jueves, 29 de febrero de 2024

VESTIDA PARA MATAR (DRESSED TO KILL, 1980) 105´

 


Kate Miller sufre una insatisfacción en su vida conyugal y en sus relaciones sexuales con su marido que la llevan no solo a acudir a la consulta de un psiquiatra para abordar este vacío en su vida diaria, llegando incluso a mantener un fortuito y casual encuentro sexual con un absoluto desconocido.

Es constante ese mantra entre aficionados del cine y la crítica especializada que viene a definir a Brian De Palma, director de la película y autor asimismo del guion, como un imitador del cine de Hitchcock, lo que vendría a ser una pueril banalización de uno de los grandes estetas de la historia del cine, así como poseedor de un lenguaje cinematográfico y una impronta visual tremendamente personal y arriesgada, un sello o marca en su cine que le hace plenamente identificable como autor. Lo cual no viene a desmentir la influencia que Hitchcock y sus películas han marcado en la filmografía de un De Palma que de hecho en Vestida para matar orquestaba su particular revisión de ese clásico imperecedero que es Psicosis.

Y es que no hace falta ser muy ducho para descubrir las similitudes entre ambas películas, partiendo por ejemplo de ese inicio y final de Vestida para matar y que De Palma ubica en un escenario tan reconocible para el fan de Psicosis como es una ducha, aunque en esta ocasión no se produzca ningún asesinato en el interior de la misma, posiblemente consciente el director de la imposibilidad de mejorar lo filmado por Hitchcock dos décadas atrás. Pero sí que el director convierte al espectador en la citada primera escena en émulo del Norman Bates de la película estrenada en 1960, haciendo de este un voyeur de ese tórrido momento que muestra la masturbación del personaje al que da vida Angie Dickinson, sirviendo además esta secuencia como carta de presentación de un personaje con un calado trasfondo sexual. Y sin embargo sí que De Palma se marca su particular secuencia de asesinato emulando la más famosa escena de la película de Hitchcock, pero ubicándola en esta ocasión en otro espacio cerrado como es un ascensor, jugando igualmente el director con la multiposición de planos y ofreciéndonos además la partitura musical compuesta por Pino Donaggio, colaborador habitual del director, ciertos ecos de la famosa melodía creada por Bernard Herrmann para Psicosis. Aunque cabe decir que este momento es más explícito que el orquestado por Hitchcock en su momento, y es que en este caso el color saturado de la sangre y la abierta exposición en pantalla de las heridas propinadas a la víctima, y que en la película de 1960 no llegaban a mostrarse tan abiertamente aunque el espectador si creyera verlas. Todo ello dota de mayor profusión en el uso de la violencia explícita a este momento icónico. Pero que Vestida para matar es la traslación que hace De Palma de Psicosis a su particular universo cinematográfico plagado de fetichismo, sexo y violencia se sustenta igualmente en la presencia de un asesino travestido marcado por un trauma, en este caso versado también sobre su propia sexualidad, tal como sucedía con el Norman Bates interpretado por Anthony Perkins aunque en esta ocasión sin esa dependencia materno filial. Y lo mismo sucede con esa idea revolucionaria en su momento y que descolocaría notablemente al espectador de la época de acabar con la protagonista de la película a la media hora de metraje, haciendo lo propio De Palma con el personaje de Kate.

Sería Angie Dickinson la encargada de replicar el rol de Janet Leigh. Dickinson era por aquel entonces una veterana intérprete conocida por aparecer en títulos tan notables como Rio Bravo, La cuadrilla de los once, Código del hampa o La jauría humana. Así, con casi cincuenta años la intérprete se ofrecería no solo a intervenir en un papel con un enorme componente sexual, sino que igualmente tendría a bien participar en ese juego ideado por De Palma para con el espectador por el cual, tras ser protagonista absoluta del primer tercio de película, desaparecer para dejar paso a una nueva protagonista femenina, marcándose el director en este caso un doble juego con el descubrimiento poco antes de morir el personaje de Dickinson de ese secreto que hace de quien ha sido su amante ocasional, y que parece ser tendrá un peso en la historia que al final se revela como fatuo. Sería Nancy Allen, por aquel entonces pareja sentimental del director, quien se convertiría en la nueva final girl de la película. Allen participaría en buena parte de la filmografía de De Palma, apareciendo además de en Vestida para matar en títulos como Carrie, Una familia de locos o Impacto, siendo igualmente recordada por dar vida a la agente Anne Lewis en Robocop y secuelas. La intérprete logra crear un personaje que se mueve entre la gallardía y entereza de una prostituta acostumbrada a lidiar con personajes de la peor calaña y la fragilidad de una mujer asustada al ser acosada por un asesino en serie en ciernes. Michael Caine por su parte hace gala de toda su flema británica a la hora de dar vida al psiquiatra que trata al personaje de Dickinson para acabar igualmente desdoblándose en ese juego con el espectador planteado por el guion de De Palma, aunque no llegue a perder la compostura en su totalidad, tal y como sucedía con el personaje de Norman Bates. Citar también a un joven Keith Gordon, visto en la cinta de terror Christine dirigida por John Carpenter  así como en las comedias Regreso a la escuela o Loca academia de combate. Por su parte nos encontramos con un Dennis Franz que sería un rostro muy reconocible de la pequeña pantalla gracias a series como Canción triste de Hill Street o Policías de Nueva York, siendo de hecho el rol que interpreta en Vestida para matar similar al visto en ambas ficciones televisivas, siendo igualmente uno de los actores fetiches de Brian de Palma y participando como secundario en películas como La furia, Impacto, nuevamente junto a Nancy Allen, o Doble cuerpo.

La película posee toda la impronta visual del cine de De Palma, un director que en no pocas ocasiones es capaz de sacrificar la propia narrativa de la película para incidir en su aspecto más estético. Pero merece la pena ver la manera en la que el director utiliza los reflejos de muchas de las superficies mostradas en pantalla para proyectar las escenas, llegando incluso a jugar con lo onírico como sucede en la secuencia del sanatorio mental, así como superpone primerísimos planos de un rostro para mostrar en un segundo plano un momento igualmente relevante, siendo igualmente recurrente esos momentos en los que divide la pantalla en dos para mostrar paralelamente dos momentos diferentes en una misma secuencia. En este caso llama la atención como llega a estirar algunas secuencias hasta casi exasperar al espectador, tal y como vemos en la larga escena que ilustra el juego de seducción entre el personaje de Kate y su amante furtivo en la galería de arte, momento perfectamente encuadrado por la partitura musical de Pino Donaggio, todo un especialista en el cine de terror tras dotar de musicalidad a títulos como Carrie, Piraña, Trampa para turistas, Aullidos, Los ojos del diablo o Trauma. Otro momento que juega con esta idea es la secuencia de cierre en la que el personaje al que da vida Nancy Allen se percata en la ducha, nuevamente una ducha como epicentro de la acción, de la presencia del asesino, momento que es estirado por un De Palma que busca llegar a incomodar con ello al espectador, transmitiéndole de esta forma el mismo desasosiego sufrido por el personaje que vemos en pantalla.    

Y si bien Hitchcock es el gran nombre que se viene a la cabeza mientras se visualiza Vestida para matar no hay que dejar de lado la impronta que el giallo dejaría patente en parte de la filmografía de De Palma, siendo el título que nos ocupa un perfecto exponente de esta idea. Un componente sexual muy presente y que además sirve de acicate y castigo para aquella mujer desinhiba y casquivana mostrada en pantalla, una idea recurrente en el giallo italiano y que influiría notablemente en ese slasher posterior que surgiría en los setenta y eclosionaría en los ochenta. El uso exacerbado de la sangre así como la profusión de las heridas de arma blanca son otro referente dentro de este subgénero italiano, y que en este caso tiene en las navajas de afeitar su particular modus operandi a la hora de acabar con la vida de las diferentes víctimas, aunque estas sean mucho menos numerosas que lo visto en el exploit italiano. Por último citar la presencia de un asesino misterioso, otro de los fijos dentro del giallo, aunque en esta ocasión, y partiendo del conocimiento de la obra de Hitchcock en la que se ampara la película, no sea difícil desenmascarar a este psicópata.

Así, Vestida para matar es uno de los principales ejercicios Hitchcokianos en la filmografía de un De Palma que, dentro de la promoción de cineastas surgidos en la década de los setenta con nombres tan importantes y relevantes como los de Francis Ford Coppola, Michael Cimino, Martin Scorsese, George Lucas o Steven Spielberg, sería quien más importancia brindara a la estética de su cine. Y es por ello que se sustenta más en el suspense que en el terror, lo que no es óbice para que la película sirva de estupendo ejercicio dentro del subgénero slasher más academicista y menos cercano a los postulados más afines a la explotación que tendría lugar en la década de los ochenta y que tendría su pistoletazo de salida en un título estrenado ese mismo año, Viernes 13. Y esa es una idea que hay que dejar muy clara para finalizar, Vestida para matar difiere, y mucho, del slasher dentro del concepto que ha llegado hasta nuestros días de este subgénero. Más allá de la influencia ejercida por el cine de Hitchcock sobre el resultado final de la película, su principal valedora es la capacidad visual de un De Palma con atributos propios como cineasta más allá de etiquetas fáciles que le sitúen como mero imitador del cine del director de títulos como Vértigo o Los pájaros. Y es que quedarse con esa idea sería demasiado simplista. Den una oportunidad a Vestida para matar y verán cómo es así.      

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