Keyes es un fotógrafo que vive en un
apartamento ubicado en un edificio donde convive con otros artistas como él.
Una mañana fotografía a un extraño
vagabundo a quien se acerca para conversar, y quien en muestra de
agradecimiento le regala un extraño espejo cuyo marco representa una serie de
personajes siniestros.
El dúo de guionistas que presentara un año
atrás el libreto de la anterior entrega de Amityville es también responsable de
escribir la historia de esta secuela que trata de desmarcarse de los títulos
anteriores con el apostillamiento, bastante habitual en aquel entonces por
cierto, y usado en secuelas de Gremlins o La matanza de Texas, de “una nueva
generación”. John Murlowski, irregular director de infaustos títulos a mayor
gloria del luchador de la WWF Hulk Hogan, es quien se pone en esta ocasión tras
las cámaras, mostrando un trabajo que contiene todas y cada una de las señas de identidad que este tipo de cinta poseía en los noventa, escena de sexo incluida.
Lo más curioso de esta secuela lanzada
directa a video, como sucediera con todas las entregas de la franquicia filmadas
en los noventa, es que reúne entre su elenco de intérpretes principales un
puñado de nombres interesantes. Así, podemos distinguir a Julia Nickson,
reconocible por participar en Rambo 2, David Naughton protagonista de la
sobresaliente Un hombre lobo americano en Londres, Terry O´Quinn, visto en las
dos primeras entregas de El padrastro o en Miedo azul, y conocido más
recientemente por su participación en la famosa serie televisiva Perdidos,
Richard Roundtree, figura esencial del blaxplotation tras encarnar al icónico
Shaft en la serie de películas estrenadas en la década de los setenta o Lin
Shaye, figura icónica dentro del género y vista en infinidad de títulos como
Pesadilla en Elm street, Critters 2, 2001 maniacos Chillerama o Insidius.
Pero más allá de poder disfrutar de rostros
conocidos para el seguidor del género durante el visionado, la película no
tiene nada más que aportar, y eso que sobre el papel presenta varios elementos
que podían haber dado como resultado un título interesante. La historia trata
de jugar con la historia real de Amityville replicando de alguna manera los
asesinatos de los DeFeo, y que ya se habían presentando en la segunda entrega
bajo otro apellido familiar. Plantea desde esa idea argumental central una
nueva vuelta a los infiernos del protagonista principal, quien poco a poco va
dándose cuenta de quién es y cuál es su terrible destino. Paralelamente vuelve
por enésima vez a utilizar un objeto de la casa de Amityville como foco de
maldad, que en esta ocasión volcará sus poderes infernales sobre los habitantes
de un bloque de apartamentos, algo que ya supone una diferenciación frente a
los títulos pretéritos, ya que todos tenían lugar en enormes casonas
unifamiliares. Cambiar la ubicación de la historia permite a su director el
jugar con un tipo de fotografía más oscura y de corte videoclipera, con unas
tonalidades que son totalmente noventeras, pero que precisamente por eso han
quedado hoy en día desfasadas visualmente.
El mayor problema de esta séptima entrega es
que se toma a sí misma demasiado en serio, careciendo de los mimbres para
hacerlo, lo que de hecho le confiere cierto aire petulante que la acerca a los
propios protagonistas de la película, un grupo de artistas con cierto tufillo de
auto complacencia entre sus filas. Esto provoca que la película se centre en el
como más que en el qué, desaprovechando de esta manera una idea central que,
como apuntábamos con anterioridad, al menos resultaba interesante sobre el
papel, encontrándonos una trama central sin pegada, estirada en exceso y con un
desenlace totalmente fuera de tono y hasta ridículo.
Posiblemente la muestra que mejor deja de
manifiesto que Amityville se había convertido en una saga sin fuelle ni ideas,
y lejana de un espíritu unificador que le confiriera cierto halo de continuidad
entre entregas. Aunque los noventa aún tenían pendiente una última bala en la recámara a estrenar dentro de esta segunda fase, iniciada en 1989 por una entrega protagonizada por una lámpara impregnada de
maldad, leit motive que sería imitado, explotado hasta la saciedad y por lo tanto agotada.
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