, sin motivación alguna y mortalmente persistente, pesan más que los desaciertos representados por unos protagonistas anodinos y sin fuerza y un desarrollo plano y esquemático. Se trata de hora y media que no quedará en el recuerdo del fan como un gran título de terror, pero si les hará pasar un ameno rato en esta gran atracción de feria, ¿y cuál es sino el objetivo cuándo entras en la casa del terror?