martes, 12 de febrero de 2019

AMITYVILLE, UNA NUEVA GENERACIÓN (AMITYVILLE, A NEW GENERATION, 1993)




Keyes es un fotógrafo que vive en un apartamento ubicado en un edificio donde convive con otros artistas como él. Una mañana fotografía  a un extraño vagabundo a quien se acerca para conversar, y quien en muestra de agradecimiento le regala un extraño espejo cuyo marco representa una serie de personajes siniestros.



El dúo de guionistas que presentara un año atrás el libreto de la anterior entrega de Amityville es también responsable de escribir la historia de esta secuela que trata de desmarcarse de los títulos anteriores con el apostillamiento, bastante habitual en aquel entonces por cierto, y usado en secuelas de Gremlins o La matanza de Texas, de “una nueva generación”. John Murlowski, irregular director de infaustos títulos a mayor gloria del luchador de la WWF Hulk Hogan, es quien se pone en esta ocasión tras las cámaras, mostrando un trabajo que contiene todas y cada una de las señas de identidad que este tipo de cinta poseía en los noventa, escena de sexo incluida. 





Lo más curioso de esta secuela lanzada directa a video, como sucediera con todas las entregas de la franquicia filmadas en los noventa, es que reúne entre su elenco de intérpretes principales un puñado de nombres interesantes. Así, podemos distinguir a Julia Nickson, reconocible por participar en Rambo 2, David Naughton protagonista de la sobresaliente Un hombre lobo americano en Londres, Terry O´Quinn, visto en las dos primeras entregas de El padrastro o en Miedo azul, y conocido más recientemente por su participación en la famosa serie televisiva Perdidos, Richard Roundtree, figura esencial del blaxplotation tras encarnar al icónico Shaft en la serie de películas estrenadas en la década de los setenta o Lin Shaye, figura icónica dentro del género y vista en infinidad de títulos como Pesadilla en Elm street, Critters 2, 2001 maniacos Chillerama o Insidius.



Pero más allá de poder disfrutar de rostros conocidos para el seguidor del género durante el visionado, la película no tiene nada más que aportar, y eso que sobre el papel presenta varios elementos que podían haber dado como resultado un título interesante. La historia trata de jugar con la historia real de Amityville replicando de alguna manera los asesinatos de los DeFeo, y que ya se habían presentando en la segunda entrega bajo otro apellido familiar. Plantea desde esa idea argumental central una nueva vuelta a los infiernos del protagonista principal, quien poco a poco va dándose cuenta de quién es y cuál es su terrible destino. Paralelamente vuelve por enésima vez a utilizar un objeto de la casa de Amityville como foco de maldad, que en esta ocasión volcará sus poderes infernales sobre los habitantes de un bloque de apartamentos, algo que ya supone una diferenciación frente a los títulos pretéritos, ya que todos tenían lugar en enormes casonas unifamiliares. Cambiar la ubicación de la historia permite a su director el jugar con un tipo de fotografía más oscura y de corte videoclipera, con unas tonalidades que son totalmente noventeras, pero que precisamente por eso han quedado hoy en día desfasadas visualmente.


El mayor problema de esta séptima entrega es que se toma a sí misma demasiado en serio, careciendo de los mimbres para hacerlo, lo que de hecho le confiere cierto aire petulante que la acerca a los propios protagonistas de la película, un grupo de artistas con cierto tufillo de auto complacencia entre sus filas. Esto provoca que la película se centre en el como más que en el qué, desaprovechando de esta manera una idea central que, como apuntábamos con anterioridad, al menos resultaba interesante sobre el papel, encontrándonos una trama central sin pegada, estirada en exceso y con un desenlace totalmente fuera de tono y hasta ridículo.



Posiblemente la muestra que mejor deja de manifiesto que Amityville se había convertido en una saga sin fuelle ni ideas, y lejana de un espíritu unificador que le confiriera cierto halo de continuidad entre entregas. Aunque los noventa aún tenían pendiente una última bala en la recámara a estrenar dentro de esta segunda fase, iniciada en 1989 por una entrega  protagonizada por una lámpara impregnada de maldad, leit motive que sería imitado, explotado hasta la saciedad y por lo tanto agotada.

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