sábado, 7 de diciembre de 2019

EL EXORCISTA (THE EXORCIST, 1973) 126´



“Magnífico día para un exorcismo”

Regan, una niña de doce años, comienza a manifestar de manera repentina una serie de cambios en su comportamiento, lo que unido a una extraña sintomatología, lleva a su madre a iniciar un periplo entre doctores y psiquiatras, quienes tras todo tipo de pruebas médicas son incapaces de dar con la raíz del problema. El agravamiento de la situación y una serie de fenomenología inexplicable alrededor de la pequeña, llevará a la familia a plantearse la vía espiritual, llegando a someter a Regan a un ritual de exorcismo llevado a cabo por dos sacerdotes antagónicos tanto en experiencia como en fe.



Warner Bros estreno El exorcista de tapadillo en las Navidades de 1973 con la idea de quitarse de en medio cuanto antes un título que se había convertido en un cúmulo de problemas para la productora y distribuidora por lo peliagudo del tema que trataba, lo que había provocado, entre otros quebraderos de cabeza, el boicot de la cinta por parte de lo más reaccionario de la sociedad católica de la época. Poco iban a imaginar entonces que la película se convertiría en el título más taquillero del año, siendo nominado además a diez Oscar de la Academia y convirtiéndose casi de inmediato en uno de los puntales que llevaría a su madurez cinematográfica al género de terror, siendo considerada de manera prácticamente unánime hoy en día, más de cuarenta y cinco años después de su estreno, una de las obras culmen dentro de la historia del cine de terror, y por extensión, uno de los títulos referenciales dentro de la propia historia del séptimo arte.


La película se basa en la novela publicada apenas un par de años atrás por William Peter Blatty, novelista muy ligado desde siempre al mundo del cine en su faceta de guionista en comedias como El nuevo caso del inspector Clouseau, Un yanqui en el harén, ¿Qué hiciste en la guerra papi? u Ojos verdes, rubia y peligrosa. Este libro, que pudo escribir gracias al premio económico logrado en un concurso televisivo presentado por Groucho Marx, se inspiraba a su vez en un hecho real acontecido a finales de los años cuarenta en Maryland, siendo en realidad un niño de catorce años quien, según todos los indicios, fue víctima de una brutal posesión que obligaría a llevar a cabo un largo y extenuante exorcismo de varias semanas que finalizaría con la entidad maligna abandonado el cuerpo del menor. Blatty, católico confeso, buen conocedor de este hecho y quien además había cursado sus estudios en la Universidad de Georgetown, un referente importante dentro de la propia novela, llevaría a cabo un exhaustivo estudio tanto del caso como del propio ritual del exorcismo para ofrecer una obra documentada, aséptica, visceral y con una concepción notablemente cinematográfica que se ancla en unos grandes diálogos entre personajes, posiblemente propiciada por la propia profesión como guionista de su autor. La novela, todo un éxito de ventas, no tardaría en llamar la atención del mundo del cine, que vería de inicio el potencial visual y narrativo del material narrado, recayendo en el propio Blatty la labor de adaptar en forma de guion su propio libro, tarea que ejecutó de una manera soberbia, siendo todo un ejemplo de traslación del papel al celuloide, hasta el punto de ser galardonado con el Oscar al mejor guion adaptado de ese año. Una vez obtenido un libreto consistente, se iniciaría el consabido baile de potenciales directores de la película, con nombres en las quinielas como los de Mike Nichols, John Boorman (quien acabaría dirigiendo la primera de las secuelas) o Stanley Kubrick, que buscaba una película dentro del género de terror que sumar a su lista de incunables clásicos, aunque finalmente no sería el escogido, resarciéndose años más tarde haciéndose cargo de El resplandor. Finalmente, la tarea de trasladar a imágenes la complicada historia narrada en la novela de Blatty, recaería en otro William, en esta ocasión de apellido Friedkin, joven director que ya comenzaba a despuntar en Hollywood con películas arriesgadas como Los chicos de la banda y muy especialmente gracias al enorme éxito obtenido con Contra el imperio de la droga. William Friedkin era un director de carácter, tozudo en sus decisiones y con la suficiente capacidad técnica como para poder echarse sobre los hombros un proyecto que ya desde sus comienzos se antojaba harto complejo, tanto por las propias complicaciones de un rodaje difícil en cuánto a efectos y trucajes, como en contenido, hasta el punto que las discrepancias entre guionista y director no fueron pocas, conformando no obstante un armado tándem responsable a partes iguales del gran y terrorífico resultado final.


Si en el apartado técnico fueron varias las complejidades a superar a la hora de conformar el equipo, en lo concerniente al terreno artístico estas se multiplicaron. El principal problema estribaba en la elección de una actriz infantil capaz de interpretar el papel de Regan, la niña poseída que, recordemos, blasfema, insulta y ejercita varias secuencias con un elevado contenido violento y sexual, con la polémica escena de la masturbación con el crucifijo como punto crucial. Todas las dudas fueron despejadas durante las pruebas realizadas a Linda Blair, quien por aquel entonces contaba trece años, pero que por el contrario manifestaba una gran madurez a todos los niveles, incluido en el aspecto sexual, lo que le llevaba a hablar de la masturbación como algo natural y que ella misma practicaba. La elección no pudo ser más acertada, ya que la pequeña lleva a cabo una actuación totalmente natural y nada impostada, con un riquísimo matiz de registros que oscilan desde la candidez inicial propia de una niña inocente hasta involucionar en una malcarada entidad capaz de transmitir con el rostro, y ello a pesar de los maquillajes aplicados en las fases más avanzadas de la posesión, todo el odio, violencia y rabia que vamos viendo en pantalla. Precisamente esta contundente interpretación, que le valdría una nominación al Oscar a la mejor actriz de reparto y que curiosamente le arrebataría otra menor, la Tatum O´Neal de Luna de papel, acabaría por convertirse en su peor referente, ya que la encasillaría de por vida en un único papel, que no solo repetiría en la continuación estrenada en 1977, sino que acabaría parodiando en Reposeida, oscilando el resto de su carrera entre mediocres películas de serie Z donde en muchos casos acabaría luciendo palmito en títulos con momentos de corte erótico. Pero en El exorcista no solo cabe destacar la madurez interpretativa de  la pequeña Linda Blair, debiendo igualmente resaltar a una Ellen Burstyn magistral como madre de Regan, y que logra transmitir al espectador toda la desesperación e impotencia de un personaje incapaz de gestionar el caos y el terror en el que se convierte su vida y la de pequeña de un día para otro. Actriz de renombre a pesar de no ser muy conocida fuera de los círculos más cinéfilos y con grandes títulos dentro de una extensa filmografía como La última película, Alicia ya no vive aquí o Réquiem por un sueño, la intérprete continúa trabajando hoy en día de manera incansable a sus cerca de noventa años. Por su parte, para la dupla de sacerdotes protagonistas se escogió a dos actores tan dispares como Max Von Sydow y Jason Miller. Y es que mientras el primero era una personalidad consagrada en el mundo del cine gracias principalmente a su participación en varios títulos del gran Ingmar Bergman, como El séptimo sello o El manantial de la doncella, Jason Miller debutaría en el mundo del cine precisamente con El exorcista, siendo reclutado por el propio Friedkin desde el mundo del teatro, disciplina donde fue descubierto por el director de la película. Max Von Sydow ejecuta una actuación pausada, llena de aplomo, propia de alguien que se enfrenta a una situación ya conocida y que lo hace convencido de que la confrontación es con el mismo demonio, lo que le hace jugar con ventaja frente a un Jason Miller que aborda su personaje desde esa crisis de fe que vive el padre Karras y que le empuja a un constante negacionismo de la teoría espiritual frente a su apuesta por la racionalidad basada igualmente en sus estudios como psiquiatra, y ello  a pesar de las cada vez mayores evidencias paranormales aportadas. Ese rol que le aporta la película como boxeador aficionado le sienta genial a la fisicidad del actor frente a la apariencia de fragilidad de su compañero, apuntalada en la larga secuencia del exorcismo final, manifestándose sin embargo en el momento decisivo que, si bien su cuerpo no le acompaña, la fuerza mental está de lado del padre Merrin. No sería justo cerrar el apartado interpretativo sin mencionar la aportación sarcástica y mordaz, pero a la vez tremendamente dura, incluso en algún momento amenazante del teniente Kinderman, interpretado de manera sublime por un Lee J. Cobb (La ley del silencio, doce hombres sin piedad, Éxodo) en una de sus última apariciones antes de fallecer en 1976, que, en base a sus aportaciones cono cinéfilo impenitente, hace las veces del propio autor del guion, sirviendo de altavoz de las palabras del propio William Peter Blatty. Este estupendo personaje sería recuperado en la tercera entrega de la franquicia, siendo de hecho en esta ocasión el protagonista de la historia. Un gran plantel de intérpretes para insuflar vida a unos personajes igualmente excelentes, perfectamente definidos primero en las páginas de la novela para más tarde ser más trasladados al guión cinematográfico.


Si El exorcista se tradujo en el brutal éxito de público que tuvo en el momento de su estreno (y reestreno en el año 2000 a través de un nuevo remontaje por parte del director) y supuso todo el impacto social que le acompañaría prácticamente hasta nuestros días, es porque aborda uno de los miedos más atávicos del ser humano, el miedo al demonio, amparado en unas creencias religiosas que llevan a  tener como cierta la propia existencia de esta criatura que representa al mal más puro. La película es plenamente consciente de este hecho y es por ello que apuesta por construirse como un drama familiar más que tratar de desarrollarse por los vericuetos propios del horror, más explosivos y buscando el susto fácil, inundando de sobrecogedora realidad a su historia. El espectador asiste de esta forma a un lento y progresivo proceso por el cual vemos la degradación física y mental del personaje de Regan, y por ende, el de su propia madre y demás gente alrededor de la pequeña. Y es que, como bien apunta el Padre Merrin en la película, el objeto del demonio no es poseer a la pequeña sino derrotar espiritualmente a la familia, y es precisamente este concepto el que sume al espectador en la historia, primero mediante las concienzudas pruebas médicas a las que es sometida Regan para acabar llegando a la única conclusión factible de la idea de la posesión, con la posterior ejecución de un tormentoso exorcismo de funestas consecuencias.


Pero si la propia historia así como el tempo utilizado, más propio por momentos del melodrama cultivado en la década de los setenta que del cine de terror, son dos de los elementos que hacen de El exorcista uno de los títulos de cabecera dentro del cine de este género, no podemos obviar otros dos elementos ineludibles, como son el sonido y los efectos físicos y de maquillaje. En relación al sonido utilizado la película golpea constantemente mediante este recurso la psique del espectador, y es que ya desde la secuencia de apertura en el desierto de Irak con esos cánticos o el golpeteo de los picos en la piedra, la cinta se ampara de una manera muy presente en estos efectos, que potencian bien la angustia, el suspense o la virulencia de las imágenes a las que acompañan, con ejemplo palpables como el fogonazo de la vela en el ático oscuro de la casa, el aturdidor soniquete de las maquina médicas durante las pruebas a las que es sometida la pequeña Regan o los ecos guturales provenientes de la poseída. Mención especial al doblaje de Linda Blair en su fase como endemoniada, prestada por Mercedes McCambridge, veterana interprete vista en clásicos como Johnny guitar, Gigante, De repente, el último verano o Cimarrón, y que compone una construcción vocal agria, notablemente repulsiva y aterradora. Y qué decir de un maquillaje que brilla a un gran nivel, máxime si tenemos en cuenta que estamos hablando de una película de los primeros setenta, donde los materiales y medios con los que contaban los responsables de esta área estaban lejos de la gran gama de protésicos, látex y demás avances en el campo de las caracterizaciones. En este apartado el principal ejemplo escogido suele ser la propia Regan endemoniada, plagada de escarificaciones, pústulas y una gran degradación del bello y cándido rostro de Linda Blair hasta lograr transmutarlo en algo horrendo y repulsivo, y sin embargo creo de justicia abordar la caracterización de un Max Von Sydow, por aquel entonces de cuarenta y tres años, en un avejentado Padre Merrin, hasta el punto que el interprete se ve en la actualidad, a sus casi noventa años, que ha envejecido tal y como habían predicho los responsables de su avejentada caracterización hace más de cuatro décadas. 


La banda sonora en El exorcista es otro de esos temas de conversación obligados a la hora de abordar la película. Tras rechazar Friedkin la idea de incorporar una composición musical propia, y desechando por ello el trabajo de Lalo Schifrin creado ex profeso para la película (y que sería recuperada como banda sonora de Terror en Amytiville), la película ha quedado indefectiblemente unida a un sencillo y de inicio, alegre tema musical, creado por un joven Mike Oldfiel en el garaje de su casa, de nombre Tubular bells, y que suena de manera bastante secundaria en varios momentos de la película. Junto a este icónico tema la película utiliza otro grupo de insertos de autores como Leonard Slatkin, George Crumb o Anton Webern, como el abrupto y estridente sonido de violines que acompañan de inicio a los títulos de crédito finales, siendo la música otro elemento más incorporado en segundo plano con inquietante condimento de la historia, no siendo en ningún momento utilizada como pieza central de la secuencia, siendo su función última apoyar de soslayo lo mostrado en pantalla.


En lo que se refiere al apartado técnico, el manejo de la cámara por parte de Friedkin así como la construcción de las escenas es notablemente innovador, como prueba el uso de cableado para mover la cámara entre las estancias de la casa ubicada en el 3600 de Prospect Street Northwest donde se desarrolla buena parte de la acción, un escenario real y no un decorado, lo que dificultaba la planificación y posterior filmación de las escenas, y que se ha convertido lugar de peregrinación para los amantes del cine que ansían fotografiarse junto a la escalinata ubicada en el exterior de la vivienda y pieza importante en la propia trama de la película. Aunque la película se apoya en unos recursos cinematográficos clásicos, incluye, como decíamos, momentos con una innovadora planificación, algo que ha ayudado a que la cinta, amén de por la potencia de su propia historia, siga siendo rabiosamente actual a pesar de todos los años transcurridos desde su estreno. Sin abusar de efectos más allá de los brutales maquillajes mencionados con anterioridad y unos trucajes físicos para solventar secuencias como la de los estertores de la cama de Regan, la levitación de la pequeña o el hecho de filmar en cámaras frigoríficas, con los inconvenientes añadidos para los propios actores, para de esta forma poder lograr el vaho de los personajes a la hora de hablar en el tramo final, la película hace de la sencillez su gran virtud, ya que la simplicidad de estos efectos los hace hoy en día igual de funcionales que en el primer visionado. Finalmente Friedkin se apoya en el uso de imágenes subliminales para acentuar la sensación de desasosiego y terror que acompaña a la película, con ese fotograma de la imagen de demonio como referente principal, convertida en toda una postal clásica dentro del cine de terror.


Y si a todo esto le sumamos el aura de película maldita que acompaña al Exorcista en base a los variados hechos luctuosos que se produjeron en paralelo a su filmación  como son las muertes de familiares de protagonistas como Max Von Sydow o Linda Blair, muertes de propios actores antes siquiera de estrenarse la película, caso de Vasiliki Maliaros o Jack MacGowran, fallecimientos de personal técnico y otros trabajadores u homicidios cometidos por personas relacionadas de una u otra manera con la cinta, tenemos el perfecto caldo de cultivo para construir una película considerada una obra maestra del cine de terror y una de las obras de ficción más aterradoras jamás filmadas. Puede que los tiempos hayan cambiado y muchos se tomen a sorna secuencias que en el momento del estreno de El exorcista resultaban casi insoportables para el espectador de los años setenta, pero aún y con todo les reto a revisionar la película como Dios manda, de noche, en soledad y con el volumen elevado. Verán como al terminar la cinta y asomar el título El exorcista en letras moradas en la pantalla la vuelta a la cama ya no será tan placentera. Palabrita del niño Jesús. 

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