Un asesino en serie obsesionado con la
Biblia y sus Mandamientos mantiene aterrada a la ciudad en base a una serie de
crímenes atroces. Y sin embargo hay unos entes que necesitan de personajes como
este cruel criminal para seguir alimentando su
reino de dolor y lamentos.
Décima entrega de esta longeva saga
inspirada en el relato de Clive Barker El corazón condenado y que está liderada
por todo un experto en la materia, ya que su director y guionista es Gary J.
Tunnicliffe, quien además de encargarse de dar vida al personaje de El Auditor en
el título presente es el autor también del guion de la anterior película de la
franquicia, director de la segunda unidad en un par de títulos de la saga y
encargado del área de efectos especiales y de maquillaje en todas y cada una de
las secuelas estrenadas de Hellraiser a partir de Hellraiser III, infierno en
la tierra. Y esto nos ofrece la oportunidad de ver el trabajo de alguien que al
menos ha puesto interés en que la película presente aires de ese Hellraiser
primigenio dirigido por el propio Clive Barker hace ya más de tres décadas,
pudiendo decir en resumidas cuentas que ha conseguido su propósito, resultando
uno de los títulos que a pesar de sus carencias se antoja como uno de los más
disfrutables de una franquicia tremendamente irregular, especialmente a partir
de su cuarta entrega.
Lo primero que llama la atención es la
pobreza de medios con los que ha contado su máximo responsable, siendo su
presupuesto de poco más de trescientos mil dólares, encontrándonos nuevamente
con un proyecto filmado con la única finalidad de lograr no expiraran los
derechos de la franquicia por parte de Dimensión Films, en ese momento
poseedora de los mismos. Y si bien esta pobreza de medios, por otro lado
habitual en casi todas las películas de la franquicia, es patente en momentos
como los que van ligados a la investigación criminal llevada a cabo por los
detectives protagonistas, no afectan a la trama que se desarrolla en esa casa
ubicada en el número 55 de la calle Ludovico y que es todo un guiño a la
película de 1987 en tanto es el mismo lugar donde se desarrollaba el primer
Hellraiser, sirviendo este lugar de puente entre el mundo terrenal y el de los
cenobitas. Aquí además el director y principal artífice de la película tiene a
su favor su trayectoria como responsable de efectos especiales y de maquillaje,
lo que nos lleva a que este apartado cumpla con creces en un título que
consigue devolvernos esa sordidez, amoralidad y sexualidad latente tan presente
en la película dirigida por Barker, y que queda perfectamente de manifiesto en
un prólogo que nos anticipa un título que al menos ha tratado de ser
consecuente consigo mismo.
En su faceta como guionista, Tunnicliffe
presenta dos tramas paralelas que acabarán confluyendo en el acto final, y que
en origen son tremendamente potentes. De una parte la historia de ese asesino
en serie con ínfulas de Mesías redentor que bebe del cine de psicópatas tan en
boga en los años noventa merced a
títulos como El silencio de los corderos, Seven, la gran comparada en este
caso, Resurrección, otra con elementos en común con el título que nos ocupa, El
coleccionista de huesos o Copycat. Y si tal como apuntábamos antes la película
acaba lastrada por su escaso presupuesto, que le impide poder llegar a filmar
secuencias que habrían dado más empaque a este título, suple esta falta de
medios con una visceralidad en los hechos narrados nada mojigata. Por otro lado
se nos presenta esa historia de los cenobitas con aire de burócratas del dolor,
destacando la implementación de nuevos y sórdidos personajes y cuyos momentos
son los que más nos acercan a ese primer Hellraiser en el que el director
constantemente se mira. En lo que respecta al apartado que aborda el universo
cenobita, en este caso se ha dejado de lado el misticismo de la Caja de
Lemarchand para centrarse en toda esa pléyade de personajes repulsivos ligados
al universo de Hellraiser como son El Auditor al que hacíamos referencia
anteriormente, El Asesor, Las Limpiadoras o El Carnicero, comandados por un
ejército de cenobitas liderados por un Pinhead siempre solvente en pantalla. En
este aspecto la ausencia nuevamente de Doug Bradley dando vida a este personaje
es perfectamente suplida por un notable Paul P. Taylor que aporta a Pinhead
toda ese aura de serenidad que sienta tan bien a este personaje transmitiendo
las mismas malas sensaciones vividas la primera vez que vimos en pantalla al
líder cenobita.
En cuanto al resto de protagonistas,
nombres nada reseñables por desconocidos pero que al menos brindan unas
actuaciones medianamente solventes, especialmente en el caso de un Damon Carney
que es quien más difícil lo tiene al dar vida a ese agente de policía amoral y
cargado de culpa por su pasado como militar. Para los fans del terror el
director se guarda varios cameos que sin sacarte de la película suponen un
guiño al aficionado. Así, en un visto y no visto podemos ver a una Heather
Langenkamp protagonista de la icónica Pesadilla en Elm Street, mientras que el
papel del repugnante personaje de El Asesor es interpretado por John Gulager,
hijo del mítico actor Clu Gulager y director de la trilogía Feast o de Piranha
2 3D. Precisamente otro de los nombres que podemos ver en pantalla es el de Diane
Ayala Goldner, vista en esa maravilla del terror de serie B que es Feast.
Destacar la presencia de una actriz, la bella Helena Grace Donald dando vida al
ángel Jophiel, otro de esos estupendos personajes presentes en la trama y que
nos brindará un último homenaje a la película de 1987 con ese “Jesús lloró” tan icónico en un momento
que igualmente reproduce otra de las escenas referenciales del Hellraiser de
Clive Barker.
Así, en resumidas cuentas y teniendo muy presente que esta saga siempre se ha movido en ámbitos presupuestarios tremendamente reducidos, nos encontramos con una digna secuela que al menos en parte logra reproducir el ambiente malsano y de decadencia presente en la película iniciática de la franquicia, debiendo solo por ello perdonar los errores propios de un título que en ocasiones tiene cierta esencia televisiva en la manera en que ha sido filmado. A esto ayuda un escaso metraje de hora veinte minutos que permite que la película no se le escape al director de las manos, siendo tremendamente directa y concisa a la hora de narrar los acontecimientos planteados. Eso sí, a quienes no sean seguidores de los preceptos cenobitas puede que la propuesta de Tunnicliffe lo único que les genere es alguna que otra arcada, al resto puede que les suceda lo que a servidor, poder llegar a atisbar por momentos la esencia de ese relato hecho película a manos de un Clive Barker en el mejor momento de su trayectoria profesional.
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