Con un huracán de
intensidad cinco arrasando el Estado de Florida, Haley, desoyendo las
recomendaciones de seguridad de las autoridades, se dirige en busca de su padre
a la casa familiar, ubicada en pleno epicentro de la tormenta. Allí le
encuentra en el cenagoso entresuelo de la vivienda y gravemente herido, dándose
cuenta pronto la joven que las intensas rachas de aire y las lluvias torrenciales
serán el menor de sus problemas.
Infierno
bajo el agua se engloba dentro de ese subgénero dentro del terror más real, y
que tiene a grandes y terribles criaturas de la naturaleza, y en concreto de la
naturaleza acuática, como eje central de la trama. Con Tiburón como alma mater
de este cine y espejo donde todas las películas que han venido después se miran
irremediablemente, el último título del galo Alexandre Aja (auspiciado entre
otros en la producción por su colega Grégory Levasseur o el gran Sam Raimi),
responsable de obras como Alta tensión o el remake de Las colinas tienen ojos,
tiene el honor de asomar como una aportación encaminada a devolver el prestigio
a este subgénero, y que títulos de serie Z como la divertida Sharknado y toda
la retahíla de mega tiburones o mastodónticas criaturas marinas de evidente
origen y acartonado estilo infográfico habrían llevado por el camino del cine
más caricaturesco. Podemos decir que Aja consigue su objetivo, y que Infierno
bajo el agua logra mantener a flote una tensión por momentos insoportable ante
la angustiosa peripecia vivida por los dos y prácticamente únicos protagonistas
principales, Haley y su padre, atrapados en medio de una brutal tormenta que
arranca tejados e inunda calles y casas, y a la que hay que unir el encontrarse
bajo el sitio de un grupo de enormes y feroces caimanes no dispuestos a dejar
ninguna presa libre.
Aja,
quien ya había dirigido la simpática y brutal Piranha 3D, precisamente un
remake del Piraña de Joe Dante surgido a rebufo y como contestación de la serie
B al mega éxito de Spielberg con su escualo, logra aprovechar todo el
conocimiento adquirido en dicho rodaje para integrar en el presente título unas
secuencias acuáticas filmadas con gran pulso y una claridad en la imagen y en
el montaje de dichas escenas que son de lo mejor de la película a nivel visual.
El director francés demuestra una vez más su gran pericia técnica y su
capacidad a la hora de ubicar y mover la cámara, logrando dotar de enorme
dinamismo a una historia con una limitación espacio temporal evidente, y que
además se sustenta prácticamente en dos únicos intérpretes. Pero ello no se
convierte en un hándicap, sino todo lo contrario, ya que el director logra
introducir precisamente gracias a dichos elementos, un aire de opresión y
tensión a lo largo de todo el metraje realmente notables. A esto hay que sumar
lo acertado de la recreación de un subsuelo de la vivienda anegado por el barro
y la suciedad, y repleto de angostos recovecos y huecos donde las tuberías y
los cimientos de ladrillo pueden convertirse en trampas mortales o constituir
un salvoconducto a la hora de poder escapar de las enormes fauces de los
escamosos antagonistas de la dupla protagonista.
Siendo
como es Aja un director sin miedo al exceso ni al uso exacerbado de los efectos
más truculentos en sus películas, en esta ocasión nos encontramos a un autor
más comedido. Siguiendo con la comparativa entre Infierno bajo el agua y
Piranha 3D, si en el caso de la cinta de 2010 nos encontramos tras las cámaras
a un enfant terrible volcado en ofrecer una oda al exceso, abuso especialmente
presente en las secuencias de los ataques de las pirañas en la fiesta en los
muelles, donde el gore y los efectos más salvajes y hemoglobínicos campan a sus
anchas en la pantalla, potenciados además por el uso de las tres dimensiones.
Sin embargo en esta ocasión se han volcado los esfuerzos por ofrecer un título
sustentado en el suspense, en mantener la tensión de las secuencias, y tratando
de infundir en el espectador las mismas sensaciones que las vividas por unos
protagonistas heridos, agotados y aterrados. Ello no es óbice para que se
muestren en pantalla varios ataques de los caimanes a personajes anecdóticos,
cuyo único fin es precisamente servir de carnaza a los enormes alligators, y
donde Aja deja de lado la sugestión para no dudar en mostrar dichos ataques con
todo lujo de detalles, siendo este un elemento que si bien no molesta ni
resulta fuera de lugar, tampoco aporta nada nuevo a una película que, como ya
apuntábamos, es principalmente un ejercicio de suspense. Si que podemos sin
embargo echar en cara la capacidad de supervivencia de los protagonistas a las
embestidas de unas criaturas de las que se ha dejado constancia de su poder
destructivo, y que sin embargo cada vez que atrapan entre sus fauces a uno de
los dos personajes principales, son incapaces de acabar su cometido. Es
evidente que ambos han de ir sobreviviendo para dotar de contenido a la
película, pero el hecho de, en pos de tratar de mantener la atención del
espectador, dotar a ambos personajes centrales de esa capacidad de casi
invulnerabilidad, provoca el mayor punto de desconexión de la trama.
Y
respecto a estos dos protagonistas principales, hay que destacar la
interpretación, principalmente física, de Kaya Scodelario (vista en la saga de
El corredor del Laberinto y en la quinta entrega de Piratas del Caribe) y Barry
Pepper (Salvar al soldado Ryan, La milla verde, Banderas de nuestros padres o
Valor de ley), entregados al cien por cien a unos personajes que pasan todo el
metraje empapados en agua, cubiertos de lodo y recibiendo golpes por doquier.
Pero asimismo esta pareja de padre e hija resultan igual de creíbles y convincentes
en dicho rol y en su difícil situación personal sustentada por un divorcio
traumático y una relación paterno filial lastrada por la excesiva exigencia del
primero hacía la segunda en lo que respecta a su actividad deportiva, la
natación, y que resultara un elemento principal a la hora de introducir las
secuencias más significativas de la película. Y además se agradece como Aja es
capaz de dibujar la relación y situación de ambos protagonistas en apenas un
flashback y una secuencia de interacción entre ambos, más que suficiente sin
embargo para que los personajes resulten creíbles y convincentes.
A
lo largo del tiempo no han sido pocas las películas de género donde la
presencia de caimanes o cocodrilos constituía el eje central del terror (caso
de Trampa mortal, La bestia bajo el asfalto o Mandíbulas), proliferando en los
últimos años los títulos de serie Z que, gracias al abaratamiento de los
efectos visuales más protésicos, copaban los estantes de los videoclubs o el
catálogo de películas de productoras como Asylum y similares. Infierno bajo el
agua rescata a este tipo de películas de la mediocridad y la eleva varios
enteros, ofreciendo un título de impecable factura técnica, un manejo de las
secuencias realmente notable (ello a pesar que en el último tramo la
incredulidad y el más difícil todavía tome forma ante escenas como la del
cuarto de baño), y con unos intérpretes convincentes y que logran conectar con
el espectador. Es de esta forma como, camuflada bajo la apariencia de un título
de serie B, nos encontramos un más que acertado ejercicio de puro cine de
suspense donde el terror lo ponen unas criaturas ancladas en nuestro acervo
colectivo como amenazas latentes, algo a lo que ha ayudado su tendencia a
seguir perpetuando su imagen de letalidad en constantes ataques a despistados
seres humanos. Y es que las estadísticas nos dicen que es más fácil ser atacado
por un cocodrilo gigante que por un demonio venido del averno.
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