El
teniente Kinderman investiga una serie de asesinatos rituales que le hacen
rememorar los crímenes que tuvieron lugar años atrás cometidos por el asesino
en serie conocido como Geminis. Pero Geminis fue ejecutado en la silla
eléctrica, lo que imposibilita que sea este el autor material de los nuevos
asesinatos, a pesar de darse determinados patrones en las muertes que solo este
psicópata conocía. En su investigación, Kinderman se enfrentará a fantasmas que
creía enterrados y que tienen que ver con un exorcismo realizado quince años
atrás.
William
Peter Blatty, autor de la novela El exorcista y guionista de la cinta de 1973, libreto
por el que cual ganó el Oscar, toma las riendas de esta franquicia de terror, y
lo hace volviendo a apoyarse en una obra literaria propia, en este caso Legión,
publicada en 1983, para intentar hacer un lavado de cara a la saga tras el
fiasco que para el público supuso la segunda parte dirigida por John Boorman trece
años atrás. No se trata sin embargo de la primera experiencia de Blatty
tras la silla de director, quien en 1980 dirigiera la interesante y psicológica
La novena configuración, ofreciendo con esta tercera entrega de El exorcista
una dirección firme y consistente, y donde demuestra haber aprendido de
realizadores como el propio William Friedkin a la hora de crear una
ambientación y un trasfondo donde el suspense sea la carta de presentación
central.
Y
es que esta continuación realmente no era tal, ya que, si bien toma como
protagonista principal a uno de los personajes más interesantes de El
exorcista, ese cinéfilo empedernido y eficaz a la vez que árido inspector de
policía Kinderman, realmente no es una secuela de la película de 1973. La
novela en la que se basa la película, Legion, si bien podemos decir se
desarrolla en el mismo universo ficticio creado por Blatty para su Exorcista,
tomando inclusive como apuntábamos personajes ya aparecidos en su novela
anterior, es una historia totalmente diferente, incluso en género, dejando de
lado el terror para ubicarse como una obra policiaca. Serían las propias
presiones del estudio las que obligarían a llevar a cabo las suficientes
modificaciones sobre el libreto inicial para interrelacionar ambas historias a
través de personajes y trama, e interconexionándolas forzosamente a través del pirotécnico
exorcismo final, para de esta forma, poder estrenarla como una continuación
oficial de la película de William Friedkin, debiendo su director de acabar
claudicando ante las exigencias de la productora frente al proyecto que él
tenía en mente. Y sin embargo y aún con todo, nos encontramos ante una interesante
película y que funciona como estupenda trama policiaca con ribetes de terror,
anteponiéndose con nota a títulos futuros como El silencio de los corderos,
estrenada solo un año más tarde, o Seven.
Como
venía siendo habitual en las dos películas anteriores, esta tercera entrega se
apoya en unos intérpretes de renombre y gran categoría profesional, comandados
en esta ocasión por George C. Scott, eterno Patton y ligado con anterioridad al
género de terror a raíz de la estupenda Al final de la escalera, quien recibe
el testigo de Lee J. Cobb a la hora de dar vida a un abatido teniente
Kinderman, papel en el que resulta tremendamente convincente. Junto a Scott
vemos a Ed Flanders, quien ya había coincidido con Blatty en la anteriormente
mencionada La novena configuración, y que a los fans del terror les sonará por
haber dado vida a uno de los personajes de la miniserie reconvertida en
largometraje El misterio de Salem´s Lot, estrenada en nuestro país con el
engañosos título de Phantasma 2. Este veterano intérprete da vida al Padre
Dyer, cuyas conversaciones con Kinderman se encuentran entre lo mejor de la
película. Otro de los rostros que el aficionado rápidamente reconocerá es el de
Brad Dourif, quien vuelve a dar vida a un psicópata tras encarnar al Charles
Lee Ray de Muñeco diabólico poniendo igualmente su voz al servicio del conocido
asesino Chucky a lo largo de toda la saga de Muñeco diabólico. Contrariamente a
lo que sucede con los diálogos entre Dyer y Kinderman, los coloquios entre el
inspector de policía y este personaje acaban por momentos resultando algo
tediosos, pareciendo que el autor no discierne en dichos momentos el lenguaje
literario del cinematográfico creando secuencias innecesariamente alargadas. Como
ya apuntábamos, la historia fue retorcida para conectar de manera artificial
con la historia de El exorcista, y es por ello que se hacía necesario unir
ambas películas mediante uno de los actores de la cinta de 1973. Es por ello
que en un papel secundario aparecerá nuevamente Jason Miller dando vida al
Padre Karras, y es por ello que su intervención resulta forzada y algo
irrelevante. Para finalizar el apartado artístico y como curiosidad comentar
que en la onírica escena del purgatorio podemos ver reconvertidos en ángeles
celestiales a personajes como el jugador de baloncesto Patrick Ewing o al modelo
Fabio, apareciendo igualmente entre el maremagno de almas en espera un
desconocido Samuel L. Jackson.
Esta
tercera entrega, tras el universo de tintes oníricos y psicodélicos tan
personal creado por John Boorman para la primera secuela, vuelve en parte sobre
los cimientos de la película de William Friedkin aunque siendo mucho más rica
en elementos fantasiosos y alegóricos. Se crea de esta forma un curioso
largometraje que hibrida entre el género policiaco, y que de hecho se anticipa
por poco a la moda de psicokillers que hallaría en la década de los noventa un
estupendo caldo de cultivo cinematográfico, y el terror demoniaco ligado al
catolicismo, elemento que el director se esfuerza en reforzar mediante una
profusa inserción de imágenes y escenas de tintes religiosos, con numerosos
fotogramas que muestran esculturas, iconos y demás imaginería creyente, junto
con secuencias pertenecientes a un orbe más místico y de ensueño,
ejemplificadas en momentos como la visión de ese limbo plagado de ángeles que
acompañan a las almas que allí se encuentran o el momento en el tramo final en
el que vemos emerger cientos de cuerpos desde las mismas entrañas de la tierra
liderados por un crucificado que no es otro que el niño asesinado al comienzo
de la película. Y es que no podemos olvidar a este respecto que Peter Blatty es
un católico confeso muy ligado además al ámbito de los Jesuitas, por lo que el
tema religioso siempre ha estado muy presente en sus obras literarias.
En
lo que concierne a su faceta como director, el novelista se presenta como un
gran conocedor de los resortes que mueven el género de terror cinematográfico, valía
que literariamente ya había demostrado con creces, pareciendo que la película
ha sido dirigida por alguien con gran veteranía en el medio, y no siendo el
resultado de un director que ejecuta su segundo trabajo tras las cámaras, a lo
que hay que sumar las mencionadas presiones a las que Blatty fue sometido para
que la película acabara convertida en secuela de El Exorcista, con las
modificaciones sobre el guion original y planes de rodaje que ello supuso. Todo
esto apunta a que Blatty tomo buena nota de todos los rodajes a los que estuvo
ligado en su faceta como guionista, y muy especialmente en la filmación de El
exorcista diecisiete años atrás. Para dotar de un mayor énfasis a la historia
se apoya, acertadamente además, en planos, sonidos, iconografía religiosa y
voces que refuerzan las sensaciones negativas que posee la cinta. Cierto que en
algún momento la trama puede antojarse algo lenta, consecuencia de que el
director apueste claramente por una película de sensaciones. Pero cuándo la
película se propone insertar un susto acaba creando momentos antológicos, no
pudiéndonos olvidar a este respecto la grandiosa escena del turno de noche en
el hospital, representado con un alejado plano fijo y que guarda en sus casi
cuatro minutos un par de momentos de esos que te hacen brincar de la
butaca.
Notable
producción de terror que logra crear esa sensación de malestar buscado y que en
su momento fue bastante maltratada por la crítica, y que si hubiera buscado un
desarrollo alejado de la cinta de Friedkin, tal como quería su máximo
responsable, labrándose un universo propio, posiblemente hoy en día sería mejor
considerada, ya que como parte de la franquicia de terror iniciada en 1973 con
El exorcista, acaba siendo sometida a unas, en ocasiones, injustas
comparaciones con la película de William Friedkin que acaban pasándole factura.
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