Un grupo de amigos llega a Venecia para
disfrutar de su conocido carnaval entre las quejas de los habitantes de la
localidad, hartos de la llegada masiva de turistas. Pero hay alguien que está
dispuesto a llevar su odio hacía el extranjero mucho más lejos que una simple
protesta en la calle.
Alex de la Iglesia no se mueve del terror,
junto con la comedia su género de referencia, para ofrecer un título que,
estrenado de tapadillo y sin hacer mucho ruido, merece la pena ser rescatado
para descubrir una película ubicada en esa línea cercana al esperpento y el
exceso de un director que a día de hoy sigue demostrando ser uno de los
realizadores más personales de nuestro cine, manteniendo además a pesar de las
tres décadas transcurridas desde que estrenara su opera prima toda la frescura
y cierta marca identitaria de un cineasta con una enorme personalidad detrás de
las cámaras. Le acompañan nuevamente compañeros de viaje habituales en su
filmografía, como un Jorge Guerricaecheverria en labores de coguionista junto
al propio de la Iglesia, un dúo que ha escrito prácticamente todas las
películas dirigidas por el realizador de Perdita Durango, así como un Roque
Baños ejerciendo de responsable de una banda sonora a juego con el estilo entre
tétrico y barroco de la propuesta que es Veneciafrenia, y que al igual que
Guerricaecheverria ha participado en un buen puñado de películas del director.
La película logra atraparte tras un
prólogo impactante y que deja claras las intenciones de su realizador gracias a
unos títulos de crédito iniciales que son una maravilla por sí mismos y que desmontan
de un plumazo un cierto prejuicio que puede hacernos creer de inicio estamos
ante un título menor dentro de la filmografía del director de El día de la
bestia. Así, con una animación visualmente sobresaliente enmarcada en las notas
musicales del anteriormente citado Roque Baños, el espectador se deja llevar
por este viaje a una Venecia desconocida donde si bien quedan patentes y
presentes todos los estereotipos de la ciudad de los canales es igualmente
cierto que se acompaña al espectador a través de un paseo entre su cara menos
conocida, plagada esta de rincones mugrientos, calles angostas y
claustrofóbicas y edificios anacrónicos, todo ello además ubicado en pleno
carnaval veneciano, lo que supone el marco ideal para un título de terror como
el presente con el que disfrutar de escenarios tan imponentes como la discoteca
subterránea donde se inicia el descenso a los infiernos de los protagonistas o
el teatro en ruinas donde tiene lugar el acto final de la cinta. Con este
título su director homenajea de manera directa subgéneros dentro del terror como
el slasher y más abiertamente el giallo y el poliziesco italiano, idea fundamentada
principalmente en la presencia de un asesino misterioso, una violencia
descarnada y una presencia del rojo de la sangre a la cual se le saca un enorme
partido, llenando de un llamativo colorido una película ubicada en un género donde
el tono predominante tiende a ser bastante más oscuro y lóbrego.
Así, el slasher se manifiesta
principalmente en la presentación de unos personajes abiertamente englobados
dentro de los parámetros propios de este tipo de género, dibujados estos con
trazos muy amplios y lejos de complejidades dramáticas, siendo su única
finalidad la de servir de carnaza a unos villanos mucho más interesantes no
solo ya a nivel visual, con una enorme presencia en pantalla parapetada esta tras
esos trajes tradicionales dentro del folclore italiano y más concretamente de
su carnaval, sino igualmente en su psique interna así como en las motivaciones
que les llevan a cometer las atrocidades que llevan a cabo. Volviendo a los
roles de los personajes principales podemos encontrarnos a la prototípica protagonista
apocada y desconfiada que vuelve a
representar la figura de una final girl al uso, mientras que se presenta
igualmente entre el elenco el estereotipo de personaje femenino más casquivano,
liberal y desprejuiciado, estando igualmente representado en la historia a
quien podría ser considerado como el tonto del grupo así como quien únicamente
piensa en el sexo, las drogas y el alcohol. Y ya sabemos a nada que hayamos
visto película de este subgénero que significa representar uno u otro rol. Si
que es cierto que posteriormente a esta presentación de personajes el
desarrollo de estos, si viene es afín a los cánones del género, deja de
interesar en tanto lo mejor está en una ciudad de Venecia coprotagonista de la
historia así como en unos villanos tan terroríficos como llamativos. A la hora
de dar vida al grupo de víctimas podemos encontrarnos al trío de actrices
Ingrid García Johnson (Toro, Explota, explota), Silvia Alonso (Musarañas, Hasta
la tormenta) o Goize Blanco, tridente femenino que lleva el peso principal
frente a unos personajes masculinos con roles abiertamente más secundarios y entre
quienes encontramos a Alberto Bang, hermano de Carolina Bang, mujer de Alex de
la Iglesia y productora de la película y quien ha participado en varios proyectos
del realizador vasco como Mi gran noche o la serie 30 monedas. Ubicándose la
historia en Venecia no es extraño encontrar en el reparto a actores italianos
como Cosimo Fusco, Enrico Lo Verso, Caterina Murino o Armando de Razza,
recuperado por de la Iglesia tras su celebrada interpretación en El día de la
bestia.
Como apuntábamos con anterioridad, las
terroríficas y sangrientas acciones que llevan a cabo los en principio villanos
de la función no se limitan a ejercer el mal por el mal, sino al contrario, siendo
estas justificadas en cierta manera dentro de una crítica sin ambages que la
propia película contiene frente a un tipo de turismo masivo y expoliador, cuasi
un asedio que sufren algunas ciudades y que lleva a encerrarse en sus casas a
los propios moradores de la ciudad ante la avalancha de viajeros llegados de
todos los rincones del mundo con la única finalidad de pasarlo bien a costa de
lo que sea. En este sentido esta idea choca con la del miedo a lo extranjero,
cuya película de cabecera sería ese Hostel del que igualmente vemos presentes en
Veneciafrenia algunas ideas, partiendo desde la desaparición de uno de los
protagonistas como inicio de la pesadilla así como el hecho de ubicar a unos
protagonistas enfrentados a una situación que les supera en un lugar y ante una
gente que no les quiere allí. También es
cierta otra pequeña puya a una sociedad en parte idiotizada por una exposición
constante a las redes sociales que les lleva a vivir enganchados a un teléfono
móvil, fotografiando y filmándolo todo en un acto cuasi instintivo que genera a
lo largo de la película varias secuencias en los que la multitud graba con sus
teléfonos móviles varios asesinatos reales ejecutados por uno de los personajes
creyendo es mero espectáculo de la calle, y por ello mismo jaleando el
sufrimiento y la muerte ajena.
Para finalizar decir que a estas alturas
no descubrimos nada nuevo si hablamos de la capacidad como cineasta de Alex de
la Iglesia, habilidad que queda patente en una Veneciafrenia donde vuelca buena
parte de ese estilo visual suyo tan desatado y donde no puede faltar un acto
final de desmadre absoluto aunque sin llegar a las cotas de exceso de títulos pretéritos,
presentando igualmente la consabida secuencia filmada en las alturas,
prácticamente un guiño que el director se marca en buena parte de su
filmografía. Con un final más cercano a la melancolía que a ese baile de
disfraces con ecos de montaña rusa presente hasta ese momento, la película se
presenta como un título de notable factura técnica, con una interesante crítica
social soterrada entre una historia plagada de clichés y unos personajes que
aunque no vayan a quedar en el recuerdo si cumplen con creces sus funciones. Así,
este título es muy probable que genere en el espectador las mismas opiniones
antagónicas de otros títulos anteriores de un cineasta que tiene tantos fans
incondicionales como fervientes detractores. Y como servidor es de los primeros
he de reconocer que este baile de máscaras ha sido un delirio e lo más
disfrutable.
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