domingo, 17 de noviembre de 2019

CABIN FEVER (CABIN FEVER, 2002) 93´



“Terror en carne viva”



Varios amigos deciden, para celebrar el final de curso académico, pasar unos días en una solitaria cabaña en medio del bosque entre cervezas, risas y algo de sexo. Lo que desconocen es que en las inmediaciones de donde van a instalarse se encuentra un hombre afectado por una extraña y letal bacteria que termina por devorar la carne de quien infecta, y que esta enfermedad es extremadamente contagiosa.





Opera prima del hoy conocido Eli Roth, considerado uno de los padres fundacionales del terror del nuevo milenio, caracterizado principalmente por dejar de lado un tipo de cine de género muy característico de los noventa, debido principalmente al éxito de Scream, y que se basaba en perpetuar el subgénero slasher en películas cuyo público potencial principal era el adolescente, lo que obligaba a rebajar el nivel de crueldad y explicitud de las películas a estrenar. En contra de esta idea, el propio Roth aboga por una vuelta a un terror más directo, visceral y desagradable, tomando como fuente de referencia constante el cine de género de los años setenta en cuanto a formas y de la década de los ochenta en cuanto a contenido, tal y como se puede verificar en esta, su primera película y que se basa en una idea propia del director. Como buena opera prima que se precie, el proyecto hubo de lidiar con inconvenientes varios, aunque comparativamente con primeras películas de directores del género como Hooper, Romero o Craven, la experiencia de Roth fue algo más tranquila, llevando a cabo un rodaje bastante cómodo, y sufriendo los mayores esfuerzos tras la filmación en busca de una distribuidora que apoyase la comercialización en cines de la película




Lo primero que llama la atención de Cabin fever es descubrir tras las cámaras a un fan del género, un gran conocedor del cine de terror que ha convertido su pasión en su profesión, y que utiliza dichos conocimientos para construir un híbrido de extraña comedia de horror en la que los elementos referenciales son constantes. Esta idea queda dibujada ya desde la propia construcción de los personajes protagonistas, donde Roth utiliza el estereotipo de este tipo de películas cercanas al slasher para acabar retorciéndolos, y que lo que parecía de inicio claro no fuera tan evidente. Así, de una parte tenemos a Rider Strong, conocido principalmente por aparecer en la serie de televisión Yo y el mundo, dando vida  a Paul, en apariencia el protagonista principal, un chico enamorado de una de sus acompañantes, a quien ha convertido en su amor platónico. Pero esta imagen inicial de un Paul con aspiraciones de héroe acaban defenestradas cuándo vemos como actúa una vez se inicia la epidemia entre el grupo, donde las luces se combinan con las sombras en la toma de decisiones. Por otro lado, Jordan Ladd, vista en Club desmadre, precisamente una parodia de Scream y de ese renacer del slasher para adolescentes que vendría después y en Death Proof, en el papel de Karen, es dibujada en un principio como la chica timorata y virginal del grupo, la perfecta final girl de manual, para descubrir que nada de eso es así, como ella misma se encarga de aseverar en diálogos como el de la ducha de hidromasaje, dejando de paso patente el director que no va a ser la heroína al modo de Jamie Lee Curtis en La noche de Halloween o Neve Campbell en Scream. James DeBello, un rostro conocido en la comedia juvenil de finales de los noventa y principios de los dos mil con apariciones en títulos como Cero en conducta, American Pie o Scary Movie 2, da vida a Bert, el patán gracioso, quien finalmente también presentará aristas en su comportamiento lejanas al estereotipo dibujado de inicio. Cerina Vincet por su parte, presta sus facciones y físico para dar vida a Marcy, uno de esos personajes que no puede faltar en una película con una propuesta como la de Cabin fever, la chica díscola, desinhibida y cuyo principal aliciente parece ser el de aparecer desnuda en varios momentos de la película. Pero una vez más Roth retuerce los arquetipos haciendo de Marcy uno de los personajes más fuertes y decididos, además de nobles, de la historia. Todo lo contrario de un Joey Kern, Jeff en la cinta, abocado a aparecer como el guapito engreído destinado a una pronta y cruenta muerte, resultando ser el que llevaba la razón a la hora de tomar las decisiones que los diferentes protagonistas van planteándose una vez se inicia la epidemia entre ellos, aunque ello no sea óbice para un final a la altura, y que no por menos esperado resulte tremendamente acertado. No podemos obviar, hablando de los actores principales de la película, la aparición del propio Eli Roth en un papel anecdótico, siendo de inicio su intención dar vida al agente Winston, idea que desecho una vez vio el casting para dicho rol de Giuseppe Andrews (quien ya había coincidido con James DeBello en la anteriormente citada Cero en conducta) y que hizo que este actor le encajara a la perfección para un papel tan alocado y esperpéntico.




La película es uno de esos exponentes de cine de cabaña en el bosque, casi un subgénero desde el estreno en 1981 de Posesión infernal, idea que se refrendaría con el estreno de Cabin in the Woods en 2012, lo que nos permite aislar al grupo de protagonistas principales en un ambiente desconocido y cuasi hostil frente a un horrible enemigo común. La gran aportación de Roth en este sentido es que, para conformar a ese terrorífico antagonista, deja de lado los psicópatas de extravagante presencia o malignos demonios vistos en otras películas del género, fijándose en una enfermedad real como fuente de toda la trama. Y es que la idea de Cabin fever llegaría, como suele ser habitual en numerosas ocasiones, de una vivencia propia del director, quien contrajo un extraño virus en la piel, situación que le llevó a indagar y tomar una infección real, la fascitis necrosante, como base sobre la cual construir una enfermedad altamente contagiosa y letal que elevaba al cubo las características principales y reales de la citada afección bacteriológica. Esta idea permite a la película jugar con dos elementos importantes. De una parte los efectos de esta patología sobre los afectados da pie a que los responsables de maquillaje se regodeen en unas caracterizaciones donde las heridas pustulentas y sanguinolentas son la principal marca de la casa, posibilitando secuencias tan impactantes a nivel no solo visual sino de repelencia sintomática como las del baño de Marcy y esa depilación extrema o el momento en que Karen se encuentra en uno de los últimos estadios de la enfermedad con media cara comida por las bacterias. Además, y este es probablemente la aportación más relevante de la película y que la elevaría por encima de decenas de títulos similares, es que en esta ocasión nos encontramos ante un enemigo del que no hay posibilidad de escapatoria una vez entra en contacto con su víctima, lo que le hace más terrible y letal, lo que unido a su procedencia y origen real frente a fantasiosos psicópatas inmortales, la convierte en más terrorífica. Y es que escoger un villano en forma de mortal bacteria es una variante que no había sido desarrollada en demasiadas ocasiones dentro del cine de terror, a pesar de que ya existían ejemplos anteriores en títulos como Rabia o The crazies, pero lejos, muy lejos en número de explotaciones de otras ideas en forma de enormes psicokillers, alienígenas de intenciones aviesas o demonios con la posesión como objetivo central.



Hay que destacar el extraño y desconcertante estilo que el director marca para la película, y que oscila de manera consciente entre el cine de terror visceral, con la propia trama narrada y que además en algunos momentos ahonda en el dramatismo de la situación o de las decisiones a tomar, con momentos tan potentes como el propio final del personaje de Karen o el destino escogido para el quinteto protagonista, con ciertos momentos cómicos, incluso bizarros, muchos de los cuales están protagonizados por el grupo de rednecks que el director se encarga de parodiar, chiste de niggers incluido, siendo el personaje de Winston el más característico dentro de esta inclusión de elementos absurdos. Este estilo infundido a la película sería precisamente uno de los elementos, que, precisamente por extraños, encumbrarían a la cinta a cierto status de título de culto, algo que a todas luces parece excesivo viendo el resultado final de Eli Roth en su primer largometraje, donde, si bien resulta una correcta película de género, se aprecian numerosos recursos manidos tratando de dar potencia visual a la cinta, con esas secuencias presentadas en un rojo fundido como exponente principal. Y sin embargo una buena campaña publicitaria, un estimado éxito en taquilla y, quizás lo más importante, lograr llamar la atención de Quentin Tarantino, quien de alguna manera acabaría convertido en padrino de su director, harían de Cabin fever una película lanzadera de una trilogía, con remake incluido. Todo un merito para un director novel de treinta años con una innegable pasión por el cine de terror, algo de medios y una pizca de suerte, quien gracias a Cabin fever lograría hacerse un hueco en el cine de terror moderno tanto como director, productor, e incluso actor, todo un todoterreno que pocos años más tarde tocaría el cielo dentro del género que tanto amaba con una película llamada Hostel. Pero eso es otra historia. 

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