Han pasado ya diez años de
la masacre perpetrada por Víctor Crowley en los pantanos de Nueva Orleans y el
lugar se ha convertido en un paraje plagado de entusiastas de las leyendas del
lugar. Andrew, el paramédico superviviente de la brutal matanza, se encuentra de
promoción del libro que ha escrito y en el que describe los horrores vividos en
los pantanos tiempo atrás, y aunque su intención era la de no volver a pisar
jamás ese lugar, no puede dejar pasar la oportunidad de recibir un enorme
cheque si acepta participar en un reportaje en las localizaciones en las que
todo aconteció.
Siete años después de
estrenada la última de las entregas sobre Víctor Crowley, el propio Adam Green
abordó esta vuelta a la saga como una terapia a través de la cual enfrentarse a
una catarsis personal propiciada por el fallecimiento de dos grandes del terror
como eran Wes Craven y George A. Romero, a quienes está dedicada la cinta, a lo
que se uniría la separación de su mujer en 2014, quien además formó parte de
las anteriores entregas de Hatchet, y que en esta ocasión sigue presente en la
película pero en forma de puyas vertidas a través de uno de los personajes de
la película.
Parry Sheen continua
protagonizando la saga, en un extraño giro por el cual ha pasado de secundario
gracioso en la película de 2006 a único intérprete que ha aparecido en toda la
tetralogía junto a Kane Hooder, auténtico alma mater de Hatchet, no solo por
encarnar al deforme y letal protagonista, sino por servir de figura a través de
la cual fundamentar ese homenaje que esta saga supone para ese cine de género
rodado en los ochenta, gamberro, sin pretensiones y con el uso de efectivos y
efectistas trucaje físicos a la hora de recrear el gore presente. Adam Green no
abandona su cameo de rigor, y si que es cierto que se echa en falta alguna
aparición más de intérpretes relacionados con el terror, máxime tras lo visto
en las entregas anteriores, aunque si podemos citar a gente como Tyler Mane
(Halloween) o ese guiño final con el regreso de Danielle Harris.
Tras la aparente seriedad de
la tercera entrega, en esta ocasión Green vuelve al desfase más absoluto,
ofreciendo de hecho la entrega con un humor más irreverente, escatológico y
absurdo, algo que podemos apreciar ya en el mismo prólogo. La película, dentro
de esta línea auto paródica, incluye varios personajes de auténtica pantomima,
graciosos sin gracia que hacen aumentar más esa dicotomía entre lo absurdo y lo
brutal que posee toda la serie de películas de Hatchet. Hay que decir que, si
bien la película no se corta a la hora de excederse en lo que a imaginario de
casquería se refiere, si que es patente una disminución en el número de escenas
de corte sanguinolento, algo posiblemente potenciado por una disminución de
presupuesto respecto a Hatchet 3. Aunque no hay que alarmarse, ya que poco gore
en Hatchet es decir mucho.
La película sí que tarda más
en arrancar que en ocasiones anteriores, siendo la presentación de los
personajes y situaciones algo más
estirada, que no aburrida, para acabar centrando el foco de la historia en un
avión privado estrellado en medio de los pantanos, hogar de Víctor Crowley, y
con un grupo de personajes tratando de sobrevivir ante una situación tan
dramática. El resto, más de los mismo, un cúmulo de
escenas a través de las cuales nuestro deforme protagonistas va aniquilando uno
a uno y de las maneras más salvajes y explícitas posibles, al grupo de
inconscientes viajeros que osan penetrar en su territorio. Una fórmula que en
este caso, aunque nunca llega a acabar siendo aburrida, si manifiesta cierto
agotamiento, lo que aconsejaría dejar al bueno de Victor Crowley descansar una
buena temporada, lo que de paso ayudaría a no acelerar la despoblación de las
zonas pantanosas de Luisiana. Una película que, como sucede con el resto de la
saga, es más disfrutable por alguien con cualidades cinéfagas que por un fan
del terror más purista
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