sábado, 27 de febrero de 2021

DÉJAME SALIR (GET OUT, 2017) 104´

Chris Washington siente cierto recelo a la hora de ir a conocer a los padres de su novia Rose, motivado principalmente por el hecho de ser el negro y ella blanca. Pero sus miedos iniciales no tardan en disiparse cuándo conoce a su familia política, quien le acoge prácticamente como a un hijo más. A pesar de todo, Chris no puede evitar sentir que algo no anda del todo bien durante esa visita familiar.

Exitoso título que a una estratosférica taquilla, que llegaría a multiplicar por más de sesenta el coste inicial de la película, se sumaría un reconocimiento prácticamente unánime por parte de la crítica, y que llevaría a Déjame salir a competir por el Oscar a mejor película, ganando la dorada estatuilla correspondiente a mejor guion original, todo un triunfo teniendo en cuenta la consideración que el cine de género, máxime de terror, suele tener a la hora de ser tenido en cuenta por los miembros de la academia. La relevancia de la película supuso otra piedra más para consagrar a la productora de Jason Blum (la Blumhouse productions) como el referente actual más destacado a la hora de hablar del género de terror, sumando este nuevo éxito a otros anteriores como Paranormal activiy, Insidious, Sinister, Ouija o La purga, entre un largo vademécum de títulos relacionados con el horror.

Pero si hay un nombre referencial detrás de Déjame salir, mucho más allá del de su productor convertido en estrella del Hollywood actual, ese es su guionista y director Jordan Peele, quien debutaría detrás de las cámaras con el presente título tras foguearse como escritor de guiones en series para la televisión y desarrollar una carrera paralela como intérprete para el mismo medio. Gracias a su opera prima, Peele se convertía en un director y guionista a considerar, manteniendo el estilo que preside Déjame salir con Nosotros, su siguiente trabajo tras las cámaras, y siendo asimismo el encargado de escribir el guion del esperado remake (de próximo estreno) de Candyman, revisión que renueva el título de culto basado en un relato corto de Clive Barker y protagonizado por el conocido psicokiller (nuevamente un personaje negro) creado a partir de terribles leyendas urbanas y caracterizado por llevar un garfio en lugar de mano y tener su cuerpo henchido de abejas.

La película pervierte la idea mostrada en el clásico Adivina quién viene esta noche, por la cual una familia de clase acomodada blanca acoge en su seno al novio negro de su novia, y si bien esos convulsos sesenta en los que se estrenó la cinta protagonizada por Sidney Poitier, Spencer Tracy y Katharine Hepburn poco tienen que ver con el reciente año de estreno de Déjame salir, si se juega con ese espíritu de dudas e incomodidades propias de la situación de partida, algo a lo que ayuda ubicar la historia en una kafkiana comunidad vecinal que en parte parece anclada en la década en la que se estrenó la película de Stanley Kramer. La película mantiene durante todo su metraje un juego por el cual trata de dar la vuelta a las constantes del cine de terror en el que se enclava, y no solo lo hace cediendo el protagonismo principal a un actor negro, algo poco habitual en este género, una idea que ya quedaba plasmada en la paródica Scary movie, cuándo una de las amigas de la protagonista explica como en el cine de terror los negros son los primeros en morir, una broma que encierra buena parte de verdad dentro de los arquetipos principales del slasher. Pero es que además concede a este protagonista el status metafórico de scream queen, transmutando de esta manera un rol habitual dispuesto para mujeres blancas en un hombre negro. Una vez que Peele ya ha dejado claro que va a implantar sus propias normas dentro de las constantes del género en el que se enclava la película, se inicia un viaje hipnótico para el espectador (casi tanto como para el propio protagonista), que contiene a su vez varios estilos narrativos e ideas a destacar en un mismo título.

De esta forma, durante todo su primer y prácticamente segundo acto, la película se construye sobre la duda constante que ahoga al protagonista, primeramente en forma casi de juego con su novia, para ir tornándose cada vez más desasosegante y real, incertidumbre y malas vibraciones que el espectador hace suyas por la inteligente forma en la que el director va sumergiéndonos en ese microcosmos que es la familia Armitage, y que expande en la fiesta en la cual conocemos al resto de la comunidad que reside en la zona rural donde tiene lugar prácticamente toda la película, algo que consigue implantar de pleno cierta claustrofobia durante el visionado de la película. Nosotros como espectadores, al igual que el protagonista, vamos siendo conscientes de que hay algo que no encaja en la idílica acogida con la que la familia de Rose aborda a Chris, con esa cena familiar y posterior noche como punto de inflexión para tener claro que hay algo turbio tras tanta amabilidad. Durante todo este tramo la película se construye mediante sensaciones, y el suspense es la nota predominante, llegando hasta la sosegada escena de la hipnosis, uno de los momentos más publicitados de la película, y que inicia el descenso a los infiernos del protagonista, tal como le sucediera al Tom al que diera vida Kevin Bacon en ese título a reivindicar que es El último escalón. La tensión, cada vez más creciente, acaba por estallar en una brillante secuencia una vez el protagonista descubre la trampa tendida, teniendo Jordan Peele pleno control en cada momento de que es lo que quiere hacer y a donde quiere llevarnos como espectadores, logrando de lleno su objetivo principal.

Una vez se da la vuelta a las cartas y el espectador puede, una vez más en paralelo a lo que le sucede a Chris, unir todas las pistas que se han ido dejando a lo largo del metraje anterior, nos encontramos con una historia protagonizada por un mad doctor de manual, y que una vez más nos retrotrae hasta una idea ya vista de alguna manera en películas como Comportamiento perturbado o en el episodio piloto de la versión de 2002 de la celebérrima La dimensión desconocida titulado Siempre verde. Peele llega así en el acto final de la película a un punto donde deja que toda la tensión acumulada estalle en forma de violencia incontrolada, rememorando en esta ocasión el subgénero rape and revenge, una vez más otorgando al protagonista un rol eminentemente femenino y eminentemente para mujeres de raza blanca en películas como I spit on your grave, La última casa a la izquierda, Run! bitch run! o Hard candy. Y aunque pueda parecer de inicio que no es factible aplicar esta idea en Déjame salir por el hecho de que el personaje principal no ha llegado a sufrir ningún tipo de violencia física previa, una condición que si es mucho más palpable en las películas enumeradas anteriormente, sí que es equiparable por el hecho de cómo mediante el control mental del personaje este ha sido de alguna manera totalmente ultrajado, mancillado y manipulado. Es en este momento cuándo la película ofrece un recital de violencia seca y lejos de adornos estéticos, en línea con el estilo directo visto hasta entonces en la película, sirviendo de cierre perfecto a ese descenso a los infiernos sufrido por un Chris deseoso de despertar de la pesadilla en la que se ha visto inmerso.

La película cuenta con el protagonismo de un estupendo Daniel Kaluuya, visto en la segunda entrega de Kick Ass, Sicario o Black phanter, quien compone buena parte de su interpretación desde las miradas y gestos de un personaje que no llega a entender que es lo que está sucediendo a su alrededor. Le acompaña Allison Williams, fogueada en series televisivas como Girls o Una serie de catastróficas desdichas, y que da una réplica perfecta a su partenaire masculino. Los veteranos Bradley Whitford (a quien muchos ponemos cara por su simpática aparición en La cabaña en el bosque) y Catherine Keener (una de las musas del cine independiente de la década de los noventa tras su aparición en películas como Johnny Suede, Una rubia auténtica o Amigos y vecinos) constatan el estupendo trabajo como director de actores llevado a cabo por Jordan Peele que, incluso en el caso de un Lil Rel Howery encargado de aportar el alivio cómico de la trama, consigue que su aportación no chirríe en un conjunto tan dramático. El hecho de que la película contenga además ese estupendo giro final, nos permite asimismo descubrir en visionados posteriores y en las interpretaciones de los actores y actrices, matices que potencian esa sensación de afirmar lo notable de todas y cada una de las interpretaciones vistas a lo largo de la película.

Un título que basa su potencia en un guion trazado con milimétrica meticulosidad y lleno de detalles que, solo una vez se descubre lo que está sucediendo en esta perturbadora visita familiar, cobran suma importancia y sentido. Jordan Peele debuta por toda lo alto y, tomando ideas ya vistas en títulos anteriores, a las que suma ese componente racial que sobrevuela toda la película, logra ofrecer una ópera prima muy personal y que funciona como un reloj de inicio a fin. Uno de esos títulos que, desgraciadamente, no son tan habituales como uno quisiera, y que reconcilian al género de terror con un cine de máxima calidad capaz de competir de tú a tú con lo más granado de la cinematografía contemporánea. Aunque sea a costa de la salud mental del bueno de nuestro protagonista.

lunes, 22 de febrero de 2021

LA NOCHE DE LOS DEMONIOS (NIGHT OF THE DEMONS, 2009) 93´

 


Ángela ha organizado una fiesta de Halloween en una casona abandonada y sobre la que pesa una historia de muerte y terror. Durante la noche la policía irrumpe en el lugar y desaloja a los participantes, quedando dentro del recinto la propia Ángela y un reducido grupo de invitados, que cumplen con uno de los requisitos de los demonios que moran en el lugar, ser siete individuos.

Dos décadas después de estrenada La noche de los demonios se filmaría este remake que adapta a estos nuevos dos mil la estética conceptual y visual de lo que ya habíamos visionado y disfrutado con ecos de los ochenta y de los noventa. La película mantiene el tono de broma de Halloween que de alguna manera ha sido el alma mater de toda la saga, y juega a los homenajes para fans de la franquicia, ofreciendo asimismo un título que pueden descubrir los neófitos de la historia de Ángela y la casa de Hull house sin que les afecte ningún problema de continuidad o conocimiento de las películas anteriores.

El actor y director Adam Gierasch, quien además ha sido guionista habitual en la última etapa del realizador Tobe Hooper, es el encargado de ponerse detrás de las cámaras en esta ocasión. Gierasch, visto en películas del género como La masacre de Toolbox, Mortuary o La reliquia del mal, es asimismo el realizador de películas de terror como Autopsy o Cuentos de Halloween, título episódico donde se encarga del segmento titulado Trick. El director aporta a la película una estética muy de los dos mil, con profusión de iluminación artificial indirecta, una cámara en constante movimiento y un uso de los nuevos avances en materia de efectos especiales y maquillaje que le ayudan a mantener el tono gamberro y gore de las películas anteriores.

La cinta se inicia con un flashback filmado en tonos sepia y con pretendidos errores en el celuloide, que le dan un atractivo empaste visual, y que narra parte de los luctuosos hechos que harían de la mansión protagonista el lugar maldito en el que se convertiría. El hecho de este remake de intentar dar algo más de contenido a la historia, potenciando ciertas justificaciones al hecho de que han de ser un número determinado las víctimas de los demonios, el tener que aguantar los protagonistas sin ser poseídos hasta el amanecer para evitar la maldición, los engaños de los demonios para tratar de dar caza a los infortunados que han quedado atrapados en la mansión…son elementos que se agradecen y que tratan de dar un empaque y un armazón a una historia que sigue siendo plana y concisa. La película de hecho durante su primera media hora, un segmento con ciertas ínfulas de videoclip, se dedica a narrar la masiva fiesta (contrariamente a lo que pasaba en la versión de 1988) tratando de esta manera de hacer una presentación de personajes que francamente sobra, dado lo mal trazados en el guion que están estos, una vez más meros estereotipos cuya función principal es poder servir de carne de cañón a los ataques de los demonios que habitan la casa. A pesar de todo, el ritmo de la cinta y su ajustado metraje de hora y media (duración estándar en este tipo de películas) hacen de su visionado un ameno paseo por las constantes de este tipo de cine.

En cuanto a los protagonistas de la película, decir que hay nombres interesantes dentro del habitual grupo de atractivos jóvenes con mayores cualidades físicas que dramáticas. Shannon Elizabeth, dada a conocer por su escena de desnudo en American Pie, y quien ya había protagonizada la simpática película de terror 13 fantasmas (a la sazón otro remake de la cinta dirigida en 1960 por William Castle), es la encargada de dar vida a un personaje tan mítico para la saga como Ángela, y debemos reconocer que no logra alcanzar el carisma de Amelia Kinkade en los títulos anteriores, aunque sí homenajea a esta mediante la ya obligada secuencia del baile de una ya endemoniada Ángela. La actriz y modelo Diora Baird será una de las víctimas de los demonios, protagonizando asimismo otra de esas escenas de referencia de la saga, la que tiene como protagonista a un pintalabios, y que lleva a un terreno aún más provocador lo ya visto en la película de 1988. A esta actriz ya le había tocado sufrir tres años atrás en La matanza de Texas, el origen, secuela del éxito que el remake de la película de Tobe Hooper obtuvo. Y es que al final todo queda en casa. Pero la auténtica scream queen de la película es Monica Keena, otra que ya había coqueteado con el terror en la simpática pero algo decepcionante Freddy contra Jason, pudiendo decir en su defensa que es la que mejor lleva a cabo su cometido interpretativo. De entre un elenco masculino totalmente olvidable hay que rescatar de manera obligada a un perdido Edward Furlong, durante un tiempo un joven actor al que seguir la pista y con visos de convertirse en intérprete de referencia gracias a valientes elecciones profesionales como Corazón roto, American history X o Pecker,  y que acabaría convertido en el enésimo juguete roto de Hollywood. Entre sus coquetos anteriores con el terror citar Cementerio viviente 2 o Juego mortal. No olvidar por último el cameo Linnea Quigley, una de las protagonistas destacadas de la película remakeada, quien ofrece un guiño a su primera aparición en el título estrenado veinte años atrás.

Los efectos de maquillaje y visuales, a pesar de ser destacables y cumplir con creces su cometido, no hacen olvidemos el estupendo trabajo visto en la película de 1988, resultando mucho más acertado el concepto y diseño visual de los endemoniados de la película primigenia, que hibridaba más entre la parte humana y endemoniada de los afectados, que esta revisión, que apuesta más abiertamente por mostrar unas caracterizaciones mucho más centradas en el elemento demoniaco y maligno. Mucho efecto visual de corte infográfico, mucho más barato y sencillo de manejar que el más tedioso uso de efectos mecánicos y protésicos y que sin embargo, independientemente de la calidad visual de los mismos, suele restar potencia a las escenas en las que es requerido, especialmente en un género que ha sido punta de lanza en el uso de efectos especiales a la hora de mostrar en pantalla toda la retahíla de ideas plasmadas en el guion.

De esta forma este entretenido remake puede decirse que acaba cumpliendo las tres eses que habían caracterizado a esta simpática y desprejuiciada saga dentro del terror de serie B, sangre, de esta nunca se anda falto, sexo, con profusión de desnudos femeninos, en la mayoría de ocasiones sin ninguna justificación argumental, y el sinsentido como leit motive, una oda al exceso y a la broma donde lo de menos es engrasar las piezas del puzzle para tratar de dar coherencia a lo que estamos viendo, y lo que se busca es la acumulación de secuencias efectistas y con un halo de mala leche sobrevolando el resultado final. Así, la película hace un viaje en círculos, iniciando y acabando la historia con la misma situación, aunque con varias décadas de diferencia, siendo sin embargo el resultado para las protagonistas de este momento de acoso y derribo por parte de los demonios diametralmente opuestas.  Y aunque hay secuencia post créditos, es un chiste que tan poco aporta a lo visto en los noventa minutos anteriores que es perfectamente prescindible. Bienvenidos nuevamente a Hull house.

domingo, 7 de febrero de 2021

LA NOCHE DE LOS DEMONIOS 3 (NIGHT OF THE DEMONS 3, 1997) 81´

Varios jóvenes que se encuentran de fiesta tendrán un grave altercado con la policía, lo que les obligará a buscar refugio en una solitaria casona plagada de leyendas urbanas, Hull house.

Tercera entrega de una saga que tras una secuela de altura (siempre en baremos de serie B y un tipo de cine como el que nos ocupa) terminaba la trilogía con la peor de las películas de la franquicia, en la que pesa el agotamiento de la fórmula, una historia que no saca partido a la exigua mitología creada sobre Hull house y sus demoniacos moradores y un presupuesto tremendamente ajustado, incluso para este tipo de películas, algo que queda evidenciado en unos títulos de crédito que, al igual que sucedía en la película de 1988, se presentan envueltos en una animación que estaba mucho más cuidada y trabajada en la primera de las películas que en esta segunda secuela, y eso a pesar de haber transcurrido casi una década con el consiguiente abaratamiento en el uso de este tipo de técnicas por aquello de las nuevas tecnologías.

La película está dirigida de manera anodina por un Jim Kaufman que apenas muestra un par de interesantes retazos en el uso de la steadicam para simular el movimiento de una Ángela flotando entre las estancias de la casa o en el montaje dinámico que representa paralelamente el, a estas alturas, esperado baile de la reina de los demonios, conjuntamente a una escena de sexo entre dos de los protagonistas. Por lo demás poco se ve del trabajo aprendido de este director como asistente de dirección en películas como Scanners o, fuera del género del terror, en Hijos de un Dios menor. Y es que a pesar de aparecer acreditado en películas tan interesantes como las citadas, Kaufman ha centrado prácticamente toda su carrera dentro del ámbito televisivo en series poco conocidas. Kevin Tenney, director de la primera película de La noche de los demonios se encarga de un guion que deja de lado el sentido común para tratar de engarzar de la manera que fuera un conjunto de secuencias que tratan de impactar a la hora de presentar las diferentes apariciones de los demonios, al fin y al cabo la finalidad principal de la saga, y especialmente de esta tercera entrega, donde se vuelve por enésima vez a abusar de los desnudos femeninos, a presentar a un grupo de protagonistas sin carisma alguno y con una Angela, nuevamente interpretada por una Amelia Kinkade que se despediría de la actuación con esta película, como motor principal de la saga.

El principal error de esta tercera entrega es que es la que más en serio se toma a sí misma, a pesar de seguir subyaciendo cierto tono de humor negro y mala baba focalizado en una Angela que vuelve a repetir situaciones, líneas de guion y previsibles sustos, dejando patente que el personaje estaba lejos de poder convertirse en un referente de nivel dentro del género dado lo agotado del mismo en tan solo tres películas. Pero además la historia deja de lado toda la importancia de la antigua funeraria de Hull house, algo que ya se apuntaba en la anterior película pero que en esta ocasión es más hiriente, contando además con el agravante de contar con el director del título primigenio como autor de la historia. Y no es solo que los personajes entren y salgan a su antojo de lo que había llegado a ser un escenario claustrofóbico, sino que este mismo espacio sufre una remodelación que hace pierda toda su impronta como casa del terror. Tenney intenta sufragar este agravio ubicando un par de guiños a los fans de la primera película, siendo el más reseñable el de volver a poder ver la terrorífica máscara mostrada por el personaje del hermano de la protagonista de la película de 1988.

En lo que se refiere a efectos de maquillaje y efectos especiales estos acaban manifestando de manera patente el hecho de que esta entrega cuente con un presupuesto inferior a los seis millones de euros, y es que nos encontramos con las peores caracterizaciones de los demonios de toda la saga, siendo especialmente doloroso la modificación en el maquillaje de la propia Angela, pudiendo hacer el símil que si bien ubicaba en Demons el referente de las criaturas para los diseños de maquillaje demoniacos de las dos primeras entregas, en esta ocasión no podemos dejar pasar de lado el recuerdo de los demonios vistos en la tontorrona comedia española a mayor gloria del dúo cómico Martes y Trece Aquí huele a muerto…pues yo no he sido. Eso en cuánto a los maquillajes, ya que lo que respecta a los efectos especiales estos apuestan abiertamente por las nuevas tecnologías, ofreciendo resultados bastante pobres, haciendo aún mejores el uso de técnicas físicas y mecánicas de las películas pretéritas. Destacar como simpático el hecho de introducir en las posesiones ideas como las de la chica con el brazo convertido en serpiente o la joven transmutada en gata, tratando de añadir originalidad a un proceso repetitivo en la forma en que tiene lugar las conversiones de los diferentes protagonistas.

En resumidas cuentas, una tercera entrega que adolece no solo del agotamiento de la fórmula, sino del hecho de no contar con ciertos elementos que si tenían las dos primeras películas, y que si bien en ninguno de los casos llegaban a mostrar títulos tremendamente relevantes dentro del género, si que conformaban unas amenas y carismáticas sesiones de cine golfo para disfrutar de manera desinhibida. No es este el caso de una continuación que, al menos no se hace excesivamente pesada gracias a su ajustado metraje, y que puede visualizarse por completistas de la saga sin generar un esfuerzo considerable, incluso mostrando ciertos momentos de entretenimiento vacío. Uno de esos títulos de digestión ultra rápida y que es olvidado apenas sentenciados los títulos de crédito finales.

sábado, 30 de enero de 2021

LA NOCHE DE LOS DEMONIOS 2 (NIGHT OF THE DEMONS 2, 1994) 96´

 

Un grupo de alumnos de un colegio católico, en lugar de acudir a la fiesta de Halloween de su escuela, se escapan a Hull House para festejar su propia noche de difuntos, haciendo caso omiso a las leyendas que circulan sobre el lugar y lo sitúan como un referente de fenómenos misteriosos.

Una secuela que hace los deberes y recupera toda la esencia de la película estrenada seis años atrás, reformulando de alguna manera las ideas vistas en el título de Kevin Tenney y adaptándolos a esos mediados de los noventa en los que se estrenó la cinta en el circuito del alquiler de videoclub, constituyendo una nueva obra de culto dentro del cine de terror de serie B noventero, y que nada tiene que envidiar a la película iniciática de la saga, formando de hecho junto a la misma un díptico muy recomendable para una sesión de cine golfo entre amigos.

Si la primera entrega la dirigía un habitual dentro del circuito de serie B, lo mismo sucede con una secuela cuyo máximo responsable es Brian Trenchard-Smith, uno de esos directores todoterreno y experto en rodajes rápidos y de bajo presupuesto. Dentro del género de terror, además de por esta secuela, es conocido por ser responsable de varias de las continuaciones de la longeva saga Leprechaun, en concreto de la tercera y cuarta entregas. Pero por encima de todo, este director de origen australiano es conocido por haber dirigido en 1983 Los bicivoladores, un título de culto no solo por dar todo el protagonismo a las míticas bicicletas BMX, sino por suponer el debut como actriz de una pecosa y pelirroja Nicole Kidman. Trenchard-Smith ofrece en esta segunda parte de La noche de los demonios  un título que sigue los postulados estéticos y narrativos ya marcados en la primera película, con la incorporación de recursos visuales y especialmente estéticos propios de la nueva década, con los consabidos cambios en la forma de vestir, peinarse y maquillarse de los protagonistas, nuevamente un grupo de incautos jóvenes que volverá a sufrir las consecuencias de sus descerebradas acciones.

La película se inicia con un prologo que deja claras las intenciones de la película, conjugar la comedia negra con el cine de terror más visceral y menos sutil, y con el gore como una de las marcas de agua presentes en el propio celuloide. Así, durante su primer acto la película prácticamente se presenta como una comedia juvenil al uso, con exceso de desnudos, tramas simples de tonteos entre chicos y chicas y un colegio católico como forma de contraponer la libidinosa y desinhibida actitud de los protagonistas con la recatada normativa del centro educativo donde tiene lugar la acción. Una vez la película se adentra en la trama más terrorífica, aunque siempre sin perder de vista el tono gamberro y desinhibido, vuelve a jugar a lo ya visto seis años atrás, poseer a los diferentes protagonistas, quienes de uno en uno y en riguroso orden de peso protagónico, van cayendo en las garras de una Angela convertida ya en la protagonista absoluta, la reina de la fiesta, presente ya  de manera  consciente la idea de presentarla como uno de esos íconos del terror con Freddy Krueguer, Jason Voorhes o Michael Myers como referentes principales pero no únicos, siendo lo más destacable en este aspecto lo valiente de otorgar dicho rol a un personaje femenino en un mundo de psicokillers eminentemente masculinos. Es por ello que se acentúa su estética de novia gótica, se perfecciona su demoniaco maquillaje y se le da mayor peso con frases con las que poder lucirse en esa mezcolanza entre terror y humor.

Esta segunda entrega juega a los homenajes respecto a la película estrenada varios años atrás, y nuevamente un baile del personaje de Angela sirve como punto de inicio y catalizador de toda una vorágine de muertes y posesiones, caracterizadas frente al uso de protésicos y efectos físicos de la película de 1988, por unos repulsivos efectos plagados de mezclas de fluidos, sangre y babas, contando nuevamente con un destacado equipo dentro del apartado de maquillajes y efectos visuales, incluyendo en la escena de cierre un momento de arcaica infografía digital que nos recuerda estamos casi a mediados de los noventa. La película volvería a contar con Steve Johnson como uno de los máximos responsables en el área de efectos de la película, manteniendo la estética en los endemoniados y doblando la jugada respecto a la primera entrega con criaturas decapitadas, unos pechos mutados repentinamente en garras o una Angela transmutada en enorme serpiente demoniaca como enemigo final, y cuyo maquillaje recuerda a la iconografía de los vampiros que un par de años más tarde protagonizarían Abierto hasta el amanecer. Destacar la secuencia en la que Angela está presente mediante la utilización de su sombra, copiando de alguna manera los postulados utilizados en el Nosferatu de Murnau y recuperados en el Drácula de Coppola. Igualmente la película recupera la barra de labios como elemento icónico que vuelve a ser usado de la forma más sexual y lasciva posible, y que incluso sirve como guiño final de la película. Pero igual que mantiene algunos de los referentes más exitosos de la primera parte, rompe las reglas permitiendo salir a los demonios del recinto de la casa de Hull House donde por el contrario se desarrollaron en exclusiva  los acontecimientos narrados en la película estrenada en 1988. En este caso los sucesos tienen lugar tanto en la propia funeraria como en el colegio católico donde estudian los alumnos protagonistas. Además trata de hacer avanzar la trama incluyendo como uno de los personajes centrales a la hermana pequeña de Angela, lo que propicia dotar de continuidad a la historia además de permitir implementar una nueva subtrama en el argumento, mínimo por otra parte como suele ser habitual en este tipo de películas.

La película vuelve a contar con un grupo de absolutos desconocidos como incauta carne de cañón de cara a que los demonios puedan llevar a cabo sus desmanes. Eso sí, se cumple con el canon de belleza para con los intérpretes principales, ellas preciosas y esbeltas y ellos guapetes y fornidos, quienes al menos no ofrecen interpretaciones desastrosas y salen airosos, unos más que otros, ofreciendo lo que se espera de ellos en un título de esta características. Y es que es Amelia Kinkade, en la que se nota el paso de los seis años transcurridos entre película y película, quien ejerce como reclamo principal, convertida esta vez ya de manera consciente en la auténtica alma mater de la saga.

Una muy estimable secuela que se sacude todo atisbo de seriedad de un plumazo y hace el juego a quienes disfrutaron del sinsentido argumental de la primera parte, manteniendo de manera equilibrada la mezcla de horror y humor que han hecho de esta película uno de los títulos noventeros del terror de bajo presupuesto más reconocibles por los aficionados al género. Unos demonios con un tétrico sentido del humor, monjas entrenadas en la nobles artes del combate cuerpo a cuerpo, estudiantes con dotes para la magia, agua bendita como arma principal para combatir al enemigo y unos protagonistas con tendencia a hacer lo contrario a lo coherente. Un ejercicio de puro splatter cuyo tono de constante jocosidad lo convierte en el título perfecto para una entretenida tarde de terror sin la amalgama de mal rollo de otros títulos igualmente potentes en lo visual pero con un trasfondo más perturbador.  

jueves, 14 de enero de 2021

LA NOCHE DE LOS DEMONIOS (NIGHT OF THE DEMONS, 1988) 87´

 

Es la noche de Halloween y un grupo de jóvenes decide montarse su fiesta particular en el viejo caserón de Hull House, una antigua funeraria con un oscuro y trágico pasado. La rotura de un espejo de pie desencadenará la liberación entre los presentes de una maldad que irá poseyendo a los asistentes en un ritual de muerte y terror.


Un título que, a pesar de sus limitaciones, que ubican la película en una serie B desacomplejada, y de tratarse de un remedo de ideas ya vistas en películas anteriores, ha logrado crear su propia cohorte de seguidores, generando una saga a la que seguirían dos secuelas ya en la década de los noventa  y un remake dos décadas más tarde de su estreno, convirtiéndose, por derecho propio, todo hay que decirlo, en una obra de cierto culto dentro de los fans más fervientes del género de terror más ochentero y desenfadado.

Kevin Tenney, su director, lograría con esta, su segunda película, su trabajo más redondo en una discreta filmografía de la que caben rescatar simpáticas, aunque poco acertadas, aportaciones al terror de segunda como Witchboard (juego diabólico), Witchtrap, e incluso cabe rescatar la mucho más fallida La venganza de Pinocho, en este caso por tratarse de uno de esos títulos ejemplificantes a la hora de hablar de malas películas de terror. En esta ocasión ofrece sin embargo un trabajo detrás de las cámaras que, aunque no sea brillante, y en notas generales se manifieste como rutinario, si muestra pinceladas de originalidad y ganas a la hora de dotar a la película de una estética particular, además de una elaborada planificación en determinados planos y secuencias, lo que denota cierto mimo a la hora de filmar y montar la película, tal y como abordaremos más adelante.

Como bien indicábamos al comienzo, la trama no puede ser más simple, además de mal desarrollada, ya que presenta una excusa argumental de la que ni siquiera se trata de crear cierta mitología, lo que sucede, sucede porque sí, las reglas del juego van implementándose a medida que las escenas así lo precisan, y se echa en falta un armazón más elaborado que justifique el punto fuerte de la película y por lo que todo el mundo se acerca a La noche de los demonios, un Halloween desquiciado de muertes, demonios y huidas a ninguna parte en una casa de la que no se puede salir. En este sentido el guion hace un totum revolutum tomando prestadas ideas de películas míticas dentro del género. Así, de La noche de los muertos vivientes, toma la idea central de ubicar a los protagonistas en un recinto cerrado del que no pueden salir, aunque en esta ocasión mueva de lugar la amenaza que los acorrala, ya que en este caso no se encuentra fuera de la mansión, sino en el propio interior. De Posesión infernal, debut en la dirección de Sam Raimi, se apropia de ese submundo de demonios que van poseyendo uno a uno a los participantes de la fiesta, con algún conato de movimiento loco de cámara incluido, aunque en este caso también se ve un atisbo del Demons de Lamberto Bava, especialmente en la idea de los maquillajes de los endemoniados, por cierto, mejorados y mucho en el título presente.

Como apuntábamos con anterioridad, pese a tratarse de un título de serie B de terror ochentero, cuyo éxito principal vendría de su alquiler en los videoclubs de la época, la película presenta un envoltorio que demuestra cariño en el trabajo de los principales implicados en la filmación. Ya esa apertura con unos títulos de crédito enmarcados en una simpática animación acomoda al espectador de cara a disfrutar de un título de terror que presientes dejará un buen sabor de boca, no siendo errónea esa sensación. Y vale que el desarrollo de la historia no plantea grandes alardes ni inventa nada nuevo dentro del imaginario del género, pero una vez entra en acción hay que destacar momentos como los del espejo fragmentado, y como la cámara capta la imagen de los diferentes protagonistas reflejadas en el vidrio quebrado, todo un alarde visual merecedor de ser destacado. También se atreve con el uso de la cámara subjetiva, convirtiéndola en cierto momento en uno de los personajes, aunque lejos, muy lejos, de los resultados obtenidos por John Carpenter en el prólogo de su Halloween. La forma en que captura los movimientos de una Ángela mutada en perverso demonio, cuasi flotando en sus desplazamientos, o un par de planos filmados con grúa son otros ejemplos de una película que, dentro de sus limitaciones técnicas y de presupuesto, se esforzó por crear un producto con cierta potencia, al menos en lo visual.

Otro de los puntos fuertes de la película y que la dota además de un visionado que mantiene intacto el interés, más de treinta años después de su estreno, son sus conseguidos efectos de maquillaje, mostrando unos endemoniados que, basándose en una estética feista caracterizada por cierta deformidad del rostro poseído, una afilada hilera de dientes o una mirada terrorífica que bebe del modelo creado en la película italiana estrenada tres años atrás Demons, mejora y mucho los brutos aunque efectistas maquillajes de Sergio Stivaletti. Sorprende tal derroche de creatividad y talento, máxime tratándose de un título con un presupuesto tan ajustado, debiendo pintar y mucho en este resultado el diseñador y creador de maquillajes Steve Johnson, quien ha paseado su talento en películas como Un hombre lobo americano en Londres, Golpe en la pequeña China, Pesadilla en Elm Street 4 o Mortal zombie. Un buen ejemplo de la capacidad de los creadores de efectos mecánicos, protésicos y de maquillaje es el momento en que a uno de los jóvenes  le es amputado uno de los brazos, el cual adquiere vida propia. Pero lo más relevante de esta secuencia es el momento en que muestran al personaje atacado sin su extremidad, teniendo el coraje además de que el personaje aparezca sin camiseta, dejando claro lo conseguido del efecto. Pero hablando de efectos no podemos dejar de citar el  momento del pintalabios introducido en el pezón de una de las poseídas, una secuencia que se convertiría en una marca de la casa dentro de la saga, siendo repetida en el consabido remake, y donde el efecto es tan bueno que no deja lugar a que percibamos el truco.

¿Quiere todo esto decir que La noche de los demonios sea una película de terror relevante dentro del género? No, está lejos de ser referencial, y si bien guarda elementos interesantes como los anteriormente citados, y que la convierten por derecho propio en todo una cinta de culto dentro del terror de segunda y en una estupenda opción para ver con amigos, soportando sin problema revisiones posteriores, presenta una trama poco cuidada o ciertos elementos simpáticamente sonrojantes que nos recuerdan estamos viendo pura serie B. Valgan como ejemplo el momento en el que descubrimos sin demasiado esfuerzo al especialista haciendo las veces del personaje de Judy en la escena en la que la protagonista cuelga de una cornisa, o esa forma en que este mismo personaje logra finalmente huir de sus perseguidores a través de una muralla de altura considerable. Sin embargo ese tono de humor que destila la película juega nuevamente a su favor, construyendo un trasfondo de humor negro y buen rollo que ayuda al resultado final de la película, como bien queda constatado en ese loco epílogo que nada tiene que ver con la trama central de la película pero que retoma una idea que el director había presentado al comienzo de la película y que parecía quedaría ahí.

En cuanto al elenco de intérpretes de La noche de los demonios, poco espacio para la sorpresa, y aunque se trate de un grupo de actores de perfil bajo, algo habitual en este tipo de películas, hay varios nombres femeninos que es inevitable rescatar de entre el grupo de jóvenes acorralados por las horda de demonios que moran en Hull house. Amelia Kinkade da vida a Ángela, uno de los personajes más relevantes y de hecho, aunque en un principio no iba a tratarse de un personaje con esta pretensión, acabaría convertida en referente de la saga por la fuerza de su presencia en pantalla, caracterizada por ese vestido de novia de color negro. Kinkade, de quien cabe destacar su faceta como bailarina, tal y como deja patente en una de las secuencias más extrañas y a la vez más características de la película, de hecho convertida también en una constante de la franquicia, apenas tuvo una filmografía relevante, convirtiéndose eso sí, en protagonistas de las tres películas de la saga inicial. Lo más curioso de esta actriz ya retirada del mundo de la interpretación es su nueva profesión como psíquica de animales, llegando incluso a ejercer su nueva labor para la mismísima Casa Real Británica. Los fans del terror sin embargo tendrán sus miras puestas en una de las actrices fetiches del género de la década de los ochenta convertida en toda una institución dentro del terror, la rubia Linnea Quigley, encargada de, como venía siendo habitual en las películas en las que participaba, lucir palmito a la vez que coqueteaba con el cetro de scream queen del momento. Y es que Quigley ha aparecido en películas tan importantes en esa década como Trampa para turistas, El día de la graduación, Noche de paz, noche de muerte o El regreso de los muertos vivientes. El otro gran personaje femenino de la película, y en este caso, encargada de ejercer el rol de heroína de la historia es la joven Cathy Podewell, quien participaría en varias series de televisión, siendo su papel más relevante el que desempeñaría en la eterna Dallas.

Así, La noche de los demonios se expone como un perfecto exponente del género de terror ochentero, centrado en un potente gore posible gracias a la evolución en aquellos años de los efectos de maquillaje, unos personajes planos cuya única función es la de morir de la forma más gráfica posible, abundancia de desnudos femeninos trasladando esa constante desde la comedia gamberra iniciada con clásicos como Desmadre a la americana, Los incorregibles albóndigas o Porkys, y una caratula capaz de venderte la película mejor que la mejor de las críticas. Una fiesta de muerte que tuvo tanto éxito que provocaría volver al lugar en posteriores festividades de Halloween, aún sabiendo a que nos exponíamos. Demonios, gore y mucha sangre.

sábado, 9 de enero de 2021

LA MOMIA (THE MUMMY, 2017) 111´

 

De manera simultánea y en dos países tan alejados geográficamente como son Inglaterra e Irak, se descubren sendos enterramientos subterráneos, el primero de ellos de unos caballeros templarios y con una antigüedad de unos novecientos años, mientras que el segundo es de origen egipcio, habiendo tenido lugar miles de años atrás.

Una película con la que Universal pretendía iniciar una emulación de lo que Marvel había conseguido trasladando su universo desde los comics a la gran pantalla, creando esta vez un microcosmos particular de películas interrelacionadas entre sí y alimentado por las diferentes criaturas del cine de terror iconos de  la productora desde que en las décadas de los treinta y cuarenta viviera años de esplendor dentro del género con sus versiones de Drácula, Frankestein, el hombre lobo, el hombre invisible, el fantasma de la ópera o, entre otros más, la criatura que nos ocupa y que inauguraba este ciclo de películas, la momia. De hecho, ya se intentó algo similar con el estreno en 2014 de Drácula, la leyenda jamás contada, cuyo fracaso en taquilla defenestró la propuesta, sucediendo algo parecido en esta ocasión, ya que  a pesar de costar ciento veinticinco millones y recaudar más de cuatrocientos, la película no fue el éxito que se auguraba, dejando en el limbo esta idea de resurrección de los mitos del terror de la Universal en una serie de títulos intercomunicados entre sí.

El guion de la película fue escrito por David Koepp, reputado guionista y autor de los libretos de películas como Parque jurásico, Atrapado por su pasado, Misión imposible, La habitación del pánico o Spider-man, cuyo tratamiento inicial sería posteriormente revisado, pulido y modificado con nuevos nombres como los de Christopher McQuarrie, guionista habitual de las últimas películas de Tom Cruise (Valkiria, Jack Reacher, Al filo del mañana, Top Gun: Maverick o varias de las entregas de Misión imposible) o Dylan Kussman, actor sin apenas experiencia en el campo de la escritura de guiones. El hecho de sumar tanto nombre en el guion de la película (a los tres ya citados habría que añadir a Jenny Lumet, Jon Spaihts o al propio director, Alex Kurtzman), ya predice cierto maremagno narrativo que es patente durante el visionado de la película, con muchas ideas en pantalla que no se desarrollan del todo (posiblemente porque la película quería ir sembrando “huevos de pascua” que desarrollar en posteriores títulos que posiblemente nunca llegarán) o mostrando un desenlace que es directamente decepcionante. Alex Kurtzman, director de la película y muy ligado al mundo de la televisión tras su participación en series como Xena, Alias, Fringe, Sleepy Hollow, Hawai 5.0 o varias de las franquicias televisivas de Stark Trek, realiza un competente trabajo detrás de las cámaras sabiendo lidiar con una súper producción como la presente, destacando especialmente su trabajo (con las evidentes colaboraciones de los directores de segunda e incluso tercera unidad) durante las numerosas y espectaculares secuencias de acción, como el tiroteo inicial o la imponente escena en el interior del avión de carga militar atacado por una bandada de cuervos.

La película presenta una factura técnica y visual espectacular, con unos efectos especiales por lo general espectaculares y con grandiosos escenarios y decorados, como la tumba-cárcel en la que se encuentra enterrada Ahmanet o el sepulcro de los cruzados, con un atinado diseño de producción que juega con la sombras y el claroscuro de una película que, aunque coquetea con el terror, está más cercana a los postulados del cine de acción y aventuras que en su día ya delimitara Stephen Sommers con su particular y acertadísima revisión del mito de la momia estrenada en 1999. Y es que, la película, como ya hiciera la cinta de Sommers, deja de lado el mítico título dirigida por Karl Freund en 1932, para, en base a la anécdota argumental de un sacerdote egipcio sometido a una maldición y su regreso en búsqueda de venganza, delimitar su propia historia. Y en el caso que nos ocupa inclusive se ha cambiado el personaje sometido al proceso de momificación y resucitado accidentalmente con funestas consecuencias, siendo en esta ocasión la propia hija del faraón, creando además una nueva trama para justificar la maldición a la que esta es sometida. El prólogo donde se narra este flashback es uno de los momentos reseñables de la película, convertida con posterioridad en una grandilocuente epopeya de acción imposible con un trasfondo de historia de terror.

La película está protagonizada por un Tom Cruise en busca de un nuevo taquillazo que le dé un impulso en su status como actor a tener en cuenta, ya que a excepción de sus incursiones en la franquicia Misión imposible, sus últimos estrenos no habían logrado el éxito esperado, cosa que sucedió igualmente con el título que nos ocupa. La presencia de Cruise tiene sus pros y sus contras, ya que si bien el actor sigue manteniendo buena parte de su carisma en pantalla (con un tono de sarcasmo similar al que Brendan Fraser infundiera en su Rick O´Connell), a lo que se une el plus de disfrutar del intérprete viendo realizar el mismo prácticamente todas las secuencias de acción y riesgo, su presencia en la película provoca que toda gire en torno a su personaje, llevándonos incluso al momento más ridículo de la cinta cuándo vemos al actor, de cincuenta y cinco años en el momento de filmar la película, interpretar a un personaje de mucha menos edad sobre el papel, teniendo su partenaire femenina veinte años menos y llegando a decirse en una línea de guion que es mucho más joven que el personaje al que da vida un Russell Crowe, de hecho dos años menor que el intérprete de Nacido el 4 de Julio. La omnipresencia y el peso en la trama de Cruise desluce y mucho al resto de personajes, como la ya citada Annabelle Wallis (vista en Annabelle y su primera  secuela), quien compone un personaje con potencial, lejos de ser la chica de… y que además de aportar la vertiente intelectual de la historia demuestra estar a la altura en las secuencias más adrenalíticas. Russell Crowe, en un desaprovechado rol cuya intención sería la de, posiblemente explotarlo más y mejor en películas posteriores, es el tercero en discordia, ofreciendo otro de los momentos más flojos y vergonzantes de la película cuándo se descubre a que otro personaje de la mitología de películas de terror clásico de la Universal da vida. Pero el mejor personaje, e igualmente al que no se le saca todo el partido por el insultante peso de la interpretación de Cruise en la trama, sería el interpretado por la actriz nacida en Algeria Sofia Boutella, quien interpreta a la villana Ahmanet, cuya presencia física, estética, y por supuesto, la propia esencia del personaje, con esa atinada mezcla de erotismo y maldad pura, es lo mejor de la película. Por último citar, por aquello del orgullo patrio la intervención del actor Javier Botet (la niña Medeiros de Rec, el fantasma de La cumbre escarlata, la criatura de la segunda entrega de Expediente Warren, el xenomorfo de Alien: covenat o Hobo en It), quien aprovecha su particular fisonomía para dar vida al mismísimo Dios de la muerte Set.

Aunque como hemos apuntado La momia se abona a la moda de los blockbusters de acción, campo en el que resulta un entretenimiento más que digno, cabe recoger y reseñar los apuntes que la acercan al género de terror, además de la propia presencia de la momia resucitada. Y es que los momentos en que aspira la vida de sus víctimas y posibilita la posterior conversión de estas en unos émulos de zombies esclavos, nos devuelve una estética que, amparada en los efectos infográficos en lugar de en trucajes mecánicos y animatrónicos, nos recuerda a las criaturas vampirizadas y convertidas en muertos vivientes vistas en el título de culto dirigida en 1985 por Tobe Hooper Lifeforce, fuerza vital. Algo parecido sucede con esos caballeros templarios vueltos a la vida, donde vemos homenajeados, posiblemente de manera involuntaria, a los fantasmas inspirados en El monte de las ánimas de Bécquer mitificados en la saga de películas de Armando Osorio iniciada con La noche del terror ciego. Y puestos a ver homenajes y guiños a otros títulos no puede faltar el más obvio, el que concede a la anterior revisión del mito cinematográfico de la momia, con esa criatura nacida de una tormenta de arena que parece devorar todo a su paso.

Y es que una vez vista la película se permite poder responder a las siguientes cuestiones. ¿Es La momia un blockbuster recomendado? Si, ya que cumple los requisitos principales de un tipo de cine que busca el entretenimiento inane como una de sus marcas de la casa. ¿Es un correcto remake de la película de Freund protagonizada por Boris Karloff? No, pero ni siquiera busca homenajear un título que sabe, en la mayoría de los casos, los espectadores incluso desconocerán, es por ello que pone las miras del homenaje en la película estrenada veinte años atrás y protagonizada por Brendan Fraser y Rachel Weinsz, ya que es en ese título donde se miraran los nostálgicos que acudan a las salas de cine para ver una nueva película sobre la momia. ¿Es un buen comienzo para tratar de crear una franquicia de películas sobre los monstruos clásicos de la Universal? En este caso la película no cumple con las expectativas, precisamente por tratar de presentar muchas ideas en una sola película, y es que recordemos que en el caso de Marvel, espejo en el que la productora se miraba a través de la recién creada marca  Dark universo, se tardó doce años en estrenar el título que unificaba todo lo visto en un compendio de cerca de una veintena de títulos. En este caso ha faltado paciencia y un plan trazado, ya que la película ni siquiera ha sido un fiasco en taquilla, pero no haber generado lo esperado ha bastado para que no haya segunda oportunidad. Y recordemos que Marvel ha triunfado en parte por aceptar y no dejarse arrastrar por sus títulos menos logrados y exitosos. Ojala Universal vuelva a la carga con una mejor idea que unifique su universo de monstruos clásicos, pero posiblemente nos sea consciente de su principal problema. El género de terror es harto complicado se convierta en cine de masas, nunca lo ha sido excepto unas pocas excepciones. Y es que Guerra Mundial Z ya nos había enseñado que pueden hacerse buenas películas taquilleras con un trasfondo de terror, pero también nos había demostrado que era un terreno plagado de problemas y contratiempos por la propia esencia de este tipo de cine, su público destinatario, a todas luces sin la capacidad de generar un fenómeno de masas como el provocado por el cine de súper héroes, y el añadido de una calificación por edades que reduce aún más las posibilidades en taquilla de este tipo de películas. Aunque sería bonito ver lo que Universal lleva años intentando hacer realidad, y no que le suceda como a la momia protagonista, sea condenada al mayor de los olvidos.

viernes, 18 de diciembre de 2020

LIBRANOS DEL MAL (DELIVER US FROM EVIL, 2014) 118´


Durante una misión en Irak, un grupo de soldados tendrá un encuentro en una cueva con una fuerza misteriosa y demoniaca. Tres años más tarde, el agente de policía Ralph Sarchie, junto con su compañero, investigará varios hechos, en principio sin relación alguna, pero que guardan entre sí un terrorífico elemento en común.

Aunque por la temática que aborda parezca más un truco publicitario que otra cosa, el presente título, al igual que ocurrió en su día con otra película de temática religiosa y demoniaca como es El exorcista, está basada en un hecho acontecido realmente, en este caso en las experiencias personales del agente de policía Ralph Sarchie, las cuales plasmó en el libro Cuidado con la noche, coescrito junto a la periodista Lisa Collier Cool, y que ha servido como fuente principal del guion de la película, el cual ha sido escrito a cuatro manos por Scott Derrickson, también director de la cinta, y Paul Harris Boardman, iniciado profesionalmente con el libreto de la fallida Leyenda urbana 2 y colaborador habitual de Derrickson en películas como Hellraiser inferno, El exorcismo de Emily Rose o Ultimátum a la tierra.

Derrickson es un realizador con un talento innato para dar a sus películas un estilo técnico muy cuidado, como bien demostrara ya desde su opera prima, la citada Hellraiser inferno, quinta entrega de la longeva saga que, a pesar de no aportar nada al universo cenobita creado por Clive Barker siendo de hecho un guion independiente modificado para encajarlo como una historia dentro de la saga, presenta una pátina visual y un acabado técnico con una potencia inusual para un director novel, A partir de este prometedor debut, Derrickson ha acabado especializándose en el género de terror con títulos como El exorcismo de Emily Rose, Sinister o esta Líbranos del mal, logrando de hecho gracias a su estilo a la hora de filmar, captar el interés de la todopoderosa Marvel y recalando en este exitoso universo cinematográfico para encargarse de la dirección de Doctor Extraño.

Líbranos del mal es una película que logra atraparte desde la secuencia de arranque en plena contienda bélica, primero gracias a un guion que va introduciendo la historia poco a poco y sin dar todo hecho desde el principio. Vamos, en ese sentido, acompañando la investigación de Sarchie y Butler, y descubriendo las piezas del puzzle que la conforman paralelamente a la propia pareja de agentes de policía, en un descenso a los infiernos en el cual la película juega con el espectador generando desazón y malestar con varias secuencias donde los más pequeños son las víctimas principales de los acontecimientos que van desgranándose. No en vano la primera vez que aparece en escena el protagonista es rescatando el cadáver de un bebe del fondo de un contenedor de basura.  Derrickson no tiene miedo de utilizar todo el metraje que sea necesario para ir generando un poso de angustia y cada vez mayor terror ante los horribles hechos narrados, en un viaje que se iniciará con pequeños detalle como una radio que deja de funcionar, pasando por un ataque entre los peces de un acuario y que acabará en el inevitable exorcismo final, una escena con una resolución brutal tanto en su vertiente más visual, donde se evitan sin embargo las grandes pirotécnicas en lo que respecta a los efectos especiales, y tratando de generar verosimilitud a lo que estamos viendo, por otra parte toda una constante a lo largo de la película, y también notable conceptualmente en ese recorrido por las diferentes etapas de un exorcismo que deja claros el personaje del padre Mendoza antes de iniciar el ritual, siendo los mismos presencia, pretensión, quiebra, voz, choque y expulsión.

Como ya apuntábamos con anterioridad, Derrickson apuesta por un tono totalmente creíble, evitando situaciones que puedan, por fantasiosas, sacar al espectador de la historia, y es que, aunque la película se toma las habituales licencias creativas de cara a crear un producto cinematográfico y de terror que funcione, se inspira en un hecho real, y como tal quiere que sea su visionado. En este sentido hay cierta obsesión por traer el infierno a la tierra, creando una cotidianidad en la vida de los protagonistas donde la violencia, el asesinato o la violación es el pan nuestro de cada día, mostrando la cámara una ciudad de Nueva York nocturna donde la lluvia, la fotografía y los escenarios donde se desarrolla la trama, la asemejan a un lugar terrible, oscuro, lóbrego, lejos de las postales más turísticas y coloristas de la ciudad. Y es ahí donde el talento de Derrickson tras la cámara es básico para lograr presentar una factura técnica donde los planos cenitales y la fotografía de Scott Kevan, quien da mucha importancia a la luz indirecta de lámparas o linternas, son vitales para lograr esa factura angustiosa, apoyada por el sonido de interferencias en la radio del protagonista o los arañazos en el suelo, todo en aras de lograr meter miedo más que asustar.

La película está protagonizada por un solvente y atormentado Eric Bana, quien ya había dejado patente su talento como actor en películas como Chopper, título que le daría a conocer, Troya o la soberbia Munich. Bana, el actor más conocido de una película que ha apostado por rostros anodinos para el gran público, tiene además la complejidad añadida de tener que dar vida a un personaje real y contemporáneo, el ex agente de policía Ralph Sarchie de quien habláramos con anterioridad, quien no tuvo reparos en colaborar con la producción. El venezolano Edgard Ramírez, visto en Domino, es el coprotagonista de la cinta, un sacerdote totalmente atípico, quien conforma junto con Bana una dupla que funciona a la perfección en una película que cabe destacar por presentar a unos personajes principales imperfectos y pecadores, tremendamente pecadores, incluido el padre Mendoza. Y es que, quienes se supone deben expulsar finalmente al ente demoniaco, ocultan en su fuero más interno la comisión de pecados capitales, un elemento que sin embargo hace mucho más interesantes a ambos personajes. Todos los actores que aparecen en pantalla, incluida la pequeña Lulu Wilson, a la sazón la hija de Sarchie en la película, destacan por ofrecer unas interpretaciones convincentes o destacables, caso del actor Sean Harris, quien da vida a Santino, objeto del exorcismo final y quien brinda una potente actuación, buena parte de la cual sostiene con una mirada inerte y malévola.

De esta forma Líbranos del mal es un terrorífico y acertado ejemplo de cine de exorcismos del que El exorcista es título referencial y principal exponente y del que el propio director ya había ofrecido un interesante primer acercamiento con la también basada en hechos verídicos El exorcismo de Elily Rose. Al igual que sucede en la cinta de William Friedkin, la película trata de atacar nuestros miedos más atávicos mediante la violencia sobre los más pequeños, una trama central que apela a la religiosidad y su cara opuesta y una violencia seca, descarnada y lejos de macabros adornos vistos en títulos representativos del slasher más fantasioso. Aunque no podemos obviar la influencia de Expediente Warren, estrenada apenas un año antes, especialmente en toda la parte que atañe a la hija del protagonista, con unos arañazos en el parquet y una tenebrosa caja de música como foco del terror, aunque siempre con esa idea de la experiencia paranormal más creíble. Todo en aras de acercar la película a nuestra realidad, la más oscura y tenebrosa, pero realidad al fin y al cabo. Y es que el uso de esa frase de cierre del Padrenuestro como título de la película no es casual, nada casual.