Lankester Merrin, quien abandonó el
sacerdocio tras ser testigo de terribles atrocidades durante la Segunda Guerra
Mundial, se encuentra ahora al mando de una excavación arqueológica al Este del
África, colonia Británica. El objeto hallado es una antigua iglesia cristiana
que parece fue enterrada nada más construirse. Conforme avanza el trabajo
suceden extraños acontecimientos que obligarán a Merrin a replantearse su
ruptura con la fe.
Tras ser mencionado de manera reiterativa en
la primera película de El exorcista así como en la novela en la que esta se
inspiró, el primer enfrentamiento entre el Padre Merrin y el demonio Pazuzu se
antojaba una más que interesante premisa para abordar una nueva continuación de
esta interesante franquicia con tres décadas a sus espaldas en el momento de
abordar esta nueva entrega. De esta forma, el guion obra del más experimentado
William Wisher (Terminator 2, El guerrero número 13) junto al neófito Caleb
Carr, ahonda en la faceta humana del personaje de Merrin, y muy especialmente
en su crisis de fe, nacida a partir de
un trágico episodio acontecido en plena Segunda Guerra Mundial y que nos
permite contemplar una de las mejores secuencias de toda la película, aquella
que precisamente abre la cinta, y que curiosamente se aleja del género del
terror demoniaco para mostrar un horror más humano y que nos deja con la idea
de que los demonios más despiadados se encuentran precisamente entre nosotros
mismos.
Y es que la historia es la mejor baza de una
película que encuentra en el trabajo de su director Paul Schrader, curiosamente
mejor guionista que director, siendo suyos los libretos de obras capitales en
la filmografía de Martin Scorsese como Taxi driver, Toro salvaje o La última
tentación de Cristo, su mayor lastre. El veterano director no termina de
involucrarse en la producción y esa desgana se traduce en un trabajo demasiado
aséptico y sin carisma. Se evidencian de esta manera los continuas divergencias
y diferencias de opinión entre director y productores, ya que las visiones que
tanto uno como otros querían de la película eran diametralmente opuestas, hasta
el hecho de volverse a filmar nuevamente la película con otro director dejando
el trabajo de Schrader en un cajón hasta que, afortunadamente, pudo ser estrenado
en cine, dejando de esa forma al espectador la decisión final sobre si la
película de Schrader era adecuada o se antojaba un sinsentido que hiciera
necesaria esa nueva filmación. Lamentablemente tras revisar el trabajo del
director de películas como American gigoló, El beso de la pantera o Aflicción,
uno acaba por pensar que la decisión de volver a filmar la historia con un
nuevo realizador no fuera tan descabellada, algo que se reafirma en el instante
en que uno puede finalmente comparar las dos películas filmadas en base a la
misma premisa argumental.
La aparente desidia de la dirección se
trasmite inclusive a su protagonista principal, un habitualmente estupendo
Stellan Skarsgard, y que sin embargo en esta ocasión encontramos bastante
perdido e inexpresivo en un papel de inicio con los matices suficientes para
brindar una interpretación más que interesante, tal es el material de inicio
con el que contaba el intérprete. Pero el problema se antoja no es del actor
sueco, ya que el resto de intérpretes muestran la misma apatía, lo que es
síntoma inequívoco de una mala dirección de actores. Este hecho nos
devuelve la idea de un rodaje complicado, complejo y plagado de diferencias
creativas entre los distintos responsables, y donde el director, tal y como
parece quedar evidenciado, acabo desligado emocional y profesionalmente de un
proyecto que devino en una filmación en modo piloto automático.
A pesar de que la propuesta deja escapar una
más que interesante idea, podemos destacar la fotografía del genial Vittorio
Storaro, toda una institución cinematográfica con películas a sus espaldas como
Apocalipsis now, El último emperador o El cielo protector, donde su labor como
director de fotografía resultaba fundamental, y que logra embellecer no pocas
de las secuencias, como las de la aurora boreal, amén de llevar a cabo un buen
trabajo en la iluminación dentro de la iglesia, dotando igualmente de una
fuerza pictórica el impactante plano del Padre Francis atravesado por varias
flechas y que representa el martirio de San Sebastián. Lo mismo sucede con una
composición musical que si bien no resulta especialmente destacable, logra
armarse como un buen complemento a la hora de acompañar a la historia. Y que
significa todo esto, que Schrader contó de inicio con un holgado presupuesto y
toda una pléyade de competentes colaboradores a la hora de dar forma a esta
tercera secuela de la película de William Friedkin, con lo que todo parece
indicar que el principal responsable del fallido resultado final fue del propio
director.
Nos encontramos de esta forma con, a priori,
una interesante idea, bien escrita y que se amparaba en una historia con
potencial suficiente como es ese interesante acercamiento al primero de los
enfrentamientos entre el Padre Merrin y su antagonista vital, el demonio Pazuzu.
La película además, de esta forma, entroncaba
y homenajeaba a la película de 1973 pero
logrando desligarse lo suficiente, especialmente en cuánto a ambientación tanto
temporal como de localización, para suponer un interesante episodio dentro de
la franquicia. Destacar en colación a la relación entre ambas cintas, la
inserción como guiño en un par de ocasiones de la imagen del mismo demonio que
Friedkin introdujera subliminalmente en su obra, convertido con el paso del
tiempo en icono muy reconocible dentro el género. Todos estos pilares
quedan lastrados sin embargo por una dirección descafeinada, carente de alma e
ineficaz, resultado de una disparidad entre los criterios más pausados,
metafísicos y trascendentales de Paul Schrader, frente a la necesidad
reconocida por los productores de un producto final con un tempo narrativo más
acorde a las demandas de un público potencial ávido de efectismos, sustos y un
ritmo menos tedioso. Enfrentamiento que llevaría a ejecutar prácticamente un
rodaje desde cero que al menos logra unos resultados superiores a los vistos en
la versión de Schrader, respetando eso sí, el grueso de la historia, tal y como
hemos insistido, lo mejor de la película. Y es que el tan esperado primer encuentro
entre Merrin y Pazuzu habría de esperar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario