lunes, 30 de diciembre de 2019

EL EXORCISTA: EL COMIENZO (THE EXORCIST: THE BEGINNING, 2004) 109´



Un extraño mecenas convence al estudioso y arqueólogo Lankester Merrin para que se una a una excavación que tiene lugar en una remota región de Kenia. En el lugar se ha hallado una antiquísima iglesia bizantina en un estado perfecto. Tal es así que da la impresión que fuera enterrada nada más finalizada su construcción, algo que intriga a Merrin, quien previamente a dedicarse a la investigación había sido sacerdote antes de perder su fe al ser testigo directo de la maldad del hombre.

 
Tras los irregulares resultados del montaje final de la película de Paul Schrader, los productores decidieron reinvertir otros cuarenta millones de euros y así volver a rodar la historia prácticamente desde cero, para lo cual contaron con los servicios del finlandés Renny Harlin, un director versado tanto en el cine de acción adrenalítica con títulos como La jungla de cristal 2, La isla de las cabezas cortadas o Memoria letal como en el de terror, género en el que había enmarcado sus primeros títulos con películas tan interesantes como Presidio o Pesadilla en Elm Street 4. Es por esta razón que la elección de este nuevo realizador parecía una apuesta adecuada de cara a reflotar un título que estaba generando numerosos quebraderos de cabeza en Warner Bros aún incluso antes de estrenarse, acrecentando el aura de maldita de la saga, iniciada ya con el estreno de la película de 1973, una leyenda negra que todavía iría más lejos tras sufrir el propio Harlin un grave atropello durante el rodaje que le destrozaría la pierna.


El director finlandés tomaría la misma historia y equipo técnico que Schrader, incluyendo director de fotografía y compositor de la banda sonora, para crear su propia versión, la cual gana varios enteros respecto a su predecesora en base a varios elementos que Harlin logra aportar y de los cuales carece la película primigenia. Así, esta nueva versión es más efectista, algo que se deja bien claro desde la secuencia de arranque ubicada en plena edad media y prologada por ese sol naciente al más puro estilo de la cinta de 1973, logrando intercalar secuencias donde se busca activar sensaciones en el espectador mediante un buen uso de la atmósfera y la tensión, con otras escenas más explícitas e impactantes. Además esta versión tiene un montaje más interesante, eludiendo la excesiva linealidad de la obra de Schrader y usando recursos como el flashback o las secuencias paralelas con mayor dinamismo, lo que da una obra más redonda, mejor presentada. La cámara se mueve más y mejor, la factura es más elegante y los amplios recursos económicos están mejor aprovechados. A esto hay que añadir que la película transmite una mayor energía, dejando de lado el aparente hieratismo de la anterior visión, mostrando una obra con más corazón y alma.


La permuta de realizador se vuelve aún más evidente en el cambio de registro del protagonista principal, cuya interpretación gana bastantes enteros respecto a la película inicialmente planteada. Ahora Lankester Merrin es un hombre roto por la culpa, con una profunda crisis de fe y eso es lo que transmite Skarsgard tanto física como emocionalmente. Asimismo Harlin, si bien mantuvo a Skarsgard como protagonista central, cambió a buena parte de los actores principales, contando para la ocasión con la ex chica Bond Izabella Scorupco en lugar de Clara Bellar, sustituyendo inclusive al propio personaje femenino dándole en esta ocasión un mayor peso dramático en la historia, dejando asimismo que el papel de Padre Francis recayera en James D´Arcy, visto en Master y comander o Dunkerque, dejando sobre la mesa de montaje todo el trabajo de Gabriel Mann, y así con varios de los actores que trabajaron con Schrader, respetando sin embargo a actores como Julian Wadham o Ralph Brown, quienes repiten sus personajes, logrando al igual que sucede con Skarsgard, componer unas mejores interpretaciones que en la primera de las versiones de esta cuarta entrega de la saga.



Si hacemos un mero ejercicio de comparación entre la película de Schrader y la de Harlin hemos de defender sin ningún género de dudas esta nueva revisión de la historia, pudiendo ejemplificar este veredicto con uno de los momentos más destacados del guion, aquel en el que en plena Segunda Guerra Mundial, el entonces sacerdote Lankester Merrin es obligado por un oficial de las SS a escoger entre varios de sus convecinos quien va a morir como castigo por el asesinato de un soldado alemán. Mientras que en la película de Schrader esta secuencia se ubica en el prologo de la película y es narrada completamente de manera lineal, Harlin opta por ir intercalando este momento mediante la inserción de flashbacks que presentan esta vivencia del protagonista de manera parcial para finalizar con un montaje paralelo entre presente y pasado, a lo que hay que sumar que la forma en que uno y otro director han filmado y montado este instante son diametralmente opuestos, resultando mucho más interesante la versión de Harlin con esa frase lapidaria espetada por el oficial alemán tras ver a Merrin rezando, ese “Dios no está aquí hoy Padre”, y que nos hace entender todo el comportamiento posterior de este personaje tan vital dentro de toda la franquicia.  



A pesar de las inevitables comparaciones con El exorcista de 1973, lo que le supone a la cinta de Harlin un constante maltrato tanto a nivel de crítica como de público, hay que defender una película rodada a contra pie y que sin embargo logra no solo crear una notable atmósfera asfixiante con un acertado manejo del suspense por parte del director, sino que aporta a la interesante historia escrita de inicio por Wisher y Carr el efectismo necesario, y requerido además por los productores de la película, para dar empaque al resultado final y del que carecía la versión inicial, con momentos tan evidentes a ese respecto como el combate entre las tropas británicas y la tribu africana, para culminar con un exorcismo final más acorde al espíritu originario de la saga. No podemos dejar de mencionar un pero, y es que a nivel técnico el fallido uso de una infografía, artificial y muy poco conseguida, hace que cada vez que es utilizada en la película de cómo resultado unas escenas muy poco creíbles y acartonadas, caso del ataque de las hienas o cuándo se integra en el exorcismo que tiene lugar en el interior de la iglesia enterrada bajo toneladas de tierra.


A Renny Harlin se le encomendó la complicada tarea de resucitar una película que por momentos agonizaba en la versión de su antecesor en la silla de director, y hay que decir que el director finlandés es capaz de tomar una situación a priori harto compleja para ofrecer una digna historia de terror, pero que no solamente se queda en el aspecto más externo del género con efectos sanguinolentos y sustos premeditados, sino que es capaz de rascar esa superficie para hacer que este comienzo de la interesante historia del Padre Merrin sea algo más, tanto a nivel de historia como de película. Sería la última vez hasta la fecha que veríamos una nueva entrega de esta interesante aunque por momentos irregular saga iniciada en 1973 con la excelsa El exorcista, y que últimamente ha vuelto a ser abordada en formato televisivo, renovando el lenguaje utilizado en una interesante serie de dos temporadas que vuelve sobre la historia originaria narrada por William Peter Blatty y dirigida con brillante maestría por William Friedkin cerca de medio siglo atrás. Y es que el demonio es un tema de una potencia cinematográfica y terrorífica fuera de toda duda, y esta historia escrita casi medio siglo atrás da buena muestra de ello.

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