sábado, 28 de diciembre de 2019

EL EXORCISTA EL COMIENZO: LA VERSIÓN PROHIBIDA (DOMINION: PRECUEL TO THE EXORCIST, 2004) 111´




Lankester Merrin, quien abandonó el sacerdocio tras ser testigo de terribles atrocidades durante la Segunda Guerra Mundial, se encuentra ahora al mando de una excavación arqueológica al Este del África, colonia Británica. El objeto hallado es una antigua iglesia cristiana que parece fue enterrada nada más construirse. Conforme avanza el trabajo suceden extraños acontecimientos que obligarán a Merrin a replantearse su ruptura con la fe. 



Tras ser mencionado de manera reiterativa en la primera película de El exorcista así como en la novela en la que esta se inspiró, el primer enfrentamiento entre el Padre Merrin y el demonio Pazuzu se antojaba una más que interesante premisa para abordar una nueva continuación de esta interesante franquicia con tres décadas a sus espaldas en el momento de abordar esta nueva entrega. De esta forma, el guion obra del más experimentado William Wisher (Terminator 2, El guerrero número 13) junto al neófito Caleb Carr, ahonda en la faceta humana del personaje de Merrin, y muy especialmente en su crisis de fe, nacida  a partir de un trágico episodio acontecido en plena Segunda Guerra Mundial y que nos permite contemplar una de las mejores secuencias de toda la película, aquella que precisamente abre la cinta, y que curiosamente se aleja del género del terror demoniaco para mostrar un horror más humano y que nos deja con la idea de que los demonios más despiadados se encuentran precisamente entre nosotros mismos. 



Y es que la historia es la mejor baza de una película que encuentra en el trabajo de su director Paul Schrader, curiosamente mejor guionista que director, siendo suyos los libretos de obras capitales en la filmografía de Martin Scorsese como Taxi driver, Toro salvaje o La última tentación de Cristo, su mayor lastre. El veterano director no termina de involucrarse en la producción y esa desgana se traduce en un trabajo demasiado aséptico y sin carisma. Se evidencian de esta manera los continuas divergencias y diferencias de opinión entre director y productores, ya que las visiones que tanto uno como otros querían de la película eran diametralmente opuestas, hasta el hecho de volverse a filmar nuevamente la película con otro director dejando el trabajo de Schrader en un cajón hasta que, afortunadamente, pudo ser estrenado en cine, dejando de esa forma al espectador la decisión final sobre si la película de Schrader era adecuada o se antojaba un sinsentido que hiciera necesaria esa nueva filmación. Lamentablemente tras revisar el trabajo del director de películas como American gigoló, El beso de la pantera o Aflicción, uno acaba por pensar que la decisión de volver a filmar la historia con un nuevo realizador no fuera tan descabellada, algo que se reafirma en el instante en que uno puede finalmente comparar las dos películas filmadas en base a la misma premisa argumental. 





La aparente desidia de la dirección se trasmite inclusive a su protagonista principal, un habitualmente estupendo Stellan Skarsgard, y que sin embargo en esta ocasión encontramos bastante perdido e inexpresivo en un papel de inicio con los matices suficientes para brindar una interpretación más que interesante, tal es el material de inicio con el que contaba el intérprete. Pero el problema se antoja no es del actor sueco, ya que el resto de intérpretes muestran la misma apatía, lo que es síntoma inequívoco de una mala dirección de actores. Este hecho nos devuelve la idea de un rodaje complicado, complejo y plagado de diferencias creativas entre los distintos responsables, y donde el director, tal y como parece quedar evidenciado, acabo desligado emocional y profesionalmente de un proyecto que devino en una filmación en modo piloto automático.



A pesar de que la propuesta deja escapar una más que interesante idea, podemos destacar la fotografía del genial Vittorio Storaro, toda una institución cinematográfica con películas a sus espaldas como Apocalipsis now, El último emperador o El cielo protector, donde su labor como director de fotografía resultaba fundamental, y que logra embellecer no pocas de las secuencias, como las de la aurora boreal, amén de llevar a cabo un buen trabajo en la iluminación dentro de la iglesia, dotando igualmente de una fuerza pictórica el impactante plano del Padre Francis atravesado por varias flechas y que representa el martirio de San Sebastián. Lo mismo sucede con una composición musical que si bien no resulta especialmente destacable, logra armarse como un buen complemento a la hora de acompañar a la historia. Y que significa todo esto, que Schrader contó de inicio con un holgado presupuesto y toda una pléyade de competentes colaboradores a la hora de dar forma a esta tercera secuela de la película de William Friedkin, con lo que todo parece indicar que el principal responsable del fallido resultado final fue del propio director.





Nos encontramos de esta forma con, a priori, una interesante idea, bien escrita y que se amparaba en una historia con potencial suficiente como es ese interesante acercamiento al primero de los enfrentamientos entre el Padre Merrin y su antagonista vital, el demonio Pazuzu. La película  además, de esta forma, entroncaba  y homenajeaba a la película de 1973 pero logrando desligarse lo suficiente, especialmente en cuánto a ambientación tanto temporal como de localización, para suponer un interesante episodio dentro de la franquicia. Destacar en colación a la relación entre ambas cintas, la inserción como guiño en un par de ocasiones de la imagen del mismo demonio que Friedkin introdujera subliminalmente en su obra, convertido con el paso del tiempo en icono muy reconocible dentro el género. Todos estos pilares quedan lastrados sin embargo por una dirección descafeinada, carente de alma e ineficaz, resultado de una disparidad entre los criterios más pausados, metafísicos y trascendentales de Paul Schrader, frente a la necesidad reconocida por los productores de un producto final con un tempo narrativo más acorde a las demandas de un público potencial ávido de efectismos, sustos y un ritmo menos tedioso. Enfrentamiento que llevaría a ejecutar prácticamente un rodaje desde cero que al menos logra unos resultados superiores a los vistos en la versión de Schrader, respetando eso sí, el grueso de la historia, tal y como hemos insistido, lo mejor de la película. Y es que el tan esperado primer encuentro entre Merrin y Pazuzu habría de esperar.

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