Tras
una noche de terror y muerte, el grupo de supervivientes de una matanza llevada
a cabo por unos seres monstruosos, trata de comenzar un nuevo día con la idea
de haber logrado salvarse de una muerte atroz. Nada más lejos de la realidad,
ya que la luz de la mañana trae consigo la imagen de un pequeño pueblecito
arrasado y tomado por hordas de voraces criaturas surgidas de nadie sabe dónde.
Tras el gran éxito que tuvo la primera
entrega dentro del circuito independiente y promovido por el boca-oreja, no pasarían
demasiados años en estrenarse una secuela. Una vez Gulager encontró
financiación, tal y como sucedería en
toda la trilogía bajo el mecenazgo de los hermanos Weinstein, y apoyado nuevamente
en un guion del tándem Melton-Dunstan, el director se lanzó a una segunda
entrega donde, eliminado el efecto sorpresa, se da un giro de ciento ochenta
grados a la propuesta para brindar un espectáculo donde todos los elementos
sugeridos en la precuela, son llevados a la exageración más absoluta.
La película comienza allí donde nos dejó el
título anterior, trasladando la acción a un pueblo cercano a la taberna The
beer trap, donde tuvieron lugar los sucesos pretéritos. Nos muestra un lugar
desolado y arrasado por unas horribles criaturas, un lugar donde varios
cadáveres, en algún caso desmembrados, pueblan las calles desiertas y los
monstruos campan a sus anchas. Una vez más, Marcus Dunstan y Patrick Melton, como
ya apuntábamos autores de los guiones de la trilogía, evitan el dar explicación
a los aterradores hechos que estamos presenciando, dejando al espectador en una
situación de inferioridad. No hay racionalidad ni respuesta ante lo que estamos
viendo, solo la necesidad de sobrevivir. Y es con esta carta de presentación a
partir de la cual Gulager se dedica a ofrecer un título donde el desenfreno, el
exceso y la constante tomadura de pelo a los propios personajes y al espectador
son el armazón sobre el que construir la secuela.
Hasta este lugar llegarán varios protagonistas,
en algún caso relacionados directamente con la película anterior, y para otros
casos presentando a un nuevo grupo de personajes, donde la caricaturización de
los diferentes roles presentados es la nota predominante. El hecho de rescatar para
la ocasión a varios de los intérpretes del primer Feast (incluso se llega a
resucitar al aparentemente fallecido barman de la taberna, interpretado como no
podía ser de otra manera por el padre del director), permite entroncar
linealmente las dos cintas, dando una continuidad en los hechos y
acontecimientos de los que vamos a ser testigos. Al igual que sucediera en la
primera entrega el protagonismo es muy coral, y como ya indicábamos, en esta
ocasión la escritura de los diferentes protagonistas va a tirar de los perfiles
más extravagantes. De esta forma nos encontramos con que en Feast 2 se lleva al
extremo la presentación de personajes arquetípicos y con cierta tendencia al
frikismo ya dibujada en la primera parte. De esta forma podemos encontrarnos
con salvajes moteras tatuadas y para nada pudorosas, enanos luchadores de
wrestling y en algún caso auténticos sementales (tremenda a este respecto la presentación del personaje
de Relámpago), vendedores de coches cornudos o fracasados obstinados en
convertirse en héroes con funestas consecuencias. El elenco de intérpretes está
compuesto nuevamente por una pluralidad de nombres desconocidos, frente a los
más reconocibles actores de la primera entrega, y entre los que el director ya
no trata con medias tintas y nos cuela además de a su padre, a su esposa, Diane
Ayala Goldner, líder del clan de moteras y que ya apareciera en la primera
entrega de la serie, o a su hermano Tom, el anteriormente citado amago de héroe
fracasado. La película además muestra en paralelo a la trama central
protagonizada por el grueso de personajes, lo que acontece a Honey Pie,
recuperada de la primera, de nuevo interpretada por Jenny Wade, y que
recordemos, acabó jugándosela al resto de supervivientes, ofreciéndonos una
vendetta muy particular sobre este personaje.
Feast 2 elimina el suspense predominante en
la cinta anterior, por ejemplo ahora se muestran explícitamente a las criaturas
mientras que en la primera película estas aparecían durante buena parte del
metraje de manera sugerida o como meros fogonazos, abre la ubicación a múltiples ambientes en un espacio abierto y
a plena luz del día frente al escenario único y ubicación de la historia en un
ambiente nocturno y coronado por una tenue luz artificial. Sí que hay que
indicar que el cambio en el director de fotografía pasa factura, encontrándonos
con que esta segunda entrega presenta una peor iluminación y unos movimientos
de cámara más abruptos frente a una dinámica en las secuencias filmadas mucho
más controladas en la película de 2005, y a la postre menos mareantes para el
espectador. Relativo a la ambientación obtenida, comentar como en la película se
asoma a vestigios de western crepuscular. Para la ocasión y como buena
continuación que se precie, se dobla la apuesta elevando al cubo las escenas
sangrientas y repulsivas con decapitaciones,
cuerpos cercenados por la mitad, bebes devorados, abuelas desechas en sus
propios fluidos…junto a otras más escatológicas o de tintes sexuales, entre las
que destacan las sodomizaciones de gatos por los monstruos o una disección del
cadáver de una de las criaturas donde la asquerosidad y la repulsión alcanzan
cotas realmente elevadas al mezclar heces, semen y vómitos.
Con todo ello Feast 2
es una secuela mucho más cercana en esta ocasión al humor negro y salvaje que
al terror puro y duro, y es que incluso en los momentos en los Gulager nos
golpea eventualmente con momentos de mayor crudeza, esta se presenta
perfectamente empacada en la más absoluta irreverencia. Una cinta perfecta para
cinéfagos sin complejos, para disfrutar sin prejuicios, y a ser posible en
buena compañía. El festín alcanzaba ya cotas de auténtico atracón.
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