miércoles, 12 de mayo de 2021

LA BRUJA (THE WITCH, 2015) 93´

En la Nueva Inglaterra del siglo XVII una familia de puritanos es expulsada de la colonia en la que viven, trasladándose hasta un páramo donde construirán una granja. Pero la maldad que mora en el bosque cercano a su nuevo hogar no  tardará en adentrarse entre los frágiles muros familiares.

Un título muy valiente que no se deja influenciar por el estilo predominante hoy en día en el género en líneas generales, y que aborda este desde una estética, historia y narrativa totalmente personales, dejando claro desde su propio subtítulo, a New England folktale, el estilo visual pero también conceptual a adoptar, tratándose efectivamente y en definitiva de un cuento de terror propio del folklore popular más arraigado, con el miedo a las brujas pero también al propio Dios como elemento catalizador de los propios terrores y con ello de la historia narrada.

La película está dirigida y escrita por el debutante Robert Eggers, quien tras presentar varios cortometrajes que ya apuntalaban cuales eran los temas favoritos de su realizador, siendo de hecho una traslación del cuento de Hansel y Gretel, sin olvidar a la bruja de la historia, su primer trabajo profesional en formato de cortometraje, vuelca en esta, su opera prima, muchas de sus fijaciones, ya vistas en trabajos anteriores, como las relaciones familiares, la religión y, cómo no, los mitos y leyendas populares, siendo de hecho el propio Eggers oriundo de Nueva Inglaterra, con lo que es obvio que es un tema que siempre ha tenido cercano por orígenes.

La película está filmada con una sobriedad y una veracidad que se convierten en su principal marca, llevando hasta el final este estilo que, por ejemplo, nos deleita con una filmación en parajes totalmente naturales o un uso exclusivo de la luz natural como fuente de iluminación, sin recurrir a una fotografía sustentada por ningún tipo de apoyo artificial, lo cual confiere a varias de las secuencias presentadas cierta iconografía pictórica, siendo auténticos cuadros en pantalla, potenciados por el hieratismo de los personajes en las propias escenas, sirviendo de perfecto ejemplo de esta idea el momento en que la familia está velando al hijo enfermo. Incluso el vestuario utilizado fue creado de manera artesanal, pudiéndose decir lo mismo de la utilización del dialecto de la época, todo en aras de trasladarnos hasta el momento, no solo histórico, sino cultural y de creencias en los que se ubica la película, algo que se consigue desde la propia escena introductoria que narra la expulsión de la familia protagonista, precisamente por una disputa de tintes religiosos, dentro de la comunidad puritana de colonos de la que formaban parte. Es evidente el interés por parte de Eggers de hacer que el espectador sea abstraído por la película desde su belleza formal, de ahí ese buscado estilo de sobriedad narrativa, sin grandes alardes técnicos pero con una firmeza en la forma en que están filmadas las secuencias que acaban por generar un título muy consistente en ritmo y narrativa, tratándose como es La bruja de un título con un tempo pausado y sin acelerones por tratar de desenmascarar el misterio que envuelve a la película.

La manera en la que la película nos adentra en el terror es mediante una buscada generación progresiva de un ambiente opresivo que poco a poco, pero de forma casi inmediata, una vez desaparece el hijo menor de la familia protagonista, vaya haciendo mella en el espectador, casi en paralelo a la propia degradación moral y familiar de los protagonistas de la historia. Hay mucho de sugestión en La bruja, alejándola de esta manera de un formato de cine mucho más explícito y visceral y, aunque no evade la violencia de la situación que se va narrando, sabe que no es ese su territorio, focalizando su interés, como bien decíamos con anterioridad, en crear sensaciones y desasosegando al espectador. Y lo hace prácticamente sin golpes de efecto, estudiados jumpscares,  juegos con la banda sonora o la contraposición de imágenes tratando de asustar. Tampoco le hace falta, ya que la desazón que va manando conforme avanza esta historia de trágico e inexorable final es su principal valía como elemento terrorífico.

Es interesante remarcar como la película utiliza el tema de la religión como eje principal, ubicando además la trama de manera consciente en un momento histórico y geográfico totalmente buscado, en plena migración de los puritanos a Nueva Inglaterra, algo que hace totalmente creíble la manera de actuar de la familia protagonista. Esto plantea un tema interesante dentro de la propia película, y es el poder divergir entre dos teorías, si lo que sucede tiene tintes realmente demoniacos o es simplemente la propia paranoia religiosa de los protagonistas la que les lleva a pensar que su desgracia inicial con la pérdida del hijo menor es fruto de sus propios actos pecadores, lo que les lleva a tomar una serie de decisiones fatídicas presas de un estado paranoico propiciado por la valoración religiosa que hacen de cada uno de los acontecimientos de su vida. Y es que si bien el director muestra en pantalla a la propia bruja, e incluso cierra con un aquelarre en mitad del bosque, refrendando la idea de la presencia de las fuerzas del mal como eje de la fatalidad, es este un elemento interesante que planea sobre la película y que de alguna manera sirve de acicate contra la propia utilización sesgada y torticera de los preceptos religiosos.

Mención especial merece un elenco de actores sobre cuya actuación se carga buena parte de la responsabilidad de que la película funcione, ya que al apostarse por la afección emocional del espectador con las vivencias de la familia protagonista, es de vital importancia no solo hacer creíbles a estos personajes, sino lograr que su sufrimiento, independientemente estés de acuerdo con sus creencias radicales o no, y por lo tanto con la forma en que abordan los acontecimientos que les están llevando al abismo como comunidad familiar,  haga mella en uno como espectador. En ese sentido se trata además de una película de apenas unos pocos personajes, potenciándose ese aire de teatralidad de la cinta, a lo que se une su desarrollo en prácticamente un único escenario, la casona familiar, siendo el bosque colindante el otro marco donde tiene lugar la historia. Destacar como el director ha apostado por intérpretes muy solventes en lo profesional pero desconocidos para el gran público, una vez más una decisión tomada en aras de buscar potenciar el aire de veracidad de la historia contada. En ese sentido podemos de una parte citar a los dos intérpretes adultos, Ralph Ineson, visto en infinidad de series y películas, y que da vida con una convicción absoluta a un patriarca cuyas creencias religiosas extremistas son las causantes de llevar a su familia hasta una situación insostenible, provocando primero la expulsión de su propia comunidad y más tarde una huida hacia adelante que acabará resultando trágica. Katie Dickie, otra actriz muy fogueada en la televisión, encarna a la madre de familia que, aunque al igual que el personaje de Ineson, está totalmente sometida a sus propias creencias religiosas, supone un elemento más racional en la pareja, y que incluso llega a plantear su equivocación por haber abandonado su hogar oriundo. Por otra parte hay que destacar a un grupo de jóvenes intérpretes que logran algo muy complicado en un título de estas características, y máxime tratándose de actores tan jóvenes y neófitos dentro de la interpretación, siendo para todos su primera o uno de sus primeras actuaciones delante de las cámaras, de hecho y a excepción de Anya Taylor-Joy, el resto de actores infantiles apenas han trabajado como intérpretes posteriormente. En este aspecto los cuatro jóvenes ejercen un trabajo creíble, lleno de frescura en la forma de actuar y con el aliciente de tratarse de unos roles tan dramáticos, logrando sin embargo impregnar de esa madurez que, por fuerza, los muchachos de su edad debían tener en la época en la que se desarrollan los acontecimientos, a su propia interpretación. Destacar a la actriz de diecinueve años en el momento de estrenar la película Anya Taylor-Joy, quien carga con el papel más complejo de toda la película, donde evoluciona de niña asustadiza a lolita involuntaria finalizando en el extremo opuesto de de cómo inicia la película, siendo de hecho un plano de su rostro el arranque de la historia. La joven intérprete demostró de esta manera con esta, su primera película, unas tablas y una predisposición para la actuación que ha refrendado en títulos posteriores como Múltiple, Los nuevos mutantes o la televisiva Gámbito de dama.

La bruja se erige desde una posición de valentía y absoluta creencia por parte de su director y máximo responsable hacía el proyecto que tenía entre manos, como una rara avis dentro del cine de terror actual, cercana en ideas, concepto y forma a películas tan extrañas y personales como El hombre de mimbre o la más reciente Lords of Salem Frente a un tipo de cine de terror  que, aunque ha recuperado las formas de la escuela más clásica gracias al comercial James Wan y una filmografía que apuesta por la vertiente más psicológica y sugestiva del miedo, se apoya en demasiadas ocasiones en una visión explícita, salvaje y que busca incomodar al espectador desde un bombardeo de imágenes repulsivas e impactantes, en esta caso se busca dentro de los propios miedos atávicos del espectador el elemento con el que juega la película, no solo para incomodar durante su visionado, sino para dejar un poso de amargura una vez finaliza la historia, recordémosla, propia del folklore tradicional que todos los países  y culturas, de una forma u otra, tienen, adaptada a la propia idiosincrasia del lugar en el que surgen. Y es que recordemos que aquí también, “haberlas haylas”.