Una joven irrumpe en una comisaría
de policía de Nueva Orleans, se encuentra totalmente empapada en sangre y barro
y porta un trozo de cabellera de una cabeza humana. Una vez reducida por los
agentes, les indica a estos que se llama Marybeth Dunstan y que acaba de
sobrevivir a un encuentro en los pantanos con Víctor Crowley, no habiendo
tenido sus compañeros de viaje la misma fortuna que ella, con lo que la zona
que rodea la cabaña de Crowley se encuentra atestada de cadáveres y restos
humanos.
Green da por finiquitada la trilogía inicial, que era el
proyecto que barruntaba desde un inicio, con esta entrega que nuevamente
continua la historia allí donde había acabado la cinta anterior, conformando de
hecho estas tres películas una obra única de cuatro horas que podría incluso verse
del tirón dada la linealidad que mantienen las tres. En esta ocasión Green únicamente
se centra en labores de escritura de guion y producción, delegando la tarea de
director a B.J. McDonnell, quien ejerciera de operador de cámara en las dos
anteriores entregas de Hatchet, y que de hecho nos ofrece un solvente trabajo
que respeta además el estilo visual ofrecido por Green con anterioridad,
pudiendo de hecho ofrecer un mejorado look en base al mayor presupuesto
manejado en esta ocasión.
Danielle Harris continua dando vida a Marybeth, haciendo Kane
Hooder lo propio con el personaje de Víctor Crowley, presentándonos la película
una nueva batida de actores icónicos del género, lo que nos permite
encontrarnos con nombres como los de Zach Galligan (Gremlins), Caroline
Williams (La matanza de Texas 2), Derek Mears (Viernes 13) o Sid Haig (La casa
de los 1000 cadáveres). Por si lo dudaban, no falta el esperado cameo del
propio Adam Green, en esta ocasión como uno de los detenidos que aparecen en la
comisaria, pudiendo volver a ver nuevamente, y para sorpresa del espectador, a Parry
Sheen dando vida a un nuevo personaje, ya que en sus anteriores apariciones en
Hatchet y Hatchet 2 acababa defenestrado a manos de Crowley. Otra que vuelve a
la saga es Rileah Vanderbilt, en el momento de filmar la película esposa de
Green, y que si en la primera y segunda entrega se encargó de dar vida al joven
Víctor Crowley, cambia de registro en esta ocasión para interpretar a uno de
las integrantes del SWAT enviados para tratar de contener la matanza que está
teniendo lugar en los pantanos.
Siendo fiel al estilo iniciado por Green en la primera
entrega, se nota que el autor de los tres guiones es una misma persona, nos
encontramos sin embargo ante la película más seria de la trilogía, obviando
buena parte del humor más absurdo y socarrón que podíamos encontrar en el
primer Hatchet y sustituyendo este por un tono de comedia referencial
propiciado por disponer ya de numerosos elementos propios como saga. A este
respecto podemos citar el momento en que al personaje al que da vida Shen le
indican que hay dos cadáveres con un parecido más que razonable con él, o como
en el momento en que uno de los personajes va a volver a narrar la trágica
historia de Crowley, visto ya en las dos películas anteriores, es bruscamente
interrumpido para evitar caiga nuevamente en el redundante flashback. Podemos
de esta forma hablar de Hatchet 3 como la más madura de la saga, habiendo por
fin encontrado el equilibrio justo entre el horror y la parodia.
Nos encontramos por otra parte en la primera película de la
franquicia que aborda la narrativa de dos historias en paralelo, de una parte
el enfrentamiento entre los agentes y Víctor en el pantano y de otra los
intentos de los personajes de Caroline Williams y Danielle Harris buscando
detener a un ser que saben no pueden matar de la manera tradicional. De hecho
es en Hatchet 3 donde más secuencias en exteriores se han filmado, y aunque los
habituales momentos rodados en un estudio perfectamente caracterizado como una
zona pantanosa vuelven a sucederse, hay que agradecer ese interés por no siempre
mover la montaña a Mahoma, sino también hacer el movimiento inverso, ubicando
la filmación en parajes naturales.
Tercera entrega que mantiene en esencia el espíritu de toda
la saga, incidiendo donde las anteriores películas mejor habían funcionado y
conformando un conjunto salvajemente entretenido, perfectamente conocedor de cuál
es su sitio como franquicia y que desde la honestidad de su propuesta se presenta como sentido homenaje a todo un
estilo de películas de terror que tendrían su momento de mayor apogeo en la
lejana década de los ochenta. Y todo ello a pesar de que Crowley no entienda de
sentimentalismos baratos, y si de violencia descarnada y brutal.
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